sábado, 2 de mayo de 2009

El canto de las cigarras o panorama económico tras la crisis financiera

Nada dice
En el canto de la cigarra
Que su fin está cerca
Basho


Perciben los hombres los hechos ocurridos; los sabios, los que se aproximan y solo los inmortales, los futuros, decía Filóstrato, en su Vida de Apolonio de Tiana, hace ya 17 siglos. Llena de momentos memorables en la historia humana, estos sucesos especiales suelen establecer los lindes de las épocas; sin embargo, también es bueno recordar que cuando llegan estos, pocos pueden advertir su real valía. ¿Nos ha tocado vivir en esta frontera concluyente? Crisis económica, pero también intelectual, ideológica, política y social, que pone en cuestión los fundamentales del orden global. Ningún país parece salvarse del derrumbe: el avance de la división del trabajo integró a todos en una vulnerable red y ahora el colapso arruina, sin importar la virtud, por igual.
No necesitamos conocer las causas de la crisis para apreciar la magnitud de la nueva catástrofe económica. Según las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional, la tasa de crecimiento de la economía mundial sería de 0,5% en el año 2009, la tasa más baja registrada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez en 60 años, la producción de las economías más avanzadas experimentaría un retroceso; en 8 millones aumentaría, en los países de la OECD, el número de desempleados y en 100 millones, el número de pobres; el volumen del comercio internacional de bienes y servicios descendería 2,9%. ¿Cuántas personas en el mundo son capaces de comprender un guarismo tan inmensurable como 32 trillones de dólares, monto en que se estiman las pérdidas de los mercados bursátiles? Equivale la cifra al producto interno bruto (PIB) conjunto de todos los países de la OECD en el año 2008, a 275 años de producción en el Perú y excede en 18 veces la suma total de la producción total generada por el Perú como nación independiente. Parece inmenso el costo: el aumento de la deuda pública puede afectar por décadas la marcha de la economía mundial. Se estima que el déficit fiscal de los Estados Unidos podría ser equivalente a 12,5% de su producto interno bruto, para la Unión Europea (UE) se anticipa un escenario similar. Con estos desarrollos, es poco probable que las economías emergentes reciban en los próximos años financiamiento neto de los países de la OECD.
Con claridad nos revela, la información estadística inquirida, que hemos ingresado a una nueva fase de la crisis económica. Si la característica distintiva de la primera fase fue el colapso financiero, ahora la acción se ha trasladado al sector real de la economía: la parálisis del crédito ha afectado fundamentalmente a los sectores más dinámicos de la economía mundial, el descenso de la producción habrías sido más intenso en Asia y en la UE que en Estados Unidos. Aunque las estadísticas que muestran la evolución por componentes del PBI de Estados Unidos nos indican una enorme dispersión en las tasas de crecimiento de los distintos componentes de la demanda agregada, podemos extraer la conclusión de que la parálisis del crédito ha afectado fundamentalmente a tres de sus componentes: Primero, la demanda de bienes de consumo durables: (autos, computadoras, televisores, y, otros aparatos electrónicos) ha descendido significativamente, segundo; también el consumo conspicuo, y por último lugar, la inversión en construcción ha sufrido de igual forma.

Este patrón de descenso en la demanda ha determinado una drástica reducción en las exportaciones de todas las economías asiáticas. Como todas ellas basan su crecimiento en las exportaciones y su sector industrial se orienta básicamente hacia el exterior, no es sorprendente que sea en esta región del mundo donde se observan las reducciones más drásticas en el empleo, los índices de producción industrial y el producto interno bruto. En efecto, las últimas estadísticas nos muestran que las consecuencias del ajuste han sido drásticas en todos estos países. Sería importante para el Perú analizar la reducción que se ha registrado en el consumo conspicuo, ya que muchas de nuestras exportaciones no tradicionales se orientan hacia este sector. Sin duda, el origen fundamental del crecimiento en la demanda de dicho consumo está ligado al crecimiento del sector financiero y a la concentración del ingreso que ha habido en los últimos años. De manera que no debe sorprendernos que el colapso de la banca de inversión haya provocado un colapso en la demanda por este tipo de bienes, así como en la gama de industrias y servicios que satisfacían esta necesidad. Además, como varios de los productos textiles y agroindustriales que exporta el Perú se orientan a este sector, habría un serio peligro para el futuro de nuestra industria textil. Es probable que, en los próximos meses, comencemos a ver similares efectos en el sector agroindustrial. Asimismo, las dificultades en la banca de inversión causarían problemas serios en la demanda de servicios informáticos, pues este sector es el mayor demandante de información.

El descenso en la demanda de bienes durables y en la inversión bruta fija afecta directamente la demanda de metales. Por esta razón, serán estas materias primas las que experimenten en el año 2009 los peores desempeños. En América del Sur, Chile y el Perú serán las economías más afectadas. El descenso en los precios reducirá el flujo de inversión directa extranjera mas no necesariamente la cantidad producida, que incluso, en el corto plazo, aumentaría, porque las minas suelen explotar los yacimientos más ricos cuando caen los precios. Esta respuesta, sin embargo, provocaría una gran acumulación de inventarios en el mercado y prolongaría por varios años la recuperación en los precios. Es probablemente por esta razón que los precios de los metales industriales continúen descendiendo, aunque se recuperase Estados Unidos a finales de 2009.


En la UE también se experimentaría una recesión más intensa que en los Estados Unidos, pero de una naturaleza diferente. En Europa Oriental, lo fundamental es la reducción en los flujos de inversión extranjera. Estos países experimentan una crisis muy similar a la que experimentó América Latina en los años 1980 (y también se han visto obligados a recurrir al FMI). En España, Inglaterra y los países escandinavos, la principal causa de la crisis es financiera: en España, por ejemplo, hubo un boom hipotecario muy similar al de los Estados Unidos. Ahora, su industria de construcción experimenta una contracción similar a la de este último país. Inglaterra, en especial Londres, desempeñó un papel crucial como centro de actividad especulativa, de manera que ahora debe enfrentar las consecuencias del desplome de esta industria. En Alemania, sin embargo, la causa puede estar vinculada al comercio exterior. Sin embargo, estos desarrollos económicos, en el caso de Europa, no necesariamente son los que tienen más relevancia. En realidad, todo el proceso ha puesto en severa tensión las instituciones de la Comunidad y por esta razón pueden ser las consecuencias políticas las más relevantes.
¿Qué consecuencias puede tener esta gran crisis en la economía mundial? ¿Anuncia, acaso, esta mayúscula catástrofe una radical transformación del sistema mundo? ¿Qué reflejan los hechos de los cuales hemos sido testigos el año pasado? ¿Provocará el colapso del sistema financiero, el retroceso de la producción, el desempleo masivo, las quiebras y los rescates de emergencia una revisión de la misma magnitud en las ideas, la política y el poder en el mundo?
Cuando los historiadores del futuro escriban el relato de esta crisis, no podrán omitir en su crónica el papel que desempeñó en ella el cándido optimismo que nubló el entendimiento de los principales protagonistas. Para los optimistas es bastante claro el patrón de desarrollo futuro de la economía mundial. La fuerza básica será el continuo crecimiento de China, la India, Brasil y Rusia, las economías emergentes de mayor tamaño, que inducirá un cambio radical en la distribución geográfica de la actividad económica hacia Asia y un aumento en su influencia geopolítica. Provocará este proceso, en primer lugar, un aumento sostenible en el precio de la energía, los metales y los alimentos, que transmitirá los beneficios a los países exportadores de productos básicos en América Latina y África. También, cambios considerables en el patrón del comercio internacional y los flujos internacionales de capitales. Como consecuencia de estos, se alterará la estructura de gobierno del mundo para reflejar el poder de los nuevos gigantes emergentes. Sin embargo, de igual forma, el conjunto de alteraciones podría transformar la regulación en los países centrales, ya que es probable que los fondos soberanos de inversiones y los flujos de inversión directa extranjera realizados por estados nacionales sean vistos con preocupación por los políticos de estos países. En este sentido, es probable –por dichas razones– que surja un nuevo protagonismo financiero, pero la justificación de este podría llevar a una revaluación de los postulados de la globalización, como resultado de la cual habrá un incremento del papel que desempeña el Gobierno en la economía mundial, que pondrá poner fin a la era neoliberal. El gran problema de la visión optimista es que confunde un resultado que se materializaría al finalizar la presente centuria con la situación efectiva que se observa en el presente.
Nos muestra la historia que la emergencia de un gigante económico y la sustitución de una potencia por otra no es un proceso libre de turbulencias económicas, sociales y políticas. Debemos considerar que el desarrollo de una economía capitalista, especialmente cuando es tan desequilibrado como el caso chino, no se encuentra libre de retrocesos y crisis profundas. Ya los indicadores de la economía china registran signos evidentes de sobreinversión. Para comenzar, debemos notar que la rentabilidad del capital parece bastante baja, la inversión en China representa casi el 50% de su PBI, mientras que su tasa de crecimiento ha sido de 10%; es decir, aunque la tasa de crecimiento es sumamente alta, la relación capital producto que se deriva sugeriría una inmensa capacidad de producción con altas posibilidades de no ser utilizada. Luego, el patrón de desarrollo económico chino es excepcional: al apoyarse excesivamente en las industrias de exportación, es sumamente vulnerable a las alteraciones cíclicas que se producen en los mercados de destino de sus exportaciones y a las acciones de política orientadas a limitar su expansión comercial. Es poco probable, también, que los países desarrollados estén dispuestos a ceder a China el control de segmentos estratégicos de su aparato industrial por razones de seguridad nacional. De modo que si China continuase por este camino podría estallar una nueva guerra comercial y, así, una segmentación creciente del mundo. Esta dependencia de mercados externos hace notar que la estructura comercial china no genera al interior de su país un mercado suficiente como para absorber la producción que podría ocasionar tan monumental esfuerzo de inversión, el modelo mercantilista chino estaría aplazando una futura crisis de subconsumo. Finalmente –para culminar este párrafo–, es poco probable que las autoridades chinas controlen en el corto plazo el impacto en el sector financiero de las entradas de capitales. Los indicadores sugieren que una facción considerable de los fondos ha sido usada en aventuras especulativas, tanto la bolsa como el precio de la propiedad en sus principales ciudades han crecido en niveles difíciles de justificar.

En cualquier caso, incluso en el escenario que imaginaron los optimistas, no se garantiza en el momento actual una salida fácil de la crisis, porque todavía –desafortunadamente– el dinamismo del mercado estadounidense y las decisiones que tomen sus principales líderes son esenciales para el mundo.

AUTOR : Bruno Seminario De Marzi
FUENTE : REVISTA PUNTO DE EQUILIBRIO-UNIVERSIDAD DEL PACIFICO PERU

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