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jueves, 26 de febrero de 2009

Una década con Bernie

A estas alturas, todo el mundo conoce la triste historia de los inversores a los que engañó Bernard Madoff. Miraban sus extractos de cuenta y pensaban que eran muy ricos. Pero entonces, un día, descubrieron con horror que su supuesta riqueza era un producto de la imaginación de otra persona. Desgraciadamente, ésa es una metáfora bastante buena de lo que le ha sucedido a Estados Unidos en su conjunto durante la primera década del siglo XXI.

La semana pasada, la Reserva Federal publicaba los resultados del último Sondeo sobre Finanzas de los Consumidores, un informe trienal sobre los activos y las deudas de las familias estadounidenses. La conclusión es que básicamente no se ha creado ninguna riqueza desde el comienzo del nuevo milenio: el valor neto de la familia estadounidense media, ajustado a la inflación, es ahora menor que en 2001.

En cierta forma, esto no debería sorprendernos. Durante la mayor parte de la última década, Estados Unidos ha sido un país de personas con préstamos y gastos, no de ahorradores. La tasa de ahorro por persona ha caído desde el 9% de finales de los años ochenta hasta el 5% en los noventa y hasta sólo el 0,6% entre 2005 y 2007, y la deuda familiar ha crecido mucho más deprisa que los ingresos por persona. ¿Por qué íbamos a esperar que nuestro valor neto hubiese aumentado?

Aun así, hasta hace muy poco, los estadounidenses creían que se estaban haciendo más ricos porque recibían extractos bancarios que decían que sus casas y carteras de acciones estaban revalorizándose más deprisa de lo que aumentaban sus deudas. Y si la creencia de muchos estadounidenses de que podían contar con las plusvalías para siempre parece ingenua, vale la pena recordar la cantidad de voces influyentes -especialmente en publicaciones de derechas como The Wall Street Journal, Forbes y National Review- que fomentaban esa creencia y ridiculizaban a aquellos que se preocupaban por el escaso ahorro y el exceso de deudas.

Entonces la realidad se impuso y resultó que quienes se preocupaban habían estado en lo cierto todo el tiempo. El aumento del valor de los activos había sido una ilusión, pero el aumento de la deuda había sido muy real.

Así que ahora tenemos problemas; problemas más profundos, pienso yo, de lo que la mayoría de la gente cree incluso ahora. Y no me estoy refiriendo únicamente al menguante grupo de pronosticadores que siguen insistiendo en que la economía se va a recuperar cualquier día de éstos.

Porque éste es un lío que tiene unas bases muy amplias. Todo el mundo habla de los problemas de los bancos, que sin duda están en una situación aún peor que la del resto del sistema. Pero los bancos no son los únicos que tienen demasiadas deudas y demasiados pocos activos; la misma descripción es válida para el sector privado en su conjunto.

rafaY como señalaba en los años treinta el gran economista estadounidense Irving Fisher, las cosas que la gente y las empresas hacen cuando se dan cuenta de que tienen demasiadas deudas tienden a ser contraproducentes si todo el mundo las hace al mismo tiempo. Los intentos de vender activos y liquidar deudas hacen que la caída de los precios sea todavía más pronunciada, lo cual reduce todavía más el valor neto. Los intentos de ahorrar más se traducen en un parón de la demanda del consumidor, lo que a su vez intensifica el desplome económico.

¿Están los políticos preparados para hacer lo que haga falta para salir de este círculo vicioso? En principio, sí. Los representantes gubernamentales comprenden el problema: necesitamos "frenar lo que constituye una espiral muy perjudicial y posiblemente deflacionaria", ha dicho Lawrence Summers, asesor económico principal de Obama.

En la práctica, sin embargo, las medidas que se proponen actualmente no parecen estar a la altura del reto. El plan de estímulo fiscal, aunque sin duda será de ayuda, probablemente no hará más que mitigar los efectos económicos colaterales del fenómeno deflación-deuda. Y el tan esperado anuncio del plan de rescate de los bancos ha dejado a todo el mundo más confuso que tranquilo.

Existe la esperanza de que el rescate de los bancos termine por convertirse en algo más potente. Ha sido interesante contemplar cómo la posibilidad de una nacionalización temporal de los bancos pasaba de tener una aceptación marginal a otra mayoritaria, hasta el punto de que republicanos como el senador Lindsey Graham han admitido que podría ser necesaria. Pero, incluso si finalmente hacemos lo que sea necesario en el frente bancario, eso sólo resolvería una parte del problema.

Si quieren ver lo que realmente cuesta sacar a la economía de la trampa de la deuda, fíjense en el enorme proyecto de obras públicas, también conocido como II Guerra Mundial, que puso fin a la Gran Depresión. La guerra no sólo condujo al pleno empleo, también produjo un rápido aumento de los ingresos y una inflación considerable, todo ello sin que el sector privado solicitara prácticamente ningún crédito. Hacia 1945, la deuda del Gobierno se había disparado, pero el porcentaje de la deuda del sector privado respecto al PIB era sólo la mitad de lo que había sido en 1940. Y este bajo nivel de deuda privada contribuyó a que se dieran las condiciones propicias para la gran expansión de la posguerra.

Puesto que no hay nada parecido a eso sobre el tapete, ni parece probable que vaya a haberlo en un futuro próximo, las familias y empresas tardarán años en liquidar las deudas que tan alegremente contrajeron. Lo más probable es que el legado de nuestra época de ilusión -nuestra década con Bernie- sea una larga y dolorosa depresión. .

AUTOR : PAUL KRUGMAN
FUENTE : EL PAIS

La crisis, los intereses y la incertidumbre. Reflexiones

En el mes de agosto del 2008, a casi todos los gurues de la economía neoclásica no les pasaba por la mente que el mundo estaba a punto de entrar en una nueva crisis. Salvo algunos analistas, mas bien de corte keynesiano, como Stiglitz, Krugman o Rodrik, que fueron advirtiendo sobre la inminencia de una crisis, el resto pensaba que los mercados harían su trabajo y procesarían la crisis casi de manera automática o endógena como se diría técnicamente.

Hoy, a inicios del 2009, el panorama es sombrío y, nuevamente, los gurues neoclásicos no saben si lo peor vendrá el primer o segundo semestre, o si la recuperación vendrá el 2010 o recién el 2011.

¿Cómo es posible que economistas calificados, con todo el arsenal teórico y econométrico con que cuentan, fueran incapaces de predecir lo que se vino y no pueden saber lo que se vendrá? ¿Será que los fenómenos económicos pueden ser predecibles sólo hasta cierto punto y el resto depende de factores no tomados en cuenta por la teoría económica?

No es fácil responder a estas preguntas. Sin embargo, planteamos como hipótesis que en general, cuando se incluye en el análisis los intereses económicos y políticos involucrados en la dinámica económica y los comportamientos psicológicos en situaciones de incertidumbre, es que uno se puede acercar a una mejor explicación de los fenómenos, a conocer las causas de la crisis y a intuir en qué momento se comienza a salir. Desde otro punto de vista, la teoría económica neoclásica, tal como se enseña en las universidades, no permite aquilatar todos los contornos de los fenómenos económicos, porque sólo ven los temas económicos sin relacionarlos con los políticos y los psicológicos. Esta parcelación y aislamiento del fenómeno económico está influenciada por una ideología específica.

El problema es que a menudo, los economistas nos consideramos técnicos neutros, sin revelar que en el fondo nos identificamos con intereses, generales o particulares, de algún grupo social, de alguna empresa o de algún sindicato, es decir, que tenemos una ideología que subyace a nuestras teorías económicas. Es decir, ningún análisis económico es totalmente aséptico de algún interés social y todo economista es tributario de alguna ideología.

Es por ello que cuando sobreviene una crisis económica o financiera, hay que tener cuidado de que la solución se base en el análisis antes que en la ideología y, sobre todo, es importante saber quien gana y quien pierde en una crisis, es decir qué intereses son afectados y qué otros favorecidos.

En consecuencia, se podría decir que la crisis habría provenido de una dinámica económica que por favorecer intereses de ciertos agentes económicos o grupos sociales, que bajo una débil regulación estatal de los mercados, habría llevado a una situación de desequilibrio duradero entre oferta y demanda, que es en realidad una crisis. Los economistas que “no la vieron”, en realidad estaban defendiendo negocios en marcha bajo la premisa de que la economía mundial se seguía expandiendo, sobre la base de nuevos países grandes y de crecimiento acelerado como la de China e India y algunos países de América Latina. Como los mercados se autorregulan según la ideología neoliberal, no había que preocuparse.

Pero, por otro lado, los mercados no siempre se autorregulan por que muchas empresas y a veces el propio estado genera asimetrías en la información, en algunos casos para no revelar a la competencia los datos propios o, en otros, para ocultar estrategias o resultados que no se desea que se conozcan. El caso extremo de esta situación fue la doble contabilidad que llevaba la Empresa ENRON, cuya información falsa dio lugar a malas decisiones de empresas y familias, generando gran desconfianza y pérdidas. En todos estos casos, en los que existe información asimétrica, comportamientos azarosos o falsos, se generan situaciones de incertidumbre, en las cuales las decisiones llevan a malas asignaciones de recursos y en general a resultados perversos.

Esto es lo que ha ido sucediendo progresivamente con la crisis actual, pues, por ejemplo el caso de los créditos hipotecarios conocidos como “sub prime”, sobre cuyos clientes no se tenía la información completa sobre sus posibilidades de pago, pues en muchos casos los que tomaron estos créditos lo hicieron para mejorar sus intereses, teniendo una segunda casa a un precio bajo, es decir actuaron para mejorar sus intereses sobre la base de información asimétrica. Así estos “free riders” fueron los principales agentes que inflaron la burbuja hipotecaria con información incompleta, tendenciosa o falsa, desencadenando una crisis cuyo desarrollo y término es una incógnita.

Lo cierto es que cuando los mercados fallan y no pueden autorregularse, el resultado simple es la bancarrota de aquellos que trasgredieron ciertas reglas económicas y contables. Su traducción real es el desempleo, pobreza y la quiebra de grandes empresas y bancos. Esto es lo que debería haber sucedido, de no existir estados que por causas de fuerza mayor – un probable colapso del sistema económico mundial- se vieron en la necesidad de intervenir, para lo cual se acordaron de las recetas keynesianas, es decir tuvieron que ayudar a que el sacro santo mercado no descarrilara totalmente, con la ayuda de políticas fiscales. Aquí reaparecen los intereses generales de todo el sistema, por encima de los intereses particulares promocionados por el neoliberalismo y la teoría neoclásica. Es decir, se vuelve a poner atención al Estado y su rol interventor y regulador. Es cuando se escucha nuevamente a los promotores de la economía mixta como Samuelson, Rodrik, Wade, que dejaron de tener predicamento durante la era neoliberal, para quienes el capitalismo debe funcionar con mercados supervisados y regulados por el Estado y, eventualmente, con intervenciones puntuales sobre todo en lo referente a bienes y servicios públicos, lo que mejora la información.

Sin embargo, a la hora del salvataje son los intereses particulares los que aparecen en primer lugar, pero con un cierto orden de prioridad. Este orden está dado por la estructura económica y social de una sociedad basada en los principios de la propiedad privada y los intereses propios que tienen una cierta prelación, dado por su lugar y rol en los mercados. Ocurre así que para que el sistema no se hunda hay que salvar a los bancos, los monopolios y a las grandes empresas, que son las que tienen millones de clientes, en lugar de salvar a los clientes. Esto es lo que sucedió en el caso del Banco Lehman Brothers, que habiendo quebrado no fue salvado, lo que es una natural corrección hecha por el mercado a un intermediario que no supo administrar su negocio. Sin embargo, le quiebra de Lehman Brothers es tomado como el mayor error del gobierno americano, pues al no salvarlo desencadenó la enorme crisis financiera y económica que está viviendo la economía americana y que contagia a todo el mundo. Existen pues nodos que son los que articulan intereses y que organizan el mercado en general de manera poco competitiva.

Visto así, el salvataje de las familias o pequeñas empresas que se endeudaron para comprar casas o hacer alguna inversión, si bien podría ser políticamente rentable, no tendría posibilidades de salvar al “sistema”. En consecuencia, estamos atrapados sin salida. El salvataje tiene que hacerse de arriba hacia abajo, del más grande al más pequeño, de lo contrario el sistema económico no tiene salida, o quizás tendría una salida distinta a la que conocemos de experiencias pasadas, como la crisis del 29.

Lo que viene en seguida es el desarrollo de la crisis. El problema es cómo se aumenta la demanda o como se disminuye la oferta, para ello hay políticas fiscales o la reducción de la inversión. En ambos casos se requiere de una recuperación de la credibilidad en el sistema, es decir se requiere que mejore la información sobre las empresas, las familias y el estado, lo que ha de obligar a redefinir los sistemas de regulación de los mercados, el incremento de la transparencia corporativa y del estado. En el fondo la crisis podrá tener solución si los códigos éticos se renuevan y las malas prácticas se castigan.

Finalmente, la crisis actual da punto final a la era del denominado neoliberalismo, es decir del dominio exacerbado de la ideología pro mercado y de la defensa de los intereses particulares en nombre del principio de la libertad, al punto de haberlo convertido en ideología. La lección es que cuando la ideología se antepone a la realidad y, sobre todo, se impone, los resultados tarde o temprano van a chocarse con ella, sea esta la del mercado o del sistema planificado, pues la realidad es como son las cosas y la ideología es como uno quisiera que sean.

Es probable que la crisis redefina la estructura económica y los intereses, pero es necesario aprender de la experiencia. Será necesario mayor regulación estatal, para tener mejor información, pero también será necesario replantear los intereses colectivos no como la suma de intereses particulares, sino como una combinatoria, lo que con toda seguridad llevará a redefinir el papel del estado a escala nacional y a escala mundial. Es obvio, que frente a una crisis global no hay un estado mundial para enfrentarla sino muchos estados particulares cuya coordinación es difícil y depende mucho de los intereses.

AUTOR : EFRAIN GONZALEZ DE OLARTE
FUENTE : ECONOMIA PERUANA