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domingo, 22 de marzo de 2009

Gobiernos y crisis en América Latina

Hace cuatro décadas el mapa político de América latina estuvo marcado por golpes de Estado, dictaduras militares, gobiernos conservadores y el auge del neoliberalismo. Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia, Haití, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Guatemala y El Salvador caían en manos de las fuerzas armadas y en guerras de liberación nacional contra la opresión. Detenidos desaparecidos, torturas, exilios y violación continuada de los derechos humanos fue su marca distintiva. Asimismo persistían gobiernos conservadores bajo fórmulas bipartidistas o encausadas bajo un partido Estado. Colombia, Venezuela, República Dominicana, Costa Rica, Perú o México. Salvo Panamá y Cuba, la región reproducía los conflictos derivados de la aplicación del neoliberalismo. Bajo el amparo del Fondo Monetario y el Banco Mundial se desarrollaron sus directrices. La doctrina de la seguridad nacional y mas adelante las guerras de baja intensidad soliviantaron su control y arsenal doctrinario. El discurso anticomunista fue su antorcha mientras los conflictos se encuadraron en la guerra fría. Una vez concluida, se construyó un nuevo mensaje legitimador. El consenso de Washington y la ideología de la globalización se presentaron como la encarnación del neoliberalismo triunfante. Se proclamó el advenimiento de una tercera revolución propia de la era de la información y el cambio de paradigmas. El orden del caos y la complejidad. Nuevas ciencias, nuevos principios. Era obligado diseñar el futuro y sus coordenadas. Aproximar las expectativas del neoliberalismo a las necesidades de un nuevo actor, el consumidor, sustituto del ciudadano. Una contrarrevolución en las formas del actuar y del pensar en medio de la instauración neo oligárquica del poder.

En el ámbito económico, se homologó el concepto de caos espontáneo a las leyes de la oferta y la demanda. La mano invisible de Adam Smith se rescató junto a Hayek y Rawls para reconstruir "objetivamente" los principios de una economía de mercado. Ocho premios Nobel de Economía entre 1974 y 1995 eran miembros del grupo de Mont-Pèlerin, grupo creado por Hayek. Se habló de retirada del Estado de la economía. De constreñir el gasto público y privatizar. De organizar la sociedad como un mercado autorregulado, pasando el capital privado a tener el control sobre la asignación de los recursos en la producción y el consumo. Se naturalizó el lenguaje. Nichos de trabajo, dinero semilla y yacimientos de empleo.

Liberalizar el comercio, eliminar barreras arancelarias y favorecer las inversiones financieras a corto y medio plazo con criterios especulativos fueron parte del dogma. Se llegó a conceptualizar los capitales invertidos en dicha especulación como capitales golondrinas. Emigraban en caso de nubarrones y mal tiempo. Los efectos prácticos no se hicieron esperar. En lo político su implante se acompañó de un creciente totalitarismo invertido y desmovilizador. Así se limitaron los derechos civiles, desarticulando las respuestas organizadas de las clases populares. Su existencia era una traba para los regímenes neoliberales. La trilateral habló de simetría de los procesos. Favorecer el nacimiento de una gobernabilidad equiparable a la democracia representativa existente en los países centrales. Redefinir el capitalismo y universalizar su razón cultural.

En medio de esta orgía, los resultados no se hicieron esperar. Gobiernos ilegítimos, corrupción política generalizada inherente al capitalismo. La frustración crecía en quienes habían creído en el discurso de un mundo más igualitario. Los objetivos del neoliberalismo no llegaron. Ni las transiciones de los años 80, ni los tratados de libre comercio, ni la era de la globalización en los años 90 del siglo pasado fueron un revulsivo. Más bien profundizaron la herida. Los primeros avisos se dan en Venezuela. El Caracazo, diciembre de 1989, supone un levantamiento popular contra las políticas del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. Más de mil muertos a manos del ejército. Más adelante, el primero de enero de 1994, la gran remontada. El EZLN, en México, se alzaba contra el neoliberalismo y en defensa de la humanidad, poniendo en evidencia las contradicciones de las políticas excluyentes y el discurso de apertura democrática y modernización. Conceptos como dignidad, justicia social y democracia se reivindicaban en el marco de un continente frustrado dentro de un Ya basta generalizado.

El corralito en Argentina, el hambre, la pobreza y la explotación infantil eran una realidad constable. Los objetivos de aminorar las desigualdades y favorecer la cohesión social levantadas por los neoliberales eran una quimera. Pero sus ideólogos, acólitos, y funcionarios prefirieron no variar el rumbo. Perseveraron en el error. Un discurso fundamentalista de los beneficios inherentes a una economía de mercado, facilitó idealizar la iniciativa privada. La nueva gestión pública, aplicación de los criterios del beneficio y la ganancia de la empresa privada a la administración ha sido un verdadero desastre.

Sin embargo, mostrar desconfianza en las acciones emprendidas por las entidades financieras y gubernamentales era suficiente para ser arrinconado. El paroxismo del proyecto neoliberal se hizo presente en discursos complacientes ofreciendo una era de esplendor aplazada sine die. Con las expectativas por los suelos, a fines del siglo XX los movimientos político-sociales toman la iniciativa haciendo caer a gobiernos: Argentina, Ecuador y Bolivia. Al socialconformismo se le contrapone una acción crítica. En algunos casos, los cambios no alteran el proceso neoliberal, aunque lo administran. La crisis se profundiza con los gobiernos considerados progresistas en Chile, Brasil, Uruguay. No hay un punto de inflexión, son parte del engranaje. Venezuela, Bolivia, Ecuador, y Paraguay se plantean una refundación del Estado y la nación. Pactos constitucionales, bajo una propuesta anticapitalista, popular, democrática y antimperialista. En esta lógica, Brasil se alza con un proyecto subimperialista. Mientras tanto, los triunfos electorales del FSLN en Nicaragua y del FMLN en El Salvador o los cambios en Panamá se articulan en torno a una mutación de sus organizaciones. Sus políticas administran la crisis y se apoyan en las lógicas descarnadas del mercado. Mientras tanto, subsisten gobiernos contrainsurgentes, caso de Colombia, y en México la mafia toma el poder real. Militarización de la sociedad en medio de una crisis de legitimidad. En síntesis, América Latina posee gobiernos empeñados en salvar el sistema y perpetuar la desigualdad, y otros, los menos, buscan una propuesta alternativa, romper con el capitalismo. La historia dirá. En medio, Cuba persevera.

AUTOR :Marcos Roitman Rosenmann
FUENTE : LA JORNADA

¿Qué le pasa a Europa?

Me preocupa Europa. De hecho, me preocupa el mundo entero; no hay refugios que estén a salvo de la tormenta económica mundial. Pero la situación de Europa me preocupa todavía más que la de EE UU.

Quiero dejar claro que no pretendo repetir ahora las quejas estadounidenses de rigor sobre que en Europa los impuestos son demasiado altos y las prestaciones demasiado generosas. Los grandes Estados del bienestar no son la causa de la actual crisis europea. De hecho, como explicaré brevemente, son un factor atenuante.

El peligro claro y actual que amenaza a Europa ahora mismo viene de otra dirección: la incapacidad del continente para responder de forma eficaz a la crisis financiera. Europa se ha quedado corta en lo referente tanto a la política fiscal como a la monetaria: se enfrenta a una depresión que es al menos tan grave como la de Estados Unidos y, sin embargo, está haciendo mucho menos para combatirla.

En lo que se refiere al aspecto fiscal, la comparación con EE UU es sorprendente. Muchos economistas, entre los que me incluyo, sostienen que el plan de estímulo de la Administración de Obama es demasiado reducido, teniendo en cuenta la gravedad de la crisis. Pero las medidas de EE UU hacen que todo lo que los europeos están haciendo parezca pequeño.

La diferencia en cuanto a la política monetaria es igual de llamativa. El BCE ha tenido mucha menos iniciativa que la Reserva Federal; ha sido lento a la hora de rebajar los tipos de interés (de hecho los subió el pasado mes de julio) y ha rehuido cualquier medida contundente para descongelar los mercados crediticios.

Lo único que está actuando a favor de Europa es lo mismo por lo que recibe la mayoría de las críticas: la magnitud y la generosidad de sus redes de seguridad social, que están amortiguando el impacto del desplome económico. Éste no es asunto baladí. La asistencia sanitaria universal y los generosos subsidios por desempleo garantizan que, al menos hasta la fecha, en Europa no haya tanto sufrimiento humano como lo hay en EE UU. Y estos programas también contribuirán a que se mantenga el gasto durante la depresión. Pero estos "estabilizadores automáticos" no son un sustituto de la acción positiva. ¿Por qué se está quedando corta Europa? La falta de liderazgo tiene parte de la culpa. Los responsables de la banca europea, que no se percataron de la gravedad de la crisis, siguen pareciendo extrañamente satisfechos consigo mismos. Para oír en EE UU algo parecido a las diatribas ignorantes del ministro de economía de Alemania, uno tiene que escuchar a, bueno, los republicanos.

Pero hay un problema más grave: la integración económica y monetaria de Europa va demasiado por delante de sus instituciones políticas. Las economías de los muchos países europeos están casi tan estrechamente vinculadas como las economías de los muchos Estados de EE UU, y la mayor parte de Europa comparte una moneda común. Pero, a diferencia de EE UU, Europa no tiene esa clase de instituciones de alcance continental necesarias para lidiar una crisis de alcance continental.

Éste es uno de los motivos principales para la falta de medidas fiscales: no hay ningún Gobierno que esté en situación de asumir la responsabilidad de la economía europea en su conjunto. En lugar de eso, lo que Europa tiene son gobiernos nacionales, cada uno de los cuales es reacio a incurrir en grandes deudas para financiar un estímulo económico que traspasaría muchos de sus beneficios, si no todos, a los votantes de otros países.

Se podría esperar que la política monetaria fuese más enérgica. Al fin y al cabo, aunque no haya un Gobierno europeo, sí que hay un Banco Central Europeo. Pero el BCE no es como la Reserva Federal, que puede permitirse ser atrevida porque está respaldada por un Gobierno nacional unitario, un Gobierno que ya ha tomado medidas para compartir los riesgos que conlleva la audacia de la Reserva, y que seguramente cubrirá las pérdidas de la Reserva si sus esfuerzos por descongelar los mercados financieros fracasan. El BCE, que debe responder a 16 gobiernos a menudo en desacuerdo, no puede contar con un apoyo similar. En otras palabras, Europa está demostrando que es estructuralmente débil en tiempos de crisis.

La principal pregunta es qué pasará con esas economías europeas que prosperaron durante la época de dinero fácil de hace unos años y, en concreto, con España.

Durante gran parte de la década pasada, España fue la Florida de Europa, con una economía que se mantenía a flote gracias al enorme auge especulativo de la vivienda. Al igual que en Florida, la expansión se ha transformado en recesión. España necesita encontrar nuevas fuentes de ingresos y de empleo para sustituir los trabajos perdidos en la construcción.

En el pasado, España habría tratado de mejorar su competitividad devaluando su moneda. Pero ahora su moneda es el euro, y parece que la única forma de salir adelante es iniciar un demoledor proceso de recortes salariales. Esto habría sido difícil en la mejor de las épocas; y será casi inconcebiblemente doloroso si, como parece muy probable, la economía europea en su conjunto está en crisis y con tendencia a la deflación durante años.

¿Significa todo esto que Europa cometió un error al permitir una integración tan estrecha? ¿Significa, en concreto, que la creación del euro fue un error? Tal vez. Pero Europa todavía puede demostrar que los escépticos se equivocan, si sus políticos empiezan a dar muestras de una mayor capacidad de liderazgo. ¿Lo harán? -

AUTOR :Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y Premio Nobel de Economía 2008.
FUENTE : DIARIO EL PAIS