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jueves, 16 de enero de 2014

La guerra contra la pobreza

  

 

Por Paul Krugman*

EL PAIS

 

El estancamiento de los salarios es la razón por la que la pobreza resulta tan difícil de erradicar

 Han transcurrido 50 años desde que Lyndon Johnson declaró la guerra a la pobreza. Y ha sucedido algo curioso mientras se acercaba este aniversario. De repente, o eso parece, los progresistas han dejado de pedir disculpas por sus esfuerzos en defensa de los pobres y, en vez de eso, han empezado a proclamarlos a los cuatro vientos. Y los conservadores se han puesto a la defensiva.

No era esto lo que se esperaba. Durante mucho tiempo, todo el mundo sabía —o, para ser más exactos, “sabía”— que la guerra contra la pobreza era un lamentable fracaso. Y se sabía por qué: era culpa de los propios pobres. Pero eso que todo el mundo sabía no era cierto, y los ciudadanos parecen haberse dado cuenta.
La historia era esta: los programas contra la pobreza no habían logrado reducirla porque la pobreza en Estados Unidos era en esencia un problema social; un problema relacionado con las familias rotas, la delincuencia y una cultura de la dependencia que las ayudas públicas no hacían más que agravar. Y como todo el mundo se creía esta historia, despotricar contra los pobres era una buena política, acogida con entusiasmo por los republicanos y también por algunos demócratas.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Bancocracia: De los templarios a Goldman Sachs

  




Por Eric Toussaint
CADTM
 
Traducido por Alberto Nadal



Desde el siglo XII hasta comienzos del siglo XIV, la Orden de los Templarios, presente en una gran parte de Europa, se convirtió en banquero de los poderosos. Contribuyó a financiar varias cruzadas. A comienzos del siglo XIV, se había convertido en la principal acreedora del rey de Francia Felipe el Hermoso. Frente al peso de una deuda que gravaba sus recursos, Felipe el Hermoso se libró de sus acreedores y, de la misma, de su deuda, demonizando la Orden de los Templarios, acusándola de múltiples crímenes |1|. La Orden fue prohibida, sus jefes ejecutados y sus bienes confiscados. La Orden de los Templarios carecía de un estado y de un territorio para hacer frente al rey de Francia. Su ejército (15.000 hombres, de ellos 1.500 caballeros), su patrimonio y sus créditos con los dirigentes no la protegieron de la potencia de un estado decidido a eliminar a su principal acreedor.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Burbujas en la sopa






Por Nouriel Roubini
 



Mientras el crecimiento del PBI, inferior a su tendencia previa, y el elevado desempleo continúan afectando a las economías más avanzadas, sus bancos centrales han recurrido cada vez más a políticas monetarias no convencionales. Las medidas se sirvieron cual una sopa de letras: PTIC (política de tasa de interés cero); FC (flexibilización cuantitativa, o compras de bonos gubernamentales para reducir las tasas de largo plazo cuando las tasas de referencia de corto plazo son cero); FCr (flexibilización del crédito, o compras de activos privados orientadas a reducir el costo del capital para el sector privado); y OBPF (orientación basada en promesas sobre el futuro, o el compromiso de mantener la FC o la PTIC hasta, por ejemplo, que la tasa de desempleo alcance un cierto objetivo). Algunos incluso llegaron a proponer una PTIN (política de tasa de interés negativa).
Sin embargo, las tasas de interés se han mantenido obcecadamente bajas y las de desempleo, inaceptablemente altas, en parte debido a que el aumento de la oferta monetaria posterior a la FC no condujo a la creación de crédito para financiar el consumo privado o la inversión. En lugar de ello, los bancos han acumulado el aumento de la base monetaria en forma de reservas excedentes ociosas. Hay una restricción crediticia, ya que los bancos con capital insuficiente no desean prestar a acreedores riesgosos y el lento crecimiento, junto con los elevados niveles de endeudamiento de los hogares, también ha deprimido la demanda de crédito.

sábado, 26 de octubre de 2013

El conflicto capital-trabajo en las crisis actuales

  



Por Vicenc Navarro



Es sorprendente que en la extensísima literatura que se ha escrito sobre las causas de las crisis actuales muy poco se ha centrado en el conflicto capital-trabajo (lo que solía llamarse lucha de clases) y su génesis en el desarrollo de tal crisis. Una posible causa de esta situación es la enorme atención que ha tenido la crisis financiera como la supuesta causa de recesión actual. Pero tal atención ha desviado a los analistas del contexto, no sólo económico, sino político, que no sólo determinó, sino que configuró tal crisis financiera así como la económica, la social y la política. En realidad no se puede analizar cada una de ellas y la manera como están relacionadas sin referirse a tal conflicto. Como bien dijo Marx, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Y las crisis actuales (desde la financiera a la económica, pasando por la social y política) es un claro ejemplo de ello.
Veamos los datos. Durante el periodo post II Guerra Mundial, dicho conflicto se mantuvo a través de un pacto entre el capital y el mundo del trabajo que determinó que los salarios, incluyendo el salario social (que se reflejó en el aumento de la protección social mediante el desarrollo de las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar), evolucionaran acorde, predominantemente, con el aumento de la productividad. Como consecuencia de ello, las rentas del trabajo aumentaron considerablemente, alcanzando su máximo (a los dos lados del Atlántico Norte) en la década de los setenta (la participación de los salarios, en términos de compensación por empleado, en EEUU fue del 70% del PIB; en los países que serían más tarde la UE-15, este porcentaje era el 72,9%; en Alemania un 70,4%; en Francia un 74,3%; en Italia un 72,2%; en el Reino Unido un 74,3% y en España un 72,4%).
Este pacto social se rompió a finales de la década de los setenta y principios de los años ochenta como consecuencia de la rebelión del capital ante los avances del mundo del trabajo. La respuesta del capital fue el desarrollo de una cultura económica nueva basada en el liberalismo, pero con una mayor agresividad, resultado, en aquel momento, de su postura defensiva frente a los avances del mundo del trabajo. Su versión en políticas públicas fue lo que se ha llamado neoliberalismo, que tenía como objetivo recuperar el terreno perdido mediante el debilitamiento del mundo del trabajo . A partir de entonces, el crecimiento de la productividad no se traduciría tanto en el incremento de las rentas del trabajo, sino en el aumento de las rentas del capital. Y esta respuesta, mediante el desarrollo de las políticas neoliberales (que constituían un ataque frontal a la población trabajadora), ha sido muy exitosa. Las rentas del trabajo descendieron en la gran mayoría de países citados anteriormente. En EEUU pasaron a representar en 2012 el 63,6% del PIB; en los países de la UE-15 el 66,5%; en Alemania el 65,2%; en Francia el 68,2%; en Italia el 64,4%; en el Reino Unido el 72,7%; y en España el 58,4%. El descenso de las rentas del trabajo durante el periodo 1981-2012 fue de un 5,5% en EEUU, un 6,9% en la UE-15, un 5,4% en Alemania, un 8,5% en Francia, un 7,1% en Italia, un 1,9% en el Reino Unido y un 14,6% en España, siendo este último país donde tal descenso fue mayor.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La crisis de la Economía Mundial y el cambio en el equilibrio de fuerzas






Por Ibrahim Okçuoglu*
ECOPORTAL




Para salvarse, los monopolios internacionales transfirieron sus exceso de capital a los países de BRIC (Brasil, Rusia, India, China - ahora se llama BRICS después de la participación de África del Sur) y a los países como Taiwán, México, Tailandia, Argentina, Corea del Sur, Turquía, países que se definen como "mercados emergentes". De hecho, como consecuencia, se ve una cierta reactivación, e incluso el aumento en la economía en estos países, mientras que en la mayoría de los otros países, incluidos los países imperialistas occidentales, la economía tocó fondo. El centro la crisis era Estados Unidos, Japón, y en especial en Europa.
La crisis económica mundial que está en curso desde 2008 demostró que muchas cosas resultaron mal para el capital. Las estructuras del capitalismo monopolista de Estado establecidos específicamente después de la Segunda Guerra Mundial, de conformidad con las condiciones de la economía mundial de aquellos días ya no están funcionando como deberían y no convienen a los intereses del capital monopolista. Además, el neocolonialismo como parte de estas estructuras también está en una profunda crisis, y como revela la actual crisis económica muchas nuevas colonias de ayer hoy en día tienen un poder competitivo en los mercados regionales y mundiales. El objetivo principal de la construcción del capitalismo monopolista de Estado después de la Segunda Guerra Mundial era la continuación de la dominación de los países imperialistas occidentales en la economía y la política mundial. Hoy en día tal dominación es dudoso; surgieron economías "emergentes", también cambió el equilibrio de poder entre los países imperialistas. Después de la Primera Guerra Mundial, el centro de producción del mundo capitalista pasó de Europa a América del Norte. Ahora pasó de los EE.UU. y la UE a Asia. El eje de Estados Unidos y Asia está sustituyendo al eje de los Estados Unidos y Europa que hasta la fecha jugó un papel decisivo en la economía mundial. En otras palabras el eje de trans-pacífico sustituye el eje trans-atlántico.
En el período 2009/2010 la mejora temporal y parcial de la economía mundial dio esperanza a la burguesía imperialista de que estamos saliendo de la crisis. Cuando grandes bancos de Estados Unidos estaban siendo destruidos uno a uno, países imperialistas y otros países del G-20 después de varios intentos - los cumbres de G-20 - empujando a un segundo plano las contradicciones que existen entre ellos, y lograron formar una gestión temporal de crisis.
El objetivo era llevar la economía global a un estado controlable es decir terminar la crisis. Ellos quisieron evitar la desestabilización incontrolada del sistema capitalista mundial y el surgimiento de una crisis revolucionaria en todo el mundo.
Si en aquel tiempo - en 2009/2010 - hubo un alivio temporal es sólo por el incentivo financiero de proporción gigantesca que se expresa en trillones de dólares. La economía mundial y el sistema financiero se mantuvo gracias a este incentivo.
La destrucción de capital se detuvo temporalmente. Pero hasta entonces, la cantidad de capital que se evaporó en las bolsas de valores del mundo era ya masiva: antes del dicho período de la mejoría temporal la capitalización en el mundo de bolsa de valores había caído de 65 trillones de dólares a finales de 2007 a 35 trillones de dólares a finales de 2008, el "valor" pérdida en las bolsas de valores en el mundo había llegado a 43,4 por ciento entre el Octubre 2007 y Octubre 2008. O sea, el importe de la capitalización de los mercados bursátiles del mundo cae de 62,57 trillones en 31 de Octubre de 2007 a 25,558 trillones de dólares en el 6 de Marzo 2009 y la perdida el mismo periodo llega a 37,01 trillones de dólares, es decir se realiza una destrucción de capital de 59,2 por ciento.
Para salvarse de la destrucción de capital los monopolios internacionales transfirieron sus exceso de capital a los países de BRIC (Brasil, Rusia, India, China - ahora se llama BRICS después de la participación de África del Sur) y a los países como Taiwán, México, Tailandia, Argentina, Corea del Sur, Turquía, países que se define como "mercados emergentes". De hecho, como consecuencia, se ve una cierta reactivación, e incluso el aumento, en la economía en estos países, mientras que en la mayoría de los otros países, incluidos los países imperialistas occidentales, la economía tocó fondo. El centro la crisis era Estados Unidos, Japón, y en especial en Europa.
Cuando vemos la evolución de 2010 hasta la actualidad, como mostraremos más adelante, la situación es que a crisis económica mundial puede ser controlada pero no se ha salido de la crisis todavía.
A finales de 2008 los países de G-20 a fin de evitar colapso del sistema financiero y económico mundial comenzaron a bombear una enorme cantidad de capital al sistema. Los famosos "paquetes de ayuda" llegaron a una cantidad total de 27 trillones de dólares. ¿A qué precio? A precio de una deuda pública con una cantidad sin precedentes hasta ese día. Esa cantidad bombeada sistema inevitablemente condujo a la hinchazón de la especulación y en el junio de 2012 el comercio de derivados aumentó a 639 trillones de dólares. Esta cantidad corresponde a un monto diez veces más del producto bruto mundial.
La gestión de crisis, no ha podido resolver el problema a resolver, no ha podido abrir la ruta de salida de la crisis económica, sino más bien causó a la acumulación de contradicciones, profundizaron las contradicciones que surgen del desequilibrio de desarrollo en la economía mundial y de cuestión del equilibrio de fuerzas: por un lado los Estados Unidos, Japón y la UE que dominó la economía-mundial capitalista hasta ahora, por otra parte los países BRICS y algunos otros países "emergentes".
La economía mundial está marcada por dos tendencias que se encuentra frente a frente, por dos desarrollos diferentes: por un lado una crisis en curso en los viejos países capitalistas (EE.UU., UE, Japón), por otra parte una economía en recuperación y en fase ascendente en los países BRICS, y en muchos países "emergentes".

Los países BRICS han beneficiado más de la gestión de crisis dirigido por los países imperialistas occidentales y por los G-20. Por ejemplo, la participación de estos países en la producción mundial bruto aumentó de 8,9 por ciento en 2000 a 20,2 por ciento en 2011, o sea un poco más del doble. Así, los BRICS han sido una potencial importante en la economía mundial, ha sido un factor que no puede ser ignorada. El otro lado de este desarrollo es que durante el mismo período, la participación de la OCDE en la producción bruta mundial bajó de 81,2 por ciento a 65,9 por ciento.
Los países BRICS a excepción de Rusia fueron antiguos países coloniales. La internacionalización del capital y de la producción en estos países, sus inversiones orientadas a la producción ha acelerado el proceso de su transición de ser países agrícolas a ser países industrializados. Así estos países no solo son centros de producción que producen para el mercado mundial, sino también se han convertido en indispensables, nuevas y crecientes mercados para los productos mundo, para los monopolios internacionales. Los países BRICS y otros "economías (países) emergentes" han sido casi un salvavidas para países imperialistas occidentales y los monopolios internacionales. Ellos se dirigieron hacia esos países por la falta de oportunidades de inversión con una cantidad máxima de ganancia en otras zonas del mundo.
Por supuesto, la economía mundial puede salir del crisis antes de que estos países entran a una crisis. Pero no hay ninguna garantía de que esos países entran a un crisis por el efecto de la crisis actual. El "enfriamiento" de las economías de estos países en los últimos tiempos, la desaceleración del crecimiento, la tendencia de recesión son signos directos de que la dirección de la evolución es hacia lo negativo.
Muchos casos que se observa en la economía mundial nos muestra que la crisis continuará durante un determinado período. Sería una profecía decir por cuanto tiempo la crisis va a continuar. Pero la situación en los diferentes sectores, por ejemplo, la situación en el sector del automóvil demuestra que la industria automotriz en Europa puede salir del crisis a lo mejor en 2016. Esto significa que se seguirá la destrucción del capital constante en la industria automóvil de europea, es decir, las empresas cerrarán y los trabajadores serán despedidos.
No queda nada de las medidas del periodo de 2009/2010 cuando los países imperialistas y los demás países del G-20 han unido para influir en el curso de la crisis. Las medidas adoptadas para proteger a su propio capital en riesgo en ese momento es hoy algo que se profundiza en forma de competencia despiadada. Eso nos muestra el estado el sector del automóvil. El número de nuevos permisos expedidos para los vehículos (en este caso a los coches) de todo el mundo había aumentado en 2007 un 11,9 por ciento subiendo de 59 millones a 66 millones. En el mismo período la participación de Europa se redujo del 27 por ciento al 19 por ciento y la del América del Norte se redujo a 26 por ciento desde el 32 por ciento, mientras la participación de las zonas de Asia y el Pacífico subió a 37 por ciento del 25 por ciento. Eso significa que cerrarán un gran número de negocio de automotriz que pertenece a los europeos y norteamericanos, y miles de trabajadores serán despedidos.
Por supuesto, todo el tiempo, especialmente en tiempos de crisis, una serie de gente sabia para controlar y dirigir la sociedad hacen predicciones sobre el futuro de la economía, sobre cuánto se va crecer. Por alguna razón la estimación presentada por cada uno de ellos resulta falso pero ellos siguen con sus predicciones ya que es su trabajo. Se estiman crecimientos entre 3 y 3.3 por ciento. Las evaluaciones de estos chamanes de la economía mantienen su valor solamente durante unos meses. Unos pocos meses después revisan su estimación hacía abajo o hacía arriba.
No se puede hacer estimaciones el curso del desarrollo de la economía? Por supuesto que sí se puede. Pero para poder hacerlo hay que definirse correctamente las fuerzas impulsoras cíclicos que verdaderamente determinan el curso del desarrollo económico. Así que cuando lo miramos desde esta perspectiva vemos que la fuerza central impulsora que mantiene a flote la economía, que lo hace funcional durante la crisis del mundo capitalista es la dinámica de la deuda. El capitalismo se ha dirigido auto-producir a través de la comercialización de los excedentes de producción creando una demanda adicional con préstamos. Tal dinámica la produce el propio capitalismo. La demanda en la economía capitalista es bastante inadecuada comparado con la eficiencia que es producto del mismo sistema. Por lo tanto, para que el sistema pueda seguir funcionando se están retirando las posibles ganancias del futuro con el nombre del crédito; el capitalismo logra sobrevivir vendiendo el futuro.
La dinámica de la deuda fue "nacionalizado" con las "paquetes de ayuda" sobre que hemos hablado. Ningún Estado ya es capaz de incurrir en nueva deuda con los tamaños de los años 2009/2010. Se puede intervenir en la economía solamente dentro de ciertos límites. La situación actual muestra que en el próximo período los centros de crisis (los EE.UU., Europa y Japón) de la economía mundial seguirá siendo en esa situación, mientras que en los países que no están en crisis se verá, aunque en diferentes grados, un determinado tendencia de "enfriamiento", de desaceleración. La inestabilidad en las áreas centrales de la economía mundial capitalista, aunque en diferentes grados, conducirá a un estancamiento. Según se ve el país menos inestable es China, mientras Europa se ve especialmente inestable y EE.UU. oscila entre ser estable y inestable.
El estado interrelacional de la economía mundial, hace que los países fácilmente sean afectados desde "afuera": mientras la deuda de EE.UU. causa un efecto estimulante en la coyuntura de economía en otros países - por ejemplo, en China -, una recesión en la economía en uno de los tres centros o un desarrollo adverso imprevisto puede afectar negativamente a los otros centros. En caso de que la economía de EE.UU. entra en una recesión, otros centros inevitablemente se verán directamente afectados.
Está claro que la misma crisis acabó con esperanza de la terminación de la crisis con las medidas tomadas por los dirigentes de los países imperialistas y la economía mundial con su actual curso se está moviendo hacia el nivel de recesión. Ahora vamos a tratar de mostrar con datos que tipo de curso está tomando la crisis en general, y que curso probablemente tomará en el próximo período.



  Ibrahim Okçuoglu es uno de los más distinguidos investigadores y escritores turcos, especialmente en el campo de la economía política. Entre sus libros publicados están: Desarrollo del Capitalismo en Turquía (3 volúmenes), Historia del Desarrollo Desigual y Competencia en el Capitalismo (5 volúmenes), La Filosofía Materialista, La Globalización Imperialista y la Geopolítica, la Contribución de Stalin a la Filosofía, La Crisis Mundial del Capitalismo (2008 ...),*

domingo, 21 de abril de 2013

La depresión del Excel




Por Paul Krugman



¿Puede un error en una hoja de cálculo haber destruido casi por completo la economía de Occidente?

En esta era de la información, los errores matemáticos pueden llevar al desastre. La Mars Orbiter de la NASA se estrelló porque los ingenieros olvidaron hacer la conversión a unidades del sistema métrico; el plan de la ballena de Londres de JPMorgan Chase salió mal en parte porque quienes hicieron los modelos dividieron por una suma en lugar de por una media. De modo que, ¿fue un error de codificación de Excel lo que destruyó las economías del mundo occidental? Esta es la historia hasta la fecha: a principios de 2010, dos economistas de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, divulgaron un artículo, Growth in a time of debt (Crecimiento en una época de endeudamiento), que pretendía identificar un umbral crítico, un punto de inflexión, para la deuda pública. Una vez que la deuda supera el 90% del producto interior bruto, afirmaban, el crecimiento económico cae en picado.
Reinhart y Rogoff tenían credibilidad gracias a un libro anterior admirado por todo el mundo sobre la historia de las crisis financieras, y el momento escogido era perfecto. El artículo se publicó justo después de que Grecia entrase en crisis y apelaba directamente al deseo de muchos funcionarios de virar del estímulo a la austeridad. En consecuencia, el artículo se hizo famoso inmediatamente; seguramente era, y es, el análisis económico más influyente de los últimos años.
El hecho es que Reinhart y Rogoff alcanzaron rápidamente un estatus casi sagrado entre los autoproclamados guardianes de la responsabilidad fiscal; la afirmación sobre el punto de inflexión se trató no como una hipótesis controvertida, sino como un hecho incuestionable. Por ejemplo, un editorial de The Washington Post de principios de este año advertía contra una posible bajada de la guardia en el frente del déficit porque estamos “peligrosamente cerca de la marca del 90% que los economistas consideran una amenaza para el crecimiento económico sostenible”. Fíjense en la expresión: “los economistas”, no “algunos economistas”, y no digamos ya “algunos economistas, a los que contradicen enérgicamente otros con credenciales igual de buenas”, que es la realidad.
Porque lo cierto es que el texto de Reinhart y Rogoff se enfrentó a críticas considerables desde el principio y la controversia aumentó con el tiempo. Nada más publicarse el artículo, muchos economistas señalaron que una correlación negativa entre la deuda y el comportamiento económico no significaba necesariamente que la deuda elevada fuese la causa de un crecimiento lento. Podría ocurrir perfectamente lo contrario, y que el mal comportamiento económico condujese a una deuda elevada. De hecho, este es evidentemente el caso de Japón, que se endeudó enormemente después de que su crecimiento se hundiese a principio de los noventa.
Con el tiempo, surgió otro problema: otros investigadores, usando datos de deuda y crecimiento aparentemente comparables, no fueron capaces de replicar los resultados de Reinhart y Rogoff. Lo habitual era que encontrasen cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento (pero nada que se pareciese a un punto de inflexión en el 90% ni, de hecho, en ningún nivel concreto de deuda).
Finalmente, Reinhart y Rogoff permitieron que unos investigadores de la Universidad de Massachusetts analizasen la hoja de cálculo original; y el misterio de los resultados irreproducibles se resolvió. En primer lugar, habían omitido algunos datos; en segundo lugar, emplearon unos procedimientos estadísticos poco habituales y muy cuestionables; y finalmente, sí, cometieron un error de codificación de Excel. Si corregimos estos errores y rarezas, obtenemos lo que otros investigadores han descubierto: cierta correlación entre la deuda elevada y el crecimiento lento, sin nada que indique cuál de ellos causa qué, pero sin rastro alguno de ese umbral del 90%.
En respuesta a esto, Reinhart y Rogoff han admitido el error de codificación, han defendido sus demás decisiones y han afirmado que nunca aseguraron que la deuda provoque necesariamente un crecimiento más lento. Esto es un tanto insincero porque repetidamente dieron a entender esa idea aunque evitasen formularla expresamente. Pero, en cualquier caso, lo que realmente importa no es lo que quisieron decir, sino el modo en que se ha interpretado su trabajo: los entusiastas de la austeridad anunciaron a bombo y platillo que ese supuesto punto de inflexión del 90% era un hecho probado y un motivo para recortar drásticamente el gasto público incluso con un paro elevadísimo.
Por eso debemos situar el fiasco de Reinhart y Rogoff en el contexto más amplio de la obsesión por la austeridad: el evidentemente intenso deseo de los legisladores, políticos y expertos de todo el mundo occidental de dar la espalda a los parados y, en cambio, usar la crisis económica como excusa para reducir drásticamente los programas sociales.
Lo que pone de manifiesto el asunto de Reinhart y Rogoff es la medida en que se nos ha vendido la austeridad con pretextos falsos. Durante tres años, el giro hacia la austeridad se nos ha presentado no como una opción sino como una necesidad. Las investigaciones económicas, insisten los defensores de la austeridad, han demostrado que suceden cosas terribles una vez que la deuda supera el 90% del PIB. Pero las investigaciones económicas no han demostrado tal cosa; un par de economistas hicieron esa afirmación, mientras que muchos otros no estuvieron de acuerdo. Los responsables políticos abandonaron a los parados y tomaron el camino de la austeridad porque quisieron, no porque tuviesen que hacerlo.
¿Servirá de algo que se haya hecho caer a Reinhart y Rogoff de su pedestal? Me gustaría pensar que sí. Pero preveo que los sospechosos habituales simplemente encontrarán algún otro análisis económico cuestionable que canonizar, y la depresión no terminará nunca.


 Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008.

sábado, 6 de abril de 2013

La venganza de Marx, o cómo la lucha de clases está definiendo el mundo.

  



Por Michael Schuman


El corresponsal de la revista Time en Beijing, Michael Schuman, ofrece en la sección de “Negocios y dinero” del conservador semanario norteamericano esta angustiada y reveladora reflexión sobre el mundo actual.

Karl Marx parecía muerto y enterrado. Con el hundimiento de la Unión Soviética y el gran salto chino hacia el capitalismo, el comunismo se desvaneció hacia los mundos pintorescos de las películas de James Bond o hacia el mantra manipulado sobre Kim Jong Un. El conflicto de clase que Marx consideraba como determinante en el curso de la historia parecía desvanecerse en una era próspera de libre comercio y libre empresa. El inabarcable poder de la globalización conectó las más remotas esquinas del planeta con los lucrativos bonos de las finanzas y las industrias deslocalizadas y sin fronteras, ofreciendo a todo el mundo, desde los gurús tecnológicos de Sillicon Valley hasta las campesinas chinas, amplias oportunidades de hacerse rico. En las últimas décadas del siglo XX, Asia batió quizá el mas notable récord de reducción de la pobreza de la historia de la humanidad, todo ello gracias a las muy capitalistas herramientas del comercio, la iniciativa empresarial y la inversión extranjera. El capitalismo pareció cumplir sus promesas de elevar a todo el mundo hacia nuevas cotas de riqueza y bienestar. O eso llegamos a creer...

Con la economía global en una larga crisis, y con trabajadores de todo el mundo víctimas del desempleo, la deuda y el estancamiento de sus ingresos, la aguda crítica de Marx al capitalismo (que el sistema es intrínsecamente injusto y autodestructivo) no puede ser tan fácilmente descartada. Marx teorizó que el sistema capitalista empobrecería inevitablemente a las masas, a medida que la riqueza se concentraría en las manos de la codicia de unos pocos, causando crisis económicas y reforzando el conflicto entre los ricos y las clases trabajadoras. Marx escribió que “la acumulación de riqueza en un solo polo genera al mismo tiempo en el polo opuesto la acumulación de miseria, trabajo duro y agónico, esclavitud, ignorancia, brutalidad y  degradación mental”.

Un expediente cada vez más rebosante de pruebas sugiere que podría haber estado en lo cierto. Lamentablemente, son evidentes las estadísticas que demuestran que los ricos son cada vez más ricos, mientras que la clase media y los pobres cada vez son más pobres. Un estudio hecho en septiembre por el Economic Policy Institute (EPI) en Washington señaló que la media anual de ingresos reales de un hombre trabajador a tiempo completo en los EEUU en 2011, unos 48.202 dólares, era inferior a la de 1973. Entre 1983 y 2010, el 74% del aumento de la riqueza en los EEUU fue a parar a las manos del 1% más rico, mientras que el 60% más pobre sufrió un declive, según cálculos del EPI. No sorprende así que algunos estén repasando lo que escribió el filosofo alemán en el XIX. En China, el país marxista que dio la espalda a Marx, Yu Rongjun se inspiró en los acontecimientos actuales para escribir un musical basado en el clásico El Capital de Karl Marx. “Uno se da cuenta de que la realidad encaja con lo que escribió en su libro”, asegura el dramaturgo.

Eso no significa que Marx acertara completamente. Su “dictadura del proletariado” no funcionó como estaba planeado. Pero las consecuencias de este aumento de la desigualdad, son exactamente como lo predijo Marx. La lucha de clases ha regresado. El enfurecimiento de los trabajadores en el mundo va en aumento y exigen su justa parte de la economía global. Desde el suelo del Congreso de los EEUU hasta las calles de Atenas, pasando por las asambleas del sur de China, la actualidad está siendo sacudida por una escalada en la tensión entre el capital y el trabajo, en unos niveles inéditos desde las revoluciones comunistas del siglo XX. Cómo se resuelva este conflicto determinará la dirección de la política económica global, el futuro del estado del bienestar, la estabilidad política de China, y quién tendrá el mando del gobierno desde Washington hasta Roma. ¿Qué diría Marx de lo que hoy acontece? “Algo parecido a: os lo advertí”, asegura Richard Wolff, un economista marxista en la New School de Nueva York. “La desigualdad de ingresos está produciendo un nivel de tensiones que no había visto en mi vida”.

Las tensiones entre clases económicas en los EEUU están claramente al alza. La sociedad se muestra dividida entre el 99% (la gente normal que lucha para salir adelante) y el 1% (los privilegiados, bien conectados y muy ricos que cada vez lo son más). En una encuesta del Pew Research Center publicado en año pasado, dos tercios de los encuestados creían que EEUU sufría un conflicto “fuerte” o “muy fuerte” entre ricos y pobres, un aumento significativo de 19 puntos desde 2009, llegando a ser considerada el primer factor de división de la sociedad.

El señalado conflicto ha dominado la política americana. La batalla partidista sobre como arreglar el déficit presupuestario de la Nación ha sido, en gran medida, un conflicto de clase. Cada vez que el Presidente Barack Obama habla de aumentar los impuestos a los americanos más ricos para reducir el déficit presupuestario, los conservadores señalan que está lanzando una “guerra de clase” contra los acaudalados. Así mismo, los republicanos están comprometidos con una guerra de clase por su cuenta. El plan republicano de estabilización financiera sitúa la carga del ajuste en las clases medias y pobres, a través de recortes en los servicios sociales. Obama basó una gran parte de su campaña para la reelección caracterizando a los republicanos como insensibles hacia la clase trabajadora. El Presidente acusó al candidato republicano, Mitt Romney, de tener un plan para la economía norteamericana con un solo punto, “asegurarse que los tipos de arriba jueguen con reglas distintas al resto”.

Sin embargo, en medio de esta retórica hay señales que este nuevo clasismo americano ha cambiado el debate sobre la política económica de la Nación. La teoría del chorreo, que afirma que el éxito del 1% beneficiará al 99% restante, se encuentra bajo grave sospecha. David Madland, un director del Center for American Progress, un think tank con sede en Washington, cree que la campaña presidencial de 2012 ha hecho emerger el debate sobre la reconstrucción de la clase media, y la búsqueda de una agenda económica distinta para lograr este objetivo. “Toda la forma de concebir la economía está siendo revisada”, afirma. “Noto que se está produciendo un cambio fundamental”.

La ferocidad de la nueva lucha de clases está siendo incluso más pronunciada en Francia. En mayo pasado, a medida que el dolor de la crisis financiera y los recortes presupuestarios hizo que la división entre pobres y ricos se hiciera cada vez más dura, los franceses votaron al Partido Socialista de François Hollande, que una vez proclamó: “no me gustan los ricos”.  Parece haber mantenido su palabra. La clave de su victoria fue su promesa en campaña  de extraer más de los ricos para mantener el estado del bienestar francés. Para evitar los recortes drásticos que otros políticos en Europa han aplicado para reducir la amplitud de sus déficits presupuestarios, Hollande planeó aumentar el impuesto sobre la renta hasta el 75%. A pesar de que su idea fue tumbada por el Tribunal Constitucional del país, Hollande está buscando fórmulas para introducir una medida similar. Al mismo tiempo, Hollande ha enfocado su acción de gobierno de nuevo hacia la gente corriente. Retiró una medida impopular de su predecesor de incrementar la edad de jubilación en Francia, volviéndola a situar en los 60 años para algunos trabajadores. Muchos en Francia quieren que Hollande vaya aún más lejos. “La propuesta fiscal de Hollande tiene que ser un primer paso en la percepción del gobierno de que el capitalismo en su forma actual se ha vuelto tan injusto y disfuncional que corre el riesgo de implotar si no se reforma en profundidad”, asegura Charlotte Boulanger, una experta en desarrollo y ONGs.

Sus tácticas, sin embargo, están generando un contraataque por parte de la clase capitalista. Mao Zedong hubiera insistido en que “el poder político aumenta a partir del cañón de un arma”, pero en un mundo donde das kapital es más y más móvil, las armas de la lucha de clases han cambiado. En lugar de pagar a Hollande, algunos de los más ricos franceses se están marchando, llevándose con ellos empleos e inversiones muy necesarios. Jean Emile Rosenblum, fundador del empresa en línea Pixmania.com, está restableciendo su vida y su nuevo negocio en EEUU, donde siente que el clima es más hospitalario para los empresarios. “El aumento del conflicto de clase es una consecuencia normal de cualquier crisis económica, pero la explotación política de ello ha sido demagógica y discriminatoria”, señala Rosenblum. “En lugar de confiar en los empresarios para desarrollar las empresas y empleos que necesitamos, Francia les está empujando a marcharse”.

La división entre pobres y ricos es quizá mas volátil en China. Irónicamente, Obama y el recientemente instalado Presidente de la China comunista, Xi Jinping, deben hacer frente al mismo desafío. La intensificación de la lucha de clases no es sólo un fenómeno del endeudado y estancado mundo industrial. Incluso en los mercados emergentes que se expanden rápidamente, las tensiones entre ricos y pobres se está convirtiendo en una preocupación de primera magnitud para los políticos.  Contrariamente a lo que muchos de los contrariados americanos y europeos creen, China no ha sido un paraíso para los trabajadores. La “fuente de arroz de acero” (la práctica maoísta que garantizaba a los trabajadores un trabajo para siempre) se evaporó junto al maoísmo, y durante la era de las reformas, los trabajadores tuvieron pocos derechos. A pesar de que los ingresos en las ciudades chinas está creciendo substancialmente, el diferencial entre ricos y pobres es extremadamente grande. Otro estudio del Pew revela que cerca de la mitad de los chinos encuestados considera que la división entre ricos y pobres es un gran problema, mientras que 8 de cada 10 está de acuerdo con el propósito de que  en China “los ricos cada vez se hacen más ricos mientras que los pobres se siguen empobreciendo”.

La animadversión está alcanzando un punto de estallido social en las aldeas industriales de China. “La gente de fuera ve nuestras vidas muy prósperas, pero la vida real el la fábrica es muy distinta”, afirma el trabajador fabril Peng Ming en el enclave de Shenzhen en el sur industrial. Con largas horas a sus espaldas, con el aumento del coste de la vida, unos directivos indiferentes y muy a menudo con retrasos en las pagas, los trabajadores empiezan a parecer auténtico proletariado. “La manera en que los ricos obtienen dinero es a través de la explotación de los trabajadores”, afirma Guan Guohau, otro trabajador de la fabrica en Shenzhen. “El comunismo es a lo que aspiramos”. A menos que el gobierno actúe más decididamente para mejorar su bienestar, señalan, los trabajadores querrán de forma creciente actuar por su cuenta”. “Los trabajadores se organizarán más”, predice Peng. “Todos los trabajadores deben estar unidos”.

Eso puede que ya esté sucediendo. Medir el nivel de malestar de los trabajadores en China es difícil, pero los expertos creen que ha ido aumentando. Una nueva generación de trabajadores fabriles, mejor informados que sus padres gracias a internet, se hacen oír más en sus demandas de mejores salarios y condiciones laborales. Hasta ahora, la respuesta del gobierno ha sido ambigua. Los políticos han aumentado los salarios mínimos para incrementar los ingresos, reforzaron la legislación laboral para dar a los trabajadores mas protección, y en algunos casos, les permitieron ir a la huelga. Sin embargo el gobierno sigue desincentivando el activismo  obrero independiente, muy a menudo a través del uso de la fuerza. Estas tácticas han dejado al proletariado de China desconfiado de su dictadura proletaria. “El gobierno piensa más en sus empresas que en nosotros”, dice Guan. Si Xi no reforma la economía para que el chino de a pie se beneficie más del crecimiento de la nación, corre el riesgo de encender la llama del malestar social”.

Marx hubiera previsto exactamente este resultado: “a medida que el proletariado tome conciencia de su interés común de clase, hará caer el injusto sistema capitalista y lo reemplazará por un mundo socialista nuevo”. Los comunistas “declaran abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados con la derrota por la fuerza de toda condición social existente”, escribió Marx. “Los proletarios no tienen nada que perder, salvo sus cadenas”. Hay señales que indican que los trabajadores del mundo están cada vez más impacientes con sus debilitadas perspectivas. Decenas de miles han salido a la calle de ciudades como Madrid y Atenas, protestando contra el desempleo astronómico y las medidas de austeridad que están empeorando las cosas.

Hasta ahora, sin embargo, la revolución de Marx está por materializarse. Los trabajadores puede que tengan los mismos problemas, pero no se están uniendo para resolverlos. El nivel de la afiliación sindical en los EEUU, por ejemplo, ha continuado su declive a través de las crisis económicas, mientras que el movimiento Occupy Wall Street decaía. Los que protestan, señala Jacques Ranciere, un experto en marxismo en la Universidad de Paris, no tienen como objetivo remplazar el capitalismo, tal y como Marx predijo, sino simplemente reformarlo. “No estamos viendo a las clases que protestan pidiendo el derrumbe o la destrucción del sistema sociopolítico actual”, explica. “Lo que el conflicto de clase produce hoy son llamadas a arreglar los sistemas para que sean más viables y sostenibles a largo plazo a través de una mayor redistribución de la riqueza creada”.

Sin embargo, a pesar de estas llamadas,la política económica actual continua alimentando las tensiones de clase. En China, los altos funcionarios han mostrado poca convicción a la hora de reducir el desnivel de ingresos y en la práctica han eludido las reformas que podrían haberlo permitido (en la lucha contra la corrupción, permitiendo la liberalización el sector financiero). Los gobiernos endeudados en Europa han capado los programas del Estado del Bienestar incluso en momentos en los que el desempleo aumenta y el crecimiento se hunde. En la mayoría de casos, la solución elegida para reparar el capitalismo ha sido más capitalismo. Los políticos en Roma, Madrid y Atenas están siendo presionados por tenedores de bonos para que desmantelen la protección de los trabajadores y continúen desregulando sus mercados interiores. Owen Jones, el autor britanico de Chavs: The Demonization of the Working Class [hay traducción castellana en la editorial madrileña Capitán Swing; T.], llama a esto “guerra de clase desde arriba”.

Pocos aguantan la embestida. La aparición de un mercado laboral global ha desarmado a los sindicatos en todo el mundo. La izquierda política, arrastrada hacia la derecha desde el violento ataque del libre mercado de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, no ha sabido dibujar un horizonte alternativo creíble. “Virtualmente, todos los partidos progresistas y de izquierdas contribuyeron en algún momento al auge de los mercados financieros, y al retroceso de los sistemas de bienestar para demostrar que también eran capaces de llevar adelante reformas”, señala Rancière. “Diría que las perspectivas de que partidos laboristas o socialistas o gobiernos en cualquier lado vayan a cambiar (mucho menos derribar) los sistemas económicos actuales se han más bien evaporado”.

Eso deja abierta una posibilidad escalofriante: que Marx no sólo diagnosticara correctamente el comportamiento del capitalismo, sino también su resultado. Si los políticos no encuentran nuevos métodos para asegurar oportunidades económicas justas, acaso los trabajadores del mundo decidan, simplemente, unirse. Puede que entonces Marx se tome su venganza.



 Michael Schuman es, desde 2002, el corresponsal del semanario norteamericano conservador Time en Beijing, China. Especialista en asuntos económicos, antes de trabajar para Time, fue corresponsal del Wall Street Journal y escribió como columnista en la revista de negocios Forbes.

martes, 2 de abril de 2013

La economía mundial al vuelo

 Por Nouriel Roubini
Project Syndicate


En las últimas cuatro semanas, viajé a Sofía, Kuala Lumpur, Dubái, Londres, Milán, Fráncfort, Berlín, París, Pekín, Tokio, Estambul y por todo Estados Unidos. Así, nunca me sentí demasiado lejos de la infinidad de desafíos que enfrenta la economía mundial.
En Europa, el riesgo de una excepcional ruptura de la zona del euro y la pérdida de acceso a los mercados para España e Italia disminuyó gracias a la decisión del Banco Central Europeo de crear una red de protección para la deuda soberana el verano pasado. Pero los problemas fundamentales de la unión monetaria –bajo crecimiento potencial, recesión sostenida, pérdida de competitividad y grandes volúmenes de deuda pública y privada– no han sido resueltos.
Por otra parte, el gran acuerdo entre el núcleo de la zona del euro, el BCE y la periferia –dolorosa austeridad y reformas a cambio de asistencia financiera a gran escala– está resquebrajándose a medida que la fatiga por austeridad en la periferia choca con la fatiga por rescate en los países centrales de la zona del euro, como Alemania y los Países Bajos.
La fatiga por austeridad en la periferia se percibe claramente en el éxito de fuerzas antiestablishment en la reciente elección italiana; en las grandes demostraciones callejeras en España, Portugal y otros sitios; y también en el malogrado rescate de los bancos chipriotas, que ha alimentado un intenso enojo popular. En toda la periferia, los partidos populistas de izquierda y derecha ganan terreno.
Mientras tanto, la insistencia de Alemania en imponer pérdidas a los acreedores de los bancos en Chipre es el último síntoma de fatiga por rescate en el centro. Otros miembros centrales de la zona del euro, ansiosos por limitar los riesgos para sus contribuyentes, han señalado de manera similar que los rescates mediante reestructuración de la deuda con pérdidas para los acreedores (bail-in) son lo que se viene.
Fuera de la zona del euro, incluso el Reino Unido lucha por recuperar el crecimiento debido al daño causado por los esfuerzos de consolidación fiscal concentrados al principio del período, mientras que el sentimiento antiausteridad gana fuerza en Bulgaria, Rumania y Hungría.
En China, la transición en el liderazgo ha sido suave. Pero el modelo económico del país continúa, según las famosas palabras del ex primer ministro Wen Jiabao, «inestable, desequilibrado, falto de coordinación e insostenible».
Los problemas de China son muchos: desequilibrios regionales entre sus regiones costeras y el interior, y entre las zonas urbanas y rurales; ahorro e inversión fija excesivos e insuficiente consumo privado; aumento de la desigualdad en el ingreso y la riqueza; y una enorme degradación ambiental que pone a la salud pública y alimentaria en peligro por la contaminación del aire, el agua y el suelo.
Los nuevos líderes del país hablan seriamente de profundizar las reformas y reequilibrar la economía pero, por su inclinación, mantienen la cautela, el gradualismo y el conservadurismo. Además, el poder de los intereses creados que se oponen a la reforma –las empresas estatales, los gobiernos provinciales y los militares, por ejemplo– aún debe ser derrotado. Como consecuencia, es posible que las reformas necesarias para reequilibrar la economía no ocurran lo suficientemente rápido para evitar una caída brusca cuando, el año que viene, la inversión se derrumbe.
En China –así como en Rusia (y parcialmente en Brasil e India)– el capitalismo de estado se ha afianzado más y esto no augura nada bueno para el crecimiento. En general, se exageró el desempeño de estos cuatro países (los BRIC). Otras economías emergentes pueden mostrar mejores resultados durante la próxima década: Malasia, las Filipinas e Indonesia en Asia; Chile, Colombia y Perú en Latinoamérica; y Kazajistán, Azerbaiyán y Polonia en Europa del Este y Asia Central.
Más hacia el Este, Japón intenta un nuevo experimento económico para detener la deflación, impulsar el crecimiento económico de recuperar la confianza de las empresas y los consumidores. La «Abenomía» tiene varios componentes: estímulos monetarios agresivos del Banco de Japón; un estímulo fiscal este año para cebar la demanda, seguido por austeridad fiscal en 2014 para poner límite a los déficits y la deuda; un empuje para aumentar los salarios nominales e impulsar la demanda interna; reformas estructurales para desregular la economía; y nuevos acuerdos de libre comercio –comenzando con el Acuerdo Transpacífico– para impulsar el comercio y la productividad.
Pero los desafíos son sobrecogedores. No queda claro si se puede vencer a la deflación con política monetaria; el estímulo fiscal excesivo y la austeridad diferida pueden hacer que la deuda se torna insostenible; y los componentes de la reforma estructural de la Abenomía son vagos. Por otra parte, las tensiones con China por reclamos territoriales en el Mar de China Oriental pueden afectar adversamente al comercio y a la inversión directa extranjera.
Luego está el Oriente Medio, que se mantiene como un arco de inestabilidad desde Magreb hasta Pakistán. Turquía –con una población joven, gran potencial de crecimiento y un dinámico sector privado– busca convertirse en una importante potencia regional. Pero enfrenta muchos desafíos propios. La propuesta turca para unirse a la Unión Europea está actualmente estancada, al tiempo que la recesión en la zona del euro desalienta su crecimiento. Su déficit de cuenta corriente aún es grande y su política monetaria ha sido confusa, ya que el objetivo de impulsar la competitividad y el crecimiento entra en conflicto con la necesidad de controlar la inflación y evitar una excesiva expansión del crédito.
Además, si bien han aumentado las probabilidades de un acercamiento con Israel, Turquía enfrenta graves tensiones con Siria e Irán, y el partido Islámico en el poder aún debe demostrar que puede coexistir con la tradición política secular del país.
En este frágil entorno mundial, ¿se ha convertido EE. UU. en un faro de esperanza? Los estadounidenses han experimentado varias tendencias económicas positivas: la vivienda se recupera, el gas y el petróleo de pizarra reducirán los costos energéticos e impulsarán la competitividad; la creación de empleos mejora; los crecientes costos laborales en Asia y la llegada de la robótica y la automatización apuntalan un resurgimiento manufacturero; y la agresiva flexibilización cuantitativa ayuda tanto a la economía real como a los mercados financieros.
Pero aún existen riesgos. El desempleo y la deuda de los hogares continúan obstinadamente altos. La carga del aumento impositivo y los recortes del gasto impactarán sobre el crecimiento; y el sistema político es disfuncional: la polarización partidaria impide lograr compromisos sobre el déficit fiscal, la inmigración, la política energética y otros temas clave que influyen sobre el crecimiento potencial.
En suma, entre las economías avanzadas, EE. UU. es la que está en mejor situación relativa, seguida por Japón, donde la Abenomía impulsa la confianza. La zona del euro y el RU continúan sumidos en recesiones, empeoradas por restrictivas políticas monetarias y fiscales. Entre las economías emergentes, China podría enfrentar una caída brusca a fines de 2014 si se posponen las reformas estructurales críticas; y los demás BRIC deben alejarse del capitalismo de estado. Si bien otros mercados emergentes en Asia y Latinoamérica muestran un mayor dinamismo que los BRIC, su empuje no será suficiente para revertir la marea mundial.

viernes, 1 de marzo de 2013

Diez preguntas sobre la FC

 Por Nouriel Roubini
Project Syndicate


La mayoría de los observadores considera necesarias a las políticas monetarias no convencionales, como la flexibilización cuantitativa (FC), para lograr que las anémicas economías actuales comiencen a crecer. Pero junto con esa percepción de necesidad, han comenzado a multiplicarse las preguntas sobre la eficacia y los riesgos de la FC. En especial, diez potenciales costos asociados con esas políticas ameritan atención.
En primer lugar, si bien una respuesta puramente «austríaca» (esto es, de austeridad) ante el estallido de las burbujas de activos y crédito puede conducir a una depresión, las políticas de FC que posponen excesivamente el necesario desapalancamiento en los sectores privado y público pueden crear un ejército de zombis: instituciones financieras zombis, hogares y empresas zombis y, finalmente, gobiernos zombis. Así que, en algún punto entre los extremos austríaco y keynesiano, es necesario eliminar paulatinamente la FC.
En segundo lugar, la FC reiterada puede ir perdiendo eficacia a medida que los canales de transmisión hacia la actividad económica real se van obstruyendo. El canal de los bonos no funciona cuando sus rendimientos ya son bajos; y el canal del crédito no funciona cuando los bancos atesoran liquidez y colapsa la velocidad. De hecho, quienes pueden tomar créditos (las empresas con elevadas calificaciones y los hogares en mejor posición) no desean hacerlo o no lo necesitan, mientras que quienes sí lo precisan –las empresas muy apalancadas y los hogares en peor situación– no pueden hacerlo por la restricción crediticia existente.
Además, el canal de la bolsa de valores que conduce a la reactivación económica después de la FC solo funciona en el corto plazo si no hay una recuperación del crecimiento. Y la reducción de las tasas de interés real por un aumento de la inflación esperada cuando se implementa una FC abierta presenta el riesgo de agudizar eventualmente las expectativas inflacionarias.
En tercer lugar, el canal de transmisión de la FC a través del tipo de cambio –el debilitamiento de la moneda que implica una flexibilización monetaria– es ineficaz si varios bancos centrales importantes la implementan simultáneamente. Cuando eso sucede, la FC se convierte en un juego de suma cero, porque todas las monedas no pueden caer y todos los balances comerciales no pueden mejorar simultáneamente. El resultado, entonces, es el reemplazo de las «guerras cambiarias» por «guerras de FC».
En cuarto lugar, la FC en economías avanzadas conduce a flujos de capital excesivos hacia los mercados emergentes, que enfrentan un difícil desafío para sus políticas. La intervención esterilizada sobre el mercado cambiario mantiene elevadas las tasas de interés locales y alimenta la entrada de divisas. Pero una intervención no esterilizada, o reducir las tasas de interés locales, genera un exceso de liquidez que puede alimentar la inflación local y burbujas de activos y de crédito.
Simultáneamente, renunciar a la intervención y permitir que se aprecie la moneda erosiona la competitividad externa, y eso conduce a peligrosos déficits en el comercio exterior. Sin embargo, es difícil implementar controles sobre los flujos de entrada de capitales y, a veces, esos controles son incompletos. Los controles macroprudenciales sobre el crecimiento del crédito son útiles, pero a veces ineficaces para detener las burbujas de activos cuando las tasas de interés bajas continúan sosteniendo condiciones de generosa liquidez.
En quinto lugar, la FC reiterada puede conducir a burbujas de activos, tanto en su lugar de implementación como en aquellos países sobre los cuales se derrama. Esas burbujas pueden tener lugar en mercados de acciones, mercados de vivienda (Hong Kong y Singapur), mercados de productos básicos, mercados de bonos (hay quienes advierten sobre una burbuja que está creciendo en Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido y Japón) y en mercados de crédito (donde los diferenciales en algunos mercados emergentes, y en la deuda corporativa de alto rendimiento y calidad se están reduciendo excesivamente).
Si bien la FC puede estar justificada frente a débiles aspectos centrales económicos y de crecimiento, mantener las tasas demasiado bajas durante demasiado tiempo puede eventualmente alimentar esas burbujas. Es lo que sucedió en 2000-2006, cuando la Reserva Federal de EE. UU. recortó agresivamente la tasa sobre los fondos federales al 1 % durante la recesión de 2001 y la débil recuperación posterior, y luego las mantuvo bajas, alimentando las burbujas de crédito/vivienda/de alto riesgo.
En sexto lugar, la FC puede crear problemas de riesgo moral al debilitar el incentivo de los gobiernos para implementar reformas económicas necesarias. También puede demorar una necesaria austeridad fiscal si se monetizan grandes déficits y, al mantener las tasas demasiado bajas, se impide que el mercado imponga disciplina.
En séptimo lugar, abandonar la FC es difícil. Si la salida es demasiado lenta y tardía, puede generarse inflación y burbujas de activos/créditos. Además, si la salida se da mediante la venta de los activos de largo plazo adquiridos durante la FC, un brusco aumento en las tasas de interés puede asfixiar la recuperación y generar grandes pérdidas financieras para los tenedores de bonos a largo plazo. Y, si la salida se ejecuta aumentando la tasa de interés sobre el sobreencaje (para esterilizar el efecto de un excedente en la base monetaria sobre el crecimiento del crédito), las pérdidas resultantes en los balances de los bancos centrales podrían ser significativas.
En octavo lugar, un período prolongado de tasas de interés reales negativas implica una redistribución del ingreso y la riqueza de los acreedores y ahorristas a los deudores y prestatarios. De todas las formas de ajuste que pueden conducir al desapalancamiento (crecimiento, ahorro, reestructuración ordenada de la deuda, o impuestos sobre la riqueza), la monetización de la deuda (y eventualmente una mayor inflación) es la menos democrática y golpea seriamente a los ahorristas y acreedores, incluidos los jubilados y los fondos de pensión.
En noveno lugar, la FC y otras políticas monetarias no convencionales pueden tener graves consecuencias no deliberadas. Eventualmente puede estallar una excesiva inflación, o el crecimiento del crédito puede desacelerarse en vez de aumentar, si los bancos –al enfrentar márgenes netos muy reducidos sobre las tasas de interés– deciden que la relación entre riesgo y recompensa es insuficiente.
Finalmente, existe el riesgo de perder de vista los bloqueos a las políticas monetarias convencionales. De hecho, algunos países están dejando de lado sus regímenes con metas inflacionarias y pasando a territorios inexplorados, donde podrían no existir anclas para las expectativas de precios. EE. UU. ha pasado de la FC1 a la FC2, y ahora, a la FC3, que es potencialmente ilimitada y está vinculada a una meta de desempleo. Los funcionarios están discutiendo activamente el mérito de las políticas con tasas negativas. Y los responsables de las políticas han adoptado una riesgosa política de flexibilización del crédito frente a la menor eficiencia de la FC.
En resumen, las políticas están tornándose menos convencionales, no más, y la claridad sobre los efectos de corto plazo, las consecuencias inesperadas y los impactos de largo plazo es escasa. Por cierto, la FC y otras políticas monetarias no convencionales tienen importantes beneficios en el corto plazo. Pero, si esas políticas se mantienen durante demasiado tiempo, sus efectos colaterales pueden ser graves y los costos en el largo plazo, altísimos.

sábado, 16 de febrero de 2013

Transición energética: últimas posibilidades para Europa

  


Por Alain Lipietz
Ecopolitica


Durante mucho tiempo, la Unión Europea (UE) estuvo a la cabeza en la lucha por un medio ambiente sano y por la justicia ecológica. Primero fue líder en el plano interior: la normativa medioambiental europea siempre fue superior a la de la mayor parte de sus países miembros. Después fue líder mundial: desde la Conferencia de Río de Janeiro de 1992, las propuestas voluntaristas de la UE en las negociaciones internacionales han hecho posible arrancar compromisos que afectan a la mayor parte del mundo en el ámbito medioambiental, ya se trate del clima o de la biodiversidad.
Ese tiempo parece pasado. Arrastrada por la ola liberal, como el resto del planeta, la Unión está atascada desde el Tratado de Niza por métodos de toma de decisiones que conceden un derecho de veto a los países "rezagados". La UE ha reducido progresivamente su ambición en el peor momento: la crisis que afecta al mundo desde 2007-08 tiene, claramente, una raíz doble.
Como consecuencia del neoliberalismo, la polarización de la renta mundial lleva consigo una crisis de la demanda efectiva mundial, como en los años 30 del siglo XX. Pero, y esto es novedoso, una crisis ecológica cierra el camino al "New Deal" de Roosevelt por una sencilla modificación del reparto del valor añadido mundial. Una crisis en la relación entre la sociedad y sus recursos naturales por el lado de la alimentación (y, por consiguiente, de la sanidad) y por el de la energía (y, en consecuencia, del clima y del riesgo nuclear). Esta doble crisis fue la desencadenante de la crisis del capitalismo: la crisis de las "subprime". Los asalariados pobres de Estados Unidos, viendo crecer el precio de los alimentos y del carburante para sus vehículos, tuvieron que elegir y renunciaron a devolver los créditos sobre sus viviendas hipotecadas, ocasionando la quiebra de sus prestamistas y de todo el sistema bancario mundial atragantado con sus títulos "podridos". Y, después, esa crisis impide una "recuperación" basada en el consumo masivo de bienes materiales. Europa no puede ya escapar al "New Deal" verde. Más aún: le interesa totalmente.

La erosión de la hegemonía europea en el terreno medioambiental

La normativa ecológica es casi contemporánea a la construcción de la UE. En sí mismo es una ventaja: la Unión se reforzaba hasta ahora mientras reforzaba la defensa del medio ambiente. Las reglas específicas de toma de decisiones en la UE acentuaban esa ventaja. Las decisiones de la Unión se someten a una codecisión entre el Parlamento (que representa a los ciudadanos europeos) y el Consejo (que representa a los gobiernos nacionales). El Parlamento es muy sensible al progreso de la preocupación por la ecología en la población, pero los Estados miembros defienden los intereses de sus principales agentes económicos. En el terreno social esta doble decisión lleva, en general, al bloqueo: la norma europea se alinea con la del país menos avanzado socialmente. Por el contrario, en el ámbito medioambiental se puede encontrar otro equilibro asignando a todos los Estados un objetivo-reto, superior a la normativa del país más avanzado.
De hecho eso es lo que ha pasado hasta la pasada década. Aunque se pueda criticar la debilidad de los resultados logrados, no se puede negar que esos objetivos son, con frecuencia, los más avanzados del mundo en el terreno medioambiental, como el reglamento REACH sobre los productos químicos, el rechazo a la ternera tratada con hormonas y a los transgénicos, etc.
Pero en 2004 la situación empezó a cambiar con la adhesión masiva de los países de Europa del este y con la adopción del Tratado de Niza, que tenía en cuenta sus exigencias. Estos nuevos países adheridos eran reticentes a aceptar las directivas de la Comisión de Bruselas después de haber sufrido durante décadas las del COMECON, el organismo de planificación económica del imperio soviético. El Tratado de Niza les concedía casi un derecho de veto en todas las materias. El proyecto de Tratado constitucional europeo (que en la mayor parte de los casos reforzaba regla de la mayoría) fue rechazado en 2005 por una alianza de los liberales y los nacionalistas. El Tratado de Lisboa, suscrito en 2007, restableció la regla de la toma de decisiones por mayoría, pero ya era demasiado tarde: la vía "intergubernamentalista" estaba fijada. Desde 2005 los gobiernos han retomado la costumbre de negociar entre ellos, buscando la unanimidad, sin preocuparse demasiado ni del interés general europeo ni de la evolución de la opinión pública reflejada en el seno del Parlamento Europeo.
De este modo, la crisis alimentaria mundial, que en Europa adopta la dimensión de una degradación de la calidad de los alimentos, con la explosión de enfermedades vinculadas (obesidad, cáncer, diabetes, etc.) y de una reducción de la esperanza de vida en el segmento de la población empobrecida por el liberalismo (incluso en Alemania), suscita en la opinión pública un llamamiento a una evolución que favorezca la agricultura ecológica y los circuitos de distribución cercanos. Sin embargo, es lo contrario de lo que se esboza en la negociación para la reforma de la Política Agraria Común (PAC) en 2014.
Más espectacular aún es la pérdida de liderazgo de Europa en el terreno de la transición energética: se trata de escapar a los riesgos vinculados a las energías fósiles (su rarefacción y el cambio climático) y a la energía nuclear (reavivados por el drama de Fukushima y la amenaza de proliferación de su uso militar). Las soluciones son conocidas y reconocidas por el Parlamento: austeridad, eficacia energética a través de la generalización de los transportes públicos y el aislamiento de los edificios y el recurso a energías renovables.
Sin embargo, desde 2008, en vísperas de la cumbre de Copenhague, el entonces presidente francés Nicolas Sarzoky y la canciller alemana Angela Merkel acordaron rebajar del 30% al 20% el objetivo propuesto por la UE en materia de reducción de emisiones de gas de efecto invernadero para 2020 en relación con su nivel de 1990. Naturalmente, tomaron como pretexto los intereses de Polonia, "que no podía asumir tal esfuerzo"... Resultado inevitable: las conferencias sobre el clima de Copenhague y las posteriores de Cancún y Durban han fracasado.
El planeta está ya sometido a los dictados de las dos superpotencias menos inclinadas a luchar contra el cambio climático: China y EEUU. Este bloqueo ha desmotivado a la población europea. Cuando la crisis económica se ha transformado en crisis de la deuda soberana, varios Estados, entre ellos Francia, han aprovechado para reducir el calado de sus inversiones en la transición energética.
No obstante, no todo está perdido. Al menos la UE ha conservado su objetivo de una bajada de las emisiones de efecto invernadero del 20% para 2020. Incluso ha conseguido ganarse el apoyo de Australia, pero juntos esos países no representan ni el 15% de las emisiones de gas de efecto invernadero de todo el mundo.
Sería sin embargo un grave error valerse del pretexto de la pasividad del resto del mundo para renunciar a la lucha contra el calentamiento climático. A la UE le interesa perseverar: eso es lo que demuestra un breve balance entre costes y ventajas.

El coste de "seguir como antes"

Anticipándose al muy esperado informe de los expertos mundiales en clima, el Banco Mundial hizo pública el 18 de noviembre de 2012 una terrible reprimenda. Al ritmo al que van las cosas - afirma - la temperatura media del planeta habrá aumentado cuatro grados en 2060 en relación con la primera mitad del siglo XX. El coste, que el informe Stern (1) ha había fijado, sería en términos monetarios del orden de una guerra mundial.
Es verdad que Europa estará en zona templada, pero cuanto más nos acercamos a los Polos, más importante será el cambio. Pero cuatro grados más de media a nivel mundial son ¡seis grados más en verano en la zona mediterránea!
En 2060, los jóvenes europeos que hoy tienen 20 años serán jóvenes jubilados dinámicos, pero en verano tendrán que refugiarse en cuevas, al fresco. Las decenas de miles de muertos por la ola de calor de 2003 podrían convertirse en norma. La sequía que ha arrasado las cosechas de Europa del Este en 2010 y 2012 será casi anual. La mayor parte de la producción alimentaria de calidad, como el vino francés, estará condenada. El caudal de los ríos habrá decrecido a la mitad y las centrales nucleares que con ellos se refrigeran tendrán que parar...

La ventaja de "salir el primero"

El cambio climático empieza a notarse y no va tardar en empujar a China y a EEUU hacia la transición energética. En la actualidad los países que han tomado la delantera (y era hasta ahora el caso de Europa) tendrán una ventaja competitiva decisiva. Otras potencias son conscientes de ello. Después de 30 años de desarrollo ultraproductivista, China mide el terrible coste ecológico de su imprudencia. Su reciente hegemonía en el terreno de la energía solar fotovoltaica suena como una advertencia: China se prepara para conquistar el liderazgo en las tecnologías de la transición energética.
Pero al margen de ese problema de competitividad, cualquier salida de la crisis del neoliberalismo llevará consigo un aspecto de "crecimiento de la demanda interna". Y como ya no podrá ser como la demanda de automóviles en tiempos de la multinacional Ford, la inversión en la transición energética se convertirá con seguridad en el primer motor de la recuperación de la actividad económica en Europa en las próximas décadas.
Recopilando los estudios de la Comisión Europea y de la Confederación Europea de Sindicatos, Pascal Canfin, que fue periodista de Alternatives économiques y después diputado europeo y ministro francés de Desarrollo, propuso en 2009 una evaluación de la ganancia en empleos europeos de la transición energética dirigida a una reducción del 30% de las emisiones de gas de efecto invernadero. El la cuantificaba en 11 millones de empleos en Europa para 2020 combinando el fomento de los transportes públicos, el aislamiento de los edificios y las nuevas fuentes de energías renovables (2). Estudios posteriores cifran la ganancia potencial en 650.000 empleos sólo para Francia en 2020, pero con una reducción del 40% del gas de efecto invernadero.

Una política dubitativa

La vía de un "New Deal" verde parecería pues trazada para Europa. Problema: las ventajas en términos de descontaminación y de empleos, que llegan más que varios años después de la inversión inicial. Ahora bien, las nuevas reglas, institucionalizadas por el Pacto de Estabilidad, prohíben a Europa y sus Estados miembros  el recurso al endeudamiento. La transición energética es, no obstante, el equivalente económico a una reconstrucción después de una guerra. Debería ser financiada por el presupuesto comunitario y los préstamos del Banco Europeo de Inversiones, pero la derecha, en la actualidad mayoritaria en Europa, no escucha.
Ciertamente hay países que se lanzan resueltamente hacia esa transición. Dinamarca cuenta con renunciar a las energías fósiles como carburante antes de 2036. Alemania ha lanzado un ambicioso y costoso proyecto de abandono de la energía nuclear. Sin embargo, incluso el Parlamento Europeo duda en pronunciarse claramente contra la explotación del gas de esquisto, deseada decididamente por Polonia (una vez más).
La combustión de gas es un 30% menos contaminante que la del petróleo, pero más allá de los desastres locales, la explotación del gas de esquisto o gas pizarra deja escapar un 5% de metano... que es 40 veces más contaminante que el gas carbónico o convencional. Resulta que el gas de esquisto es más contaminante que el carbón. Aceptar esta opción sería renunciar a la transición energética y a la defensa del clima.
En materia de transición energética, como en otros temas, Europa está en la encrucijada.
Notas:
(1) Ver el resumen en castellano: http://www.oei.es/decada/informestern.htm
(2) Canfin, P. (2009): Le contrat Écologique pour l'Europe, Les Petits Matins.
Traducción: Elisa Santafe para Ecopolítica.

 Alain Lipietz, economista y ex-eurodiputado de Europe Écologie-Les Verts

viernes, 1 de febrero de 2013

El juego de dados y las finanzas (sobre méritos y azar)

 Por Daniel Raventós


En el mundo de los negocios y bastante más allá, es bien conocido el ya jubilado Jack Welsh, el que fue director ejecutivo de General Electric entre 1981 y 2001. En el año 2000 Welsh se embolsó por el desempeño de tan alto cargo nada más y nada menos que 144.500.000 dólares. Esta cantidad es inmensa, por supuesto, y más si la comparamos con los ingresos medios de una familia del mismo país, EEUU. Los ingresos de Welsh equivalen a unas 3.500 veces a los que percibieron en el mismo año una familia media. Esta proporción, sin consideraciones adicionales, ya debería ser un indicador para humanos normalmente constituidos de que algo no está funcionando bien para la gran mayoría de la población.

¿Cuáles pueden ser las justificaciones de una remuneración tan grotescamente elevada? Una de las más habituales es que lo que reporta a la compañía un director ejecutivo es tanto, que bien merece una recompensa tan alta. Incluso se argumenta que la diferencia entre el número uno y, pongamos por caso, el número cinco de entre los mejores pude ser muy grande. Obsérvese que este es el razonamiento que la teoría económica estándar aplica a las supermodelos de alta costura (los supermodelos masculinos, mucho menos conocidos que sus colegas femeninas, tienen un mercado más reducido porque se gasta menos de la mitad en ropa masculina que en femenina), y que explica que la diferencia de ingresos entre la modelo número 1 y la cotizada en el número 4, 6 ó 9, sea muy grande. Lo que la supermodelo número 1 y la número 6 hacen ganar a sus respectivos patrocinadores también varía mucho, de ahí las grandes diferencias. Razonamiento que se aplica también, como último ejemplo, a los tenistas de élite en que la diferencia de ingresos entre el primero de la Asociación de Tenistas Profesionales y el, pongamos por caso, 5, 7 ó 10 puede ser de muchos millones de diferencia. Así que, de entrada, lo de la gran aportación a la empresa parece una explicación razonable. La crisis sirvió para que mucha más gente de la que suele interesarse por estas cuestiones, conociera las formas de estafa mediante las que tantos ejecutivos engañaron a accionistas, clientes y trabajadores de la propia empresa. Pero hagamos el esfuerzo de olvidar esta gran estafa sólo por un momento. Vamos a suponer que este embeleco, cuyas consecuencias está padeciendo un número cada vez mayor de personas desde que estalló la actual crisis, no se hubiera producido. Supongamos que los ingresos de estos altos ejecutivos, asesores financieros y demás “magos” de las finanzas se debieran al mérito o a la compensación por las altas ganancias obtenidas por la empresa. Supongámoslo aunque sea por unos breves instantes.

Veamos entonces si la mencionada justificación del mérito para una remuneración tan elevada tiene algún sentido. El que fue Nobel de Economía en el año 2002, el psicólogo cognitivo Daniel Kahneman, realizó un estudio hace unos años sobre qué parte era debida a la aptitud y qué parte a la suerte en los resultados obtenidos por 25 asesores financieros a lo largo de ocho años. Disponía de un listado con muy detallados datos por asesor y por año. Los resultados de esta investigación fueron sorprendentes para el propio autor y demoledores para la justificación que discutimos. En palabras de Kahneman, se concluía que “los resultados se asemejaban a lo que se esperaría de un juego de dados, no de un juego de inteligencia”. En ningún caso, mediante el conocido instrumento estadístico de la correlación (en donde el coeficiente de la misma puede estar entre 0, en este caso ninguna correlación, y 1, correlación “perfecta” en ese extremo) se observó nada, que no fuera el puro azar, que tuviera una correlación significativamente superior a 0 entre la gestión de los asesores financieros con los resultados de las empresas. Es decir, que tratándose de la gestión del mercado financiero, la “firma recompensaba la suerte como si fuese una aptitud”. Tirar los dados conllevaría los mismos resultados. Si bien resultaría mucho más barato. Así que no se trata de mérito.

Aunque el problema que abordó Kahneman era más general, que él mismo y Amos Tversky llamaron “ilusión de validez” hace ya cuatro décadas, su estudio es muy significativo para lo que aquí interesa. Resulta que, supuesta la honradez de los altos ejecutivos, sus resultados económicos para la empresa respectiva son equivalentes a tirar los dados: aptitud cero y azar total. Pero cuando Kahneman realizó el mencionado estudio, no habían sucedido los hechos que con la crisis económica se han ido conociendo y que permiten afirmar que, para una buena parte de altos ejecutivos de grandes bancos y determinadas grandes empresas, la honradez no es algo que en ningún caso deba suponerse. En palabras escritas hace poco más de 4 años por el que fue candidato a presidente de los EEUU, Ralph Nader: “Olvidaos de Las Vegas. Los jugadores empecinados se hallan en Wall Street, y están jugando con vuestro dinero, con vuestras pensiones y con vuestros medios de vida.”

Y quedan muchas preguntas interesantes que quien se obstine en defender la tesis del “mérito” o algo remotamente parecido para justificar las grandes remuneraciones de los altos ejecutivos, tendría muchas dificultades en responder de forma satisfactoria. Por ejemplo, ¿por qué cuando la empresa incurre en pérdidas que en algunos casos son astronómicas, siguen ganando estos ejecutivos cifras tan depravadamente elevadas? Ese es el caso, entre muchos, de Richard S. Fuld, ejecutivo de Lehman Brothers que a mediados de la década anterior se embolsó 40 millones de dólares, cuando las pérdidas reconocidas de la empresa eran de 2.800 millones. Casi nada. Pero volviendo a Jack Welsh, ¿por qué este ejecutivo se llevó a casa en el año 2000 estos 144,5 millones de dólares y su antecesor en el cargo, el legendario para muchos y que fue definido como el “más influyente hombre de negocios en los EEUU”, Reginald Jones, solamente se embolsó 500.000 dólares en 1975? Si el primero, como queda dicho, se agenció una cantidad que equivalía a 3.500 veces los ingresos de una familia media estadounidense, el segundo lo hizo en una proporción no tan insultante, unas 36 veces. La respuesta está en las muchas normas que cambiaron en la configuración política de los mercados desde 1975 al 2000 para beneficio de los ricos y para la desgracia de la mayoría de la población. Y no digamos desde 2000 hasta hoy.

Es muy conocida la proverbial sentencia de Balzac “detrás de cada gran fortuna, hay un gran crimen”. Quizás no tanto la del Pulitzer D. C. Johnston, que muchos años después afirmó que si el crimen no es evidente es porque no se ha observado con la suficiente atención. 


 
Daniel Raventós es profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona, miembro del Comité de Redacción de sinpermiso y presidente de la Red Renta Básica. Es miembro del comité científico de ATTAC. Su último libro es ¿Qué es la Renta Básica? Preguntas (y respuestas) más frecuentes (El Viejo Topo, 2012).