domingo, 14 de marzo de 2010

El espejo irlandés


Todo el mundo tiene una teoría sobre la crisis financiera. Estas teorías oscilan entre lo absurdo y lo verosímil: desde las afirmaciones que señalan que unos demócratas liberales obligaron de algún modo a los bancos a prestar dinero a pobres que no se lo merecían (pese a que los republicanos controlaban el Congreso) hasta la opinión de que unos instrumentos financieros exóticos fomentaron la confusión y el fraude. Pero ¿qué es lo que de verdad sabemos?

Bien, en cierto modo la mera magnitud de la crisis -la manera en que ha afectado a gran parte del mundo, aunque no a su totalidad- resulta de ayuda, aunque sólo sea para investigar. Podemos fijarnos en los países que se han librado de lo peor, como Canadá, y preguntarnos qué han hecho bien: por ejemplo, limitar el endeudamiento, proteger a los consumidores y, por encima de todo, evitar dejarse enredar por una ideología que niega que haya necesidad alguna de regulación. También podemos fijarnos en países cuyas instituciones y políticas financieras parecían ser muy diferentes de las de Estados Unidos, pero que han caído con la misma fuerza, e intentar encontrar causas comunes.

De modo que, hablemos de Irlanda. Como bien señala un nuevo informe de investigación de los economistas irlandeses Gregory Connor, Thomas Flavin y Brian O'Kelly, "casi todos los factores causales aparentes de la crisis de Estados Unidos están ausentes en el caso irlandés", y viceversa. Sin embargo, la forma de la crisis de Irlanda ha sido muy similar: una enorme burbuja inmobiliaria (los precios subieron más en Dublín que en Los Ángeles o Miami), seguida de una fuerte crisis bancaria que sólo se ha podido mantener a raya mediante un caro programa de rescate.

Irlanda no tenía ninguno de los villanos favoritos de la derecha estadounidense: no había Ley de Reinversión en la Comunidad, ni Fannie Mae ni Freddie Mac. Lo que quizá resulte más sorprendente es la poca importancia de las finanzas exóticas: la quiebra de Irlanda no ha sido una historia de obligaciones de deuda garantizadas y canjes de créditos impagados, sino que se trató de un caso de exceso puro y duro a la vieja usanza, en el que los bancos concedieron grandes préstamos a prestatarios dudosos y al final los contribuyentes tuvieron que cargar con el muerto.

Entonces, ¿qué teníamos en común? Los autores del nuevo estudio señalan cuatro "factores causales profundos".

En primer lugar, hubo una exuberancia irracional: en ambos países los compradores y entidades crediticias se convencieron de que los precios inmobiliarios, aunque estaban por las nubes según parámetros históricos, seguirían subiendo.

En segundo lugar, se produjo una entrada enorme de dinero barato. En el caso de Estados Unidos, gran parte de ese dinero barato provino de China; en el de Irlanda, procedía principalmente del resto de la zona euro, donde Alemania se convirtió en un gigantesco exportador de capital.

En tercer lugar, los grandes actores tenían un incentivo para correr grandes riesgos, porque si salía cara ellos ganaban, y si salía cruz otros perdían. En Irlanda, este peligro moral era en gran medida personal: "Los jefes de los bancos díscolos se jubilaron con sus grandes fortunas intactas". También hubo mucho de esto en Estados Unidos: como señalan Lucian Bebchuk, de Harvard, y otros, los altos ejecutivos de empresas financieras estadounidenses en bancarrota recibieron miles de millones en pagos "vinculados a su rendimiento" antes de que sus firmas se fueran a pique.

Pero la similitud más llamativa entre Irlanda y Estados Unidos fue la "imprudencia regulatoria": la gente encargada de mantener los bancos a salvo no hizo su trabajo. En Irlanda, las autoridades reguladoras miraron para otro lado en parte debido a que el país estaba intentando atraer inversiones extranjeras, y en parte por favoritismo: los banqueros y promotores inmobiliarios tenían estrechos vínculos con el partido en el Gobierno.

En Estados Unidos también hubo bastante de esto, pero el mayor problema fue la ideología. De hecho, los autores del informe irlandés se equivocan al subrayar el modo en que los políticos estadounidenses entronizaban el ideal de la titularidad de una vivienda; sí, dieron discursos a ese respecto, pero no surtieron mucho efecto en los incentivos de las entidades crediticias.

Lo verdaderamente importante fue el fundamentalismo de libre mercado. Esto es lo que llevó a Ronald Reagan a declarar que la liberalización resolvería los problemas de las cajas de ahorros (el verdadero resultado fue unas pérdidas enormes, seguidas por un gigantesco rescate financiado por los contribuyentes) y a Alan Greenspan a insistir en que la proliferación de instrumentos derivados había fortalecido de hecho al sistema financiero. Esta ideología fue en gran medida la causante de que los reguladores ignoraran los riesgos cada vez mayores.

De modo que, ¿qué podemos aprender del hecho de que Irlanda haya tenido una crisis financiera de tipo estadounidense cuando sus instituciones son tan diferentes a las del otro país? Principalmente, que tenemos que centrarnos en los reguladores tanto como en las regulaciones. Adelante, limitemos el endeudamiento y el uso que se hace de la titularización, que son algunas de las cosas que Canadá ha hecho bien. Aunque esas medidas darán igual a no ser que la gente que considera que su deber es decir no a los banqueros poderosos obligue a respetarlas.

Por eso necesitamos un organismo independiente que proteja a los consumidores financieros (algo que Canadá también ha hecho bien) en lugar de dejar esa tarea en manos de instituciones que tienen otras prioridades. Y más allá de eso, necesitamos un cambio radical de actitud, y reconocer que dejar que los banqueros hagan lo que quieran tiene todos los ingredientes para llevar a un desastre. De no ser así, no habremos aprendido de nuestra historia reciente, y estaremos condenados a repetirla. -
AUTOR : PAUL KRUGMAN ; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE : EL PAIS

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