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domingo, 7 de febrero de 2010

Cómo ingeniárselas para evitar la caída libre


La derrota en la elección senatorial de Massachussets ha privado a los demócratas de Estados Unidos de 60 votos necesarios para sancionar la reforma sanitaria y otra legislación, y ha cambiado la política norteamericana -al menos por el momento-. Pero, ¿qué nos dice ese voto sobre los votantes y la economía de Estados Unidos?

No anuncia un giro hacia la derecha, como sugieren algunos expertos. Más bien, el mensaje que envía es el mismo que enviaron quienes votaron al presidente Bill Clinton hace 17 años: "¡Es la economía, estúpido!" y "Empleos, empleos, empleos". De hecho, en el lado opuesto de Massachussets en Estados Unidos, los votantes de Oregon aprobaron un referendo en respaldo de un aumento de los impuestos.

La economía estadounidense está pasando por un trance difícil -a pesar de que se ha reanudado el crecimiento y de que los banqueros vuelven a recibir sobresueldos gigantescos-. A más de uno de cada seis norteamericanos le gustaría un empleo de tiempo completo que no puede conseguir; mientras que el 40% de los desempleados ha estado sin trabajo durante más de seis meses.

Como aprendió Europa hace mucho tiempo, los períodos de dificultad prolongan el desempleo, a la vez que las capacidades y las perspectivas se deterioran y los ahorros se evaporan. Los 2,5-3,5 millones de embargos de casas que se esperan este año excederán los de 2009, y el año empezó con lo que se estima que sea la primera de muchas quiebras inmobiliarias comerciales importantes. Incluso la Oficina de Presupuesto del Congreso predice que recién a mitad de la década el desempleo regresará a niveles más normales, conforme Estados Unidos experimenta su propia versión del "malestar japonés".

Mientras yo escribía mi nuevo libro Freefall (Caída libre), el presidente Barack Obama asumía un gran riesgo al inicio de su administración. En lugar del marcado cambio que había prometido su campaña, conservó a muchos de los funcionarios de antes y mantuvo la misma estrategia de "goteo de la riqueza hacia abajo" para enfrentar la crisis financiera. Sus colaboradores parecían decir que ofrecerle suficiente dinero a los bancos era la mejor manera de ayudar a los propietarios y trabajadores comunes y corrientes.

Cuando Estados Unidos reformó sus programas de asistencia pública para los pobres en la presidencia de Clinton, impuso condiciones a los beneficiarios: tenían que buscar un empleo o inscribirse en programas de capacitación. Pero cuando los bancos fueron beneficiados con asistencia pública, no se les impuso ninguna condición. Si el intento de Obama de ingeniárselas para hacer algo hubiera funcionado, se habrían evitado algunas grandes batallas filosóficas. Pero no funcionó, y hacía mucho tiempo que la antipatía popular contra los bancos no era tan grande.

Obama quería achicar las divisiones entre los norteamericanos que había abierto George W. Bush. Pero ahora esas divisiones son más grandes. Sus intentos por complacer a todos, tan evidentes en las últimas semanas, probablemente no atemperen a nadie.


Los pregoneros del déficit -especialmente entre los banqueros que se quedaron paralizados durante el rescate gubernamental de sus instituciones, pero que ahora han regresado para vengarse- utilizan la preocupación por el creciente déficit para justificar recortes en el gasto. Pero estas opiniones sobre cómo administrar la economía no son mejores que la estrategia de los banqueros para administrar sus propias instituciones.

Reducir el gasto ahora debilitará la economía. Mientras el gasto esté destinado a inversiones que generen un retorno modesto del 6%, la deuda a largo plazo se reducirá, incluso si aumenta el déficit a corto plazo, debido a los mayores ingresos impositivos generados por la mayor producción en el corto plazo y el crecimiento más rápido en el largo plazo.

En un intento por "hallar la cuadratura del círculo" entre la necesidad de estimular la economía y complacer a los pregoneros del déficit, Obama propuso reducciones del déficit que, al tiempo que alienaron a los demócratas liberales, resultaron demasiado pequeñas como para satisfacer a los halcones. Otros gestos para ayudar a la agobiada clase media norteamericana pueden demostrar una profunda sensibilidad, pero son demasiado pequeños como para marcar una diferencia significativa.

Hay tres cosas que sí pueden marcar una diferencia: un segundo estímulo, contener la ola de embargos de casas encontrándole una solución a aproximadamente el 25% de las hipotecas cuyo valor supera el de la vivienda y reformular nuestro sistema financiero para poner riendas a los bancos.

Hubo un momento hace un año cuando Obama, con su enorme capital político, tal vez habría podido llevar a buen puerto esta ambiciosa agenda y, tomando estos éxitos como base, podría haber luego intentado resolver los otros problemas de Estados Unidos. Pero la furia que generó el rescate, la confusión entre el rescate (que no relanzó el préstamo, tal como se suponía) y la desilusión por las crecientes pérdidas de empleos, han circunscripto marcadamente su espacio de maniobra.

De hecho, hay señales de escepticismo incluso respecto de si Obama podrá llevar adelante sus bienvenidos y demorados esfuerzos por poner límites a los bancos demasiado grandes para quebrar y a su imprudente toma de riesgo. Sin eso, lo más probable es que la economía enfrente otra crisis en un futuro no tan distante.

A la mayoría de los norteamericanos, sin embargo, lo que más les preocupa es la crisis de hoy, no la de mañana. Se espera que el crecimiento en los próximos dos años sea tan anémico que apenas podrá crear empleos suficientes para quienes recién entran en la fuerza laboral, mucho menos regresar el desempleo a un nivel aceptable.

Los mercados sin restricciones pueden haber causado esta calamidad, y los mercados por sí mismos no nos sacarán de ella, al menos en el corto plazo. Es necesaria la acción del gobierno, y eso exigirá un liderazgo político efectivo y convincente.

AUTOR : Joseph E. Stiglitz, PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2001
FUENTE : PROJECT SYNDICATE

Bueno y aburrido




En tiempos de crisis, la buena noticia es que no haya noticias. El desastre de Islandia ocupó titulares; la notable estabilidad de los bancos de Canadá, no tanto.

Pero ahora que la atención del mundo se desvía del rescate financiero hacia la reforma financiera, las discretas historias de éxito merecen al menos la misma atención que los fracasos espectaculares. Tenemos que aprender de esos países que, evidentemente, lo han hecho bien. Y encabezando esa lista está nuestro vecino del norte. Ahora mismo, Canadá es un modelo de conducta muy importante.

Sí, lo sé, se supone que Canadá es soso. Es muy conocido que The New Republic declaró que el titular "La iniciativa canadiense vale la pena" (extraída de una columna de opinión publicada en los años ochenta en The New York Times) era el más aburrido del mundo. Pero Canadá siempre me ha parecido fascinante, precisamente porque es similar a EE UU en muchos aspectos, pero no en todos. La cuestión es que cuando los canadienses y los estadounidenses experimentan una divergencia, es casi seguro que las diferencias políticas, más que las diferencias culturales o de la estructura económica, están detrás de esa divergencia.

Y de todas formas, en lo que respecta a la banca, lo aburrido es bueno. Primero, algunos antecedentes. A lo largo de la última década, EE UU y Canadá hicieron frente al mismo entorno mundial. Ambos se enfrentaron al mismo aluvión de productos baratos y dinero barato procedentes de Asia. Los economistas de ambos países afirmaron alegremente que la era de las recesiones graves se había terminado.

Pero cuando las cosas se torcieron, las consecuencias fueron muy distintas en EE UU y en Canadá. En EE UU, las ejecuciones hipotecarias se dispararon, algunas instituciones financieras importantes se hundieron y otras sólo sobrevivieron gracias a las enormes ayudas económicas del Gobierno. En Canadá no pasó nada de eso. ¿Qué hicieron los canadienses de forma diferente?

No fue la política sobre los tipos de interés. Muchos analistas han culpado a la Reserva Federal de la crisis financiera, alegando que la Reserva creó una desastrosa burbuja al mantener los tipos de interés demasiado bajos durante demasiado tiempo. Pero los tipos de interés canadienses han seguido bastante de cerca a los estadounidenses, así que parece que los tipos bajos por sí solos no bastan para desencadenar una crisis financiera.

La experiencia de Canadá también parece refutar la opinión, enérgicamente defendida por Paul Volcker, el formidable ex presidente de la Reserva, de que las raíces de nuestra crisis se encuentran en la escala y el alcance de nuestras instituciones financieras (en la existencia de bancos que eran "demasiado grandes para quebrar"). Porque en Canadá prácticamente todos los bancos son demasiado grandes para quebrar: sólo cinco grupos bancarios dominan la escena financiera.

Por otra parte, la experiencia de Canadá sí parece respaldar el punto de vista de personas como Elizabeth Warren, la directora del grupo de expertos del Congreso que supervisa el rescate de la banca, quien atribuye gran parte de la culpa de la crisis a la incapacidad de proteger a los consumidores de los préstamos engañosos. Canadá tiene un organismo del consumidor financiero independiente, y éste ha restringido radicalmente los préstamos de alto riesgo.

Por encima de todo, la experiencia de Canadá parece corroborar la opinión de aquellos que dicen que la forma de hacer que la banca sea segura es hacerla aburrida, es decir, limitar la medida en que los bancos pueden asumir riesgos. EE UU solía tener un sistema bancario aburrido, pero la liberalización de la era Reagan hizo las cosas peligrosamente interesantes. Canadá, por el contrario, ha mantenido un tedio feliz.

Más concretamente, Canadá ha sido mucho más estricto a la hora de limitar el apalancamiento de los bancos, el grado en que pueden depender de fondos prestados. También ha limitado el proceso de titulización, por el que los bancos empaquetan y revenden derechos sobre sus préstamos pendientes; un proceso que se suponía que ayudaba a los bancos a reducir el riesgo repartiéndolo, pero que, en la práctica, ha resultado ser un modo de que los bancos hagan apuestas aún mayores con el dinero de otra gente.

No cabe duda de que en los últimos años estas restricciones han supuesto menos oportunidades para que a los banqueros se les ocurriesen ideas brillantes que habrían estado a su alcance si Canadá hubiese imitado el fervor liberalizador de EE UU. Pero resulta que eso ha acabado siendo bueno.

¿Y qué posibilidades hay de que EE UU aprenda del éxito de Canadá? En realidad, el proyecto de ley de reforma financiera que la Cámara de Representantes aprobó en diciembre haría que el sistema estadounidense se asemejase significativamente al canadiense. Crearía un organismo independiente de protección del consumidor financiero, establecería límites para el endeudamiento y restringiría la titulización al exigir a las entidades de crédito que conserven parte de sus préstamos.

Pero las perspectivas de que un proyecto de ley así obtenga los 60 votos que ahora se necesitan para que se apruebe algo en el Senado son inciertas. Los republicanos están clara y absolutamente en contra de cualquier reforma financiera importante -ni un solo republicano votó a favor del proyecto de ley de la Cámara de Representantes- y algunos demócratas también tienen sentimientos opuestos.

Así que hay una gran probabilidad de que no hagamos nada, o no demasiado, para evitar futuras crisis bancarias. Pero no será porque no sepamos qué hacer: tenemos un claro ejemplo de cómo hacer que la banca sea segura justo en la puerta de al lado. -


AUTOR : PAUL KRUGMAN;PREMIO NOBEL DE ECONOMIA, 2008
FUENTE : EL PAIS