Mostrando las entradas con la etiqueta 03/19/2009. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta 03/19/2009. Mostrar todas las entradas

jueves, 19 de marzo de 2009

GLOBALIZACIÓN Y ESTADO DE BIENESTAR

Como es bien sabido, en los últimos dos o tres decenios se han producido cambios muy profundos en nuestras sociedades que han propiciado una nueva y quizá más profunda fase de internacionalización de las relaciones económicas y sociales.

No es la primera vez en la historia en que la dimensión internacional alcanza un protagonismo tan relevante y, de hecho, lo que muchos historiadores afirman es que, en realidad, vivimos una segunda globalización. Pero sí es verdad que el vertiginoso y revolucionario avance de las nuevas tecnologías de la información ha creado un nuevo tipo de sociedad, la sociedad en red o de redes, en la que muchos de sus aspectos más determinantes del bienestar humano (para bien o para mal) se desenvuelven a escala global o planetaria.

Casi al mismo tiempo que se ha gestado esto último se ha ido produciendo también una crisis evidente (si no la práctica desaparición) de lo que hemos conocido como Estado de Bienestar.

Es muy pertinente, por lo tanto, preguntarse sobre la interrelación entre ambos fenómenos sociales, si pueden reforzarse uno con otro, en qué condiciones, o si, por el contrario, son verdaderamente incompatibles.

Pero para entender los efectos que la fase globalizadora en la que estamos ha tenido sobre el Estado del Bienestar es imprescindible ponerse de acuerdo sobre su naturaleza respectiva porque no todos estamos entendiendo lo mismo cuando hablamos de las mismas cosas.

Creo que es fácil aceptar que cuando hablamos del Estado de Bienestar nos referimos al sistema social que se consolidó, principalmente en Europa, a partir de la II Guerra Mundial y que comúnmente se asocia con los años gloriosos del capitalismo de los años cincuenta y sesenta.

Pero hay que tener muy en cuenta que el Estado de Bienestar fue el resultado concreto de unas circunstancias sociales, políticas y económicas muy singulares y de una correlación de fuerzas entre las clases sociales muy especial.

Por un lado, el Estado del Bienestar fue posible gracias al crecimiento intensivo que favorecía grandes incrementos de la productividad y una expansión continuada de la demanda, a la constante y amplia intervención del sector público en la economía, al pleno empleo y a una división internacional del trabajo y de las tareas productivas que garantizaba el predominio de las economías del norte desarrollado, principalmente, sobre sus antiguos territorios coloniales.

Y a todo eso coadyuvó, al mismo tiempo, la enorme capacidad de creación de consenso que proporcionaba la llamada cultura del más y la aparición, desde el principio muy ligada a los grandes poderes económicos, de las grandes industrias culturales y de manipulación de las conciencias.

Por otro lado, el Estado del Bienestar fue (para muchos, de modo principal) el resultado de un pulso entre clases sociales que en aquellos momentos históricos no tenía un ganador claro.

Ese pulso sin ganador seguro se tradujo inicialmente en un pacto (en muchas ocasiones explícito) sobre la distribución de la renta que expresaba, al mismo tiempo, el equilibrio de clases existente entonces (que impedía que se produjese un claro predominio del capital sobre el trabajo, o viceversa) y la necesidad de ofrecer un modelo relativamente aceptable para las clases trabajadoras frente al referente alternativo que en aquel momento representaban la Unión Soviética y sus países afines.

En esas condiciones, teniendo en cuenta que se orientaba sobre todo a lograr un cierto equilibrio de clases sociales, y aunque la economía tendiese constantemente, como ha sucedido siempre en el capitalismo, a su internacionalización, el Estado del Bienestar no podía ser fundamentalmente sino una experiencia nacional, es decir, fraguada en el interior de los respectivos ámbitos estatales.

La globalización neoliberal

Por otra parte, la globalización en la que nos encontramos no es simplemente un cambio de escala, que lo es, ni el resultado de un gran revolución tecnológica, que lo es, ni un cambio de proyecto civilizatorio, que lo es, ni siquiera el resultado de una transformación radical en el modo de funcionar, organizar o regular la vida económica y social, que lo es.

La fase globalizatoria que vivimos en la actualidad es todo ello pero también, y sobre todo, es la consecuencia de un cambio radical en la correlación de fuerzas, es el resultado del pulso al que hice referencia anteriormente ganado ahora resueltamente por el capital frente a los trabajadores de todo el mundo. Y esto es lo que de verdad explica que, a medida que la globalización se ha ido consolidando, el Estado del Bienestar haya ido entrando en una crisis profunda y definitiva.

Veamos esto con algo más de detalle.

Las razones que se pueden argumentan para explicar, justificar o racionalizar el declive del Estado del Bienestar en la globalización de nuestra época son muy diversas y todas seguramente cargadas de razón... si no se contextualizan adecuadamente.

Se trata, por ejemplo, de argumentos como los siguientes:

- La falta de capacidad de maniobra de los gobiernos para llevar a cabo las políticas redistributivas que permitieran los pactos o equilibrios de rentas que son intrínsecos y consustanciales al Estado del Bienestar. Entre otras razones, porque si las llevan a cabo, estableciendo cargas impositivas que no privilegien al capital, éste se deslocaliza, desplazándose a territorios más favorables desde este punto de vista gracias a las nuevas condiciones de movilidad que proporciona el no-orden institucional del actual marco de relaciones económicas internacionales.

- La ausencia de esos mecanismos o instrumentos redistributivos (principalmente fiscales) a escala global que permitieran compensar o complementar la acción de los gobiernos nacionales en este campo.

- El predominio de políticas deflacionistas que deprimen la actividad económica, y que necesariamente implican reducir el potencial de crecimiento de las economías limitando, en consecuencia, las posibilidades de creación de empleos.

- La generalización de mercados de trabajo que, en lugar de ser la fuente de la socialización en el bienestar (garantizado salarios de suficiencia, acceso a los derechos sociales universales, la creación de amplias redes familiares y sociales,... como en la etapa fordista) son precarios, origen de grandes desigualdades e incluso de un nuevo tipo de grave exclusión social.

- La imposibilidad, en las anteriores condiciones, de originar o generar el consenso en el espacio de la mercancía (del empleo y del consumo) para pasar a convertir en mercancía la generación del consenso en el espacio del ocio o no trabajo.

- Una renuncia efectiva al Estado, a la política y a la consideración del espacio colectivo (que es el propio del bienestar cuando las personas se reconocen como seres sociales más que como simples individuos) como ejes de la acción social, para convertir al mercado en su centro omnipresente.

Por otro lado, la regulación socioeconómica desde la ética y la lógica del mercado que sostiene la globalización en la que nos encontramos ha producido una economía global que es imagen vicaria del mercado: imperfecta, asimétrica, desigualadora, útil solamente para optimizar la rentabilización de los intercambios pero completamente ajena a la equidad o simplemente a la problemática distributiva.

Finalmente, el orden institucional que finalmente acompaña a este estado de cosas que caracterizan a la globalización de nuestras días es la negación estricta de sí mismo porque no es un auténtico orden global (como ocurre paradigmáticamente en el campo financiero) sino una arquitectura que no se rige sino por la búsqueda constante del beneficio con independencia de su precio o de las condiciones en que se produzca (lo que explica, por ejemplo, los acusado problemas de sostenibilidad que la acompañan).

En todas estas condiciones, lo que viene creando la globalización son sociedades fragmentadas, desiguales y compuestas de individuos ensimismados que renuncian implícita o explícitamente, consciente o inconscientemente, a su pertenencia al grupos o a la clase, es decir, al otro como puente hacia su socialización. Unas sociedades en las que, efectivamente (y como suele ser opinión mayoritaria) es materialmente imposible que sobreviva el Estado del Bienestar.

Ahora bien, lo que sucede es que esta incompatibilidad no se da entre globalización y bienestar de modo genérico sino entre proyectos históricos concretos de ambos.

Es fundamental tener en cuenta que la globalización en la que nos encontramos, como ocurriera con otras fases globalizadoras, no es la globalización. En realidad, es su modalidad neoliberal, tan inevitablemente caduca como históricamente lo es cualquier otra.

Y lo está ocurriendo, y afectando gravemente al bienestar, es que la globalización neoliberal es radicalmente imperfecta.

No es verdad que esté implicando una globalización de todas las relaciones sociales, como falsamente se quiere hacer creer. Por el contrario, son demasiados los ámbitos que expresamente están quedando fuera de la dimensión global que podrían alcanzar para lograr mejores condiciones de vida y bienestar para el conjunto de la humanidad.

De hecho, son muy pocos los ámbitos socioeconómicos que en nuestros días se encuentran globalizados perfecta y literalmente hablando. Quizá solamente el dinero y las finanzas. Ni siquiera el comercio, porque los países ricos imponen costosísimas y barreras a los más pobres. Tampoco el trabajo, pues se mantienen fronteras obviamente contrarias a la liturgia liberalizadora con la que se nos adoctrina día a día. Y la globalización de la cultura, de los valores o las pautas de consumo o estilos de vida son, una clara expresión uniformadora más que la del mosaico en que debiera reflejarse la diversidad global de nuestro planeta.

En definitiva, el Estado del Bienestar es incompatible con la globalización pero solo en la versión neoliberal de ésta última y lo que eso indica no es que haya que renunciar a la globalización o mucho menos al bienestar sino que hay que hacer que éste sea su eje. En lugar de renunciar y dejar de hablar de bienestar lo tendríamos que erigir en el centro de la globalización para así avanzar hacia lo que me parece que satisface mejor que la agenda actual a las aspiraciones humanas más auténticas: la sociedad mundial del Bienestar Global.

AUTOR :Juan Torres López
FUENTE :GLOBALIZACION .ORG

Salarios y despidos

Esta grave crisis económica en la que estamos inmersos que ha sido generada por las desmesuras e incompetencias del capitalismo, está provocando una serie de medidas económicas que a uno le dejan atónito.

Todos están asombrados por la intensidad y la rapidez de la crisis. Estos capitalistas creadores de la crisis por su avaricia, deberían dedicarse a reflexionar sobre las causas que la han provocado.

Para que entendamos bien la crisis, en el año 2008 los miembros del G7 disponían de recursos fiscales por una cuantía de 10 billones de dólares mientras que los productos financieros y derivados registrados por el Banco de Basilea pasaban los 600 billones de dólares, a lo que habría que añadir otros negocios financieros, que según algunos expertos, hacen que la masa especulativa mundial sobrepasa los mil billones de dólares, aproximadamente veinte veces el PIB mundial. ¡Es la locura! Por eso los planes de rescate que se están realizando no surten efecto por la esquizofrenia total en que nos han metido. ¿Acabaran en la cárcel algunos de estos ladrones?

Uno que todavía guarda un punto de ingenuidad esperaba que por ejemplo, solicitaran la desaparición de los paraísos fiscales, un sistema fiscal más justo y menos discriminatorio con los pobres, una regulación estricta del sistema financiero, un control sobre los beneficios para que estos no sean tan escandalosos. Nada de esto se solicita sino las clásicas recetas de siempre para que paguen los pobres.

Ni en el partido en el poder ni el de la oposición hablan de estas cosas y en algunos casos, hacen cosas que provocan escándalo público, a pesar de su ocultación, como es la rebaja de impuestos dado por Zapatero a las cúpulas de los bancos o la supresión del impuesto de sucesiones. Una cosa es el lenguaje socialdemócrata y otra la práctica neoliberal.

En estos momentos dos temas están en las reivindicaciones empresariales: salarios y despidos.

Respecto a los salarios, podemos confirmar que el peso de los salarios a pesar del aumento en el número de trabajadores en los últimos años pierde peso en el PIB nacional de forma sistemática y continuada, mientras que las rentas del capital las gana continuamente. La política de moderación salarial practicada entre empresarios/sindicatos ha provocado en los últimos diez años una pérdida del poder adquisitivo del 4%, la más alta de toda Europa. Entonces si en la época de esplendor económico perdemos poder adquisitivo ¿Cuándo mejorara nuestro nivel de vida?

Ahora los empresarios nos vuelven a pedir la receta clásica de disminución de los salarios para salir de la crisis. Crisis provocada no por las demandas de los trabajadores sino por los excesos financieros y empresariales

El empresariado aduce que en el año 2008, la inflación acabó en el 1,4%, cuando todos los convenios han estado por encima del 2%. Como ellos bien saben, la inflación media del 2008 fue del 3,4%, con lo cual no solamente no se ganó poder adquisitivo sino que se volvió a perder.

Veamos por ejemplo, el año 2007, cuando se siguió como todos los años anteriores y posteriores el criterio del Banco Central Europeo, de la previsión de la inflación del 2%, cuando se sabía que se iba a pasar por mucho este dato. Año a año el mundo empresarial ha sido beneficiado por esta previsión. Entonces nunca escuchamos ninguna queja de estos. En el año 2007, la vida subió el 4,4% y sin embargo la nóminas solo subieron el 2% aunque posteriormente en algunos convenios hubiera cláusula de revisión.

Como dice Ramón Gorriz de CCOO "la crisis no tiene que ver con esta, sino con un modelo de crecimiento que no ha sido sano. No vamos a renunciar a los objetivos salariales. El BCE no ha cambiado el objetivo de inflación"

Para los sindicatos, reclamar y aplicar ahora una congelación salarial sólo agravaría la crisis. Su argumento es que una pérdida de poder adquisitivo no ayudaría a recuperar el consumo y sería un golpe de confianza.

La crisis económica está originando un debate sobre la necesidad de abaratar y flexibilizar el despido. Cuando llevamos más de 1.500.000 de despidos y nos quedan otros tantos hasta final del 2010 que rondaremos los cinco millones de parados, es necesario un debate serio y fuera del oportunismo empresarial lleno de dogmatismos neoliberales.

Está claro, que nuestro mercado laboral posee una gran capacidad de destrucción silenciosa de empleos de bajo coste. El debate no debe basarse en el abaratamiento sino en su racionalización con la finalidad de crear mejores condiciones futuras de empleo dentro de un nuevo modelo productivo más dinámico y competitivo, entendiendo a los trabajadores como un capital humano valioso e imprescindible.

En nuestra economía, el empleo temporal es el más alto de toda la Unión Europea y esto abarata en exceso el despido. El despido libre ya existe y se produce con gran flexibilidad. Reflexionemos sobre nuestro singular modelo de despido y la especial vulnerabilidad de nuestro mercado de trabajo ante la crisis económica.

Intentar crear empleo de baja calidad y temporal nos llevará en un futuro a tener poca productividad y más desempleo. No deben tomarse medidas para favorecer la flexibilizar aún más el empleo temporal.

Desde mi punto de vista, se debería mejorar la regulación del contrato indefinido superando la actual dualidad y creando un contrato estable con coste económico único que facilité la contratación indefinida a tiempo parcial en sus diversas modalidades. Se tiene que racionalizar la regulación del despido, dando una mayor seguridad a los procedimientos de despidos y dando mayor seguridad a los procedimientos de despido con causa empresarial y otorgando a los sindicatos y a la negociación colectiva un mayor protagonismo en la gestión de las indemnizaciones.

Hay una gran disfunción en las reglas y costes extintivos entre la pequeña y la gran empresa. Más que abaratar el despido, sería bueno reducir sus costes a la pequeña empresa, sin que ello perjudique a los trabajadores. Tendría que ser el fondo de garantía salarial financiado por todas las empresas la que se encargaría de cubrir gran parte de la indemnización de los despidos en pequeñas empresas. Esta medida favorecería superar el temor a la contratación indefinida y aseguraría la compensación económica a los trabajadores.

El despido es injustamente barato a causa de la fuerte temporalidad y extraordinariamente flexible, por ello se deberían centrarse los esfuerzos en su racionalización para construir un mercado laboral menos vulnerable a las crisis y que mejore las condiciones de empleo favoreciendo una mayor competitividad empresarial.

La ideologización de algunos sectores empresariales que todavía no se han enterado que el neoliberalismo está en fase Terminal, impide cualquier avance. Cuanto más tiempo tardemos en aplicar esta solución más costosa será nuestra salida.

AUTOR :Edmundo Fayanas Escuer
FUENTE :TELESUR