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domingo, 29 de marzo de 2009

¿Podría EE UU sufrir 'décadas perdidas' como las de Japón?

Cuando Adolf Hitler asumió el poder en Alemania durante el periodo posterior a Weimar, entre 1933 y 1939, los videntes en Europa y EE UU proclamaron que "eso no puede pasar aquí". Vale la pena el ejercicio de replantear la pregunta seriamente: ¿podrían los EE UU de Obama sufrir una década perdida como la experimentada por Japón?
Pensar lo impensable puede ser útil incluso para los optimistas. Soy un macroeconomista realista que, a pesar de los excelentes programas de los equipos de Obama y el Congreso demócrata, prevé que la recuperación del crecimiento del PIB real y de los índices de empleo elevados en EE UU y en el mundo probablemente se dará tras una caída cifrada en años, y no en meses.

Supongamos, no obstante, que estoy siendo demasiado optimista y que EE UU pudiera experimentar una década perdida como la de Japón.

¿Cómo podría pasar eso? Todo lo que se necesita es un estancamiento de la democracia. A lo largo de la historia, dichos estancamientos se han producido con demasiada frecuencia. En Japón, las diferentes facciones del partido mayoritario, el Partido Demócrata Liberal, siempre han tendido a la controversia. Además, los legisladores de la Dieta se enfrentaban a los burócratas del país.

Sólo tenemos que imaginar una pérdida de popularidad del presidente Obama. Sin una inyección pública fuerte y sostenida de nuevo poder adquisitivo, una economía en recesión va de mal en peor. La reducción del empleo hace que el consumo se contraiga. La disminución del gasto provoca un aumento del desempleo. Es un círculo vicioso, la pescadilla que se muerde la cola.
Japón refuta la creencia anterior de que los mercados liberalizados siempre pueden generar su propia recuperación. Una refutación incluso anterior la proporcionó el incapaz Herbert Hoover entre 1929 y 1932. Una economía en retroceso genera su propio círculo vicioso descendente, a no ser que se le aporte un gran estímulo público sostenido. Una economía deprimida genera una sociedad malsana. La historia nos lo ha mostrado en repetidas ocasiones.

Por ahora, el dólar se mantiene sorprendentemente fuerte. Podría perder su categoría de moneda refugio. No podemos descartar un ataque desordenado contra el dólar en el futuro. Cuando eso ocurra, si es que ocurre, a los fondos de cobertura extranjeros que venden dólares al descubierto se les unirán también los fondos de cobertura estadounidenses.

Ahora mismo, el presidente Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, no tienen que preocuparse por un debilitamiento del dólar (¿a lo mejor, en su fuero interno, incluso lo agradecen como un impulso para las exportaciones estadounidenses?). Pero más adelante, los excesivamente consumistas estadounidenses podrían perder el liderazgo mundial en los mercados de divisas. George W. Bush, durante sus ocho años en la Casa Blanca, se enemistó imprudentemente con las naciones extranjeras. Ése es su terrible legado.

La vida en una caída sostenida como la de Japón podría ser lamentable. Ya mismo puedo ver por la ventana de mi casa de invierno en la costa occidental de Florida esa imagen deprimente. Si conducimos dos kilómetros hacia el sur, podemos contar carteles de "se vende" en 20 casas de lujo.

Las tiendas están en su mayoría vacías. Los servicios de enfermería abundan porque pocos maridos de enfermeras encuentran trabajo. Uno se tropieza con abogados e ingenieros dispuestos a aceptar trabajos de lavacoches, aunque hoy en día no hay trabajos de ésos. Edificios abandonados, a medio construir, se deterioran cada mes que pasa.

Me quedé sorprendido cuando oí decir a un consternado banquero local, que con toda probabilidad ha votado a los republicanos toda su vida, que si para evitar caer en la trampa japonesa la gente de Obama tuviera que tolerar unas tasas de inflación superiores al 10% entre 2009 y 2012, EE UU debería aceptar ese riesgo.

Ponderar la enfermedad japonesa, no porque sea muy probable sino para comprender lo perniciosa que podría ser, zanjará el debate a favor de los programas de estímulo extremos. Mejor prevenir que curar.

Y merece la pena explorar otro experimento mental relativo a la próxima media década. ¿Qué pasaría si la ideología contraria al libre comercio adquiriera popularidad política? ¿Cómo podría afectar a las tasas de crecimiento real y a los niveles de vida mundiales el que la UE, Norteamérica y Asia en general sucumbieran a los aranceles elevados y las cuotas de importación bajas?

El golpe más duro se lo llevarían China e India. Los trabajadores de EE UU y de la UE no se librarían de una caída de sus salarios anuales. Aun así, puede que muchos ciudadanos de países importantes de la UE como Francia, Alemania e Italia prefieran una caída de los salarios reales si con eso se consigue, por ejemplo, reducir a la mitad la tasa de desempleo en Europa. En tiempos y lugares modernos, las sociedades de centroizquierda evitan morirse de hambre tomando medidas temporales para reducir las desigualdades.

Como ya me sé las locuras de la izquierda y de la derecha, me he convertido en un centrista convencido que sabe que las empresas privadas y los reguladores públicos son esencialmente necesarios. Casi por definición, un centrista debe estar dispuesto a alcanzar un compromiso. Por eso, si los franceses quieren trabajar menos horas a la semana y frenar el libre comercio, son opciones admisibles que no amenazan con devolvernos a la era de la servidumbre.

Durante las burbujas ascendentes, el éxito de hoy parece alimentar el éxito de mañana. Pero es un arma de doble filo. En una burbuja descendente, la caída de ayer de los precios del Dow Jones genera nuevas caídas hoy y mañana. Irónicamente, cuando los ciudadanos se asustan demasiado y dejan de gastar, su cambio al ahorro imposibilita el aumento de la inversión. Mi generación de macroeconomistas lo denominaba "la paradoja del ahorro". Los que hoy enseñan en las principales universidades estadounidenses se dejaron lavar el cerebro por eruditos libertarios como Milton Friedman y Friedrich Hayek y han olvidado estas realidades.

Sería una tragedia -una tragedia evitable- que las democracias de hoy se dejasen atrapar en recesiones prolongadas.

AUTOR :

Paul A. Samuelson es profesor emérito de Economía en el Massachusets Institute of Technology (MIT) y Premio Nobel de Economía en 1970


FUENTE : DIARIO EL PAIS

La venganza del exceso

Se acuerdan de los viejos tiempos, cuando hablábamos de la "crisis de las hipotecas subprime", y algunos hasta pensaban que esa crisis podía "frenarse"? ¡Ay, la nostalgia
Hoy sabemos que los préstamos subprime sólo eran una pequeña parte del problema. Incluso los préstamos hipotecarios incobrables en general eran sólo una parte de lo que fue mal. Vivimos en un mundo de prestatarios con problemas, desde los promotores de centros comerciales hasta las economías europeas milagrosas. Y no paran de surgir nuevos tipos de problemas con la deuda.

¿Cómo se ha producido esta crisis mundial de la deuda? ¿Por qué está tan extendida? Yo diría que la respuesta puede encontrarse en un discurso que dio hace cuatro años Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal. En aquel entonces, Bernanke intentaba resultar tranquilizador. Pero, aun así, lo que dijo entonces ya presagiaba el desastre que se avecinaba.

El discurso, titulado El exceso de ahorro mundial y el actual déficit por cuenta corriente de EE UU, ofrecía una explicación novedosa para el rápido aumento del déficit comercial estadounidense a principios del siglo XXI. Bernanke sostenía que las causas no había que buscarlas en EE UU, sino en Asia.

Señalaba que, a mediados de los noventa, las economías emergentes de Asia habían sido grandes importadoras de capital y habían tomado dinero prestado en el extranjero para financiar su desarrollo. Pero a raíz de la crisis financiera asiática de 1997 y 1998 (que entonces parecía algo tremendo, pero que resulta insignificante comparada con lo que está sucediendo ahora), esos países empezaron a protegerse a sí mismos amasando enormes cantidades de activos extranjeros como reservas, pero lo que estaban haciendo de hecho era exportar capital al resto de los países. La consecuencia fue que el mundo se inundó de dinero barato en busca de un lugar adonde ir.

La mayor parte de ese dinero fue a parar a EE UU, de ahí su gigantesco déficit comercial, porque el déficit comercial es la otra cara de las entradas de capital. Pero, como Bernanke señalaba acertadamente, el dinero también fluyó hacia otros países. En concreto, algunas pequeñas economías europeas registraron unas entradas de capital que, aunque en números absolutos eran mucho más pequeñas que las que afluyeron a EE UU, eran mucho más grandes en proporción al tamaño de dichas economías.
Aun así, gran parte del exceso de ahorro mundial fue a parar a EE UU. ¿Por qué? Bernanke citaba "la profundidad y complejidad de los mercados financieros del país (que, entre otras cosas, han permitido a las familias acceder con facilidad al dinero del mercado inmobiliario)". Profundidad, sí. Pero ¿complejidad? Bueno, se podría decir que los banqueros estadounidenses, confiados tras un cuarto de siglo de celo liberalizador, lideraron al mundo a la hora de encontrar formas complejas de enriquecerse disimulando el riesgo y engañando a los inversores.

Y los sistemas financieros muy abiertos y escasamente regulados eran la característica de otros muchos receptores de grandes entradas de capital. Esto podría explicar la correlación casi espeluznante entre los elogios conservadores de hace dos o tres años y el desastre económico actual. "Las reformas han convertido a Islandia en un tigre nórdico", proclamaba un informe del Cato Institute; Cómo se ha convertido Irlanda en el tigre celta era el título de un artículo de la Heritage Foundation; El milagro económico estonio se titulaba otro. Estos tres países atraviesan ahora una profunda crisis.

Durante algún tiempo, el flujo masivo de capital creó una ilusión de riqueza en estos países, exactamente igual que en el caso de los propietarios de viviendas estadounidenses. Los precios de los activos subían, las monedas eran fuertes y todo parecía ir de maravilla. Pero, antes o después, las burbujas se pinchan siempre y las economías milagrosas de ayer se han convertido en los casos perdidos de hoy, países cuyos activos se han evaporado, pero cuyas deudas siguen siendo muy reales. Y estas deudas son un lastre especialmente pesado porque la mayoría de los préstamos estaban expresados en monedas de otros países.

Y el daño no se limita a los prestatarios originales. En EE UU, la burbuja inmobiliaria se dio principalmente en las zonas costeras, pero cuando estalló, la demanda de bienes manufacturados, especialmente de coches, cayó en picado, y eso le ha pasado una tremenda factura al corazón del sector industrial. De forma similar, las burbujas de Europa se dieron principalmente en la periferia del continente, aunque la producción industrial de Alemania (que nunca experimentó una burbuja financiera, pero es el núcleo industrial de Europa) está cayendo rápidamente por culpa del hundimiento de las exportaciones.

Si quieren saber de dónde procede la crisis mundial, plantéenselo de esta forma: estamos contemplando la venganza del exceso.

Y el exceso de ahorro sigue estando ahí. De hecho, es mayor que nunca, ahora que los consumidores empobrecidos han redescubierto las ventajas de la frugalidad y que el boom mundial de la propiedad, que proporcionó una válvula de escape para todo ese exceso de ahorro, se ha ido al garete en todo el mundo.

Una forma de ver la actual situación internacional es pensar que estamos padeciendo una paradoja del ahorro a escala mundial: por todo el mundo, las cantidades que se quieren ahorrar superan a las que las empresas están dispuestas a invertir. Y la consecuencia es una depresión mundial que deja a todo el mundo peor de lo que estaba. Así es como nos hemos metido en este lío, del que seguimos buscando el modo de salir.

AUTOR : PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE : DIARIO EL PAIS