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domingo, 5 de abril de 2009

La trampa de los dólares de China

En los comienzos de la crisis financiera, los bromistas decían que nuestras relaciones comerciales con China habían resultado ser justas y equilibradas después de todo: ellos nos vendían juguetes envenenados y pescado contaminado, y nosotros les vendíamos valores fraudulentos.

Pero últimamente ambas partes de ese acuerdo están fallando. Por un lado, el interés del mundo por los productos chinos ha caído en picado. Las exportaciones de aquel país se han hundido en los últimos meses y son ahora un 26% más bajas que hace un año. Por otra parte, es evidente que los chinos están poniéndose nerviosos por culpa de esos valores.

Pero parece que China sigue teniendo expectativas poco realistas. Y eso es un problema para todos nosotros. La gran noticia de la semana pasada fue un discurso de Zhou Xiaochuan, el gobernador del Banco Central de China, en el que pedía una nueva "moneda de reserva supersoberana".

La facción paranoica del Partido Republicano advirtió inmediatamente sobre un vil complot para que Estados Unidos renunciase al dólar. Pero el discurso de Zhou Xiaochuan era en realidad un reconocimiento de la debilidad del país. Lo que estaba diciendo, de hecho, es que China se ha metido a sí misma en una trampa de dólares y que no es capaz de salir de esa trampa, ni de cambiar las políticas que la hicieron caer inicialmente en ella.

Algunos antecedentes: en los primeros años de esta década, China empezó a registrar grandes superávit comerciales y también empezó a atraer un flujo considerable de capital extranjero. Si China hubiese tenido un tipo de cambio flotante -como, por ejemplo, Canadá-, esto habría provocado una revalorización de su moneda que, a su vez, habría ralentizado el crecimiento de las exportaciones chinas.

Pero, en vez de eso, China decidió mantener el valor del yuan más o menos fijo con respecto al dólar. Para hacerlo tenía que comprar dólares a medida que llegaban. Con el paso de los años, esos superávit comerciales siguieron creciendo, al igual que lo hizo la reserva de activos extranjeros de la República Popular China.

Pero la broma sobre los valores fraudulentos era injusta en realidad. Aparte de un tardío e irreflexivo acopio de acciones (de las más altas del mercado), los chinos han acumulado principalmente activos muy seguros, entre los que los bonos del Tesoro de Estados Unidos (bonos T, para abreviar) representan una parte importante del total. Pero aunque los bonos T son seguros como los que más, ofrecen una rentabilidad muy baja.

¿Había alguna estrategia oculta tras esta vasta acumulación de activos de baja rentabilidad? Probablemente, no. China adquirió su alijo de dos billones de dólares (con lo que convirtió la República Popular en la República de los bonos T) de la misma forma que Gran Bretaña adquirió su imperio: en un ataque de insensatez.

Y, según parece, el otro día, los dirigentes chinos se despertaron y se dieron cuenta de que tenían un problema. La baja rentabilidad no parece preocuparles demasiado, ni siquiera ahora. Pero, aparentemente, están preocupados por el hecho de que alrededor del 70% de esos activos estén expresados en dólares, por lo que cualquier caída futura del dólar conllevaría una gran pérdida de capital para China. De ahí la propuesta de Zhou de pasar a una nueva moneda de reserva del tipo de los Derechos Especiales de Giro (DEG), en los que el Fondo Monetario Internacional mantiene sus cuentas.

Pero esto es a la vez más y menos simple de lo que parece. Los Derechos Especiales de Giro no son dinero real. Son unidades contables cuyo valor se fija en función de una mezcla de dólares, euros, yenes japoneses y libras británicas. Y no hay nada que pueda evitar que China diversifique sus reservas apartándose del dólar ni, por supuesto, que se haga con una reserva que tenga una composición mixta como la de los DEG; es decir, nada excepto el hecho de que ahora China tiene tantos dólares, que no puede venderlos sin provocar una caída del dólar y desencadenar la pérdida de capital que temen sus dirigentes.

Así que, en realidad, la propuesta de Zhou equivale a una súplica para que alguien rescate a China de las consecuencias de sus propios errores de inversión. Pero eso no va a ocurrir.

Y la petición de alguna solución mágica al problema del exceso de dólares de China indica algo más: que los dirigentes de aquel país no se han enfrentado al hecho de que las reglas del juego han cambiado de una forma fundamental.

Hace dos años vivíamos en un mundo en el que China podía ahorrar mucho más de lo que invertía y deshacerse de su exceso de ahorro en Estados Unidos. Ese mundo ha desaparecido.

Aun así, el día después de su discurso sobre la nueva moneda de reserva, Zhou dio otro en el que parecía afirmar que la altísima tasa de ahorro china es inmutable, una consecuencia del confucionismo, que valora la "antiextravagancia". Mientras tanto, "no es el momento apropiado" para que Estados Unidos ahorre más. En otras palabras, dejemos las cosas como estaban. Pero eso tampoco va a ocurrir.

La conclusión es que China todavía no se ha enfrentado a los dolorosísimos cambios que serán necesarios para afrontar esta crisis mundial. Claro está que lo mismo podría decirse de los japoneses, los europeos y los estadounidenses.

Y ese no aceptar las nuevas realidades es el principal motivo por el que, a pesar de algunos rayos de esperanza (la cumbre del G-20 ha conseguido más de lo que yo pensaba), es probable que esta crisis todavía se prolongue durante años.

AUTOR : PAUL KRUGMAN
FUENTE : EL PAIS

Mutaciones de la crisis financiera internacional

Las proyecciones del Producto Bruto Interno (PBI) para el 2009, especialmente estadounidense (EEUU), son cada vez más negativas. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el PBI crecería 0.1% respecto del cierre del 2008 (2/10/2008), luego se pasó a -0.7% en noviembre del 2008 (6/11/2008), posteriormente a -1.6% (FMI, 28/1/2009) y a partir de mediados de marzo la proyección fue del -2.6% (FMI, 19/3/2009).

La semana pasada la OCDE (31/3/2009) señaló que la caída sería del -4%, que implicaría una menor producción de US$ 570,584 millones, 4.8 veces el producto que generamos anualmente todos los peruanos. Esta crisis ha reducido el valor de mercado del patrimonio de las empresas norteamericanas en US$ 8’331,018 millones (al 1/4/2009), como resultado de la crisis del mercado de valores en curso.

No vamos a discutir por qué se modifican continuamente las proyecciones económicas. La futurología es una actividad difícil y riesgosa en las actuales circunstancias. La convicción de la mayoría de los economistas es que todavía no hemos llegado al fondo del túnel. La crisis es como un virus que tiene un ciclo reproductivo que termina en la liberación (cuando sale de la célula huésped). Sin embargo, pueden perjudicar a la célula del organismo donde se aloja hasta, en el peor de los casos, destruirla. Asimismo, tienen genes y evolucionan por selección natural. Esto implica que algunas características de nueva aparición se pueden transmitir de generación en generación (Wikipedia, 2009). La crisis actual tuvo una taxonomía particular hasta el tercer trimestre del 2008, de ahí y hasta ahora tiene otra. Hacia delante, pueden configurarse diversos procesos y etapas, donde destacan la deflación y el caos sistémico.

Hasta antes del tercer trimestre del 2008 la crisis para los países desarrollados se caracterizó por mostrar un alto precio de las materias primas y el petróleo, elevadas tasas de inflación, tipos de interés estables, dólar americano débil respecto de un euro fuerte, bajas tasas de crecimiento económico que perfilaron una clara situación de estanflación. A partir del tercer trimestre del 2008 y hasta ahora se observa un fuerte descenso del precio de las materias primas y del petróleo, caída de las tasas de inflación, dólar fuerte y euro y libra esterlina muy débiles, descenso generalizado de las tasas de interés, y ahora, tasas de crecimiento sensiblemente negativas.

La deflación es el proceso extremo que sigue luego de una recesión, cuando la demanda agregada es menor que la oferta, generando que los precios comiencen a reducirse. Este fenómeno se asocia, en el mejor de los casos, a situaciones de estancamiento productivo (crecimiento cero). Para el hombre de la calle, la deflación puede parecer una circunstancia positiva. Sin embargo, es muy negativa, creando un círculo vicioso donde los consumidores postergan sus decisiones de compra (esperando que los precios caigan más), las empresas reducen sus planes de producción, la contratación de mano de obra e insumos son menores y se generan ingresos más reducidos. Por otra parte, se eleva el valor real de las deudas de las familias y de las empresas, de forma tal que éstos deben reducir sus niveles de gasto corriente y demanda (para pagar a los acreedores), con el consiguiente efecto de una menor producción de bienes y servicios.

Es difícil pensar en la deflación cuando se aplica una política monetaria y fiscal anticíclica, pero puede ocurrir que sean como los antibióticos a los virus, sin efecto alguno. La deflación se inicia cuando la incertidumbre es mayúscula. En estas circunstancias la demanda de dinero por motivo de precaución crece mucho. Las familias y las empresas mantienen mucho dinero y gastan menos. Se produce la trampa de la liquidez y las tasas de interés efectivas no se reducen, neutralizando la política monetaria. Los menores niveles de gasto pueden compensar el mayor gasto del gobierno y en ciertas circunstancias conduciéndolo a un balance negativo. El gobierno gasta más, pero los ciudadanos y los negocios compran menos.

El salto de la deflación al caos sistémico estaría marcado por el proceso de pérdida de hegemonía del dólar americano, que puede ser conducido por las fuerzas del mercado y/o inducido por decisiones de política, como cuando en la última semana de marzo el gobernador del banco central chino planteó la necesidad de crear una nueva moneda de reserva internacional que esté a cargo del FMI. En la ruta del mercado, ya no es cierta la hipótesis de que las posibilidades de financiamiento del déficit público norteamericano, a través de la emisión de bonos del tesoro, son ilimitadas. La menor entrada de capitales internacionales hacia los EEUU serían causa y efecto de una menor demanda por la divisa norteamericana, que debilitaría al dólar americano y colocaría límites a la expansión de la oferta de dinero.

En este escenario, las políticas monetarias y fiscales en EEUU inyectarían demanda agregada que generarían presiones para depreciar el dólar americano respecto de otras monedas, presiones inflacionarias y/o de elevación de los tipos de interés de mercado. De éstas, las dos últimas generarían impactos negativos en la demanda y producción, generando un escenario de estanflación. Frente a este panorama, los otros países podrían repudiar al dólar americano y al mismo tiempo harían frente a la depreciación de esa moneda mediante procesos naturales o inducidos de depreciación en sus respectivas monedas nacionales, inaugurando un proceso de devaluaciones competitivas para hacer frente a la pérdida de competitividad. De ahí, al igual que con la deflación generalizada, hay un paso para la reanudación intensificada del proteccionismo, afectando los flujos comerciales y financieros, y el producto mundial.

No vamos a discutir los alcances de la reunión del Grupo de los Veinte (G-20) de esta semana. Sin embargo, es claro que se va a necesitar una conferencia internacional incluyente. En esta ocasión, la lista de actores relevantes y temas debe ser muy amplia. No solo se debe hablar de las materias comerciales y financieras concretas. La sostenibilidad del sistema en el largo plazo está en juego. Hay que discutir sobre el rol de los mercados y del Estado, de ética global y de los límites en la actuación de los privados, hay que establecer acciones concretas para redistribuir la riqueza y el bienestar mundial, incorporar la problemática del medio ambiente, tratar los viejos temas del desarrollo que competen a los países pobres, entre otros.

AUTOR : Germán alarco Tosoni
FUENTE : ACTUALIDAD ECONOMICA DEL PERU