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miércoles, 5 de mayo de 2010

Los chicos que se equivocaron. El plantel de cerebros económicos de Obama



América se presenta al mundo como una meritocracia. Trabajas duro, respetas las normas, tomas sensatamente tus propias decisiones, y tienes éxito. Eso es el sueño americano, ¿no? Es lo que el presidente de los Estados Unidos debería ejemplificar con sus acciones, ¿verdad?

Entonces, ¿cómo se explica el caso de aquellos individuos que representan los infames fallos de la teoría financiera y regulatoria, escogidos por el presidente para que dirijan el diálogo sobre la reforma financiera? ¿Cómo se compagina que el presidente Obama nombrara a Lawrence Summers jefe del Consejo Económico Nacional, después de que el señor Summers desempeñara un papel central en la rescisión de las salvaguardias que llevó a la actual crisis financiera?

Esto es lo que a Summers se le ocurrió decir en la ceremonia de la firma de la Ley Gramm-Leach-Bliley, draconiana legislación que revocó la Ley Glass-Steagall y permitió que los bancos comerciales mantuvieran depósitos asegurados para fusionarse con la banca de inversión, empresas de corretaje y compañías de seguros: las mismas combinaciones que condujeron al crac del mercado de valores en 1929 y la Gran Depresión subsiguiente:

“Quiero dar la bienvenida a todos los que hoy se reúnen aquí para la firma de esta legislación histórica. Con esta ley, el sistema financiero norteamericano da un gran paso adelante hacia el siglo XXI, que beneficiará a los consumidores, el sector de negocios y la economía nacional norteamericana en el futuro y para muchos años (…) Creo que hemos encontrado todos el marco justo para el futuro sistema financiero de Norteamérica”.

Summers se equivocó. No se trataba del “marco del futuro de Norteamérica” sino el marco de un colosal colapso financiero. ¿Qué hace Summers que no está en la cola del paro junto a los millones de norteamericanos a los que sus insensatas decisiones dejaron sin empleo?

Tenemos luego a Neal Wolin, confirmado por el presidente Obama como Vicesecretario del Tesoro el 19 de mayo de 2009. Esto es lo que en el San Francisco Chronicle del 19 de noviembre de 2009 escribía Robert Scheer sobre Wolin:

“Wolin, Geithner y Summers eran todos protegidos de Robert Rubin, quien, como Secretario del Tesoro de Clinton fue el gran autor de la estrategia para liberar a Wall Street de las constricciones de la era de la Depresión. Wolin fue quien, a instancias de Rubin, se convirtió en una fuerza clave a la hora de redactar la Ley Gramm-Leach-Bliley, que suprimió las barreras entre la banca comercial y la de inversión y las compañías de seguros, permitiendo así que los nuevos leviatanes financieros se volvieran demasiado grandes como venirse abajo. Dos ejemplos asombrosos de esos gigantes a los que hubo que rescatar con fondos públicos son el banco Citigroup, al que se fue Rubin para ‘ganar’ 120 millones de dólares tras dejar la Casa Blanca de Clinton, y la Hartford Insurance Co, donde aterrizó Wolin después de dejar el Tesoro”.

Redondeemos la lista de los que metieron la pata en la administración de Clinton y a quienes han traído de vuelta para volver a meterla en la administración de Obama: Gary Gensler, uno de los que apoyaron la desregulación de los derivados con Clinton, hoy director de la Comisión de Contratación de Futuros sobre Materias Primas (Commodity Futures Trading Commission) con el presidente Obama; Gene Sperling, al que daba las gracias Lawrence Summers al inicio de su discurso durante la firma de la legislación para revocar la Ley Glass-Steagall Act, hoy consejero del Secretario del Tesoro, Tim Geithner; y, por supuesto, el mismo Geithner, antiguo presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, que trabajó a las órdenes de Robert Rubin y Lawrence Summers en el Departamento del Tesoro de Clinton, entre 1999 y 2001.

Muchos norteamericanos llevan tiempo sospechando que la meritocracia murió calladamente y que recibió silenciosa sepultura en alguna fosa común para pobres. Muchos norteamericanos creen también que hay algo que funcionado horrorosamente mal no sólo en nuestro modelo económico sino en la brújula moral que ha de guiar al modelo económico.

Hoy es el día en que los autores del libro The Meritocracy Myth, J. McNamee and Robert K. Milller, han estudiado los patrones de meritocracia en Norteamérica, concluyendo lo siguiente:

“Para salir adelante en Norteamérica, no cabe duda que ayuda ser brillante, hábil, trabajar duro y poseer la combinación justa de actitudes que elevan al máximo el éxito en determinados campos donde se muestra el esfuerzo. Respetar las reglas, sin embargo, lo que probablemente logra es suprimir perspectivas de éxito económico, puesto que quienes respetan las reglas ven más restringidas sus oportunidades de conseguir riqueza e ingresos que quienes prefieren ignorar las reglas”.

Sin darse cuenta, McNamee y Miller acaban de desentrañar el secreto del abismo de riqueza y creciente desigualdad en Norteamérica: el mensaje según el cual se puede hacer caso omiso de las reglas se transmitió tan sólo de forma selectiva a los norteamericanos. Yo no lo capté, ¿y tú?


Lo que sí puedo decir con certeza es que el mensaje de dispensa del respeto a las reglas se transmitió selectivamente hasta llegar a las audiencias públicas del 25 y 26 de junio de 1998 en la Reserva Federal sobre la usurpación del papel del brazo legislativo del gobierno, dejando a la Reserva Federal decidir si revocaría la Ley Glass-Steagall al permitir la fusión de Travelers y Citicorp para formar Citigroup.

Chuck Prince, el hombre que preparaba las fastuosas fiestas de cumpleaños de Sandy Weill, presidente de Citigroup, y que fue desventuradamente colocado en ese mismo puesto de presidente de Citigroup cuando Weill dejó el puesto años después, testificó lo siguiente el 25 de junio:

“Quiero recalcar, sin embargo, que no buscamos y no precisamos ningún cambio de la ley para consumar esta fusión”.

Prince era abogado. Prince sabía que la afirmación anterior era falsa. Prince había entendido el mensaje: seguir las reglas limita las oportunidades de conseguir riqueza y rentas, así que deshazte de las reglas.

Matthew Lee, también abogado, que representa a Inner City Press/Fair Finance Watch (Prensa de Centros Urbanos/Observatorio de Finanzas justas) no captó el mensaje de que la ética legal, el brazo legislativo y la verdad podía ser todo ello ignorado en las audiencias de la Federal.

Lee testificó lo siguiente:

“…creemos que [la solicitud de fusión] debería desecharse basándose en las inadecuadas comunicaciones que se han producido entre Travelers, Citicorp y la Junta de la Reserva Federal. Antes incluso de que se anunciara el acuerdo y se entregara la solicitud, no sólo se reunieron los dos presidentes de ambas instituciones con el presidente Greenspan, encontramos que, de hecho, hubo una aprobación previa muy detallada buscada para prácticas particulares…Creemos que no es trigo limpio”.

Ninguno de los que comparecieron en la Mesa 5 del 25 de junio había recibido tampoco el mensaje sobre la dispensa de las reglas. El hecho de que la fusión fuera “ilegal” lo señalaron seis veces cuatro miembros de la mesa. Mark Silverman, de Citicorp-Travelers Watch, una coalición de grupos comunitarios formado en esa época con el propósito de escudriñar la fusión propuesta, testificó lo siguiente:

“…la fusión es ilegal. La asociación entre Citibank, banco miembro de la Junta de la Reserva Federal y las filiales de Travelers que se ocupan del comercio de valores, sencillamente la prohibe la Ley Glass-Steagall (…) Si la Junta aprueba esta fusión antes de que se produzca algún cambio en la ley, presionada por Citigroup y preocupada por las consecuencias de una fragmentación forzosa, puede representar uno de los ejemplos más flagrantes de legislación a favor del interés privado de reciente memoria (…) la Junta se arriesga a socavar su legitimidad y la de la asamblea legislativa...”

Hilary Botein, por entonces directora asociada de la Neighborhood Economic Development Advocacy Project (NEDAP, Proyecto de Apoyo al Desarrollo Económico Vecinal) afirmó que la Junta de la Reserva Federal “convertiría en una farsa el proceso regulador si permitiera a Citicorp violar descaradamente la ley en vigor”.

Sarah Ludwig, entonces coordinadora de la New York City Community Reinvestment Task Force (Grupo de Trabajo de Reinversión Comunitaria de Nueva York) declaró que si la Reserva Federal rubricaba la fusión, esto “constituiría una afrenta a la opinión pública, y pondría de relieve que las corporaciones grandes y poderosas influyen en las decisiones del gobierno hasta el punto de conseguir que se aprueben transacciones ilegales (…) En segundo lugar, aprobar la solicitud constituiría una política odiosamente irracional…”

Josh Zinner, abogado en aquella época del South Brooklyn Legal Services’ Foreclosure Prevention Project (Proyecto de Prevención de Ejecuciones Hipotecaria del Servicio Legal del Sur de Brooklyn), testificó lo siguiente:

“Representamos a ciudadanos de edad a los que han robado empresas financieras de alto rendimiento (…) Todavía no hemos oído hoy ningún testimonio sobre la Commercial Credit Corporation. Se trata de una entidad de Travelers Group…Este tipo de préstamos de alto rendimiento que lleva a cabo Commercial Credit a menudo puede terminar en ejecuciones hipotecarias, si son abusivos, y de hecho, Primerica Financial Services [también propiedad de Travelers] vende préstamos de Commercial Credit por valor de miles de millones de dólares usando por completo esta fuerza de ventas, vagamente regulada, con la misma suerte de fervor evangélico de A.O. Williams. Nuevamente, los datos lo demuestran y estos datos se entregarán con el comentario de que Commercial Credit lleva a cabo préstamos de alto rendimiento en las mismas comunidades que Citibank considera insolventes (…) el motor para comercializar préstamos de de Commercial Credit es un plan de fraude piramidal sin regular…”

Zinner no podía haber sido más clarividente. Commercial Credit cambió su nombre a CitiFinancial y opera con más de dos mil escaparates de tapadera en toda Norteamérica que muestran ese halo angelical en su logotipo. Pero lejos de ser angelical, así es cómo declaró Gail Kubiniec, una antigua gestora auxiliar, que se hacían sus negocios al prestar testimonio ante la FTC [Federal Trade Comisión, Comisión de Comercio Federal] en julio de 2001:

“En CitiFinancial se ponía el énfasis en comercializar nuevos préstamos, especialmente préstamos inmobiliarios (préstamos asegurados mediante hipotecas sobre viviendas), a quienes eran por entonces prestatarios de CitiFinancial. Los empleados recibían incentivos trimestrales, denominados ‘dinero Rocopoly’, basándose en el número de gente que, siendo ya prestatarios, había ‘renovado’ (refinanciado) con nuevos préstamos (…) De modo que lo habitual era que los empleados sólo declarasen la cantidad de pagos mensuales totales al vender un préstamo propuesto. Informaciones adicionales, tales como el tipo de interés, y los puntos y tasas financiados, los gastos de escrituración y ‘complementos’ como seguros de crédito, sólo se desvelaban cuando lo pedía el prestatario (...) Otra práctica común consistía en intentar vender a los prestatarios el mayor préstamo posible (…) Todas las sucursales de CitiFinancial tenían cuotas de de seguros de crédito (...) Lo común era presentar los préstamos a los consumidores con una ‘cobertura al cien por cien’, dando a entender que los préstamos inmobiliarios se presentaban al menos con los créditos de vida e invalidez ya incluidos, y los préstamos personales se presentaban con las pólizas de vida, invalidez, desempleo involuntario y propiedad ya incluidas. Cuando yo mencionaba el pago mensual, con frecuencia mencionaba el pago con las coberturas ya incluidas, diciéndole sólo al consumidor que estaba ‘plenamente protegido’. Se trataba de una práctica común utilizada por los empleados de CitiFinancial (…) La presión para vender cobertura procedía de los gestores regionales y de distrito de CitiFinancial. Cada una de las sucursales tenía que cumplir objetivos mensuales de venta de seguros crediticios (…) Si no se cumplían estos objetivos, llamaba el gestor del distrito y presionaba al gestor de la sucursal para que se pusieran a la par”.

Localicé a Josh Zinner la semana pasada. Ahora es codirector del Neighborhood Economic Development Advocacy Project. Le pedí a Zinner algunas reflexiones sobre el estado de la reforma financiera hoy, dado que Citigroup es ahora pupilo financiero del contribuyente norteamericano. La fecha en que me contestó, el 31 de marzo, fue el día en que Citigroup acababa de vender al público una participación mayoritaria en las acciones comunes de Primerica.

Zinner comenta que "la venta por parte de Citi de Primerica, largamente conocida por su agresiva comercialización de productos financieros basura en comunidades de bajos ingresos, es el epílogo de la desastrosa fusión de Citi-Travelers. Quienes trabajaban sobre el terreno en comunidades de rentas bajas sabían perfectamente que esta superfusión sólo serviría para perpetuar e institucionalizar injustas prácticas financieras, ejemplificadas por un sistema financiero de dos velocidades en el que los pobres y la gente de color pagaban más por productos financieros de inferior calidad. La debacle de Citi-Travelers debería constituir una lección: que el mercado de servicios financieros no puede vigilarse a si mismo y que sólo una regulación financiera sólida y completa – que cuente con un organismo financiero independiente de protección del consumidor y la vuelta a los cortafuegos Glass-Steagall – puede impedir el próximo derrumbe financiero".

Luego me dirigí a Matthew Lee, de Inner City Press, que ha buscado incansablemente que se haga justicia en el caso de Citigroup y sus filiales de “subprime” desde la fusión. En el año 2004, Lee publicó una novela titulada Predatory Bender: A Story of Subprime Finance (Juerga rapaz: una historia de finanzas subprime). La trama se centra en una entidad de nombre EmpiBank, cuyo presidente se llama Sandaford Vyle. Tiene una entidad crediticia de “subprime” como tapadera llamada EmpiFinancial. El libro, por supuesto, resulta hoy más doloroso que en 2004. Lo acompaña un epílogo que no es ficción y hay que leer, titulado “Predatory Lending: Toxic Credit in the Inner City” (Préstamos rapaces: créditos tóxicos en los centros urbanos). [1]

Le pedí a Lee su opinión, teniendo en cuenta que aunque Citigroup se hunda por su propia arrogancia, como prueba de lo que la opinión pública opina sobre su modelo de negocio, el gobierno lo resucita de nuevo. Lee fue tan directo como siempre:

“Cuando Travelers se juntó con Citicorp y lo engulló en 1998, la Reserva Federal no es que aprobara sólo una fusión ilegal, es que dio ilegalmente su aprobación previa a una fusión ilegal. A Sandy Weill, John Reed y sus abogados les dio luz verde la Fed de Alan Greenspan antes incluso de anunciar la fusión. El grupo con el que yo trabajaba y aún trabajo, Inner City Press/Fair Finance Watch exigió todas las actas de las reuniones, pero sólo consiguió dos cartas crípticas, que hablaban del matrimonio entre ‘Rojo’ y ‘Azul’. [El logotipo de Travelers’ era un paraguas rojo; Citicorp tenía un logotipo azul]. En la reunión de accionistas sobre el acuerdo, mi pregunta a Sandy Weill consiguió que un funcionario de Citicorp me amenazara con dejarme sin licencia legal. La Fed lo aprobó y así despegaron los préstamos rapaces. Y ahora, vistas las secuelas, hasta la ley de Chris Dodd querría alojar la protección del consumidor dentro de la misma Reserva Federal, un inmenso error. Rojo y Azul, desde luego...”

Si se derrumban los leviatanes financieros debido a la temeridad, la corrupción y la ausencia de meritocracia, ¿por qué no tendría que pasar lo mismo en el caso de las administraciones que están en el gobierno? Al presidente Obama le hace falta despedir a los magos financieros que se equivocaron y sumar a la gente con sentido común que acertó.

Nota del t. [1] La expresión “inner city”, que aparece varias veces en el texto, se refiere en el contexto norteamericano a los centros urbanos en los que permanece la población más desfavorecida en condiciones cada vez más degradadas, una vez que las clases más pudientes se trasladan a la periferia residencial.


Pam Martens trabajó en Wall Street durante 21 años; no tiene intereses, ni a corto ni a largo plazo, en ninguna de las empresas mencionadas en este artículo, salvo los que el Tesoro norteamericano le ha impuesto sin su consentimiento, como al resto de sus compatriotas norteamericanos, con sus planes de rescate. Escribe regularmente sobre cuestiones de interés público desde New Hampshire.

FUENTE : SIN PERMISO

¿Se puede salvar al euro?



La crisis financiera griega puso en riesgo la supervivencia misma del euro. En el momento de la creación del euro, a muchos los preocupaba su viabilidad a largo plazo. Cuando todo salió bien, esas preocupaciones pasaron al olvido. Pero el interrogante sobre cómo se aplicarían los ajustes si parte de la eurozona resultara afectada por un fuerte shock adverso perduró. Corregir el tipo de cambio y delegar la política monetaria al Banco Central Europeo eliminó dos recursos primordiales a través de los cuales los gobiernos nacionales estimulan sus economías para evitar la recesión. ¿Qué podía reemplazarlos?

El premio Nobel Robert Mundell estableció las condiciones según las cuales una moneda única podía funcionar. Europa no cumplió con esas condiciones en su momento; y sigue sin hacerlo. La eliminación de barreras legales para el movimiento de trabajadores creó un mercado laboral único, pero las diferencias lingüísticas y culturales hacen que la movilidad laboral al estilo norteamericano resulte inalcanzable.

Es más, Europa no tiene manera de ayudar a aquellos países que enfrentan problemas serios. Consideremos el caso de España, que tiene una tasa de desempleo del 20% -y más del 40% entre la gente joven-. El país tenía un excedente fiscal antes de la crisis; después de la crisis, su déficit aumentó a más del 11% del PBI. Pero, según las reglas de la Unión Europea, España ahora debe recortar su gasto, lo cual, probablemente, exacerbe el desempleo. Conforme su economía se ralentiza, la mejora de su posición fiscal puede ser mínima.

Algunos esperaban que la tragedia griega convenciera a los estrategas políticos de que el euro no puede andar bien sin una mayor cooperación (asistencia fiscal incluida). Pero Alemania (y su Corte Constitucional), en parte a raíz de la opinión popular, se ha opuesto a darle a Grecia la ayuda que necesita.

Para muchos, tanto dentro como fuera de Grecia, era una situación peculiar: se habían invertido miles de millones en salvar a los grandes bancos, pero evidentemente salvar a un país de once millones de personas era un tabú. Ni siquiera resultaba claro que la ayuda que Grecia necesitaba debiera ser catalogada como un rescate: si bien resultaba poco probable que los fondos otorgados a instituciones financieras como AIG fueran recuperados, un préstamo a Grecia a una tasa de interés razonable probablemente sería saldado.

Una serie de ofertas a medias y de vagas promesas, destinadas a calmar al mercado, resultaron un fracaso. De la misma manera que Estados Unidos había improvisado a toda prisa una asistencia para México 15 años antes combinando ayuda del Fondo Monetario Internacional y el G-7, la UE diseñó un programa de asistencia junto con el FMI. El interrogante era: ¿qué condiciones se le impondrían a Grecia? ¿Cuán grande sería el impacto adverso?

Para los países más pequeños de la UE, la lección es clara: si no reducen sus déficits presupuestarios, existe un riesgo elevado de un ataque especulativo, con pocas esperanzas de una ayuda adecuada por parte de sus vecinos, al menos no sin limitaciones presupuestarias pro-cíclicas que resultarán dolorosas y contraproducentes. A medida que los países europeos adopten estas medidas, sus economías probablemente se debiliten –con consecuencias desdichadas para la recuperación global.

Puede resultar útil analizar los problemas del euro desde una perspectiva global. Estados Unidos se ha quejado de los superávits (comerciales) de cuenta corriente de China; pero, como porcentaje del PBI, el superávit de Alemania es aún mayor. Supongamos que el euro se creó para que el comercio en la eurozona en su totalidad fuera, en términos generales, equilibrado. En ese caso, el superávit de Alemania implica que el resto de Europa está en déficit. Y el hecho de que estos países importen más de lo que exportan contribuye a sus economías débiles.

Estados Unidos se ha quejado de la negativa por parte de China de permitir que se aprecie su tipo de cambio en relación al dólar. Pero el sistema del euro implica que el tipo de cambio de Alemania no puede aumentar en relación a los otros miembros de la eurozona. Si el tipo de cambio aumentara, a Alemania le costaría más exportar, y su modelo económico actual, basado en exportaciones fuertes, enfrentaría un desafío. Al mismo tiempo el resto de Europa exportaría más, el PBI aumentaría y el desempleo se reduciría.

Alemania (al igual que China) ve sus ahorros elevados y sus proezas exportadoras como virtudes, no vicios. Pero John Maynard Keynes decía que los superávits conducen a una débil demanda agregada global –los países que tienen superávits ejercen una “externalidad negativa” en sus socios comerciales-. De hecho, Keynes creía que eran los países con superávits, mucho más que los países con déficits, los que planteaban una amenaza a la prosperidad global; incluso llegó a recomendar un impuesto a los países con superávits.

Las consecuencias sociales y económicas de los acuerdos actuales deberían ser inaceptables. No debería obligarse a los países cuyos déficits han aumentado como resultado de la recesión global a caer en una espiral mortal –como sucedió con Argentina hace una década

Una solución que se propone es que esos países pergeñen el equivalente de una devaluación –una disminución uniforme de los salarios-. En mi opinión, esto es inalcanzable, y sus consecuencias distributivas son inaceptables. Las tensiones sociales serían enormes. Es una fantasía.

Existe una segunda solución: la salida de Alemania de la eurozona o la división de la eurozona en dos subregiones. El euro fue un experimento interesante, pero, como el casi olvidado mecanismo de tipo de cambio (MTC) que lo antecedió y se desintegró cuando los especuladores atacaron la libra británica en 1992, carece del respaldo institucional necesario para que funcione.

Existe una tercera solución –y tal vez Europa llegue a darse cuenta de eso- que es la más promisoria de todas: implementar las reformas institucionales, incluyendo el marco fiscal necesario, que deberían haberse implementado cuando se creó el euro.

No es demasiado tarde para que Europa implemente estas reformas y, así, estar a la altura de los ideales, basados en la solidaridad, que subyacen la creación del euro. Pero si Europa no puede hacerlo, entonces quizá sea mejor admitir el fracaso y pasar a otra cosa en lugar de pagar un precio elevado en materia de desempleo y sufrimiento humano en nombre de un modelo económico fallido.

Joseph E. Stiglitz es profesor de la Universidad de la Columbia University y un Premio Nobel de Economía. Su último libro, Caída libre: el libre mercado y el hundimiento de la economía mundial, ya está disponible en francés, alemán, japonés y español.

FUENTE : PROJECT SYNDICATE