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lunes, 18 de mayo de 2009

Es hora de acabar con los rescates: los muchachos de la banca están bien

El Secretario de Tesorería Timothy Geithner dijo al país la semana pasada que los bancos están fundamentalmente bien según indican las pruebas de estrés aplicadas a los 19 bancos más grandes del país. El anuncio del Secretario Geithner puede que no parezca del todo correcto. Al fin y al cabo, el peor escenario considerado por las pruebas de estrés asumía que el desempleo alcanzaría un promedio del 8'9% para todo el año 2009, y ya alcanzamos esa cifra la semana pasada, pero aun así confiemos en la palabra del Secretario de Tesorería.

Así pues, se nos dice que los bancos tienen los medios necesarios para superar el bajón. Si esto es así, ¿por qué deberíamos de gastar cientos de de miles de millones de los dólares del contribuyente para mantener a flote a esas instituciones saludables?

Mientras los bancos estaban en sus lechos de muerte existía el argumento plausible de que los dólares del contribuyente eran necesarios para evitar que el sistema financiero colapsara. Pero si los bancos gozanahora, según la Tesorería, de buena salud, entonces es hora de que los bancos dejen de confiar en las donaciones de los contribuyentes.

En primer lugar y ante todo, esto significaría poner fin al programa Alianza de Inversión Pública y Privada (Public Private Investment Partnership, PPIP) diseñado para eliminar los activos tóxicos de las cuentas de los bancos. El programa PPIP implicaba un subsidio masivo a los bancos que otorgaba una enorme influencia a los compradores de los activos tóxicos, al tiempo que les asignaba un riesgo muy pequeño.

La historia básica era que si un inversor ponía sobre la mesa un millón de dólares, el gobierno pondría hasta 13 millones de dólares. El inversor tendría la oportunidad de sacar beneficio de 7 millones de dólares de esta inversión (su millón mas 6 millones del dinero del gobierno), pero no podría perder más de un millón de dólares. El gobierno sacaría beneficio o pérdidas de los otros 7 millones de dólares que puso directamente.

Incluso asumiendo que no hubieron trampas por parte del PPIP (los bancos podrían haber pagado a terceros para aumentar el precio de sus activos), esta estructura de incentivos empujaría a los inversores a pujar mucho más por los activos tóxicos de lo que hubieran hecho en un mercado libre. El resultado probablemente sería que muchos inversores incurrirían en grandes pérdidas con los dólares de los contribuyentes.

Si los bancos fueran muertos vivientes sin esperanza, quizá habría una razón para este tipo de subsidio financiado por los contribuyentes que permitiera limpiar los libros de contabilidad y permitir que los bancos empezaran a prestar de nuevo. Pero si el Secretario Geithner nos está diciendo que los bancos están sanos, ¿no podemos dejar que simplemente vendan sus préstamos en el mercado como todos los demás? ¿Cuál es el argumento para defender este programa de beneficios especial que disfrutan los bancos?

Por supuesto los beneficios bancarios van más allá del PPIP. Los bancos tienen la autoridad de emitir cientos de de miles de millones de dólares en forma de bonos que vienen con una garantía explicita del la Corporación de Seguros del Depósito Federal (Federal Deposit Insurance Corporation, FDIC). Este es un subsidio de tasas de interés substancial, especialmente para los bancos con más riesgo. Los ahorros de una garantía del gobierno pueden fácilmente alcanzar los 4 puntos porcentuales de interés. Si un banco ha tomado prestando 30 mil millones de dólares bajo este programa (como es el caso para los bancos más grandes), esto se convierte en un regalo financiado por el consumidor de 1'2 mil millones de dólares por año.

Además de las garantías de la FDIC, los bancos también se benefician de una variedad de facilidades de préstamos establecidas de forma especial por el Consejo de la Reserva Federal. Estas facilidades permiten a los bancos tomar prestado en secreto y posiblemente pagando tasas de interés substancialmente mas bajas para tomar prestada la misma cantidad en el sector privado. La Reserva Federal tiene actualmente cerca de 2 billones de dólares en préstamos pendientes (una gran porción de estos préstamos es para compañías no financieras) que fueron emitidos a través de estas facilidades especiales. Si los bancos están hoy en forma, entonces debería ser hora de cerrar estos canales especiales y permitir que los bancos confíen de nuevo en la financiación del mercado.

Debería ser hora, finalmente, de cerrar la ventana del American International Group (AIG). Muchos de los bancos más grandes, incluyendo Goldman Sachs y J.P. Morgan, han comprado productos derivados de la división de productos financieros de AIG. Si se hubiera permitido que AIG colapsara el pasado otoño, la mayor parte de esos derivados carecerían de valor. Sin embargo, el gobierno intervino y decidió honrar de pleno las obligaciones de AIG.

Este compromiso por parte del gobierno fue muy útil para los bancos. Goldman Sachs en concreto saco buen provecho, embolsándose 12'9 miles de millones de dólares con los productos derivados que se hubieran convertido en papel mojado sin la intervención del gobierno. Si los bancos están bien, ¿qué tal si les dejamos acarrear con las consecuencias de sus decisiones de inversión en lugar de endosarnos los costes de sus errores al resto?

En breve, deberíamos de ver en los resultados de las pruebas de estrés buenas noticias. Basándonos en lo que el Secretario Geithner ha dicho a la prensa, los rescates deberían de acabar. Es hora de que los bancos se mantengan sobre sus propios pies y de que saquen las manos de nuestros bolsillos.

AUTOR : Dean Baker ; co-director del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy.
FUENTE : SIN PERMISO

La gran ironía fiscal de nuestros tiempos del “no cobres impuestos a los ricos”

Los defensores de los recortes de impuestos que se inspiraron en Jack Kemp han sostenido siempre que los tipos impositivos altos les dan a los ricos un incentivo para defraudar. La realidad: ocurre exactamente lo mismo con tipos impositivos mucho más bajos.


Jack Kemp, el candidato republicano a la vicepresidencia en 1966, murió de cáncer el sábado de la semana pasada. Dos días después, la Casa Blanca de Obama anunció una nueva ofensiva contra los paraísos fiscales extranjeros. Estos dos hechos no tuvieron absolutamente nada que ver el uno con el otro. Su coincidencia difícilmente pudo ser más azarosa. O irónica.

Pero debemos detenernos un momento ante dicha ironía. Algo podemos aprender de ella.

Para hacerlo, para apreciar esa ironía ocurrida la semana pasada, debemos darnos un paseo por la avenida del recuerdo hasta 1977, el año en el que un joven congresista de Buffalo llamado Jack Kemp, que había sido una estrella local del fútbol americano, irrumpió en la escena política nacional con una atrevida propuesta para recortar drásticamente los tipos de los impuestos federales – a lo largo de todo el espectro impositivo – en casi un 30 por ciento.

En esos momentos, los estadounidenses más acaudalados afrontaban un tipo impositivo medio del 70 por ciento sobre la mayor parte de sus ingresos por encima de los 200.300 dólares, equivalentes a lo que hoy serían 700.000 dólares. Un tipo tan elevado, sostenía el equipo de Kemp, llevaba a los ricos a la caza de todo tipo de lagunas y vacíos legales. Si el tipo impositivo fuese significativamente más bajo, seguía el argumento, los ricos ya no tendrían un incentivo para “ocultar sus ingresos”. La evasión de impuestos en masa desaparecería.

Kemp quería que el tipo máximo nacional descendiera del 70 al 50 por ciento. Y pronto conseguiría lo que quería. En 1980, Ronald Reagan hizo campaña como ávido entusiasta de las propuestas legislativas de recortes de impuestos de Kemp. En 1981 el recién elegido Presidente Reagan iba a materializar en ley, casi literalmente y sin complejo alguno, los recortes que proponía Kemp.

Pero vendrían, a lo largo de las dos décadas siguientes, muchos más recortes de impuestos. En 2001, un recién elegido George W. Bush bajaría el tipo máximo al 35 por ciento, la mitad del 70 por ciento de tipo máximo que preocupaba a Jack Kemp en 1977.

¿Y cómo reaccionaron los ricos a esta increíble sucesión de buena suerte? ¿Dejaron de ocultar rentas al IRS (el Internal Revenue Service, la agencia estatal estadounidense encargada de recaudar impuestos y hacer cumplir la legislación impositiva – N. del T.) y al Tío Sam?

No exactamente. De hecho, ni por un segundo.

En 2001, según un detallado estudio del propio IRS publicado en 2006, los contribuyentes estadounidenses pagaron 345 mil millones de dólares menos de impuestos respecto a lo que deberían haber hecho por ley.

Sin embargo, ¿exactamente qué estadounidenses llevaron a cabo toda esa evasión fiscal? El año pasado, el economista del IRS Andrew Johns y el de la Universidad de Michigan Joel Slemrod analizaron los datos sobre el “agujero impositivo” detectado por el IRS según el nivel de renta de los contribuyentes, y descubrieron que los estadounidenses que ganan entre 500.000 y 1 millón de dólares al año evaden tres veces más impuestos que aquellos que ganan entre 30.000 y 50.000 dólares al año.

El pasado enero, poco después de que Barack Obama asumiera la presidencia, el director de inspecciones del IRS aumentó la estimación antes mencionada sobre evasión de impuestos. Sugirió que los impuestos que estaban evadiendo los estadounidenses mediante transacciones internacionales podrían añadir otros 123 mil millones a los originales 345 mil millones de “agujero impositivo” estimados por el IRS.

La ofensiva contra los paraísos fiscales que anunció el Presidente Obama la semana pasada está destinada precisamente a esas transacciones internacionales.

“Actualmente”, indica la Casa Blanca, “los estadounidenses más acaudalados pueden evadir impuestos ocultando su dinero en cuentas de los paraísos fiscales, y sin temor alguno de que ni su institución financiera ni el país que recibe su dinero vayan a informar al IRS”.

Entre las medidas que propone la Casa Blanca para acabar con esta oleada de evasión fiscal está el contratar a 800 nuevos agentes del IRS, “para trabajar en hacer cumplir la legislación internacional”.

El conjunto de medidas del “paquete anti-evasión” que propone la Casa Blanca, señala la Tax Justice Network (Red por la Justicia Impositiva – N. del T.), una organización global de expertos en imposición y finanzas, no llega de hecho ni la mitad de lejos de lo que lo hacía la Stop Tax Haven Abuse Act (Ley para Detener la Evasión Impositiva – N. del T.) que Obama copatrocinó como senador en 2007. Pero ello no ha impedido que la patronal y los grupos de presión del mundo de los negocios ataquen esta ofensiva de la administración con una retórica alarmista y estridente.

La National Association of Manufacturers (Asociación Nacional de Productores de Manufacturas – N. del T.) ha tachado las propuestas de la Casa Blanca de “desastrosas”, y la Business Roundtable, organización que agrupa a los directivos de las principales empresas norteamericanas, ha descalificado las propuestas de Obama porqué “pondrían en peligro el crecimiento, reducirían la competitividad de las empresas exportadoras de EEUU y destruirían puestos de trabajo”.

Jack Kemp no podría haberlo dicho con mayor vehemencia. Hace más de treinta años, cuando empezaba su cruzada por reducir los impuestos a los más ricos de EEUU, sostenía que el sistema impositivo que en esos momentos estaba en vigor “castiga el ahorro, la inversión, el trabajo y la producción”. Kemp nos ha dejado recientemente, pero su espíritu claramente sigue vivo.

AUTOR :Sam Pizzigati
FUENTE : SIN PERMISO