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domingo, 7 de junio de 2009

El gran miedo a la inflación

De repente parece que todos hablan de la inflación. Opiniones muy severas advierten de que la hiperinflación está a la vuelta de la esquina. Y puede que los mercados se estén dejando llevar por esta alarma: los tipos de interés de los bonos del Estado a largo plazo están subiendo, y el temor a la futura inflación es una de las posibles razones de esa subida.

¿Pero tiene sentido este gran miedo a la inflación? Básicamente no, aunque con una advertencia a la que llegaré más tarde. Y sospecho que este miedo tiene que ver, al menos en parte, con la política, no con la economía.

Vayamos al grano. Es importante que nos demos cuenta de que no hay asomo de presiones inflacionarias en la economía ahora mismo. Los precios al consumo están más bajos que hace un año y las subidas salariales se han estancado debido al alto desempleo. El peligro claro y actual es la deflación, no la inflación.

Entonces, si los precios no suben, ¿a qué se debe esta preocupación por la inflación? Algunos afirman que la Reserva Federal está acuñando montones de dinero, lo cual tiene por fuerza que ser inflacionario, mientras que otros dicen que el déficit presupuestario acabará obligando al Gobierno estadounidense a reducir su deuda mediante la inflación.

Lo primero es sencillamente falso. Lo segundo podría ser correcto, pero no es así.

Sí es cierto que la Reserva Federal últimamente ha estado tomando medidas sin precedentes. Más concretamente, ha estado comprando muchísima deuda, tanto pública como del sector privado, y financiando estas compras atribuyendo a los bancos reservas adicionales. Y en tiempos normales, esto sería muy inflacionario: los bancos, nadando en reservas, aumentarían los préstamos, lo cual elevaría la demanda, lo que a su vez haría que subieran los precios.

Pero los tiempos que corren no son normales. Los bancos no están prestando sus reservas extra. No las están dando trámite y, de hecho, están devolviendo el dinero con rapidez a la Reserva Federal. De modo que, a fin de cuentas, la Reserva no está acuñando realmente dinero.

Aun así, ¿esas medidas no acabarán siendo inflacionarias, antes o después? No. El Banco de Japón, enfrentado a dificultades económicas no muy distintas de las que nosotros afrontamos hoy, compró deuda a grandísima escala entre 1997 y 2003. ¿Y qué pasó con los precios al consumo? Que bajaron.

En el fondo, buena parte del actual debate sobre la inflación nos recuerda lo ocurrido en los primeros años de la Gran Depresión, cuando muchos personajes influyentes prevenían sobre la inflación aunque los precios estuvieran cayendo. Como escribía el economista británico Ralph Hawtrey, "se manifestaban temores fantasiosos a la inflación. Era como gritar 'fuego' durante el diluvio universal". Y añadía: "Cuando la depresión y el desempleo amainan es cuando la inflación se vuelve peligrosa".

¿Corremos el riesgo de que suba la inflación cuando la economía se recupere? Eso afirman quienes contemplan proyecciones de que la deuda federal superará el cien por cien del PIB, y dicen que Estados Unidos tendrá finalmente que reducir su deuda recurriendo a la inflación: es decir, subir los precios para que se reduzca el valor real de la deuda.

Cosas así han ocurrido en el pasado. Por ejemplo, Francia redujo mediante la inflación buena parte de la deuda en la que había incurrido durante la I Guerra Mundial.

Pero faltan ejemplos más actuales. En las últimas dos décadas, Bélgica, Canadá y, por supuesto, Japón han experimentado episodios en los que la deuda superaba el cien por cien del PIB. Y Estados Unidos salió de la II Guerra Mundial con una deuda superior al 120% del PIB. En ninguno de estos casos recurrieron los Gobiernos a la inflación para resolver sus problemas.

Entonces, ¿hay razones para pensar que se acerca la inflación? Algunos economistas son partidarios de mantener una política deliberada de inflación moderada, como método para fomentar el préstamo y reducir la carga del endeudamiento privado. Yo estoy de acuerdo con estos argumentos, y expuse un razonamiento similar para Japón en la década de 1990. Pero la defensa de la inflación nunca prosperó entre los políticos japoneses de aquel entonces, y no hay señales de que esté arraigando entre los políticos estadounidenses de hoy.

Todo esto plantea la siguiente pregunta: si la inflación no es un riesgo real, ¿por qué todas esas afirmaciones de que sí lo es?

Bien, como ya se habrán dado cuenta, a veces los economistas disienten. Y las grandes disensiones son especialmente probables en tiempos extraños como éstos que corren, en los que muchas de las normas habituales ya no son válidas.

Pero es difícil que a uno no le dé la impresión de que el actual alarmismo respecto a la inflación es en parte político, y que procede en gran medida de economistas que no tenían problema con el déficit causado por las rebajas de impuestos, pero que de repente se convirtieron en cascarrabias fiscales cuando el Gobierno empezó a gastar dinero para sacar la economía a flote. Y su objetivo parece ser el de presionar al Gobierno de Obama para que abandone los planes de recuperación.

Huelga decir que el presidente no debería dejar que le intimiden. La economía sigue teniendo grandes problemas y necesita una ayuda continua.

Sí, tenemos un problema presupuestario a largo plazo, y tenemos que empezar a sentar las bases de una solución a largo plazo. Pero en lo referente a la inflación, lo único que debemos temer es al propio miedo a la inflación. -


AUTOR : PAUL KRUGMAN
FUENTE : EL PAIS

Por qué nadie puede adivinar cuándo se recuperará el ciudadano de a pie

Henry Ford dijo: "La historia es una patraña". Con más cinismo aún, Napoleón dijo: "La historia no es sino una fábula aceptada por todos". Ambos tenían parte de razón.

Pero allá por el comienzo de los años treinta, durante la Gran Depresión, el padre del presidente John F. Kennedy, el viejo Joe Kennedy, amasó dos fortunas cuando apostó a que las acciones seguirían bajando y el paro seguiría aumentando. Desconfiaba de las recuperaciones iniciales del New Deal.

Por el contrario, el destacado economista estadounidense de Yale Irving Fisher, tras (1) casarse con una fortuna y (2) amasar una segunda fortuna gracias a la invención de un lucrativo sistema de clasificación visual, ha terminado, a pesar de todo, ¡perdiendo nada menos que tres fortunas!

La historia de estos dos opuestos ilustra cómo y por qué la economía nunca podrá ser una ciencia exacta. Joseph Kennedy, padre, era un duro y astuto especulador. Parece ser que vendió acciones al descubierto desde 1929 hasta, aproximadamente, 1931 o 1932. Fisher, para empezar, perdió su propia fortuna cuando las acciones que compró perdieron todo su valor. Así que volvió a estudiar las estadísticas de las instituciones financieras y del individuo de la calle. Fisher escribió un nuevo libro reconociendo que había sido demasiado optimista. En él reconocía su error anterior. Pero su nuevo libro decía: ahora el mercado de valores es una ganga.

Desgraciadamente, las acciones de su heredera esposa se hundieron por culpa de este consejo. El tozudo Fisher persistió en su optimismo. A renglón seguido aconsejó a su nuera, la presidenta (creo) de Wellesley College, que siguiera con las acciones. Esta vez ella se resistió y le despidió como asesor de inversiones.

Mientras que Fisher se quedó en la ruina, Joe Kennedy siguió vendiendo en descubierto acciones que todavía seguían cayendo. No hay ninguna paradoja.

Sin embargo, cuando al fin el programa de recuperación del New Deal empezó a dar sus frutos, Kennedy padre dejó el mercado de valores y compró el Chicago Merchandise Mart Building, la construcción más grande del mundo en aquel momento.

¿Qué especulador acertó? ¿Y cuál de estos dos gigantes bien informados estaba equivocado? Ningún sabio es capaz de responder a esa pregunta.

Hoy en día, el gobernador de la Reserva Federal, Ben Bernanke, vislumbra una posible recuperación para finales de año. Es un académico prudente, respaldado por los mejores expertos en previsiones del mundo en el Consejo de la Reserva Federal.

Yo sería un loco temerario si discutiese el punto de vista casi optimista de este funcionario de que, para finales de año, habrá algo de estabilidad. Ustedes y yo deberíamos esperar que en efecto haya un rayo de luz al final del túnel que nos espera. Pero traslademos ahora nuestra visión al futuro. Incluso si la perspectiva a corto plazo de una recuperación durante 2009-2010 se materializa, debo advertir una vez más de que, para el dólar estadounidense, el panorama a largo plazo está lleno de peligros.

China es el nuevo factor a tener en cuenta. Hasta ahora, China ha estado dispuesta a invertir sus recursos reciclados en forma de letras del Tesoro de bajísima rentabilidad. Eso sigue siendo una buena noticia. Pero es casi seguro que no puede durar y no durará. Algún día, puede que pronto, China se volverá pesimista respecto al dólar estadounidense.

Eso significa que habrá problemas letales para la economía estadounidense en el futuro. En el momento en que se produzca una fuerte presión sobre el dólar, creo que tendremos que temer que se produzca un pánico financiero verdaderamente mundial. Ahora, China, Japón y Corea tienen dólares, pero no porque piensen que los dólares seguirán siendo seguros.

¿Por qué, entonces? Principalmente lo hacen porque es una forma de prolongar su crecimiento impulsado por las exportaciones. No soy el único que siente este paranoico temor a la balanza de pagos futura. Warren Buffett, sin ir más lejos, se ha vuelto proteccionista. Desgraciadamente, es posible que muy pronto el proteccionismo se vuelva más maligno.

El presidente Obama se esfuerza por apoyar el libre comercio. Pero, siendo un astuto presidente centrista, se va a ver muy presionado para hacer concesiones.

Y estará sometido a nuevas presiones permanentes. Sus expertos deberían estar haciendo planes ya para que Estados Unidos se convierta en una potencia subordinada a China en lo que a liderazgo económico se refiere.

El equipo de Obama es bueno. ¿Pero actuarán con prudencia para adaptarse al hecho de que Estados Unidos se convierta en una sociedad mundial secundaria?

En el juego de ajedrez de la geopolítica, de aquí a 2050 va a haber muchas tempestades. Ahora es el momento de prepararnos para lo que nos deparará el futuro.

AUTOR : PAUL A. SAMUELSON
FUENTE : EL PAIS