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viernes, 11 de junio de 2010

La élite social en el capitalismo

Una gran empresa está formada por tres tipos generales de invididuos. A saber, los trabajadores, los directivos y los propietarios. Los trabajadores son los que están en la base de la empresa, y reciben un sueldo establecido de antemano o, a lo sumo, dependiente del ciclo de operaciones productivas (como en el caso de las comisiones); los directivos son los que toman las decisiones y los que forman, en gran medida, los consejos de administración, y su cometido actual es hacer de puente entre las decisiones básicas que toman las empresas y los intereses de los propietarios; y los últimos, los propietarios, son en las empresas cotizadas los accionistas, y pueden ser individuos o entidades impersonales como los fondos de inversión colectiva.

El papel crucial reside, a efectos de lo que aquí quiero ilustrar, en los directivos. Son, en sentido estricto, los verdaderos mandamás de las empresas. Toman todas las decisiones importantes y son los responsables de moverse políticamente para influir, en beneficio de la empresa, en el entorno institucional. Decisiones tan básicas sobre cuánto se ha de invertir, dónde se ha de hacer, cuánto beneficio se distribuirá entre los accionistas, cuánto beneficio se quedará en el seno de la empresa y hasta cómo y cuándo se ha de reestructurar laboralmente una empresa son parte de sus funciones.

En el incipiente capitalismo del siglo XIX estas funciones estaban adosadas a la figura del propietario, quien adelantaba el capital necesario para invertir y se mantenía en el timón de la empresa por largo tiempo. A lo largo del desarrollo del capitalismo todo esto fue cambiando y hoy esa figura del capitalista activo ya es completamente residual, primando la división de poder descrita más arriba.

Uno podría pensar, si se mantiene en el marco de la teoría, que los individuos que forman esos consejos de administración son los mejores trabajadores de la empresa, aquellos que tienen mejores aptitudes y una excelente visión estratégica. La realidad, sin embargo, dista mucho de ser esa. Los consejos de administración son hoy formados por individuos con recursos, pero no de tipo cultural sino de algo que en teoría de la empresa llaman, en sentido amplio, capital relacional. Ese palabro hace referencia al “valor” que una persona cualquiera tiene por su capacidad para aportar a cualquier proyecto -empresarial- una determina cantidad y calidad de contactos políticos y empresariales.

Así, existe un mercado para la compra de este tipo de “directivos”. Y como son sujetos muy codiciados, el precio es alto. La procedencia de la mayoría de estas grandes estrellas es el mundo político. Ahí tenemos al ex presidente español Jose María Aznar siendo consejero de News Corporation, el entramado financiero de Murdoch y propietario de una lista casi sin fin de medios de comunicación, los ex ministros populares Rodrigo Rato, Abel Matutes o Isabel Tocino que lo son en el Banco Santander, el ex primer ministro británico Tony Blair que recaló en el gran banco JPMorgan, el ex presidente del PP catalán Joseph Piqué que está en Vueling, el también ex ministro popular Eduardo Zaplana que está en Telefónica, el ex presidente alemán Gerhard Schröder que está en la multinacional rusa GazProm, etc.

Además, estas grandes empresas son ya enormes conglomerados financieros u holdings, es decir, instituciones financieras creadas para detentar la propiedad de múltiples empresas distintas que operan en sectores muy distintos también. Es el caso paradigmático del grupo Carlyle, que es propietario de más de 900 empresas en sectores como la seguridad privada, la aviación, los medios de comunicación, la informática, la biotecnología, las empresas farmacéuticas, y un largo etcetera que puede consultarse libremente en su web. En este caso entre sus directivos y consejeros se encuentran ex presidentes de bancos centrales, de la SEC estadounidense, de instituciones de regulación financiera de todo el mundo, de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, etc.

Pero no se podrían enumerar todas las pruebas empíricas aquí. En todo caso, baste saber que la última noticia de este tipo ha sido el fichaje de la esposa del recién nombrado viceprimer ministro británico Nick Clegg, por parte de Acciona. Un gran capital relacional adquirido para la empresa española, sobre todo si sus estrategias de inversión apuntan al Reino Unido.

El profesor Santos Castroviejo hizo un extraordinario trabajo de recopilación de información sobre los consejeros de administración de las empresa cotizadas en la bolsa española. Utilizando grafos pudo establecer gráficamente las redes sociales de las empresas españolas y es que, como es lógico en un mercado de este tipo, cualquier persona puede ser consejera de dos o más empresas al mismo tiempo. El gráfico siguiente es el ejemplo de Unión Fenosa.

Los puntos amarillos en el gráfico son los consejeros de Unión Fenosa en 2008, y los puntos verdes son otras empresas ajenas a Unión Fenosa pero de las cuales cada punto amarillo es también consejero. Es evidente que las relaciones son estrechas.

La conclusión del estudio fue aplastante. Había en 2008 “1400 personas –un 0.035% de la población- que controla decisivamente el recurso económico fundamental a nuestro juicio, las organizaciones esenciales de la economía, y una capitalización de 789.759 millones de euros, equivalente al 80.5% del PIB” de España.

Por eso es perfectamente conveniente hablar de élite social en el capitalismo. Son estas personas las que utilizan sus contactos en la administración pública, en otras empresas privadas, en empresas públicas, en las instituciones reguladoras, conformando un amplísimo lobby que, por otra parte, está muy bien pagado. El gráfico que acompaña está obtenido de un muy reciente estudio sobre las remuneraciones a los CEO (los altos ejecutivos), y no deja lugar a dudas.

Suelo decir que todo esto a mí me parece una versión sutil de la estructura social feudal, ya ni siquiera capitalista. Y es que toda esta historia tiene, cómo no, su otra cara de la moneda. Esta otra cara son los millones de trabajadores que se desloman trabajando a cambio de sueldos miserables, protegidos por la quimera del endeudamiento ad nauseam que opera únicamente en contextos de explosión financiera, y a cuyos hijos se les tranquiliza mediante largas promesas de buena remuneración en caso de obtener una excelente cualificación personal. Así tenemos un país lleno de estudiantes con incluso varias carreras y varios másteres, hablando idiomas y ganando, cuando tienen suerte de poder trabajar, menos de mil euros y bajo la amenaza permanente de despido a modo de espada de damocles. Un engaño que no puede durar indefinidamente.


Alberto Garzón Espinosa
FUENTE : PIJUS ECONOMICUS

Europa elige la depresión




Olvídense de una recuperación sin problemas. Los ministros de finanzas y los gobernadores de los bancos centrales del G-20, se reunieron este fin de semana en Busan, Corea del Sur y decidieron abandonar las políticas fiscales expansionistas “de probada calidad” a favor de su propio extraño brebaje de políticas de reducción de gastos y medidas de austeridad. Los miembros de la UE están ansiosos de restaurar la ilusoria “confianza de los mercados”, algo que es seguro que se perderá cuando la eurozona se vuelva a deslizar hacia la recesión y el renqueante sector bancario comience a sangrar tinta roja. El recorte de los déficits mientras la economía todavía se está reponiendo debilitará la demanda y obligará a las empresas a despedir a más trabajadores. Esto disminuirá la actividad económica y frenará el crecimiento. Es una receta para el desastre.

Lo que sigue es un pasaje del blog de Paul Krugman: “El recorte de los gastos mientras la economía sigue estando profundamente deprimida es una manera muy costosa y bastante ineficaz de reducir la deuda futura. Costosa, porque deprime aún más la economía; ineficaz, porque al deprimir la economía, la contracción fiscal también reduce los ingresos de impuestos…

“Lo correcto, de manera abrumadora, es hacer cosas que reduzcan los gastos y/o aumenten los ingresos después que la economía se haya recuperado –específicamente, esperar hasta después que la economía tenga fuerza suficiente para que la política monetaria pueda compensar los efectos contraccionistas de la austeridad fiscal. Pero no: los halcones del déficit quieren su parte mientras las tasas de desempleo se mantienen casi a un nivel récord y la política monetaria sigue estando escasa de dinero cerca del límite cero” ("lost Decade, Here We Come", Paul Krugman, New York Times).

Europa marcha directamente hacia una depresión. El apego a una economía de la edad de piedra es impresionante. Es como si John Maynard Keynes no hubiera existido. Cuando el PIB se contrae –como inevitablemente lo hará– los déficits aumentarán y el rendimiento de los bonos se ampliará, haciendo que sea más costoso financiar los negocios. La confianza pública se desvanecerá, las relaciones entre los Estados miembros se estropearán, y las ciudades se llenarán de manifestantes enfurecidos. La consolidación fiscal desgarrará a los 16 Estados de la UE y provocará una crisis mayor que Lehman Bros. El BCE tiene que apoyar la demanda alentando los gastos de los gobiernos mientras los hogares reparan sus cuentas destrozadas y los reguladores se hacen cargo de bancos hundidos. Cualquier desviación de este plan sólo exacerbará los problemas.

¿Cuán enfermo está el sistema bancario de la UE? Al respecto, un pasaje del New York Times:

“Es un misterio de 2,6 billones (millones de millones) de dólares. Es el monto que los bancos extranjeros y otras compañías financieras han prestado a instituciones públicas y privadas de Grecia, España y Portugal, tres países tan sumidos en problemas económicos que según creen algunos analistas e inversionistas, una parte significativa de esa montaña de deuda nunca será reembolsada.

El problema es, lamentablemente, que nadie –ni los inversionistas, ni los reguladores, ni siquiera los propios banqueros– sabe exactamente qué bancos mantienen las mayores reservas de préstamos putrefactos dentro de ese montón. Y la duda, como siempre lo hace durante las crisis económicas, ha hecho que parezca ocasionalmente que el sistema financiero ya vulnerable de Europa se atasca. A principios del mes pasado, en una indicación de hasta qué punto la situación se había hecho peligrosa, algunos bancos europeos –que parecen tener más de la mitad de esos 2,6 billones de dólares en deuda– casi dejaron de prestarse mutuamente dinero…”

Analistas del Royal Bank of Scotland calculan que de los 2,2 billones de euros que los bancos europeos y otras instituciones fuera de Grecia, España y Portugal pueden haber prestado a esos países, unos 567.000 millones son deuda gubernamental, unos 534.000 millones son préstamos a compañías no bancarias del sector privado, y aproximadamente 1 billón de euros son préstamos a otros bancos. Aunque la crisis se originó en Grecia, mucho más fue pedido prestado por España y su sector privado –1,5 billones de euros, en comparación con los 338.000 millones de euros de Grecia- ("Debtors’ Prism: Who Has Europe’s Loans?", Jack Ewing, New York Times.

Esto prueba que el verdadero problema lo constituyen los bancos, no la “deuda soberana” (que sólo es de 567.000 millones del total de 2,2 billones de euros). La UE se enfrenta al mismo problema que EE.UU.; o se hace cargo de los bancos insolventes y reestructura su deuda –afectando a los dueños de bonos y valores– o sufre años de un diabólico rendimiento económico inferior con alto desempleo, decrecientes inversiones, una deflación agotadora y malestar social. La UE ha elegido este último camino, y por razones que podrían no ser demasiado claras a primera vista. Un euro más barato hace que las exportaciones de la UE sean más competitivas, lo que asegurará la felicidad del miembro más poderoso de la UE (Alemania). Las políticas deflacionarias también protegen los intereses de los dueños de bonos que han invertido fuertemente en instituciones financieras cuyos patrimonios han sido enormemente inflados por dinero barato y masivo apalancamiento. Finalmente, las medidas de austeridad transfieren las pérdidas de los bancos y de bancos fantasmas sobre las espaldas de trabajadores, consumidores y pensionados. El abuso contra los trabajadores para enriquecer a los dueños de bonos y a los banqueros es un cálculo político. No tiene sentido económico.

El apretón de cinturones en la UE significa que el mundo tendrá que depender (de nuevo) de la recuperación del consumidor estadounidense, superar su lastre histórico de deuda personal y reanudar los gastos como un demente. Con un desempleo que ronda el 10%, líneas de crédito que se reducen a diario y la jubilación que se aproxima (de muchos nacidos después de la Segunda Guerra Mundial), parece una perspectiva poco probable.


Mike Whitney es un analista político independiente que vive en el Estado de Washington y colabora regularmente con CounterPunch.

FUENTE : Information Clearing House
Traducido Germán Leyens