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miércoles, 10 de marzo de 2010

Milton Friedman no salvó a Chile


Desde que la desregulación causó un desastre económico mundial en septiembre de 2008 y todo el mundo se ha vuelto otra vez keynesiano, no ha sido fácil oficiar de seguidor fanático del difunto economista Milton Friedman. Tan generalmente desacreditada está su variedad de fundamentalismo de libre mercado que sus admiradores están cada vez más desesperados por reivindicar victorias ideológicas, por exageradas que sean.

Viene al caso un ejemplo especialmente desagradable. Justo dos días después de que un demoledor terremoto golpeara Chile, Bret Stephens, columnista del Wall Street Journal informaba a sus lectores [1] de que "el espíritu de Milton Friedman aleteaba protector sobre Chile", puesto que "gracias en buena medida a él, el país ha resistido una tragedia que, si no, habría resultado un apocalipsis (...) No por azar vivían los chilenos en casas de ladrillo – y los haitianos en casas de paja – cuando llegó el lobo intentando derribarlas de un soplido".

De acuerdo con Stephens, las medidas radicales de libre mercado prescritas al dictador chileno Augusto Pinochet por Milton Friedman y sus infames "Chicago Boys" constituyen la razón por la que Chile es una nación próspera que dispone "de códigos de edificación que se encuentran entre los más estrictos del mundo".

Hay un problema realmente de bulto con esta teoría: el código moderno de edificación sísmica en Chile, redactado para resistir terremotos, se adoptó en 1972. La fecha es enormemente significativa, dado que se trata de un año antes de que Pinochet tomara al poder mediante un sangriento golpe de Estado respaldado por los Estados Unidos. Eso quiere decir que si hay alguien a quien atribuir el mérito de esa ley no es a Friedman, ni a Pinochet, sino a Salvador Allende, el presidente socialista chileno democráticamente elegido (lo cierto es que hay que agradecérselo a muchos chilenos, puesto que las leyes respondían a una historia llena de terremotos, y las primeras disposiciones se adoptaron en la década de 1930).

Parece significativo, empero, que la ley se promulgara aun en medio de un agobiante embargo económico ("que rechine la economía", gruñó, según es fama, Richard Nixon cuando ganó Allende las elecciones de 1970). El código se actualizó en los años 90, bastante después de que Pinochet y los Chicago Boys abandonasen finalmente el poder y retornase la democracia.

Poco sorprenderá que, como apunta Paul Krugman, [2] que Friedman fuera ambivalente respecto a los códigos de edificación, pues los considera otra violación más de la libertad capitalista.

Por lo que se refiere al argumento de que las medidas friedmanianas son la razón por las que los chilenos viven en "casas de ladrillo" en vez de "paja", queda claro que Stephens no sabe nada del Chile anterior al golpe. El Chile de los años 60 gozaba del mejor sistema sanitario y educativo del continente, además de disponer de un efervescente sector industrial y una clase media en rápido crecimiento. Los chilenos creían en su Estado, razón por la cual eligieron a Allende para ampliar aún más ese proyecto.

Tras el golpe y la muerte de Allende, Pinochet y sus Chicago Boys hicieron todo lo que pudieron para desmantelar la esfera pública chilena, subastando las empresas del Estado y reduciendo las regulaciones financieras y comerciales. Se creó una enorme riqueza en este periodo, pero a un precio terrible: para principios de los 80, las medidas de Pinochet recomendadas por Friedman habían provocado una rápida desindustrialización, multiplicando el desempleo por diez y creando una explosión de barrios de chabolas claramente inestables. Llevaron también a una crisis de corrupción y deuda tan grave que en 1982 Pinochet se vió forzado a despedir a los asesores de los Chicago Boys y nacionalizar varias de las instituciones financieras desreguladas (¿les suena familiar?).

Afortunadamente, los Chicago Boys no lograron destruir todo lo logrado por Allende. La empresa nacional del cobre, Codelco, continuó en manos del Estado, insuflando riqueza a las arcas públicas e impidiendo que los Chicago Boys hicieran entrar la economía de Chile en un rápido y completo declive. Tampoco lograron deshacerse del riguroso código de edificación de Chile, un descuido ideológico por el que debemos dar todos las gracias.

Con mi agradecimiento al CEPR [3] por investigar los orígenes del código de edificación chileno.

NOTAS T: [1] "How Milton Friedman Saved Chile", Wall Street Journal, 1 de marzo de 2010. El artículo comienza así: "Milton Friedman murió hace más de tres años. Pero seguramente su espíritu aleteaba protector sobre Chile en las primeras horas del sábado. Gracias en buena medida a él, el país ha resistido una tragedia que, si no, habría resultado un apocalipsis". El artículo de Klein, aparte de glosar literalmente las afirmaciones de Stephens, tiene aun más de respuesta que de ataque, pues contiene menciones de Klein como: "En la mitología de la izquierda, — sobre todo en "The Shock Doctrine", tedioso tocho de 2007 de Naomi Klein —, los Chicago Boys no sólo eran extrajeros compañeros de cama de la dictadura de Pinochet. Eran cómplices de sus crímenes". [2] Paul Krugman, "Fantasies of the Chicago Boys", The New York Times, 3 de marzo de 2010: "Friedman no era exactamente amigo de esos códigos (...) los consideraba una forma de gasto público, puesto que ‘imponen costes en los que uno no querría incurrir privadamente’ ". [3] El Center for Economic and Policy Research, fundado por Mark Weisbrot y Dean Baker, presencia habitual en SinPermiso.

AUTOR : NAOMI KLEIN
FUENTE : SIN PERMISO

El reparto del trabajo y el poder de la estupidez


La burbuja inmobiliaria y la posterior crisis fueron el resultado de la incompetencia extrema de los máximos responsables económicos del país. De algún modo, esta gente no se percató, o no se preocupó, de los peligros de los 8 billones de dólares de la burbuja inmobiliaria.

Por desgracia, a los que formulan la economía no les ocurre como a la mayoría de los empleos donde los trabajadores son despedidos cuando cometen graves errores. Así que la gente que hundió la economía es en su gran mayoría parte del mismo grupo que aún está diseñando hoy en día la política. Ahora este grupo de economistas incompetentes nos dice que vamos a tener que soportar cinco años más de altos niveles de desempleo.

Sin embargo, el resto del país no debería estar forzado a sufrir aún más porque estos hacedores de la política económica no pueden dominan su oficio. Sabemos cómo conseguir que baje la tasa de desempleo. Keynes nos enseñó hace más de 70 años que solamente tenemos que gastar dinero para eliminar el desempleo masivo. La gente trabaja a cambio de dinero, si el gobierno gasta, entonces la gente trabajará. Es bastante sencillo.

Pero los halcones del déficit parecen tener en gran parte cerrado este camino. Los miembros del Congreso piensan de algún modo que están ayudando a nuestros hijos dejando sin trabajo a sus padres.

Afortunadamente, podemos incluso encontrar un camino para crear empleos que puede dejar satisfechos a los halcones del déficit. Se llama "reparto del trabajo". El punto básico es tan simple que incluso un economista puede entenderlo.

En vez de pagar a los trabajadores para estar desempleados –en la forma de subsidios de desempleo– podemos pagar a los trabajadores para que permanezcan empleados, pero trabajando menos horas. En efecto, para evitar que un trabajador sea despedido, varios trabajadores recortan tiempo en el trabajo y disminuyen una pequeña parte de su paga. Alemania y Holanda han usado esta vía para impedir que sus tasas de desempleo aumenten a pesar que han experimentado más acusadas depresiones que los EEUU.

Este sistema funciona en Alemania de la siguiente forma. Una empresa rebaja las horas de sus trabajadores un 20%. Entonces el gobierno aporta el 60% de la paga perdida (el 12% del total). Se espera que la empresa apoquine el 20% de la paga perdida (4% del total) y el trabajador termina llevándose a casa un 4% menos de su salario.

En este escenario el trabajador acaba trabajando el 20% menos de horas a cambio de una reducción del 4% de su salario. Esto puede significar, por ejemplo, que el trabajador acabe trabajando cuatro días a la semana en vez de cinco. Dados los ahorros de gastos relacionados con el trabajo, como el transporte y el cuidado de los niños, la mayoría de trabajadores terminaría casi seguro en una mejor situación bajo el sistema de reparto de trabajo que en las actuales circunstancias.

Aunque la economía ya haya pasado su fase de rápida pérdida de empleos, un gran número de trabajadores pierde los suyos cada mes mediante el desbarajuste de empleo normal de la economía. Cada mes, las empresas despiden cerca de dos millones de trabajadores. Estas pérdidas de empleo se compensan en gran medida por los contratos realizados por otras empresas, de manera que el saldo neto en empleos ha sido poco negativo en los últimos meses. Sin embargo, si pudiéramos tan solo reducir la tasa de pérdidas de empleo un 10%, ello equivaldría a crear unos 200.000 empleos adicionales por mes, es decir, 2'4 millones al año. Esto nos llevaría al pleno empleo en dos años, en lugar de los cinco o seis como se prevé actualmente.

Existen otros beneficios potenciales del trabajo compartido. La reducción del tiempo de trabajo podría ofrecer a las empresas una oportunidad para adoptar prácticas de trabajo más compatibles con la vida familiar. Por ejemplo, podrían adoptar una política de permiso familiar pagado o días por enfermedad pagados a modo de prueba a lo largo de la recesión.

También podría haber beneficios ambientales por la reducción de las horas de trabajo. Supongamos que todos trabajaran cuatro días a la semana, de modo que el número de desplazamientos diarios al trabajo se redujeran el 20%. Esto reduciría substancialmente la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero asociadas con la idea y vuelta de casa al trabajo. El hecho de que los europeos tienden a trabajar menos horas que nosotros es indudablemente una de las principales razones de que sus emisiones de carbono por persona sean alrededor de la mitad de las de EEUU.

Ya existen 17 Estados que disponen de programas de reparto del trabajo. Hay proyectos de ley en el Congreso y en el Senado que podrían fortalecer estos programas y dar apoyo a otros Estados para emprender los suyos. Si el Congreso se toma en serio la lucha contra el desempleo, actuará en estos proyectos de ley.

AUTOR : Dean Baker es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy.

FUENTE : SIN PERMISO