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sábado, 1 de noviembre de 2008

La depresión ya empezó

La depresión ya empezó. Algo cohibidos, los periodistas siguen preguntándole a los economistas si será que tal vez sólo estamos entrando a una mera recesión. No lo crean ni por un minuto. Estamos ya en el comienzo de una depresión mundial de gran envergadura con desempleo masivo en casi todas partes. Puede asumir la forma de una deflación nominal clásica, con todas sus consecuencias negativas para la gente común. Es un poquito menos probable que asuma la forma de inflación galopante, que es simplemente otro modo en que los valores se desploman, y que es incluso peor para la gente común.

Por supuesto que todo el mundo se pregunta qué fue lo que disparó esta depresión. ¿Serán los instrumentos derivados, que Warren Buffett llama “armas financieras de destrucción masiva”? ¿O son acaso las hipotecas de segundo grado? ¿O los especuladores del petróleo? Jugar a las culpas no tiene importancia real. Eso es concentrarse en el polvo, como Fernand Braudel le llamaba, de los eventos de corta duración. Si queremos entender lo que está ocurriendo necesitamos echar un vistazo a otras dos temporalidades, que son mucho más reveladoras. Una es la de los vaivenes cíclicos de media duración. La otra es aquella de las tendencias estructurales de larga duración.

La economía–mundo capitalista ha tenido, durante varios cientos de años, por lo menos, dos formas importantes de vaivenes cíclicos. Uno son los llamados ciclos de Kondratieff que históricamente tenían una duración de unos 50–60 años. Y otros son los ciclos hegemónicos que son mucho más largos.

En términos de los ciclos hegemónicos, Estados Unidos fue un contendiente emergente de dicha hegemonía por ahí de 1873, logró su dominación hegemónica en 1945 y ha ido declinando desde los años 70. Las locuras de George W. Bush han transformado ese lento declinar en uno precipitado. Y ahora, estamos ya lejos de cualquier asomo de hegemonía estadunidense. Hemos entrado, como ocurre normalmente, en un mundo multipolar. Estados Unidos permanece como potencia fuerte, tal vez la más fuerte, pero continuará declinando en relación con otras potencias en las décadas venideras. No hay mucho que nadie puede hacer para cambiar eso.

Los ciclos de Kondratieff tienen una temporalidad diferente. El mundo salió de la última fase B del ciclo Kondratieff en 1945, y entonces vino el vuelco más fuerte hacia la fase A en la historia del sistema–mundo moderno. Llegó a su clímax cerca de 1967–1973, y comenzó su descenso. Esta fase B ha sido mucho más larga que las fases B previas y seguimos en ella.

Las características de una fase B de Kondratieff son bien conocidas y coinciden con lo que la economía–mundo ha experimentado desde los años 70. Las tasas de ganancia en las actividades productivas bajan, especialmente en aquellos tipos de producción que han sido más rentables. En consecuencia, los capitalistas que deseen niveles de ganancia realmente altos se inclinan hacia el ámbito financiero, y se involucran en lo que básicamente es especulación. Para que las actividades productivas no se vuelvan tan poco redituables, tienden a moverse de las zonas centrales a otras partes del sistema–mundo, negociando costos menores de transacción por costos menores de personal. Es por eso que comienzan a desaparecer los empleos en Detroit, Essen y Nagoya, y que se expanden las fábricas en China, India y Brasil.

En cuanto a las burbujas especulativas, algunas personas siempre hacen mucho dinero con ellas. Pero tarde o temprano las burbujas especulativas siempre revientan. Si uno se pregunta por qué esta fase B del ciclo Kondratieff ha durado tanto, es porque los poderes existentes –el Departamento del Tesoro y el Banco de la Reserva Federal estadunidenses, el Fondo Monetario Internacional, y sus colaboradores en Europa occidental y Japón– han intervenido en el mercado de modo regular e importante para llevar a puerto la economía–mundo –en 1987, al desplomarse el mercado de la bolsa; en 1989, en el colapso de los préstamos y ahorros en Estados Unidos; en 1997, en la caída financiera de Asia oriental; en 1998, por los malos manejos del llamado fondo de manejo de capitales de largo plazo (mundialmente conocido por su nombre en inglés Long Term Capital Management); en 2001–2002, con Enron. Aprendieron las lecciones de las previas fases B de Kondratieff, y los poderes existentes pensaron que podían vencer al sistema. Pero hay límites intrínsecos para hacer esto. Y ahora hemos llegado a ellos, como Henry Paulson y Ben Bernanke lo están aprendiendo para su vergüenza y tal vez para su asombro. Esta vez no será tan fácil, probablemente sea imposible, evitar lo peor.

En el pasado, una vez que una depresión daba rienda suelta a sus estragos, la economía–mundo se levantaba, sobre la base de innovaciones que podían ser cuasi monopolizadas por un tiempo. Así que cuando la gente dice que el mercado de la bolsa de valores se volverá a levantar, es esto en lo piensa que ocurrirá, esta vez como en el pasado, después de que las poblaciones del mundo hayan resentido todo el daño causado. Y tal vez así sea, en unos pocos años o así.

Hay sin embargo algo nuevo que puede interferir con este bonito patrón cíclico que ha sostenido al sistema capitalista por unos 500 años. Las tendencias estructurales pueden interferir con las tendencias cíclicas. Los rasgos estructurales básicos del capitalismo como sistema–mundo operan mediante ciertas reglas que pueden trazarse en una gráfica como un equilibrio en movimiento ascendente. El problema, como con todos los equilibrios estructurales de todos los sistemas, es que con el tiempo las curvas se mueven mucho más allá del equilibrio y se torna imposible regresarlas a éste.

¿Qué ha hecho que el sistema se mueva tan lejos del equilibrio? En breve, lo que ocurre es que a lo largo de 500 años los tres costos básicos de la producción capitalista –personal, insumos e impuestos– han subido constantemente como porcentaje de los precios posibles de venta, de tal modo que hoy hacen imposible obtener grandes ganancias de la producción cuasi monopólica que siempre fue la base de la acumulación capitalista significativa. No es porque el capitalismo esté fallando en lo que hace mejor. Es precisamente porque lo ha estado haciendo tan bien que finalmente minó la base de acumulaciones futuras.

Lo que ocurre cuando alcanzamos un punto así es que el sistema se bifurca (en el lenguaje de los estudios de la complejidad). Las consecuencias inmediatas son una turbulencia altamente caótica, que nuestro sistema–mundo está experimentando en este momento y que seguirá experimentando por unos 20–50 años. Como todos empujan en cualquier dirección que piensan que es mejor en lo inmediato para cada quien, emergerá un orden del caos en uno de los dos muy diferentes senderos alternos.

Podemos aseverar con confianza que el presente sistema no sobrevivirá. Lo que no podemos predecir es cuál nuevo orden será el elegido para remplazarlo, porque éste será el resultado de una infinidad de presiones individuales. Pero tarde o temprano, un nuevo sistema se instalará. No será un sistema capitalista pero puede ser algo mucho peor (aun más polarizado y jerárquico) o algo mucho mejor (relativamente democrático y relativamente igualitario) que dicho sistema. Decidir un nuevo sistema es la lucha política mundial más importante de nuestros tiempos.

En cuanto a las perspectivas inmediatas de corta duración ad interim, es claro lo que ocurre en todas partes. Nos hemos estado moviendo hacia un mundo proteccionista (olvídense de la llamada globalización). Nos hemos estado moviendo hacia un papel mucho mayor del gobierno en la producción. Aun Estados Unidos y Gran Bretaña están nacionalizando parcialmente los bancos y las moribundas grandes empresas. Nos movemos hacia una distribución populista conducida por el gobierno, que puede asumir modos socialdemócratas a la izquierda del centro o formas autoritarias de extrema derecha. Y nos movemos hacia conflictos sociales agudos al interior de algunos estados, debido a que todo el mundo compite por un pastel más pequeño. En el corto plazo, no es, de ningún modo, un panorama agradable.
AUTOR:INMANUEL WALLERSTEIN
FUENTE:LA JORNADA

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Auge, quiebra y recuperación en la economía mundial

Esta crisis económica mundial pasará a la Historia como “la locura de Greenspan”. Se trata de una crisis provocada principalmente por la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal durante el período de dinero fácil y desregulación financiera comprendido entre mediados del decenio de 1990 y el presente.

Esa política de dinero fácil, respaldada por reguladores que no cumplieron con su deber, creó burbujas sin precedentes del crédito para la vivienda y para el consumo en los Estados Unidos y en otros países, en particular los que compartían su orientación política. Ahora la burbuja ha estallado y esas economías van camino de una pronunciada recesión.

El factor fundamental de la crisis fue un rápido aumento de los precios de la vivienda y de los valores bursátiles, que superaron en gran medida de los puntos de referencia históricos. Greenspan avivó dos burbujas: la de la red Internet en el período 1998-2001 y la posterior de la vivienda, que ahora está estallando. En ambos casos, los aumentos de los valores de los activos indujeron a las familias estadounidenses a pensar que habían pasado a ser inmensamente más ricas, lo que las tentó a aumentar en gran escala sus solicitudes de créditos y su gasto… en casas, automóviles y otros bienes de consumo duraderos.

Los mercados financieros estaban deseosos de prestar a dichas familias, en parte porque los mercados crediticios estaban desregulados, lo que constituyó una invitación a la concesión imprudente de créditos. Gracias al auge en los precios de los mercados de la vivienda y de los valores bursátiles, la riqueza neta de las familias estaodunidenses aumentó en unos 18 billones de dólares durante el período 1996-2006. El aumento del consumo basado en dicha riqueza aumentó aún más, a su vez, los precios de las viviendas, lo que convenció a las familias y a los prestadores para incrementar, a su vez, la burbuja.

Todo ello ha acabado desplomándose. Los precios de la vivienda llegaron a su punto máximo en 2006 y los precios de las acciones al suyo en 2007. Con el desplome de esas burbujas, una riqueza en papel de tal vez 10 billones de dólares o incluso nada menos que 15 billones se esfumará.

Ahora varios fenómenos complejos están sucediendo simultáneamente. En primer lugar, las familias están reduciendo bruscamente el consumo, pues se sienten –y son– enormemente más pobres de lo que eran hace un año. En segundo lugar, varias entidades muy apalancadas, como, por ejemplo, Bear Stearns y Lehman Brothers, han quebrado, lo que ha causado más pérdidas de riqueza (de los accionistas y acreedores de dichas entidades) y más pérdida del crédito que en otro tiempo facilitaban.

En tercer lugar, los bancos comerciales han perdido también en gran medida con esas operaciones, con lo que se ha esfumado gran parte de su capital. Al reducirse su capital, lo mismo ocurre con sus futuros préstamos. En cuarto y último lugar, la quiebra de Lehman Brothers y la que casi ha sufrido la gigantesca aseguradora AIG indujeron un pánico financiero, a causa del cual incluso las empresas sanas no pueden conseguir préstamos bancarios a corto plazo ni vender papel comercial a corto plazo.

El imperativo para los encargados de la formulación de políticas es el de restablecer suficiente confianza para que las empresas puedan obtener de nuevo crédito a corto plazo con el que pagar las nóminas y financiar sus inventarios. El próximo imperativo será el de contribuir a un restablecimiento del capital de los bancos, a fin de que los bancos comerciales puedan volver a prestar para inversiones a más largo plazo.

Pero esas medidas, aun siendo urgentes, no impedirán una recesión en los EE.UU., y otros países afectados por la crisis. No es probable que los mercados de la vivienda y bursátil se recuperen pronto. A consecuencia de ello, las familias son más pobres y reducirán drásticamente su gasto, con lo que la recesión resultará inevitable a corto plazo.

Los Estados Unidos serán el país más duramente afectado, pero otros países con recientes auges (y ahora quiebras) de la vivienda y del consumo –en particular, el Reino Unido, Irlanda, Australia, el Canadá y España- se verán afectados también. Islandia, que privatizó y desreguló sus bancos hace unos años, afronta ahora una bancarrota nacional, porque sus bancos no van a poder hacer sus pagos a los acreedores extranjeros que les prestaron en gran escala. No es casualidad que, con la excepción de España, todos esos países se adhirieran explícitamente a la concepción estadounidense del “libre mercado” y redujesen la regulación de sus sistemas financieros.

Pero, pese al sufrimiento que se sentirá en las economías desregulados de estilo anglosajón, nada de eso ha de causar inevitablemente una calamidad mundial. No veo razón alguna para que haya una depresión mundial y ni siquiera una recesión mundial. Sí, los EE.UU. experimentarán una reducción de su renta y un brusco aumento del desempleo, lo que reducirá las exportaciones del resto del mundo a ese país, pero muchas otras partes del mundo siguen creciendo. Muchas economías grandes, incluidas las de China, Alemania, Japón y Arabia Saudí, tienen enormes superávits por exportación y han estado prestando al resto del mundo (en particular a los EE.UU.) en lugar de tomar prestado.

Esos países rebosan de liquidez y no cargan con el desplome de una burbuja de la vivienda. Aunque sus familias han sufrido en cierta medida las consecuencias de la bajada de los precios de las acciones, no sólo siguen creciendo, sino que, además, pueden aumentar también su demanda interna para compensar la reducción de las exportaciones a los EE.UU. Ahora deben reducir sus impuestos, relajar las condiciones para la concesión de crédito interno y aumentar las inversiones estatales en carreteras, energía eléctrica y vivienda pública. Tienen suficientes reservas de divisas para evitar el riesgo de la inestabilidad financiera aumentando su gasto interno, siempre que lo hagan con prudencia.

En cuanto a los Estados Unidos, el innegable sufrimiento actual para millones de personas, que se incrementará el año que viene con el aumento del desempleo, es una oportunidad para revisar el modelo económico adoptado desde que el Presidente Ronald Reagan ocupó su cargo en 1981. La reducción de impuestos y la desregulación produjeron un atracón que sentó bien mientras duró, pero también produjo una inmensa desigualdad de ingresos, una gran clase marginal, enormes empréstitos en el exterior, abandono del medio ambiente y de las infraestructuras y ahora un enorme lío financiero. Ha llegado el momento de formular una nueva estrategia… en una palabra, un nuevo New Deal .
AUTOR: Jeffrey D. Sachs:profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.
FUENTE: PROJECT SYNDICATE

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