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domingo, 21 de marzo de 2010

Enfrentarse a China

Las tensiones respecto a la política económica china están aumentando, y con razón: la política de China de mantener infravalorada su divisa, el renminbi, se ha convertido en un lastre considerable para la recuperación económica global. Hay que hacer algo.

Para que se hagan una idea de la magnitud del problema: las quejas generalizadas de que China manipula su divisa (vendiendo renminbis y comprando divisas extranjeras para mantener el renminbi débil y las exportaciones chinas artificialmente competitivas) comenzaron en 2003. En aquel momento, China añadía unos 10.000 millones de dólares mensuales a sus reservas, y en 2003 tenía un superávit por cuenta corriente de 46.000 millones de dólares.

Actualmente, China añade más de 30.000 millones de dólares al mes a sus reservas de 2,4 billones de dólares. El Fondo Monetario Internacional calcula que China tendrá un superávit en 2010 de más de 450.000 millones de dólares, 10 veces la cifra de 2003. Ésta es la política de tipo de cambio más distorsionadora que cualquier país importante ha llevado a cabo jamás.

Y es una política que perjudica gravemente al resto del mundo. La mayoría de las grandes economías del mundo están atrapadas en una trampa de liquidez: profundamente deprimidas, pero incapaces de generar una recuperación mediante el recorte de los tipos de interés porque los tipos relevantes ya están casi en cero. China, al haber maquinado un superávit comercial injustificado, está en realidad aplicando un antiestímulo a estas economías que no pueden compensar.

Entonces, ¿cómo deberíamos reaccionar? En primer lugar, el Departamento del Tesoro de EE UU tiene que dejar de escurrir el bulto y de confundir.

De acuerdo con la ley, el Tesoro debe emitir dos veces al año un informe que identifique a las naciones que "manipulan el tipo de cambio entre su divisa y el dólar estadounidense con objeto de impedir ajustes efectivos de la balanza de pagos u obtener una ventaja competitiva injusta en el comercio internacional". El objetivo de la ley es claro: el informe debería ser una determinación de los hechos, no una declaración política. En la práctica, sin embargo, el Tesoro no se ha mostrado dispuesto a tomar medidas respecto al renminbi ni a hacer lo que la ley exige, es decir, explicar al Congreso por qué no está tomando medidas. En cambio, se ha pasado los últimos seis o siete años haciendo como que no veía lo obvio.

¿Continuará esta tradición el próximo informe, previsto para el 15 de abril? Permanezcan atentos a sus pantallas.

Si el Tesoro concluye que China ha manipulado la divisa, ¿qué pasará entonces? En cuanto a esto, tenemos que dejar atrás un error de apreciación común: la opinión de que China nos tiene cogidos por donde más duele, porque no nos atrevemos a provocar a China para que se deshaga de sus activos en dólares.

Lo que se debe uno preguntar es qué ocurriría si China intentara vender una gran cantidad de sus activos en dólares. ¿Se dispararían los tipos de interés? A corto plazo, los tipos de interés de EE UU no cambiarían: la Reserva Federal los mantiene a un nivel cercano a cero y no los aumentará hasta que la tasa de paro disminuya. Es posible que los tipos a largo plazo suban ligeramente, pero éstos vienen determinados en gran medida por las expectativas del mercado respecto a los futuros tipos a corto plazo. Además, la Reserva Federal podría compensar cualquier efecto que una retirada china pudiera tener sobre los tipos de interés mediante un aumento de sus compras de bonos a largo plazo.

Es cierto que si China se deshiciera de sus activos en dólares, el valor del dólar caería respecto al de otras divisas importantes, como el euro. Pero eso sería bueno para EE UU, dado que haría que nuestros productos se volvieran más competitivos y reduciría nuestro déficit comercial. Por otro lado, sería malo para China, que sufriría grandes pérdidas en sus reservas de dólares. En resumen, en estos momentos es EE UU quien tiene a China cogida por donde más duele, y no al revés.

Así que no tenemos ninguna razón para temer a China. Pero ¿qué deberíamos hacer?

Hay quien insiste en sostener que debemos razonar con tacto con China, no enfrentarnos a ella. Pero llevamos años razonando con China, mientras su excedente se hinchaba, y no nos ha llevado a ningún sitio: el domingo, Wen Jiabao, primer ministro chino, declaró (absurdamente) que la divisa de su nación no está infravalorada (el Instituto de Economía Internacional Peterson calcula que el renminbi está infravalorado entre un 20% y un 40%). Y Wen acusó a otras naciones de hacer lo que en realidad hace China: intentar debilitar sus divisas "con el único fin de aumentar sus exportaciones".

Sin embargo, si la lógica pura no funciona, ¿cuál es la alternativa? En 1971, EE UU lidió con un problema similar, pero mucho menos grave, de infravaloración mediante la imposición de un recargo temporal del 10% a las importaciones, que se eliminó unos meses más tarde después de que Alemania, Japón y otras naciones aumentaran el valor en dólares de sus divisas. A estas alturas resulta difícil imaginar que China vaya a cambiar sus políticas a menos que se enfrente a la amenaza de una medida similar, excepto por el hecho de que esta vez el recargo tendría que ser mucho mayor, digamos del 25%.

No estoy proponiendo a la ligera este giro a la política dura. Pero la política de divisas de China está agravando considerablemente los problemas económicos del mundo en un momento en el que esos problemas son ya muy graves de por sí. Es hora de hacerle frente. -

AUTOR : PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE : EL PAIS

La hora del impuesto Robin Hood

El sector bancario ocupa un lugar singular en la economía. Wall Street, la City de Londres, Francfort y otros centros financieros, tan vitales como tendentes a la crisis, son el corazón palpitante de la economía, que inyecta liquidez a través de las arterias de la industria tanto a escala nacional como mundial. Cuando sufren una arritmia financiera, como en la dura crisis de septiembre de 2008, la economía de todo el mundo se arriesga a sufrir una muerte súbita.

Entonces se recurre a los sistemas de reanimación. La Reserva Federal, el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra, los proveedores supremos de liquidez, no sólo salvan a los bancos, sino que también protegen sus beneficios. El señoreaje de los bancos centrales (ingresos obtenidos por el privilegio de crear dinero) se comparte a efectos prácticos con los principales bancos al prestarles fondos a tasas de interés cercanas a cero para préstamos por adelantado con diferencial.

Así fue como la Reserva Federal logró que Wall Street alcanzara beneficios récord en 2009, pese a los increíblemente malos balances de los bancos y su comportamiento, hasta entonces imprudente. La Reserva Federal inyectó más de un billón de dólares de liquidez nueva en el sistema financiero y, como era de esperar, Wall Street consiguió unos beneficios calculados en 55.000 millones o más. Con una sonrisita de complicidad, los banqueros de Wall Street lograron acceder también a su participación en el señoreaje, por la friolera de 20.000 millones de dólares en bonus de fin de año, sin contar siquiera las opciones sobre acciones no ejecutadas.

Las instituciones financieras más importantes, en particular los principales intermediarios de los bancos centrales como Barclays, Deutsche Bank y Goldman Sachs, ocupan por tanto una muy buena situación en el sistema. Se trata de servicios públicos de pleno derecho, órganos vitales para la economía que deben sus recompensas financieras y cables de salvamento a la proximidad con las imprentas de los bancos centrales. Las enormes primas se dan año sí y año también, tanto si nieva como si brilla el sol, sea época de vacas gordas o de vacas flacas.

Los banqueros con visión de futuro cayeron en la cuenta hace tiempo de que ellos también deberían compartir el señoreaje; por supuesto, no con nosotros, los ciudadanos, sino con las autoridades públicas que controlan la Reserva Federal y Hacienda. El sector financiero es el mayor lobby en EE UU y también el que más dinero dona para las campañas electorales. El dinero de la Reserva Federal sí se reparte, eso está claro. No hay duda de que lo mismo ocurre en Londres, París, Tokio y otros lugares.

Nos dicen que los bonus de los banqueros son necesarios para que estos hábiles técnicos (los que casi nos arruinan a todos) no abandonen el barco. Pero ¿adónde irían? Lo que los economistas llamarían el "coste de oportunidad" de los banqueros (el mejor salario que podrían conseguir fuera del sector bancario) sería considerablemente inferior sin el señoreaje. Y eso duele.

Los políticos empiezan por fin a dar la cara ante la desfachatez de estos contubernios. Los presidentes Obama y Sarkozy, el primer ministro Brown y la canciller Merkel han exigido hace poco un nuevo impuesto bancario para recuperar parte del señoreaje, al igual que han hecho otros gobiernos del G-20. Y justo a tiempo, ya que los ciudadanos han puesto el grito en el cielo ante la injusticia de la situación y los sangrantes megadéficits de los presupuestos nacionales. Naturalmente, la aplicación de impuestos no es más que una pequeña parte de una estrategia coherente para reformar el sector bancario que incluya impuestos, nuevas normativas sobre endeudamiento y remuneración, controles para los mercados de derivados y políticas monetarias más estables que en la era Greenspan-Bernanke.

Por consiguiente, si los ciudadanos se mantienen atentos, se comenzará a aplicar un impuesto bancario en las principales economías del G-20. Pero, ¿qué deberíamos exigir de semejante impuesto? Para los que llevamos años defendiendo que el sector financiero pague más impuestos las respuestas son bien conocidas. Deberíamos exigir armonía fiscal internacional para que los bancos no se limiten a trasladar sus libros de cuentas a los paraísos fiscales con los impuestos más bajos. Deberíamos exigir una base imponible transparente y recaudable que se centre en las principales instituciones financieras, con un impuesto que se aplique al pasivo del banco o a alguna combinación del pasivo y determinadas transacciones financieras. La Administración de Obama ha propuesto hace poco gravar el pasivo. En cualquier caso, un objetivo esencial debería ser recuperar parte de los beneficios de los que sólo disfrutan los grandes bancos. Y deberíamos exigir justicia en el uso de los fondos, en particular tras las promesas fiscales rotas y las esperanzas incumplidas de justicia económica.

Europa tiene una función primordial que desempeñar en esta cuestión. Varios gobiernos importantes, entre ellos Francia, Reino Unido y Alemania, se muestran ahora partidarios de gravar las transacciones, al igual que el Parlamento Europeo. La idea cuenta con un amplio apoyo popular. Los líderes europeos deberían tomar la iniciativa, e intentar por todos los medios que EE UU se adhiera, pero seguir adelante de todos modos, incluso si EE UU no lo hace. Una parte considerable de la tasa bancaria debería utilizarse para reducir el déficit, como reflejo de la perentoria necesidad de solvencia fiscal en todos nuestros países. Pero parte del mismo debería utilizarse para los más pobres entre los pobres del mundo. Como siempre, han sido ellos quienes se han llevado la peor parte de los desmanes financieros y visto la impudicia de las primas bancarias, además de muchas más promesas rotas de ayuda mundial.

El reservar parte del impuesto para ayuda al desarrollo contribuiría a garantizar que la ayuda fluyera y también a armonizar la carga de la ayuda. Resulta curioso que las propuestas de Obama hayan pasado por alto este elemento crucial, pero este descuido es tristemente coherente con la tendencia de EE UU a no aportar su parte correspondiente para la ayuda al desarrollo. Destinar a este fin parte de una tasa bancaria armonizada a escala mundial ayudaría a asegurar a los donantes de todo el mundo que EE UU y otros donantes rezagados cumplirán los criterios internacionales para el reparto de la carga. Dado que Wall Street causó esta crisis, los argumentos a favor de este reparto justo son todavía más válidos.

En 2005, en Gleneagles (Escocia), el G-8 prometió solemnemente duplicar la ayuda anual a África para 2010, aproximadamente 30.000 millones de dólares adicionales cada año. Como era de suponer, este año se han quedado cortos en unos 20.000 millones de dólares. Lo que los banqueros de Wall Street se llevan en bonus al final de año en un mal año no puede conseguirlo el poderoso G-8 para 800 millones de las personas más pobres y hambrientas del mundo, ni siquiera para cumplir una promesa explícita y repetida a menudo. No hay mejor uso para el nuevo impuesto bancario que respetar esas promesas, y de ese modo construir una base predecible y fiable para la ayuda al desarrollo con vistas al futuro.

La catástrofe financiera podría así suponer el principio de una verdadera reforma financiera en lugar de otra burbuja más. Un impuesto bancario dedicado a la reducción del déficit y a los pobres del planeta mataría tres pájaros de un tiro. Las operaciones bancarias realizadas por las principales instituciones financieras y otras empresas importantes volverían a ser consideradas como lo que deberían ser en realidad, un servicio público, y nos rescatarían al menos en parte de la orgía de avaricia desatada por la liberalización imprudente. Los criterios bancarios se armonizarían mejor en todo el G-20, y avanzaríamos hacia una situación de equilibrio regulatorio en lugar de la reciente carrera hacia el mínimo entre Nueva York, Londres y otros centros monetarios. Y se haría algo de justicia al demostrar que estamos dispuestos a cumplir nuestra palabra, cuando no cumplirla significa hambre, enfermedad, y la muerte de millones de las personas más pobres del mundo. -

AUTOR : JEFFREY D. SACHS; es profesor de Economía y Director del Earth Institute de la Universidad de Columbia. Él es también un Asesor Especial de las Naciones Unidas Secretario General sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

FUENTE : EL PAIS


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