domingo, 11 de abril de 2010

Gamberros y plutócratas




La reforma sanitaria ya es parte de nuestro sistema legal. Siguiente en la lista: la reforma financiera. Pero ¿ocurrirá? La Casa Blanca se muestra optimista, porque cree que los republicanos no querrán ser tachados de aliados de Wall Street. Yo no estoy tan seguro. La cuestión clave es cuántos senadores creen que pueden salirse con la suya y afirmar que la guerra es paz, que la esclavitud es libertad y que regular a los grandes bancos es hacerles un favor.

Algunos antecedentes: solíamos tener un sistema manejable para evitar crisis financieras basado en una combinación de garantías gubernamentales y regulación. Por un lado, los depósitos bancarios estaban asegurados, lo que evitaba la recurrencia de los enormes pánicos bancarios que fueron una de las principales causas de la Gran Depresión. Por otro lado, los bancos estaban estrictamente regulados de forma que no se aprovecharan de las garantías del Gobierno y corrieran riesgos excesivos. Sin embargo, desde aproximadamente 1980 en adelante, ese sistema se fue viniendo abajo poco a poco, en parte debido a la liberalización bancaria, pero principalmente a causa del auge de la "banca en la sombra": instituciones y prácticas -como financiar inversiones a largo plazo con préstamos obtenidos de la noche a la mañana- que recreaban los riesgos de la banca a la vieja usanza, pero que no estaban cubiertos ni por garantías ni por la regulación. La consecuencia es que, hacia el año 2007, era un sistema financiero tan vulnerable a una crisis grave como el sistema de 1930. Y la crisis llegó.

Y ahora, ¿qué? A efectos prácticos, ya hemos recreado garantías como las del New Deal: cuando el sistema financiero se sumió en la crisis, el Gobierno intervino para rescatar a empresas financieras en apuros para evitar así un derrumbe completo. Y deben recordar que los mayores rescates se produjeron durante una administración republicana conservadora, que afirmaba que creía firmemente en los mercados libres. Hay todo tipo de razones para pensar que esta será la norma de ahora en adelante: cuando las cosas se pongan feas, da igual quién esté en el Gobierno, se rescatará al sector financiero. En la práctica, las deudas de los bancos en la sombra, como los depósitos de los bancos convencionales, ya tienen una garantía del Gobierno.

La única pregunta ahora es si la industria financiera pagará un precio por este privilegio, si Wall Street se verá obligado a comportarse de forma responsable a cambio del apoyo del Gobierno. Y ¿quién podría estar en contra de algo así? Bien, ¿qué tal John Boehner, líder de la minoría en la Cámara de Representantes? Hace poco, Boehner dio una charla a unos banqueros en la que los animaba a obstaculizar los esfuerzos del Congreso por imponer una regulación más estricta. "No dejen que esos gamberrillos del Gobierno se aprovechen de ustedes, y defiéndanse", les instaba, donde "aprovecharse" quiere decir imponer algunas condiciones al sector a cambio del apoyo gubernamental. Barney Frank, presidente del Comité de Servicios Financieros de la Cámara, pidió inmediatamente que le hicieran chapas que dijeran "gamberillo del Gobierno" y las repartió entre los asesores del Congreso.

Pero el problema no es Boehner: Frank ya ha guiado una reforma financiera relativamente fuerte a través de la Cámara de Representantes. La cuestión, en cambio, es lo que ocurrirá en el Senado.

En el Senado, la legislación que está sobre el tapete la ha elaborado el senador por Connecticut Chris Dodd. Es considerablemente más floja que el proyecto de ley de Frank, y hay que hacerla más fuerte. Pero ningún proyecto se convertirá en ley si los republicanos del Senado se interponen en el camino de la reforma. ¿No temerán los adversarios de la reforma que se les tache de ser aliados de los malos (que lo son)? Quizá no. Allá por enero, Frank Luntz, el estratega del Viejo Gran Partido, hizo circular un memorando sobre la manera de oponerse a la reforma financiera. Su idea clave era que los republicanos debían afirmar que el blanco es negro; que la legislación de la reforma es un "proyecto de ley para el rescate de los grandes bancos", en lugar de un paquete de restricciones a los bancos.

Como era de esperar, hace unos días el senador por Alabama Richard Shelby, en una carta en la que atacaba el proyecto de ley de Dodd, afirmó que una parte esencial de la reforma -una supervisión más férrea de las empresas financieras importantes para el sistema- es en realidad un rescate, porque "el mercado considerará que estas empresas son "demasiado grandes para quebrar" y que el Gobierno las apoya de forma implícita". Bueno, senador, el mercado ya considera que estas empresas tienen el apoyo implícito del Gobierno, porque lo tienen: diga lo que diga la gente como Shelby actualmente, en cualquier crisis futura se salvará a esas empresas, independientemente de qué partido esté en el poder.

La única cuestión es si vamos a regular a los banqueros para que no abusen del privilegio del apoyo gubernamental. Y es esa regulación -no los rescates futuros- la que los enemigos de la reforma tratan de bloquear. Así que son los gamberros contra los plutócratas: los que quieren poner riendas a los bancos desbocados, y los banqueros que quieren la libertad de poner la economía en peligro, libertad reforzada por el convencimiento de que los contribuyentes los rescatarán en caso de crisis. Digan lo que digan, el hecho es que la gente como Shelby está del lado de los plutócratas; el pueblo estadounidense debería estar del lado de los gamberros, que están intentando proteger sus intereses.

AUTOR : Paul Krugman es profesor de Economía en Priceton y premio Nobel de Economía 2008.

FUENTE : EL PAIS

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