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domingo, 11 de abril de 2010

Marx y Minsky frente a la crisis


Cuando la economía capitalista entra en crisis no es porque una fuerza externa la golpea. Es porque algo no anda bien internamente. Pero ¿qué podría ser ese malestar endógeno?


La pregunta no es trivial: el diagnóstico es clave para determinar las medidas para salir de la emergencia.


Hoy predomina la interpretación de que estamos en una crisis causada por la desregulación del sector financiero, bancario y no bancario. Este debilitamiento de reglas habría generado incentivos perversos a la especulación y la aceptación de riesgos desmedidos.


Por supuesto, cuando reventó la burbuja especulativa los sectores no financieros también se vieron afectados por el colapso en la demanda agregada. Por eso se han aplicado estímulos fiscales para reactivarla. Pero la narrativa oficial es que los sectores no financieros de la economía (agricultura, industria y servicios) iban bien hasta que pegó el coletazo de una crisis que nace en el sector financiero.


Eso es erróneo. Los problemas de la economía real están en la raíz de esta crisis y, mientras no sean encarados, la economía mundial seguirá sufriendo tropiezos y un día llegará una verdadera hecatombe.


En 1992, mientras los economistas oficiales cantaban loas al neoliberalismo, Hyman Minsky elaboraba su teoría sobre la inestabilidad financiera del capitalismo. Según este autor, en épocas de bonanza el optimismo lleva a empresas y familias a sobrestimar el valor de sus activos, a considerar que los buenos tiempos perdurarán y a asumir mayores riesgos.


Esto sucede en cada ciclo de negocios, pero el proceso culmina en un ciclo más largo que acaba por transformar el régimen regulatorio del sector financiero, sus mercados y hasta sus prácticas contables. La erosión de las instituciones que debían controlar la especulación y dar estabilidad termina generando la proliferación de esquemas financieros de alto riesgo, escasas garantías y grandes niveles de apalancamiento.


El modelo Minsky se queda corto. En él no hay cabida para los impulsos que desde el sector real conduzcan a la crisis. Es cierto que en los ciclos de negocios de la economía estadunidense a partir de 1980 los deudores y acreedores tomaron cada vez mayores riesgos y que a lo largo de ese periodo se erosionó el régimen regulatorio. Según esto, la crisis se debe a fenómenos psicológicos y a los incentivos perversos que favorecieron la especulación descontrolada. Los factores estructurales en las esferas (no financieras) de la producción quedan fuera de esta explicación.


En contraste, otras investigaciones revelan que entre 1973-1984 ocurrieron cambios importantes en la economía real de Estados Unidos y otras economías capitalistas. El más importante es que la tasa de ganancia comenzó a reducirse. Aunque hay diferencias entre sectores, los indicadores elaborados con diferentes metodologías no se equivocan: la tasa de ganancia se reduce en Estados Unidos, Alemania, Japón y otros países.


Esa caída en la tasa de ganancia desencadenó una ofensiva en contra de los asalariados desde la década de los setenta. Sindicatos y reglas laborales que habían mantenido una evolución favorable en los salarios y prestaciones fueron atacados en todos los frentes. La globalización neoliberal fue parte de ese ataque, generando fuerzas para deprimir más los salarios.


El resultado fue que los salarios se estancaron y el poder de compra de la clase trabajadora en Estados Unidos se debilitó. El sobrendeudamiento fue lo único que mantuvo el nivel de vida al que aspiraban las clases trabajadoras. Las burbujas especulativas mantuvieron el nivel de la demanda agregada que necesitaba la economía estadunidense.


Frente al descenso en rentabilidad, el capital se refugió en las finanzas. La ofensiva contra los asalariados y la expansión del sector financiero son dos caras de la misma moneda: la caída en la tasa de ganancia, un problema con raíces profundas en la evolución del capitalismo.


Aquí se escucha el eco del análisis de Marx que ha estado a la defensiva desde hace tiempo. El dogmatismo y varias dificultades teóricas, especialmente el llamado problema de la transformación de valores en precios de producción (planteado por Marx en el tomo III de El Capital), frenaron durante años el desarrollo crítico del pensamiento marxista. Hoy cobra fuerza la reflexión de corte marxista sobre la crisis, aunque siga pendiente la solución de varios problemas teóricos importantes.


En estos análisis se articula la evolución del cambio técnico, la competencia intercapitalista y el conflicto por la explotación y la distribución del ingreso en un edificio analítico coherente. Los aportes de Minsky, de la teoría de Keynes, y por supuesto Kalecki, se fusionan bien con estas interpretaciones marxistas. El punto central es que las raíces de la crisis están en la economía real y no sólo en la esfera de las transacciones financieras. La conclusión es clara: la economía de la globalización neoliberal (y no sólo su casino financiero) está mortalmente enferma y sus fundamentos deben modificarse radicalmente.

AUTOR : Alejandro Nadal
FUENTE : LA JORNADA

Gamberros y plutócratas




La reforma sanitaria ya es parte de nuestro sistema legal. Siguiente en la lista: la reforma financiera. Pero ¿ocurrirá? La Casa Blanca se muestra optimista, porque cree que los republicanos no querrán ser tachados de aliados de Wall Street. Yo no estoy tan seguro. La cuestión clave es cuántos senadores creen que pueden salirse con la suya y afirmar que la guerra es paz, que la esclavitud es libertad y que regular a los grandes bancos es hacerles un favor.

Algunos antecedentes: solíamos tener un sistema manejable para evitar crisis financieras basado en una combinación de garantías gubernamentales y regulación. Por un lado, los depósitos bancarios estaban asegurados, lo que evitaba la recurrencia de los enormes pánicos bancarios que fueron una de las principales causas de la Gran Depresión. Por otro lado, los bancos estaban estrictamente regulados de forma que no se aprovecharan de las garantías del Gobierno y corrieran riesgos excesivos. Sin embargo, desde aproximadamente 1980 en adelante, ese sistema se fue viniendo abajo poco a poco, en parte debido a la liberalización bancaria, pero principalmente a causa del auge de la "banca en la sombra": instituciones y prácticas -como financiar inversiones a largo plazo con préstamos obtenidos de la noche a la mañana- que recreaban los riesgos de la banca a la vieja usanza, pero que no estaban cubiertos ni por garantías ni por la regulación. La consecuencia es que, hacia el año 2007, era un sistema financiero tan vulnerable a una crisis grave como el sistema de 1930. Y la crisis llegó.

Y ahora, ¿qué? A efectos prácticos, ya hemos recreado garantías como las del New Deal: cuando el sistema financiero se sumió en la crisis, el Gobierno intervino para rescatar a empresas financieras en apuros para evitar así un derrumbe completo. Y deben recordar que los mayores rescates se produjeron durante una administración republicana conservadora, que afirmaba que creía firmemente en los mercados libres. Hay todo tipo de razones para pensar que esta será la norma de ahora en adelante: cuando las cosas se pongan feas, da igual quién esté en el Gobierno, se rescatará al sector financiero. En la práctica, las deudas de los bancos en la sombra, como los depósitos de los bancos convencionales, ya tienen una garantía del Gobierno.

La única pregunta ahora es si la industria financiera pagará un precio por este privilegio, si Wall Street se verá obligado a comportarse de forma responsable a cambio del apoyo del Gobierno. Y ¿quién podría estar en contra de algo así? Bien, ¿qué tal John Boehner, líder de la minoría en la Cámara de Representantes? Hace poco, Boehner dio una charla a unos banqueros en la que los animaba a obstaculizar los esfuerzos del Congreso por imponer una regulación más estricta. "No dejen que esos gamberrillos del Gobierno se aprovechen de ustedes, y defiéndanse", les instaba, donde "aprovecharse" quiere decir imponer algunas condiciones al sector a cambio del apoyo gubernamental. Barney Frank, presidente del Comité de Servicios Financieros de la Cámara, pidió inmediatamente que le hicieran chapas que dijeran "gamberillo del Gobierno" y las repartió entre los asesores del Congreso.

Pero el problema no es Boehner: Frank ya ha guiado una reforma financiera relativamente fuerte a través de la Cámara de Representantes. La cuestión, en cambio, es lo que ocurrirá en el Senado.

En el Senado, la legislación que está sobre el tapete la ha elaborado el senador por Connecticut Chris Dodd. Es considerablemente más floja que el proyecto de ley de Frank, y hay que hacerla más fuerte. Pero ningún proyecto se convertirá en ley si los republicanos del Senado se interponen en el camino de la reforma. ¿No temerán los adversarios de la reforma que se les tache de ser aliados de los malos (que lo son)? Quizá no. Allá por enero, Frank Luntz, el estratega del Viejo Gran Partido, hizo circular un memorando sobre la manera de oponerse a la reforma financiera. Su idea clave era que los republicanos debían afirmar que el blanco es negro; que la legislación de la reforma es un "proyecto de ley para el rescate de los grandes bancos", en lugar de un paquete de restricciones a los bancos.

Como era de esperar, hace unos días el senador por Alabama Richard Shelby, en una carta en la que atacaba el proyecto de ley de Dodd, afirmó que una parte esencial de la reforma -una supervisión más férrea de las empresas financieras importantes para el sistema- es en realidad un rescate, porque "el mercado considerará que estas empresas son "demasiado grandes para quebrar" y que el Gobierno las apoya de forma implícita". Bueno, senador, el mercado ya considera que estas empresas tienen el apoyo implícito del Gobierno, porque lo tienen: diga lo que diga la gente como Shelby actualmente, en cualquier crisis futura se salvará a esas empresas, independientemente de qué partido esté en el poder.

La única cuestión es si vamos a regular a los banqueros para que no abusen del privilegio del apoyo gubernamental. Y es esa regulación -no los rescates futuros- la que los enemigos de la reforma tratan de bloquear. Así que son los gamberros contra los plutócratas: los que quieren poner riendas a los bancos desbocados, y los banqueros que quieren la libertad de poner la economía en peligro, libertad reforzada por el convencimiento de que los contribuyentes los rescatarán en caso de crisis. Digan lo que digan, el hecho es que la gente como Shelby está del lado de los plutócratas; el pueblo estadounidense debería estar del lado de los gamberros, que están intentando proteger sus intereses.

AUTOR : Paul Krugman es profesor de Economía en Priceton y premio Nobel de Economía 2008.

FUENTE : EL PAIS