miércoles, 16 de junio de 2010

Creando la próxima crisis



La opinión informada está marcadamente dividida respecto de cómo se desarrollarán los próximos 12 meses para la economía global. Quienes se concentran en los mercados emergentes destacan un crecimiento acelerado, con algunos pronósticos que proyectan un incremento del 5% en la producción mundial. Otros, preocupados por los problemas en Europa y Estados Unidos, siguen mostrándose más pesimistas, con proyecciones de crecimiento cercanas al 4% -y algunos incluso son proclives a pronosticar una posible recesión de “doble caída”.

Es un debate interesante, pero elude el panorama más general. En respuesta a la crisis de 2007-2009, los gobiernos en la mayoría de los países industrializados implementaron algunos de los rescates más generosos alguna vez vistos para grandes instituciones financieras. Por supuesto, no es políticamente correcto llamarlos rescates –el término preferido por los estrategas políticos es “respaldo de liquidez” o “protección sistémica”-. Pero representa esencialmente lo mismo: a la hora de la verdad, los gobiernos más poderosos del mundo (en los papeles, al menos) pospusieron una y otra vez las necesidades y deseos de la gente que les había prestado dinero a los grandes bancos.

En cada instancia, la lógica fue impecable. Por ejemplo, si Estados Unidos no hubiese ofrecido respaldo prácticamente incondicional al Citigroup en 2008 (durante la presidencia de George W. Bush) y nuevamente en 2009 (ya en la presidencia de Barack Obama), el resultante colapso financiero habría profundizado la recesión global y agravado las pérdidas de empleos en todo el mundo. De la misma manera, si la eurozona no hubiese intervenido –con la ayuda del Fondo Monetario Internacional- para proteger a Grecia y a sus acreedores en los últimos meses, habríamos enfrentado una mayor zozobra financiera en Europa y tal vez en otras partes.

En efecto, hubo repetidos juegos de provocación entre los gobiernos y las principales instituciones financieras en Estados Unidos y Europa occidental. Los gobiernos dijeron: “No más rescates”. Los bancos respondieron: “Si no nos rescatan, es muy probable que se produzca una segunda Gran Depresión”. Los gobiernos pensaron brevemente en esa perspectiva y luego, sin excepción, cedieron.

Se protegió a los acreedores y se transfirieron las pérdidas de los sectores financieros al gobierno doméstico (como en Irlanda) o al Banco Central Europeo (como en Grecia). En otras partes (Estados Unidos), las pérdidas se cubrieron con una gran cuota de “mesura” regulatoria (vale decir, aceptando mirar para otra parte mientras los bancos reconstruyen su capital operando con acciones).

Y funcionó –si pensamos que hoy estamos experimentando una recuperación económica, a pesar de que viene acompañada de un rebote del empleo decepcionantemente lento en Estados Unidos y algunos países europeos-. ¿Cuál es el problema, entonces, con las políticas de 2007-2009, y por qué no podemos planificar hacer algo similar en el futuro si alguna vez volvemos a enfrentar una crisis de esta naturaleza?

El problema son los incentivos –lo que los rescates implican para las actitudes y el comportamiento dentro del sector financiero-. La protección que se extendió a los bancos y otras instituciones financieras desde el verano de 2007, y de manera más integral desde la quiebra de Lehman Brothers y AIG en septiembre de 2008, envía una señal clara. Si uno es “grande” en relación al sistema, tiene más probabilidades de recibir un generoso respaldo del gobierno cuando todo el sistema se torna vulnerable.

Cuán grande es “lo suficientemente grande” sigue siendo un interrogante abierto e interesante. Supuestamente, los principales fondos de cobertura están buscando maneras de volverse más grandes y asumir una “importancia sistémica”. En términos ideales –desde su punto de vista-, crecerán sin atraer un escrutinio regulatorio; vale decir, no se impondrán límites ex ante a sus actividades de toma de riesgo-. Si todo sale bien, esos fondos de cobertura –y por supuesto los bancos que indudablemente ya son Demasiado Grandes para Quebrar (DGPQ)- reciben una buena dosis de respaldo.

Obviamente, si algo sale mal, quienes son DGPQ –y quienes les prestaron a firmas DGPQ- esperan recibir protección del gobierno. Esta expectativa hoy reduce el costo del crédito para los megabancos (en relación a sus competidores, que son lo suficientemente pequeños como para que, muy probablemente, se los deje quebrar). En consecuencia, todas las instituciones financieras ganan un poderoso incentivo para crecer (y pedir prestado más) con la esperanza de también volverse más grandes y, por ende, “más seguros” (desde el punto de vista de los acreedores, no desde una perspectiva social).

Los principales estrategas políticos estadounidenses reconocen que esta estructura de incentivos es un problema –curiosamente, muchos de sus pares europeos todavía no están dispuestos siquiera a discutir estas cuestiones abiertamente-. Pero la retórica de la Casa Blanca y del Departamento del Tesoro es “hemos terminado con la cuestión de DGPQ” con la legislación sobre reforma financiera actualmente en el Congreso y que muy probablemente Obama firmará de aquí a un mes.

Desafortunadamente, éste no es el caso. En la dimensión crítica del tamaño excesivo de los bancos y lo que esto implica para el riesgo sistémico, hubo un esfuerzo concertado por parte de los senadores Ted Kaufman y Sherrod Brown por imponer un límite al tamaño de los bancos más grandes -en concordancia con el espíritu de la "Regla Volcker" original propuesta en enero de 2010 por el propio Obama.

En un volte face casi increíble, por razones que todavía siguen siendo un tanto misteriosas, la propia administración Obama desestimó este enfoque. "Si se la hubiera promulgado, la propuesta de Brown-Kaufman habría causado la desintegración de los seis bancos más grandes de Estados Unidos", dijo un alto funcionario del Tesoro. "Si la hubiésemos respaldado, probablemente habría sucedido. Pero no lo hicimos, de modo que no sucedió".

Si la economía mundial crece hoy al 4% o 5% es importante, pero no afecta demasiado nuestras perspectivas a mediano plazo. El sector financiero estadounidense recibió un rescate incondicional -y ahora no enfrenta ningún tipo de re-regulación significativa-. Nos estamos preparando, sin duda, para otro auge basado en una toma de riesgo excesiva e imprudente en el corazón del sistema financiero mundial. Esto puede terminar de una sola manera: mal.


Simon Johnson, ex economista jefe del FMI, es co-fundador de una economía líder en blog, http://BaselineScenario.com, profesor en el MIT Sloan, e investigador asociado en el Instituto Peterson de Economía Internacional.

FUENTE : PROJECT SYNDICATE

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