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jueves, 21 de mayo de 2009

El Imperio del Carbono

He visto el futuro, y no va a funcionar. Éstos deberían ser tiempos de esperanza para los defensores del medio ambiente. La ciencia basura ya no impera en Washington. El presidente Obama ha hablado de forma enérgica sobre la necesidad de tomar medidas contra el cambio climático; la gente con la que hablo tiene cada vez más confianza en que el Congreso apruebe pronto un sistema de incentivos económicos que limite las emisiones de gases de efecto invernadero, y que los límites vayan siendo más estrictos con el paso del tiempo. Y una vez que Estados Unidos actúe, podemos esperar que gran parte del mundo siga sus pasos.

Pero esto deja sin resolver el problema de China, donde he pasado casi toda la semana pasada. Como todas las personas que visitan China, me he quedado pasmado con la escala de desarrollo del país. Incluso los aspectos molestos (gran parte de mi tiempo lo he pasado contemplando la Gran Muralla del Tráfico) son subproductos del éxito económico del país. Pero China no puede seguir por el mismo camino, porque el planeta no es capaz de soportar esa presión.

El consenso científico sobre las perspectivas del calentamiento global se ha vuelto mucho más pesimista durante los últimos años. De hecho, las últimas previsiones de reputados expertos en clima rayan en lo apocalíptico. ¿Por qué? Porque la velocidad a la que están aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero iguala o supera las peores previsiones. Y el aumento de las emisiones procedentes de China (que ya es el mayor productor mundial de dióxido de carbono) es uno de los principales motivos de este pesimismo.

Las emisiones de China, que proceden en su mayoría de las centrales eléctricas en las que se quema carbón, se han duplicado entre 1996 y 2006. Este ritmo de crecimiento ha sido mucho más rápido que en la década anterior. Y la tendencia parece que va a mantenerse: en enero, China anunciaba que planeaba seguir dependiendo del carbón como su principal fuente de energía y que, para sostener su crecimiento económico, aumentaría la producción de carbón en un 30% de aquí al año 2015. Ésta es una decisión que por sí sola contrarrestará cualquier reducción en las emisiones que se lleve a cabo en cualquier otro sitio.

Así que, ¿qué se debe hacer respecto al problema de China? Los chinos dicen que nada. Cada vez que he sacado el tema a relucir durante mi visita, me he topado con indignadas declaraciones sobre lo injusto que era esperar que China limitase el uso de los carburantes fósiles. Afirmaban que, después de todo, Occidente no ha tenido que padecer restricciones similares durante su época de desarrollo; aunque China sea la mayor fuente mundial de emisiones de dióxido de carbono, sus emisiones per cápita siguen estando muy por debajo de los niveles estadounidenses; y, en cualquier caso, la mayor parte del calentamiento global que ya se ha producido no es culpa de China, sino de los gases que en el pasado emitieron los que ahora son países ricos.

Y tienen razón. Es injusto esperar que China viva sometida a restricciones que nosotros no tuvimos que afrontar cuando nuestra economía iba hacia arriba. Pero esa injusticia no cambia el hecho de que permitir que China iguale el anterior libertinaje occidental supondrá una condena para la Tierra tal como la conocemos.

Dejando a un lado la injusticia histórica, los chinos también han insistido en que no se les debería hacer responsables de los gases de efecto invernadero que emiten al producir bienes para los consumidores extranjeros. Pero se niegan a aceptar la implicación lógica de ese punto de vista: que la carga recaiga entonces sobre esos consumidores extranjeros; que los compradores que adquieran productos chinos paguen una tarifa de carbono que sea un reflejo de las emisiones asociadas a la producción de esos bienes. Según los chinos, eso sería una violación de los principios del libre comercio.

Lo sentimos, pero las consecuencias que la producción china tiene para el cambio climático tienen que reflejarse en algún sitio. Y en cualquier caso, el problema de China no es lo mucho que produce, sino la forma en que lo produce. Recuerden que ahora China emite más dióxido de carbono que Estados nidos, a pesar de que su PIB es sólo la mitad de grande (y Estados Unidos, a su vez, es un monstruo de las emisiones en comparación con Europa o Japón).

La buena noticia es que la propia ineficacia de China en su uso de la energía brinda enormes oportunidades de mejora. Con las políticas adecuadas, China podría seguir creciendo rápidamente sin incrementar sus emisiones de carbono. Pero primero tiene que darse cuenta de que es necesario cambiar de política.

En algunas declaraciones procedentes de China hay indicios de que los responsables políticos del país están empezando a darse cuenta de que su postura actual es insostenible. Pero sospecho que no se dan cuenta de lo deprisa que todo el juego está a punto de cambiar.

A medida que Estados Unidos y otros países desarrollados empiecen por fin a actuar frente al cambio climático, también sentirán que tienen más poder moral para enfrentarse a aquellos países que se nieguen a tomar medidas. Antes de lo que la mayoría de la gente piensa, los países que se niegan a limitar sus emisiones de gases de efecto invernadero se enfrentarán a sanciones, probablemente en forma de impuestos sobre sus exportaciones. Se quejarán amargamente de que eso es proteccionismo, pero ¿y qué? La globalización no tiene mucho de bueno si el propio globo se convierte en un lugar inhabitable.

Ha llegado la hora de salvar el planeta. Y, le guste o no, China tendrá que contribuir a ello.

AUTOR : PAUL KRUGMAN; PREMIO NOBEL DE ECONOMIA 2008
FUENTE : EL PAIS

El momento de contar historias para la economía mundial

Desde el momento en que llegaron a su punto más bajo a comienzos de marzo, todos los mercados de valores más importantes del mundo han subido espectacularmente. Algunos, en particular los de China y del Brasil, alcanzaron sus puntos más bajos el pasado otoño y de nuevo en marzo, antes de recuperarse rápidamente, con lo que en mayo el Bovespa del Brasil había subido el 75 por ciento en comparación con su nivel del final de octubre de 2008 y el Shangai Composite había subido el 54 por ciento, aproximadamente, en el mismo período, pero las noticias de los mercados de valores han sido buenas desde marzo en casi todas partes.

¿Quiere eso decir que la crisis económica mundial está tocando a su fin? ¿Podría ser que todo el mundo se volviera de nuevo optimista al mismo tiempo y pusiese fin rápidamente a todos nuestros problemas?

Los auges especulativos son impulsados por una realimentación psicológica. La subida de los precios de los valores produce historias de inversores listos que se han hecho ricos. Hay personas que sienten envidia de los éxitos de otros y empiezan a pensar si la subida de los precios augurará nuevas subidas. Surge la tentación de entrar en el mercado, incluso entre personas que más que nada dudan de que el auge vaya a continuar. De modo que el aumento de los precios realimenta nuevas subidas de los precios y el ciclo se repite una y otra vez... durante un tiempo.

En un período de auge, las personas que están pensando en la posibilidad de entrar en los mercados de activos sopesan el miedo a arrepentirse, si no lo hacen, frente al pesar de una posible pérdida, si lo hacen. No existe una respuesta autorizada sobre la decisión “adecuada” ni hay acuerdo entre los expertos sobre el nivel idóneo de exposición a esos mercados. ¿Debería ser un 30 por ciento en valores y un 70 por ciento en vivienda? ¿O lo contrario? ¿Quién sabe? De modo que en última instancia la decisión humana debe basarse en la relativa importancia de esos factores emocionales discordantes. En un ambiente de auge, los factores emocionales inclinan a entrar en el mercado.

Pero hay que preguntarse por lo que respaldaría semejante iniciativa ahora. Desde marzo no parece haber otra noticia fundamental y espectacular que la de la propia subida de los precios. La tendencia humana a reaccionar ante la subida de los precios sigue ahí para producir auges y burbujas. La realimentación es sólo un mecanismo de amplificación de otros factores que predisponen a las personas a querer entrar en los mercados.

El mundo entero no puede recuperar todo el entusiasmo de hace unos años sólo con la realimentación, pues hay un gigantesco problema de coordinación: no todos estamos atentos a los aumentos de precios al mismo tiempo, por lo que adoptamos decisiones de comprar en momentos muy diferentes. A consecuencia de ello, la situación evoluciona lentamente y, entretanto, pueden surgir más noticias malas.

La única forma como puede volver la confianza espectacularmente es si nuestras ideas se coordinan en torno a una historia estimulante, además de la propia subida de los precios.

En el libro que George Akerlof y yo hemos publicado en 2009, Animal Spirits (“Instinto animal”), describimos los altibajos de una macroeconomía como impulsados fundamentalmente por historias . Esos relatos, en particular los alimentados por historias accesibles de interés humano, son los virus mentales cuyo contagio impulsa la economía. La tasa de contagio de las historias depende de su relación con la realimentación, pero antes que nada debe haber historias convincentes. Los relatos tienen una persistencia fundamental, en el sentido de que afectan a nuestras opiniones.

La historia que impulsó la burbuja del mercado de valores mundial y alcanzó su punto culminante en 2000 fue compleja, pero fue –dicho sea toscamente–la de que personas brillantes y emprendedoras estaban encabezando la marcha hacia una nueva era de gloria capitalista en una economía que estaba mundializándose rápidamente. Esa clase de personas pasaron a ser nuevos empresarios y viajeros por el mundo camino de la prosperidad. Ese relato pareció convincente a los observadores casuales, porque iba unido a millones de pequeñas historias de interés humano sobre los éxitos evidentes de quienes –amigos, vecinos y familiares– tuvieron vista para participar con entusiasmo en la nueva situación.

Pero hoy resulta difícil recrear ese relato, en vista de que existen tantas historias de problemas. La recuperación de los mercados de valores desde marzo no parece haberse basado en historia estimulante alguna, sino en la simple falta de más noticias realmente malas y en el dato innegable de que todas las recesiones anteriores tocaron a su fin. En un momento en que los periódicos están llenos de imágenes de ventas judiciales hipotecarias –e incluso de derribos de casas sobrantes–, resulta difícil ver otra razón para una recuperación de los mercados que esa historia de que “tarde o temprano todas las recesiones tocan a su fin”.

De hecho, la historia de los “capitalistas triunfantes” está deslucida, como nuestra fe en el comercio internacional. Así, pues, éste es el problema: no hay un impulsor convincente de una recuperación espectacular.

El comienzo de una recuperación económica es como el lanzamiento de una nueva película: nadie sabe cómo reaccionará el público hasta que quienes lleguen a verla hablen de ella. La nueva película Star Trek , basada en otra versión más de una serie televisiva de hace más de cuarenta años, asombró a todo el mundo al recaudar 76,5 millones de dólares en su primer fin de semana.

Esa historia antigua recuperó cierto interés con esa nueva película. Asimismo, hemos de abrigar la esperanza de que algunas de las mismas historias antiguas que nos impulsaron en el pasado –el ascenso del capitalismo y su internacionalización por toda la economía mundial– resulten desempolvadas y cobren nueva vida una vez más para vigorizar el instinto animal que impulse la recuperación económica. Nuestras medidas para estimular la economía deben centrarse en la mejora del guión de esas historias, para hacerlas de nuevo creíbles.

Eso significa hacer que el capitalismo funcione mejor y exponer con claridad la amenaza del proteccionismo, pero la razón para ello debe ser la de sacar la economía mundial de su actual situación de riesgo y no la de impulsarnos a crear otra burbuja especulativa.

AUTOR :Robert J. Shiller;profesor de Economía en la Universidad de Yale y economista jefe de MacroMarkets, LLC, es coautor, junto con George Akerlof, de Animal Spirits: How Human Psychology Drives the Economy and Why It Matters for Global Capitalism (“Instinto animal. La psicología humana como impulsora de la economía y su importancia para el capitalismo mundial”).

FUENTE : PROJECT SYNDICATE