miércoles, 26 de noviembre de 2008

AL REY DE LA PUNA LE QUIEREN VENDER LLAMAS

El de los transgénicos es un tema polémico: a las razones de peso que hablan de sus bondades se contraponen otras, también consistentes, para no cultivarlos en el Perú. Bajo la gestión de Benavides, el Ministerio de Agricultura tuvo una clara orientación a su favor. ¿Qué línea adoptará Leyton, el nuevo ministro?

Dicen que podrían solucionar el hambre del mundo. Dicen que serían el fin de la agricultura. Dicen que significarían un gran perjuicio para el medio ambiente. Dicen que son un gran remedio para la contaminación ambiental. Dicen que se podrían generar súper productos alimenticios y saludables. Dicen que nada se sabe de sus efectos colaterales. Dicen que serían la solución para la preservación genética de algunos cultivos en peligro de extinción. Dicen que son una gran amenaza para la biodiversidad. Dicen.

Una de las polémicas de moda es sobre el cultivo de transgénicos en nuestro país. Las posiciones están marcadamente divididas. Lo curioso del caso es que con idénticos argumentos se contraponen razones distintas.


Cuando se entrevista a quienes son partidarios del cultivo de transgénicos, es inevitable dejarse seducir por un grado de desarrollo científico que permite ahora cultivar, en tierras poco virtuosas, súper productos agropecuarios. ¿Un súper cereal que contenga vitaminas que natura no previó en la creación originaria? ¿Que además sea resistente a las plagas y contenga propiedades curativas? Todo eso ahora es posible. ¡No pierda tiempo, llame ya!

¿Llame ya? Momentito, no tan de prisa. Las abuelas nos suelen advertir sobre las desventuras del amor a primera vista. Las cosas tan increíbles pueden no ser tan sencillas como las plantean los promotores de los cultivos de transgénicos en el Perú.

Los críticos también tienen lo suyo, y no es poca cosa. Señalan que está en riesgo la megadiversidad genética de nuestro país. La biodiversidad es nuestro plus, nuestra diferenciación de marca, aquello que nos distingue entre los países del mundo. Cuando alguien, hace tiempo, dijo que Dios era peruano, no era un ateo, como suponen los malosos; seguramente, más bien, estuvo pensando en nuestra flora. No es floro: el Perú está dentro del privilegiado grupo de diecisiete países que reúne el 75% de la biodiversidad mundial.

La cosa es, entonces, para pensar.

El transgénico es un producto agrícola al que le han agregado un gen de otra especie transformando su composición genética. A un maíz se le puede agregar el gen de una llama o de un ser humano y conseguir así un tipo de producto cualitativamente distinto.

En comparación con otros desarrollos tecnológicos, la historia de los transgénicos es bastante acelerada Los primeros ensayos de manipulación genética se hicieron hace dos décadas. A mediados de los años 1990 ya se comercializaban transgénicos en Estados Unidos, Canadá y Japón.

Juan Rissi, jefe del Instituto Nacional de Investigación Agrícola (INIA), habla de que existen ya tres generaciones de transgénicos: “Hay un primera generación —que es la que se está comercializando— en la que se ha mejorado el producto dándole resistencia a factores como la sequía y las plagas. La segunda generación es la que tiene que ver con la calidad nutricional, y ya ha empezado a salir por ejemplo el arroz que se produce en los países asiáticos, el arroz dorado, porque sintetiza caroteno y permitirá que los niños tengan una fuente de vitamina A en el arroz y ayuda a prevenir casos de ceguera infantil. Y la tercera generación tiene que ver con dar elementos para mejorar la salud. La idea es que los cultivos, en un futuro, desarrollen sustancias relacionadas con las vacunas, que se introduzcan genes en los cultivos que puedan desarrollar vacunas o antígenos contra ciertas enfermedades”.

Pero la bióloga Imelda Montero no comparte el entusiasmo de Rissi: “Yo creo que el riesgo de liberar el cultivo de transgénicos de esas especies cuando menos ocasionaría un gran impacto ambiental, que puede terminar en la pérdida de la biodiversidad de este tipo de cultivos. La contaminación ambiental es irreversible. Una vez que ha habido un gen transgénico en un cultivo local, este gen obviamente va a persistir en esta especie, y si va a haber otros cruzamientos en otros cultivos transgénicos se va perdiendo la variedad”.

Imelda trabaja en la RAAA, la Red de Acción de Agricultura Alternativa, y, obviamente, no les hace ninguna gracia la posibilidad de que el Perú se transgenice. Sin dejar de reconocer la posibilidad de lograr los cultivos que dibuja Rissi, Imelda encuentra más riesgos que certezas.

¿Dimensión desconocida?
El debate sobre transgénicos está candente, y se desenvuelve tanto en el Ejecutivo como en la sociedad civil. Pero en cada escenario con proporciones distintas. Mientras que en el Ejecutivo hasta el momento flota solitaria la posición del Ministerio del Ambiente, que se ha declarado partidario de que el Perú se declare como país libre de transgénicos, y de que haya una moratoria de cinco años para que se realicen estudios de costo-beneficio, en la sociedad civil es solitaria y muy disminuida la posición a favor del cultivo de transgénicos.

La principal objeción a los transgénicos es que no se cuenta con los estudios de riesgo sobre sus repercusiones. Si en el caso de los medicamentos son imprescindibles, en la agricultura transgénica lo son más, porque los siniestrados no serían un grupo de personas, o miles. La afectada sería la mami naturaleza, y su daño sería irreversible. Nuestro Edipo ecológico no piensa dar tregua.

Aun los que ven con simpatía el desarrollo de la biogenética manifiestan un no rotundo cuando se habla de cultivarlos en el país. Jorge Caillaux, presidente de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental, no le encuentra ninguna utilidad a que el Perú ceda sus tierras a este tipo de industria: “No quiero denigrar a la industria transgénica, pero en un país como el nuestro no tiene sentido político, económico y comercial convertirnos en un país que se meta en transgénicos pensando que podemos desarrollar cuando no invertimos nada en ciencia y tecnología. Se puede investigar en lugares cerrados, pero llevarla al campo y que los agricultores la empiecen a usar sería meternos en un callejón sin salida”.

Pero la oposición a los transgénicos no solamente tiene como fondo la banda sonora de Wall-E: bien la podrían acompañar también los chirridos monetarios tan suculentos tipo Wall Street. Es que desde una perspectiva meramente monetaria, el beneficio que traería el cultivo de transgénicos no se compara a los dividendos que podríamos sacar explotando nuestra imagen de Perú: País libre de transgénicos.

“No vamos a ser una potencia transgénica, pero sí una potencia en diversidad biológica. Podemos vender con valor agregado una serie de especies y variedades a los jardines botánicos o a grandes empresas, como la misma Monsanto. El asunto es dónde ponemos el sol. No tiene sentido ponerlo en transgénico Si el Perú produjera al ciento por ciento y solo productos orgánicos, tendríamos mercado mundial para comprarlo. Entonces hay que ir construyendo la imagen de país que produce productos orgánicos”, señala Caillaux.

Lo que en algunos casos sería una revolución provechosa, en el nuestro significaría una involución alucinante. Dejar de ser un país exportador de semillas para convertirnos en importadores equivale sin duda a que los pastores de las punas importen llamas del extranjero o el clásico chiste de vender refrigeradoras en el Polo Norte.

La obsesión por la lana ya ha dejado trasquilados a muchos. En Estados Unidos, el año pasado se mezclaron dos cosechas, una de trigo orgánico y otra de trigo transgénico. Eran para exportar a la UE. Al momento de pasar los controles, los europeos rechazaron la producción, pues tienen complejos filtros para admitir transgénicos.

La pregunta fluye solita: ¿por qué tanto apuro en desarrollar transgénicos en el país? Las conjeturas tampoco se hacen esperar. La suspicacia es una antipática pero inevitable compañía en temas en los que se mueve dinero. Existen gordos intereses metidos e invertidos en este negocio.

“¿Una especie mejorada que te puede dejar sin mercado para otras muchas especies no mejoradas? ¿Cinco transnacionales van a resolver el problema del hambre en el mundo?”, se pregunta-responde Isabel Lapeña, autora del libro Semillas transgénicas en centros de origen y diversidad.


Un giro inesperado
Pero no siempre fue la posición del país. Hasta hace dos años (cualquier similitud con cambios en el Ejecutivo es pura ¿coincidencia?), la posición peruana era diametralmente distinta. Nos habíamos caracterizado por una línea ecologista clásica, por obvia competencia de intereses.

Al menos esa era la posición defendida en el Protocolo de Cartagena. Hace algunos años, un grupo de países que tenía en común su gran biodiversidad se dieron cuenta de que podían usar este regalo divino para lograr mejoras en otros aspectos. Finalmente, si representamos el 75% del banco genético mundial, los demás países nos podrían compensar en algo este aporte al mundo, dicen que dijeron. Y hablaron de canje de deuda por ecología, entre otras cosas. Decidieron, así, reunirse en Cartagena-Colombia, donde el Perú defendió la agricultura orgánica.

Pero algo cambió en la reunión de mayo de este año. Nuestro país sorprendió a sus naciones colegas al no querer suscribir el tratado. Isabel Lapeña estuvo presente en esa reunión: “En el Perú hubo como un golpe de Estado en el sector agrícola. Si en un momento el sector estaba liderado por una corriente medioambiental a favor de elaborar estos reglamentos de bioseguridad, en la reunión, cuando se empezó a tocar el tema del etiquetado de productos transgénicos, el Perú tuvo una posición contraria a la que había seguido antes. El Perú había ido con una visión plural para desarrollar la ley de bioseguridad”.

¿Qué había pasado? No se sabe con exactitud, pero hubo una serie de coincidencias.

La coincidencia de que estos cambios ocurrieran cuando Alex Grossman pasó a trabajar como asesor del Ministerio de Agricultura. Grossman, además de ser consultor en biotecnología, es conocido por sus lobbies y negocios a favor de la Monsanto, la empresa transnacional más poderosa en la fabricación de semillas transgénicas.

También puede ser considerada una coincidencia la visita de la Monsanto al presidente García hace algunos meses. En esa oportunidad el gerente de Asuntos Gubernamentales y Públicos para la Región Andina de Monsanto, Rafael Aramendi, declaró sin atavíos: “Ahora estamos iniciando las conversaciones con el Gobierno peruano y la respuesta que hemos tenido del Presidente de la República, Alan García, fue de mucho interés en el tema, porque creo que está convencido de que hay que invertir en el agro.

“Conversamos con el Presidente sobre la variedad de climas y geografías que tiene el Perú y que permiten que haya condiciones especiales para invertir en la producción de semillas de maíz y algodón” (Fuente: Andina).

Cuando hablamos de transgénicos no solo hablamos de biogenética. Sus detractores afirman que se trata de un tema esencialmente comercial, con altos intereses en contienda. Un mercado disputado y monopolizado por unas cuantas transnacionales: Monsanto, Sygenta y DuPont.

Razón no les falta. El cultivo del transgénico está supeditado a la semilla transgénica, que es única e intransferible. Es como que cada semilla tenga su copy right. Y hacer una copia pirata de cada una de esas semillas no es tan fácil como con las películas, y en la Monsanto no tienen cara de perdonavidas. En el supuesto de que entren los transgénicos al país, los campesinos tendrían que comprar cada semilla, algo que no entra en su lógica cultural. El campesino peruano está acostumbrado a intercambiar sus semillas y a reutilizarlas. La agricultura en la sierra se desarrolla en una economía comunitaria e informal, lo que se vería trastocado con el ingreso de estas súper semillas.

La tranca de Barranca
Hablar de cultivo de transgénicos en el Perú trasciende la especulación y el futuro, pues de acuerdo con la investigación hecha por la bióloga Antonieta Gutiérrez en Barranca, ya se estarían cultivando hace buen tiempo. Gutiérrez es directora del Centro de Investigación en Recursos Genéticos, Biotecnología y Bioseguridad de la Universidad Nacional Agraria La Molina, y descubrió que en el norte chico se está cultivando maíz transgénico, el NK603 fabricado por la Monsanto y el BT 11 de Sygenta.

La situación es alarmante, porque el Perú es uno de los dos países de mayor variedad de maíz en el mundo (el otro es México), y si se llegase a comprobar el hallazgo de Gutiérrez no solo estaría en riesgo nuestra diversidad sino que, además, muchos países pueden dejar de comprarnos aduciendo su preferencia por el maíz orgánico, como ya ha pasado en otras naciones.

A Gutiérrez parecen no tenerle ninguna simpatía en el Ejecutivo, pues lejos de apoyar su trabajo y brindarle los recursos necesarios para la investigación, se la cuestiona y se le quita la posibilidad de seguir realizando su labor: “A Antonieta la han boicoteado hasta el último momento, al contrario de lo que debería ser. Se potencia el oscurantismo para hacer lo que me da la gana”, protesta Lapeña.

Las aguas están movidas. Hasta Gastón Acurio, muy amigo del régimen-amigo de la Monsanto, ha tenido que meter su cuchara: “La agricultura transgénica no es conveniente para la economía del Perú, porque la naturaleza del Perú es una naturaleza de gran biodiversidad que le permite convertirse en la gran marca de productos orgánicos en el mundo, y los productos orgánicos tienen un valor agregado. Lo transgénico es para otro tipo de geografías y de climas”, declaró el famoso chef hace unos meses a RPP. En esta ocasión, los amigos de sus amigos no son sus amigos.

El reglamento fantasma
El debate interno se centra ahora en la aprobación del reglamento de cultivo transgénico. Existe una ley aprobada en 1999 sobre el uso de la biogenética en el país, pero para ser aplicada necesita ser reglamentada. Los antitransgénicos no esperan nada bueno del reglamento y reclaman un debate público.

Los transgenistas, en cambio, dicen que todo va bien, que el reglamento es excelente y solo esperan la aprobación del Presidente. Rissi dice no entender a los antitransgénicos. Según él, en el desconocido reglamento se contemplan los estándares internacionales de control: “No entiendo por qué se cuestiona y se lanzan opiniones a priori diciendo que esta es una norma que va a abrir a los transgénicos las puertas de para en par, cuando muchas de las personas que ahora se oponen han sido integrantes del marco estructural de la biodiversidad; como consecuencia, ellos saben de qué se trata la ley, y entienden que el INIA ha hecho un trabajo responsable; va a regular las cosas, va a regular el proceso”.

Pero ¿está realmente el INIA en condiciones de controlar el cultivo de transgénicos? Muy difícil, sobre todo cuando la inversión en investigación científica es de menos del 1% en el país. Imelda Montero comenta que si ya el control de los pesticidas es muy obsoleto y difícil, el de los transgénicos sería poco menos que una vía libre. Además, está el problema de nuestra geografía, que por la cercanía de las parcelas y la gran diversidad de cultivos puede llevar fácilmente a la contaminación de productos.

Si el presidente García persiste en la lógica adoptada desde inicios de su gestión, el cachaciento dicho popularizado por Tulio Loza “Al rey de la puna le quieren vender llamas” se cristalizaría en nuestra agricultura.

Y hay que ver cómo se molestan cuando no se las quiere comprar.
AUTOR:GERARDO SARAVIA
FUENTE:IDEELE


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