domingo, 11 de mayo de 2008

UN PERU FRACTURADO




Un Perú fracturado

Javier M. Igúñiz Echevarría.
Profesor del Dpto. de Economía de la PUCP

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Con motivo de la Cumbre ALC-UE recibimos muchas preguntas de nuestros ilustres visitantes sobre cómo es el Perú al que vienen. Obviamente, tienen ya mucha información y no se trata de añadir cifras sin más. Por otro lado, hay muchos logros y problemas que son comunes a los de muchos otros países de la región. La novedad quizá esté en la oportunidad que da la visita para detectar en el terreno, la densidad de las aspiraciones y de las preocupaciones.

Una primera constatación es que en el Perú se trabaja mucho. El Perú compite con Corea del Sur y unos más por el primer lugar en el mundo en el porcentaje de trabajadores que labora más de 8 horas diarias.

Además, el país compite también por el primer lugar en el mundo en cuanto a la proporción de "emprendedores" en la población (Tasa de Actividad Emprendedora), esto es, personas involucradas en iniciativas de algún modo empresariales. De ahí la relativamente estable y reducida tasa de desempleo abierto. La falta de empleos decentes, la precariedad y pobreza de las familias para sostener y soportar desempleados en casa y la resistencia de la población a ponerse bajo las órdenes de los empresarios influyen en la extensión del trabajo independiente. Este último factor alude a una característica de las personas, el orgullo y la sensibilidad ante el maltrato. No se renuncia a la independencia, o no se soporta la dependencia a cualquier precio.

Esa sensibilidad se nutre de una sociedad como la peruana marcada por la existencia de grandes fracturas sociales objetivas y subjetivas y por una profunda incomprensión mutua entre las partes. Se yuxtaponen la fractura económica, tanto en los medios para competir (distribución de activos) como en los resultados (distribución de ingresos), la fractura en los servicios sociales (muy desigual calidad de educación, y de cobertura y calidad de atención de enfermedad, así como de calidad de vivienda), la fractura en protección social (sistemas diversos y muy desiguales de jubilación), la fractura étnica que coincide en buena medida con la territorial tanto al nivel de los barrios de las ciudades como de las regiones del país. Esa yuxtaposición contribuye a generar "mundos aparte". La tensión social e interior que ello produce se expresa de muchas maneras en la vida cotidiana.

DESCONFIANZA MUTUA

Todo lo anterior debe ser parte de la explicación de otro rasgo preocupante: la desconfianza mutua. Según la Encuesta Mundial de Valores, el Perú compite, a veces con Brasil, por el primer lugar en el índice de desconfianza entre conciudadanos. No sorprende por ello la dificultad para asociarse, formar empresas de regular tamaño, legalizar la actividad económica, etc.

A pesar de todo lo anterior, si miramos medio siglo atrás, no hay duda de que el Perú se está integrando de muchas maneras. El comercio interprovincial, la migración interna, la gran expansión del sistema educativo público tanto en el mundo urbano como en el rural, el crecimiento de las ciudades, el mestizaje en los sectores "medios", la desmesurada oferta de universidades privadas, la participación de la mujer, han contribuido a ello. La duda que se cierne es sobre las posibilidades de que ello ocurra pacíficamente. El peligro para la democracia y la paz en el Perú proviene de esa combinación de fracturas y maltratos por un lado y de una integración que puede ser frustrante por otro. Tenemos en el Perú una estabilidad social demasiado delicada como para insistir en un progreso económico "a la bruta".

Sin embargo, sigue presente la convicción de que esa es la manera de conseguir dicho progreso. Una de sus expresiones es la invasión. En el último medio siglo, las invasiones campesinas de las haciendas dieron lugar a las reformas agrarias y a una larga historia de sucesivos cambios en el sistema de propiedad; luego, las invasiones de tierras públicas y privadas dieron lugar a la mayor parte de los barrios de hoy; poco después, claro está que en menor escala, invasiones de terrenos aledaños a las playas han dado lugar a algunos vecindarios exclusivos y excluyentes en las pequeñas ensenadas de la costa; y hoy, no faltan flagrantes invasiones ilegales de tierras de comunidades campesinas y nativas que pretenden dar lugar a inversiones mineras y petroleras. Las violaciones a los derechos son demasiadas veces seguidas de impunidad y desmoralización ciudadana.

SALUD Y EDUCACIÓN

La falta de cohesión social es institucionalizada con lamentable esmero. El Estado, que ha saqueado repetidas veces e impunemente los fondos de los jubilados, no se reforma hacia la universalización de los servicios, sino que crea un sistema de capitalización que protege del Estado, pero también de la solidaridad social a los pocos que tienen trabajo estable. La crisis del sistema de salud es respondida creando un subsistema que reduce la necesidad de recurrir al sistema público si es que se tiene el dinero para ello. La crisis del sistema de educación pública se enfrenta avalando una creciente diferencia de calidades de enseñanza. A esos servicios se les aplica el criterio "calidad-precio" que tiene legítimo sitio cuando se trata de peines o de bicicletas, pero que constituye una fuente de reproducción de desigualdad injusta, hiriente y peligrosa cuando se trata de servicios básicos. Al peligro personal se ha respondido a menudo con protección privada y con el cierre de vías públicas en los barrios residenciales. La sensación de "estado de sitio" cunde en las esferas públicas y privadas. La sociedad institucionaliza así su división: después de todo, ¿por qué pagar impuestos si es que se necesita poco o nada del Estado para educar, curar, sobrevivir en la ancianidad o proteger la vivienda? Institucionalizar distinciones en esos rubros equivale a legitimar un cierto tipo de apartheid que corresponde a una sistemática resistencia tecnocrática y política a universalizar derechos sociales básicos. En conclusión, trabajar duro no abre las puertas a una inclusión aceptable.

Este diseño institucional añade leña a las fracturas, choca con un agudo sentido de la propia dignidad desde el que se sienten con nueva y aguda sensibilidad viejas distancias y estilos de relación personal que subsisten y que se transforman en displicencias y condescendencias bien intencionadas. Relaciones agradecidas en el pasado, hoy son humillantes. La fractura más peligrosa es probablemente la que se da en los sentimientos y, aunque no resuelve todo, el trato es un tema capital en la sociedad peruana. La experiencia europea contra sus propias fracturas, objetivas y subjetivas es bienvenida.

AUTOR: JAVIER IGUINIZ ECHEVARRIA

PORFESOR DE ECONOMIA PUCP

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