sábado, 1 de noviembre de 2008

Auge, quiebra y recuperación en la economía mundial

Esta crisis económica mundial pasará a la Historia como “la locura de Greenspan”. Se trata de una crisis provocada principalmente por la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal durante el período de dinero fácil y desregulación financiera comprendido entre mediados del decenio de 1990 y el presente.

Esa política de dinero fácil, respaldada por reguladores que no cumplieron con su deber, creó burbujas sin precedentes del crédito para la vivienda y para el consumo en los Estados Unidos y en otros países, en particular los que compartían su orientación política. Ahora la burbuja ha estallado y esas economías van camino de una pronunciada recesión.

El factor fundamental de la crisis fue un rápido aumento de los precios de la vivienda y de los valores bursátiles, que superaron en gran medida de los puntos de referencia históricos. Greenspan avivó dos burbujas: la de la red Internet en el período 1998-2001 y la posterior de la vivienda, que ahora está estallando. En ambos casos, los aumentos de los valores de los activos indujeron a las familias estadounidenses a pensar que habían pasado a ser inmensamente más ricas, lo que las tentó a aumentar en gran escala sus solicitudes de créditos y su gasto… en casas, automóviles y otros bienes de consumo duraderos.

Los mercados financieros estaban deseosos de prestar a dichas familias, en parte porque los mercados crediticios estaban desregulados, lo que constituyó una invitación a la concesión imprudente de créditos. Gracias al auge en los precios de los mercados de la vivienda y de los valores bursátiles, la riqueza neta de las familias estaodunidenses aumentó en unos 18 billones de dólares durante el período 1996-2006. El aumento del consumo basado en dicha riqueza aumentó aún más, a su vez, los precios de las viviendas, lo que convenció a las familias y a los prestadores para incrementar, a su vez, la burbuja.

Todo ello ha acabado desplomándose. Los precios de la vivienda llegaron a su punto máximo en 2006 y los precios de las acciones al suyo en 2007. Con el desplome de esas burbujas, una riqueza en papel de tal vez 10 billones de dólares o incluso nada menos que 15 billones se esfumará.

Ahora varios fenómenos complejos están sucediendo simultáneamente. En primer lugar, las familias están reduciendo bruscamente el consumo, pues se sienten –y son– enormemente más pobres de lo que eran hace un año. En segundo lugar, varias entidades muy apalancadas, como, por ejemplo, Bear Stearns y Lehman Brothers, han quebrado, lo que ha causado más pérdidas de riqueza (de los accionistas y acreedores de dichas entidades) y más pérdida del crédito que en otro tiempo facilitaban.

En tercer lugar, los bancos comerciales han perdido también en gran medida con esas operaciones, con lo que se ha esfumado gran parte de su capital. Al reducirse su capital, lo mismo ocurre con sus futuros préstamos. En cuarto y último lugar, la quiebra de Lehman Brothers y la que casi ha sufrido la gigantesca aseguradora AIG indujeron un pánico financiero, a causa del cual incluso las empresas sanas no pueden conseguir préstamos bancarios a corto plazo ni vender papel comercial a corto plazo.

El imperativo para los encargados de la formulación de políticas es el de restablecer suficiente confianza para que las empresas puedan obtener de nuevo crédito a corto plazo con el que pagar las nóminas y financiar sus inventarios. El próximo imperativo será el de contribuir a un restablecimiento del capital de los bancos, a fin de que los bancos comerciales puedan volver a prestar para inversiones a más largo plazo.

Pero esas medidas, aun siendo urgentes, no impedirán una recesión en los EE.UU., y otros países afectados por la crisis. No es probable que los mercados de la vivienda y bursátil se recuperen pronto. A consecuencia de ello, las familias son más pobres y reducirán drásticamente su gasto, con lo que la recesión resultará inevitable a corto plazo.

Los Estados Unidos serán el país más duramente afectado, pero otros países con recientes auges (y ahora quiebras) de la vivienda y del consumo –en particular, el Reino Unido, Irlanda, Australia, el Canadá y España- se verán afectados también. Islandia, que privatizó y desreguló sus bancos hace unos años, afronta ahora una bancarrota nacional, porque sus bancos no van a poder hacer sus pagos a los acreedores extranjeros que les prestaron en gran escala. No es casualidad que, con la excepción de España, todos esos países se adhirieran explícitamente a la concepción estadounidense del “libre mercado” y redujesen la regulación de sus sistemas financieros.

Pero, pese al sufrimiento que se sentirá en las economías desregulados de estilo anglosajón, nada de eso ha de causar inevitablemente una calamidad mundial. No veo razón alguna para que haya una depresión mundial y ni siquiera una recesión mundial. Sí, los EE.UU. experimentarán una reducción de su renta y un brusco aumento del desempleo, lo que reducirá las exportaciones del resto del mundo a ese país, pero muchas otras partes del mundo siguen creciendo. Muchas economías grandes, incluidas las de China, Alemania, Japón y Arabia Saudí, tienen enormes superávits por exportación y han estado prestando al resto del mundo (en particular a los EE.UU.) en lugar de tomar prestado.

Esos países rebosan de liquidez y no cargan con el desplome de una burbuja de la vivienda. Aunque sus familias han sufrido en cierta medida las consecuencias de la bajada de los precios de las acciones, no sólo siguen creciendo, sino que, además, pueden aumentar también su demanda interna para compensar la reducción de las exportaciones a los EE.UU. Ahora deben reducir sus impuestos, relajar las condiciones para la concesión de crédito interno y aumentar las inversiones estatales en carreteras, energía eléctrica y vivienda pública. Tienen suficientes reservas de divisas para evitar el riesgo de la inestabilidad financiera aumentando su gasto interno, siempre que lo hagan con prudencia.

En cuanto a los Estados Unidos, el innegable sufrimiento actual para millones de personas, que se incrementará el año que viene con el aumento del desempleo, es una oportunidad para revisar el modelo económico adoptado desde que el Presidente Ronald Reagan ocupó su cargo en 1981. La reducción de impuestos y la desregulación produjeron un atracón que sentó bien mientras duró, pero también produjo una inmensa desigualdad de ingresos, una gran clase marginal, enormes empréstitos en el exterior, abandono del medio ambiente y de las infraestructuras y ahora un enorme lío financiero. Ha llegado el momento de formular una nueva estrategia… en una palabra, un nuevo New Deal .
AUTOR: Jeffrey D. Sachs:profesor de Economía y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.
FUENTE: PROJECT SYNDICATE

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