Cuando Adolf Hitler asumió el poder en Alemania durante el periodo posterior a Weimar, entre 1933 y 1939, los videntes en Europa y EE UU proclamaron que "eso no puede pasar aquí". Vale la pena el ejercicio de replantear la pregunta seriamente: ¿podrían los EE UU de Obama sufrir una década perdida como la experimentada por Japón?
Pensar lo impensable puede ser útil incluso para los optimistas. Soy un macroeconomista realista que, a pesar de los excelentes programas de los equipos de Obama y el Congreso demócrata, prevé que la recuperación del crecimiento del PIB real y de los índices de empleo elevados en EE UU y en el mundo probablemente se dará tras una caída cifrada en años, y no en meses.
Supongamos, no obstante, que estoy siendo demasiado optimista y que EE UU pudiera experimentar una década perdida como la de Japón.
¿Cómo podría pasar eso? Todo lo que se necesita es un estancamiento de la democracia. A lo largo de la historia, dichos estancamientos se han producido con demasiada frecuencia. En Japón, las diferentes facciones del partido mayoritario, el Partido Demócrata Liberal, siempre han tendido a la controversia. Además, los legisladores de la Dieta se enfrentaban a los burócratas del país.
Sólo tenemos que imaginar una pérdida de popularidad del presidente Obama. Sin una inyección pública fuerte y sostenida de nuevo poder adquisitivo, una economía en recesión va de mal en peor. La reducción del empleo hace que el consumo se contraiga. La disminución del gasto provoca un aumento del desempleo. Es un círculo vicioso, la pescadilla que se muerde la cola.
Japón refuta la creencia anterior de que los mercados liberalizados siempre pueden generar su propia recuperación. Una refutación incluso anterior la proporcionó el incapaz Herbert Hoover entre 1929 y 1932. Una economía en retroceso genera su propio círculo vicioso descendente, a no ser que se le aporte un gran estímulo público sostenido. Una economía deprimida genera una sociedad malsana. La historia nos lo ha mostrado en repetidas ocasiones.
Por ahora, el dólar se mantiene sorprendentemente fuerte. Podría perder su categoría de moneda refugio. No podemos descartar un ataque desordenado contra el dólar en el futuro. Cuando eso ocurra, si es que ocurre, a los fondos de cobertura extranjeros que venden dólares al descubierto se les unirán también los fondos de cobertura estadounidenses.
Ahora mismo, el presidente Obama y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, no tienen que preocuparse por un debilitamiento del dólar (¿a lo mejor, en su fuero interno, incluso lo agradecen como un impulso para las exportaciones estadounidenses?). Pero más adelante, los excesivamente consumistas estadounidenses podrían perder el liderazgo mundial en los mercados de divisas. George W. Bush, durante sus ocho años en la Casa Blanca, se enemistó imprudentemente con las naciones extranjeras. Ése es su terrible legado.
La vida en una caída sostenida como la de Japón podría ser lamentable. Ya mismo puedo ver por la ventana de mi casa de invierno en la costa occidental de Florida esa imagen deprimente. Si conducimos dos kilómetros hacia el sur, podemos contar carteles de "se vende" en 20 casas de lujo.
Las tiendas están en su mayoría vacías. Los servicios de enfermería abundan porque pocos maridos de enfermeras encuentran trabajo. Uno se tropieza con abogados e ingenieros dispuestos a aceptar trabajos de lavacoches, aunque hoy en día no hay trabajos de ésos. Edificios abandonados, a medio construir, se deterioran cada mes que pasa.
Me quedé sorprendido cuando oí decir a un consternado banquero local, que con toda probabilidad ha votado a los republicanos toda su vida, que si para evitar caer en la trampa japonesa la gente de Obama tuviera que tolerar unas tasas de inflación superiores al 10% entre 2009 y 2012, EE UU debería aceptar ese riesgo.
Ponderar la enfermedad japonesa, no porque sea muy probable sino para comprender lo perniciosa que podría ser, zanjará el debate a favor de los programas de estímulo extremos. Mejor prevenir que curar.
Y merece la pena explorar otro experimento mental relativo a la próxima media década. ¿Qué pasaría si la ideología contraria al libre comercio adquiriera popularidad política? ¿Cómo podría afectar a las tasas de crecimiento real y a los niveles de vida mundiales el que la UE, Norteamérica y Asia en general sucumbieran a los aranceles elevados y las cuotas de importación bajas?
El golpe más duro se lo llevarían China e India. Los trabajadores de EE UU y de la UE no se librarían de una caída de sus salarios anuales. Aun así, puede que muchos ciudadanos de países importantes de la UE como Francia, Alemania e Italia prefieran una caída de los salarios reales si con eso se consigue, por ejemplo, reducir a la mitad la tasa de desempleo en Europa. En tiempos y lugares modernos, las sociedades de centroizquierda evitan morirse de hambre tomando medidas temporales para reducir las desigualdades.
Como ya me sé las locuras de la izquierda y de la derecha, me he convertido en un centrista convencido que sabe que las empresas privadas y los reguladores públicos son esencialmente necesarios. Casi por definición, un centrista debe estar dispuesto a alcanzar un compromiso. Por eso, si los franceses quieren trabajar menos horas a la semana y frenar el libre comercio, son opciones admisibles que no amenazan con devolvernos a la era de la servidumbre.
Durante las burbujas ascendentes, el éxito de hoy parece alimentar el éxito de mañana. Pero es un arma de doble filo. En una burbuja descendente, la caída de ayer de los precios del Dow Jones genera nuevas caídas hoy y mañana. Irónicamente, cuando los ciudadanos se asustan demasiado y dejan de gastar, su cambio al ahorro imposibilita el aumento de la inversión. Mi generación de macroeconomistas lo denominaba "la paradoja del ahorro". Los que hoy enseñan en las principales universidades estadounidenses se dejaron lavar el cerebro por eruditos libertarios como Milton Friedman y Friedrich Hayek y han olvidado estas realidades.
Sería una tragedia -una tragedia evitable- que las democracias de hoy se dejasen atrapar en recesiones prolongadas.
AUTOR :
Paul A. Samuelson es profesor emérito de Economía en el Massachusets Institute of Technology (MIT) y Premio Nobel de Economía en 1970
FUENTE : DIARIO EL PAIS
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