La relevancia geopolítica de Brasil aumenta, pero su liderazgo tiene un costo que suscita tensiones en las clases dominantes. Esta primacía exige el rearme, operativos subimperiales en Haití y exhibiciones de fuerza para asegurar el usufructo local de las riquezas del Amazonas. Las aspiraciones hegemónicas se asemejan a las ambiciones regionales de otras economías intermedias del planeta. Pero Brasil carece de arsenales atómicos y no tiene experiencia en funciones militares foráneas. Se encuentra, por ahora, al margen del selecto club de las potencias que definen rumbos a escala global. Igualmente, se ha despojado de cualquier resabio de su vieja condición semicolonial y negocia cuotas de poder con Estados Unidos, a partir de coincidencias económicas. Las opciones en juego son capitalistas y no favorecen a las clases oprimidas. Lula consolidó una estabilización burguesa basada en la desmovilización y la despolitización. Desenvuelve un esquema socioliberal dentro del espectro de la centroizquierda. La atención puesta en los planes sociales distingue este curso de las orientaciones derechistas. Pero esas coberturas enfrentan límites de financiación y demandas populares de trabajo genuino. A diferencia de Brasil, los múltiples conflictos que sacuden a la Argentina no se han atenuado. El país arrastra un intenso legado de rebeliones populares, ante dominadores y funcionarios que no logran cohesionar su acción. En Uruguay prevalece la misma desmovilización que en Brasil, pero el temor a un retorno de la derecha condujo a renovar el mandato de la centroizquierda. Es engañoso utilizar este calificativo para la concertación chilena, que se ha desgastado en la gestión de una herencia pinochetista de privatizaciones y librecomercio. De la decepción con el progresismo no emergen, en general, tendencias nítidas de sustitución. |
Durante el último año quedó reafirmada la relevancia geopolítica de Brasil, que para muchos analistas ya constituye una potencia emergente. Esta influencia tiene incluso expresiones simbólicas, cómo la obtención de la sede para organizar el Mundial de Fútbol (2014) y los juegos olímpicos (2016) .
Existe un abismo entre la incidencia de Itamaraty y cualquier otro país latinoamericano en los conflictos regionales. Esta supremacía es ampliamente reconocida por su rival tradicional de Argentina. Las elites de este país aceptan un acompañamiento subordinado a las decisiones estratégicas que adopta Brasil [2] .
Pero ejercer ese liderazgo tiene un precio, que no están dispuestos a solventar todos los sectores de la clase dominante brasileña. Obliga a ciertas concesiones económicas en el corto plazo para asegurar la hegemonía posterior, que suscitan fuertes tensiones internas. Las controversias generadas por los precios de importación del gas boliviano y de la hidroelectricidad paraguaya son dos ejemplos recientes de esos conflictos.
VENTAJAS Y LÍMITES
Las elites brasileñas saben que el poderío militar es un ingrediente indispensable, para reforzar el liderazgo sudamericano. Por eso Lula suscribió un acuerdo de aprovisionamiento bélico con Francia y aumentó un 50% el presupuesto militar desde el 2003. De paso, clausuró cualquier investigación de los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas, durante las últimas dictaduras. También ha concretado grandes compras aviones para vigilar la frontera.
Pero lo más conflicto sería una eventual revisión del tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, firmado en los años 80 bajo presión norteamericana. Esta carta se mantiene en reserva y existe poca disposición del establishment a revertir esa decisión. Pero la discusión del tema permite negociar el ambicionado asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, que las grandes potencias no le conceden a Brasil.
El país ya ha pasado su primera prueba de acción subimperial en Haití. Los militares brasileños comandan las fuerzas de ocupación (MINUSTAH), que mantienen el orden policial en la empobrecida isla. El costo de esta custodia supera toda la asistencia brindada y prometida a los haitianos, en infinitas conferencias internacionales.
En los últimos cinco años, las tropas han garantizado la continuidad de la opresión que sufren los habitantes de los barrios degradados, los obreros explotados de las maquiladoras y los campesinos que huyen hacia República Dominicana. En cambio, su labor no ha servido para evitar los centenares de muertos que dejaron los últimos huracanes. Los militares sólo cumplen funciones de intimidación de las protestas sociales, actuando como guardianes de un neoprotectorado.
Las clases dominantes del principal país sudamericano necesitan reforzar sus exhibiciones de fuerza, si quieren mantener bajo custodia las riquezas del Amazonas, en la mira de los marines afincados en Colombia. Las bases en ese país conspiran contra el proyecto brasileño de gestar un Consejo de Defensa bajo su mando, a través de UNASUR. Lula intentó recortar el alcance de las instalaciones norteamericanas, pero terminó aceptado el hecho consumado que impuso el Pentágono [3] .
En esta partida se juega quién manejará los cuantiosos recursos naturales que rodean a la mayor selva del planeta. El presidente actual dejó claramente establecidas sus prioridades en estas disputas, al entregar 67,4 millones de hectáreas del Amazonas a las latifundistas, que ocuparon predios en forma ilegal. En la distribución de las tierras usurpadas, los dominadores brasileños no quieren ninguna competencia extranjera.
Brasil aspira a ejercer una hegemonía regional, siguiendo el mismo sendero que recorren otras economías intermedias en ascenso. Pero carece de arsenales atómicos y de experiencia en funciones militares foráneas de gran alcance. Por eso mantiene una posición relegada, en comparación al papel que juegan Rusia o China. Algunos autores estiman que comparte esta diferencia con India y otros subrayan la semejanza con Sudáfrica. Al igual que estos dos casos, la creciente gravitación económica e incidencia geopolítica de un país, no alcanza para situarlo en el selecto club de potencias que definen el orden global [4] .
Es evidente que el perfil de Brasil dependerá de la relación que mantenga con Estados Unidos. La subordinación que predominó durante la mayor parte del siglo XX comenzó a modificarse con el desarrollo industrial de los años 60. Durante ese período se afianzó una diplomacia autónoma, más propia de país intermedio que de un socio auxiliar de la primera potencia. En los años 80 Brasil volvió a alinearse con Estados Unidos (y coqueteó con la aceptación del ALCA), pero desde el 2000 reafirmó su política de independencia desde la plataforma del MERCOSUR.
Este rumbo se consolidó en el último lustro, con la convalidación del desarrollo nuclear de Irán y la adopción de una actitud más equidistante frente a Israel. Brasil se ofrece como mediador en Medio Oriente y mantiene serias diferencias con las potencias centrales en la agenda ambiental. Pero sobre todo es evidente su intención de ocupar los espacios abiertos por la crisis de dominación estadounidense.
Este objetivo sólo conduce por el momento a una redistribución de roles, en la coordinación hegemónica con el poder norteamericano. Brasil mantiene un diálogo aparte con el gigante del norte e intenta realzar su papel de arbitro (y no de protagonista), en las zonas más calientes del planeta . No quiere remover los estrechos vínculos forjados con Estados Unidos durante la guerra fría.
NEGOCIACIÓN DEL LIDERAZO
A diferencia de otros BRICs, Brasil también ha compartido muchos cursos económicos globales con varios gobiernos norteamericanos. Como exportador de materias primas es un ferviente partidario del libre comercio y en las negociaciones de la OMC ha roto frecuentemente el bloque de los países emergentes, para buscar arreglos bilaterales con las economías avanzadas. Tiene una economía más transnacionalizada e integrada al circuito de las empresas globales que Rusia o la India. Además, desenvuelve los biocombustibles en la misma dirección que Estados Unidos y apuesta a compartir un liderazgo en esta área.
Algunos autores estiman que el país se encuentra ante la disyuntiva de profundizar su condición periférica (mediante la primarización exportadora y la subordinación a Estados Unidos), o transitar un camino de liderazgo regional propio (con políticas de prioridad industrial). Consideran que el primer camino transformará a Brasil en una periferia de lujo (cómo en otros tiempos fue Argentina), mientras que el segundo lo guiará hacia el sitial que logró Canadá [5] .
Esta visión parte del cuestionable supuesto, que cada clase dominante elige su inserción predilecta en el mercado mundial. No aclara por qué razón la mayoría termina optando por el sendero de los perdedores. Además, en la trayectoria histórica reivindicada aparecen ciertas contradicciones, ya que Canadá terminó ubicado en el lugar elogiado cómo abastecedor de materias primas y socio político incondicional de Estados Unidos. No siguió el rumbo propuesto de industrialización autónoma e independencia diplomática.
En la actualidad Brasil está muy lejos del pelotón de lideres mundiales, pero ya no mantiene ningún rasgo de su vieja condición altamente dependiente. Para formular un diagnóstico más acertado del lugar que ocupa en el escenario internacional es necesario registrar este hecho. L as categorías contemporáneas de semiperiferia y subimperialismo son muy útiles para avanzar hacia una caracterización correcta.
La discusión en boga sobre el futuro de Brasil gira en torno a opciones capitalistas, que definirán ventajas y desventajas para distintos grupos dominantes. No se dirimen mejoras para al conjunto de la nación, ni menos aún para sus clases oprimidas. Es importante reconocer este dato, para situar cualquier análisis en sus justos términos.
El programa socioliberal de Lula canaliza el curso burgués que ha predominado. Por esta razón bloquea conquistas sociales en las ciudades y reformas agrarias en el campo. Ha provocado la reversión de un largo proceso de organización obrera en torno al PT, facilitando la desmovilización y la despolitización de los movimientos populares. El principal instrumento de esta acción ha sido una red de clientelismo, montada en torno a los planes asistenciales.La estabilización capitalista de Brasil se explica en gran medida, por su escasa participación en el ciclo de rebeliones que conmovió al resto del continente. El sistema político elástico que tiene el país volvió a absorber varios tipos de crisis, sin grandes rupturas. También quedó nuevamente neutralizada la resistencia popular, como ya ocurrió en las dos conmociones anteriores de mayor alcance (1984 y 1992). En esta oportunidad ha cumplido un papel decisivo la cooptación de la burocracia obrera y la manipulación conservadora de los sentimientos populares [6] .
DOS CURSOS DE CENTROIZQUIERDA
El perfil socio-liberal de Lula forma parte del espectro general de los gobiernos de centroizquierda. Estas administraciones se diferencian de la derecha por mantener una relación ambigua con Estados Unidos, mientras toleran conquistas democráticas y bloquean las mejoras populares [7] .
Los gobiernos de este tipo han sido favorecidos por el crecimiento económico del último quinquenio y pudieron absorber el cimbronazo de la crisis global. Atenuaron el impacto de esta eclosión con socorros a los empresarios y jerarquizaron el despliegue asistencial, para contrarrestar las resistencias populares.
La atención puesta en los planes sociales distingue a estas administraciones de sus pares derechistas y les ha permitido preservar cierta estabilidad política, sin modificar las desigualdades sociales. Si se reabre la crisis global será muy difícil continuar con esta política de contención. El asistencialismo se ha financiado con la tajada obtenida por los estados de la apreciación que tuvieron las materias primas.
La red de coberturas contribuyó a introducir un colchón en las tensiones sociales y facilitó la dominación de los acaudalados, sin recurrir al uso sistemático de la violencia que caracteriza a la derecha. Pero estos auxilios no sólo chocan con límites de financiamiento. También afrontan la insatisfacción de los sujetos sociales, que demandan trabajo bien remunerado y no dádivas del estado.
Por otra parte, los principales gobiernos de centroizquierda han cumplido una función clave en la contención política de Venezuela, Bolivia y Ecuador. Muchos analistas omiten este papel, al evaluar positivamente la acción de esas administraciones frente a la contraofensiva imperial. En los hechos, la capacidad para detener esta embestida ha sido muy reducida. Colombia reafirmó la instalación de las bases norteamericanas y el golpismo se recicló en Honduras, sin prestar mucha atención al disgusto de los presidentes progresistas
Esta franja de mandatarios cumplió una función mediadora en Centroamérica para obstruir la resistencia popular. Ejercieron una influencia permanente sobre Zelaya, buscando moderar sus reacciones y lo indujeron a aceptar las negociaciones manejadas por Hillary Clinton, Arias y la OEA. Este camino disuadió la estrategia de confrontación que promovían los movimientos sociales hondureños.
Los gobiernos de centroizquierda comparten estrategias internas semejantes y una alineación diplomática convergente, pero enfrentan situaciones nacionales muy diferentes. Especialmente llamativo es el contraste de la experiencia brasileña y argentina. Mientras que Lula logró consolidar su orientación socioliberal, los Kirchner han enfrentado un sobresalto tras otro. Esta asimetría obedece a marcadas diferencias en el nivel de la acción popular.
El legado de la rebelión popular del 2001 ha obligado a gobernar en Argentina con un ojo siempre puesto en la reacción de los oprimidos. Esta tensión acentúa la falta de cohesión histórica de las clases dominantes y la escasa gravitación estabilizadora de los funcionarios públicos. A pesar de la reconstitución de la autoridad estatal y del sostenido crecimiento económico, los Kirchner no han podido mantener la aprobación que lograron en el período 2003-2007. Se desgastaron en una confrontación con la derecha, que capturó a la clase media y rechazaron toda aproximación con los movimientos sociales.
En un país dónde la vida política se dirime en las calles, no se vislumbra aún quién ha quedado mejor parado. Al concluir el 2009 la derecha perdió capacidad de convocatoria y el gobierno demostró que tiene reservas para recuperar la iniciativa y fijar la agenda política. Pero se apoya en las arcaicas estructuras del Justicialismo y la burocracia sindical y no restablece la sintonía inicial que tuvo con los principales grupos capitalistas. Tampoco resucita la simpatía popular, en un momento de fuerte reaparición de los sindicatos y los movimientos sociales independientes.
LOS SINSABORES DEL PROGRESISMO
El gobierno centroizquierdista de Uruguay ha exhibido más parecidos con su colega brasileño, que con sus vecinos del Río de la Plata. Indujo la misma desmovilización que propicio Lula, adelantando pagos al FMI, autorizando la depredación forestal, permitiendo la contaminación de empresas forestales y el avance foráneo en el monocultivo de la soja. También generó frustraciones en el plano democrático, mediante el veto a la despenalización del aborto y la falta de compromiso del Frente Amplio con la campaña para anular la ley amnistía a los represores de la dictadura.
Pero es cierto también que en los últimos años se obtuvieron algunos logros parciales en materia de empleo, recuperación salarial y atenuación de la pobreza. Estas mejoras fueron suficientes para resucitar una reacción popular, frente a la tenebrosa perspectiva de una victoria electoral derechista. En esta resistencia se ha sustentado la renovación del mandato centroizquierdista [8] .
El nuevo presidente Mugica sustituye la vieja cultura institucionalista de la clase media por una retórica plebeya, que sintoniza con el empobrecimiento del país. Probablemente este cambio generó la identificación afectiva que facilitó la recuperación electoral del Frente Amplio. Lo que no ha cambiado es la emigración y el envejecimiento, que rodea a una sociedad estancada por la continuidad de un modelo que primariza y recicla la pobreza.
Esta regresión ha sido ignorada por todas las congratulaciones que expresó el establishment sudamericano con la “cultura cívica”, la “continuidad institucional” y la “opinión pública independiente” de Uruguay. Estos elogios sólo ilustran la sensación de satisfacción que exhiben los dominadores con la continuidad de un status quo, que perpetúa los privilegios de una minoría y los padecimientos de la mayoría [9] .
Resulta finalmente engañoso utilizar el calificativo de centroizquierda, para el gobierno de la concertación chilena. El apelativo sólo distingue en este caso, a la administración de las últimas dos décadas de sus adversarios explícitamente alineados con el legado pinochetista. Sin embargo, en los hechos la política seguida por Bachelet tiene muchos puntos de contacto con el neoliberalismo conservador.
Administró una herencia de la dictadura, que incluye la preservación de la Constitución de 1980 y un sistema electoral binominal, destinado a bloquear la representación proporcional. También mantuvo el librecomercio, la mercantilización de la educación y la privatización de las jubilaciones. Esta política ha conducido a situar al país, en el podio de los 15 naciones con peor distribución del ingreso del planeta [10] .
En la primera vuelta de las recientes elecciones se registró un importante avance de la derecha, que por primera vez en vez en 20 años ha quedado muy cerca de la presidencia. Su candidato es un empresario encumbrado por el marketing electoral. Este ascenso se apoya, a su vez, en una clase media conservadora forjada durante el pinochetismo, que le ha marcado el paso a todos los gobiernos de la concertación.
Esta coalición se ha desgastado y sufrió una implosión de varias fracciones, que intuyen la necesidad de renovar el libreto. Pero también crece la insatisfacción por abajo, la resistencia social de docentes, estudiantes secundarios, mineros y mapuches, en un marco de cierta recomposición de la izquierda [11] .
De conjunto las administraciones de centroizquierda han defraudado las expectativas que acompañaron su aparición. No concretaron las reformas sociales prometidas y actuaron al servicio de las clases dominantes. Pero esta frustración no se traduce en resultados uniformes de renacimiento de la derecha o consolidación de alternativas de izquierda. Hasta ahora predominan resultados muy variados, que no definen una tendencia general.
[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] “Somos vecinos de una potencia mundial y debemos diseñar política en función de ese dato”, Jozami Aníbal, “Aprendamos de Brasil”,
www.clarin.com/diario/ 23-9-2009 .
[3] Lo que está en juego es analizado por Arias Juan, “Lula ordenó reforzar la vigilancia de fronteras”, La Nación, 3-8-09. Tokatlian Juan, “¿Bye bye Consejo Sudamericano de Defensa?”, Página 12, 7-8-09. Tokatlian Gabriel, “Es hora de retirar las tropas de Haití”, Clarín, 26-5-09. Calle Fabián, “Brasil ¿fin de años dorados?”, Clarín, 12-11-09
[4] Anderson y Fiori plantean estas comparaciones. Anderson Perry, “¿O declinio do imperio americano?”, Conferencia USP 17-11-09jornaldaimprensa.com.br/editoria_texto, Fiori José Luís, “A nova geopolítica das nacoes”, Oikos n 8, 2007, Río Janeiro.
[5] Fiori José Luís, “America do Sul a beira do futuro”,
www.cartamaior.com.br/templates/ 04/11/2009.
[6] Dos análisis de esta tendencia en Arcary Valerio, “O governo e a crise mundial”, 8-7-09, listas.chasque.net/pipermail/ Oliveira Chico, “Consenso despolitiza sociedade e coloca a Lula a directa de FHC”, Jornal Valor Económico, Sao Paulo, 27-05-09. Otro aspecto en Zibechi Raúl, “Progresismo y neoliberalismo”, La Jornada, 17-7-09.
[7] Hemos expuesto nuestra caracterización de este tipo de gobierno en Katz Claudio, Las disyuntivas de la izquierda en América Latina. Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2008 (cap 6).
[8] Distintas miradas críticas exponen: Herrera Ernesto, Berterretche Juan Luis, “Señales de alerta para el progresismo”, 7-7-09, postaportenia.blogspot.com. Zabalza Jorge, “No los voto más”, www.redota.com/foros/carpeta.asp 8-11-2009 . Pieri Mario, “Orfandad estratégica”,
www.egrupos.net/grupo/agendaradical/archivo/msg 10-12 2009 . Labayen Sergio, “Agria victoria”, Rebelión 27-10-09. Zibechi Raúl, “Uruguay: la cultura plebeya camino del gobierno”, ALAI, 22-10-09.
[9] Ejemplos de estos elogios en: Aliscioni Claudio, “Los desafíos en un país de consensos”, Clarín, 26-10. Palermo Vicente, “Los ejemplos de Uruguay. Brasil y Chile”, La Nación, 26-10-09. Natanson José, “Uruguay y el diálogo de las izquierdas”, Página 12, 29-11-09.
[10] La Nación, 13-12-09.
[11] Ver: Gaudichard Franck, “De la democracia neoliberal en Chile”, Rebelión, 14-12-09. González Mónica, “Punto final para la transición de la dictadura a la democracia”, Clarín, 14-12-09. Pérez Guerra Arnaldo, “La concertación se agotó”, ALAI, 9-1-209.
AUTOR : CLAUDIO KATZ
FUENTE : www.lahaine.com/katz
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