domingo, 7 de febrero de 2010
Bueno y aburrido
En tiempos de crisis, la buena noticia es que no haya noticias. El desastre de Islandia ocupó titulares; la notable estabilidad de los bancos de Canadá, no tanto.
Pero ahora que la atención del mundo se desvía del rescate financiero hacia la reforma financiera, las discretas historias de éxito merecen al menos la misma atención que los fracasos espectaculares. Tenemos que aprender de esos países que, evidentemente, lo han hecho bien. Y encabezando esa lista está nuestro vecino del norte. Ahora mismo, Canadá es un modelo de conducta muy importante.
Sí, lo sé, se supone que Canadá es soso. Es muy conocido que The New Republic declaró que el titular "La iniciativa canadiense vale la pena" (extraída de una columna de opinión publicada en los años ochenta en The New York Times) era el más aburrido del mundo. Pero Canadá siempre me ha parecido fascinante, precisamente porque es similar a EE UU en muchos aspectos, pero no en todos. La cuestión es que cuando los canadienses y los estadounidenses experimentan una divergencia, es casi seguro que las diferencias políticas, más que las diferencias culturales o de la estructura económica, están detrás de esa divergencia.
Y de todas formas, en lo que respecta a la banca, lo aburrido es bueno. Primero, algunos antecedentes. A lo largo de la última década, EE UU y Canadá hicieron frente al mismo entorno mundial. Ambos se enfrentaron al mismo aluvión de productos baratos y dinero barato procedentes de Asia. Los economistas de ambos países afirmaron alegremente que la era de las recesiones graves se había terminado.
Pero cuando las cosas se torcieron, las consecuencias fueron muy distintas en EE UU y en Canadá. En EE UU, las ejecuciones hipotecarias se dispararon, algunas instituciones financieras importantes se hundieron y otras sólo sobrevivieron gracias a las enormes ayudas económicas del Gobierno. En Canadá no pasó nada de eso. ¿Qué hicieron los canadienses de forma diferente?
No fue la política sobre los tipos de interés. Muchos analistas han culpado a la Reserva Federal de la crisis financiera, alegando que la Reserva creó una desastrosa burbuja al mantener los tipos de interés demasiado bajos durante demasiado tiempo. Pero los tipos de interés canadienses han seguido bastante de cerca a los estadounidenses, así que parece que los tipos bajos por sí solos no bastan para desencadenar una crisis financiera.
La experiencia de Canadá también parece refutar la opinión, enérgicamente defendida por Paul Volcker, el formidable ex presidente de la Reserva, de que las raíces de nuestra crisis se encuentran en la escala y el alcance de nuestras instituciones financieras (en la existencia de bancos que eran "demasiado grandes para quebrar"). Porque en Canadá prácticamente todos los bancos son demasiado grandes para quebrar: sólo cinco grupos bancarios dominan la escena financiera.
Por otra parte, la experiencia de Canadá sí parece respaldar el punto de vista de personas como Elizabeth Warren, la directora del grupo de expertos del Congreso que supervisa el rescate de la banca, quien atribuye gran parte de la culpa de la crisis a la incapacidad de proteger a los consumidores de los préstamos engañosos. Canadá tiene un organismo del consumidor financiero independiente, y éste ha restringido radicalmente los préstamos de alto riesgo.
Por encima de todo, la experiencia de Canadá parece corroborar la opinión de aquellos que dicen que la forma de hacer que la banca sea segura es hacerla aburrida, es decir, limitar la medida en que los bancos pueden asumir riesgos. EE UU solía tener un sistema bancario aburrido, pero la liberalización de la era Reagan hizo las cosas peligrosamente interesantes. Canadá, por el contrario, ha mantenido un tedio feliz.
Más concretamente, Canadá ha sido mucho más estricto a la hora de limitar el apalancamiento de los bancos, el grado en que pueden depender de fondos prestados. También ha limitado el proceso de titulización, por el que los bancos empaquetan y revenden derechos sobre sus préstamos pendientes; un proceso que se suponía que ayudaba a los bancos a reducir el riesgo repartiéndolo, pero que, en la práctica, ha resultado ser un modo de que los bancos hagan apuestas aún mayores con el dinero de otra gente.
No cabe duda de que en los últimos años estas restricciones han supuesto menos oportunidades para que a los banqueros se les ocurriesen ideas brillantes que habrían estado a su alcance si Canadá hubiese imitado el fervor liberalizador de EE UU. Pero resulta que eso ha acabado siendo bueno.
¿Y qué posibilidades hay de que EE UU aprenda del éxito de Canadá? En realidad, el proyecto de ley de reforma financiera que la Cámara de Representantes aprobó en diciembre haría que el sistema estadounidense se asemejase significativamente al canadiense. Crearía un organismo independiente de protección del consumidor financiero, establecería límites para el endeudamiento y restringiría la titulización al exigir a las entidades de crédito que conserven parte de sus préstamos.
Pero las perspectivas de que un proyecto de ley así obtenga los 60 votos que ahora se necesitan para que se apruebe algo en el Senado son inciertas. Los republicanos están clara y absolutamente en contra de cualquier reforma financiera importante -ni un solo republicano votó a favor del proyecto de ley de la Cámara de Representantes- y algunos demócratas también tienen sentimientos opuestos.
Así que hay una gran probabilidad de que no hagamos nada, o no demasiado, para evitar futuras crisis bancarias. Pero no será porque no sepamos qué hacer: tenemos un claro ejemplo de cómo hacer que la banca sea segura justo en la puerta de al lado. -
AUTOR : PAUL KRUGMAN;PREMIO NOBEL DE ECONOMIA, 2008
FUENTE : EL PAIS
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