miércoles, 21 de julio de 2010
Déficits de destrucción masiva: la conexión Irak-Austeridad fiscal, y los tornadizos humores de las elites
"Tal vez el aspecto más egregio del modo en que se nos vendió la Guerra de Irak fue la falsedad de su pretexto. Realmente, nunca hubo armas de destrucción masiva, según terminó por admitir el propio Paul Wolfowitz. Las armas de destrucción masiva sólo eran "algo en lo que todo el mundo coincidía". Y así ocurre también con los déficits públicos. A los conservadores y a sus aliados neoliberales les traen sin cuidado los déficits; lo que les importa es la austeridad: desventrar el Estado democrático y social de derecho y redistribuir la riqueza hacia arriba. Ése es el objetivo. Los déficits son sólo "algo en lo que todo el mundo coincide", las armas de destrucción masiva de esta crisis de todo punto fabricada. El senador John Kyl, de Arizona, en declaraciones a la cadena [ultraderechista] Fox News, ha llegado al punto de admitirlo abiertamente. Hay que evitar cualquier incremento del gasto, dijo, "pero nunca debería evitarse el coste de una decisión deliberada de reducir los impuestos a los americanos". Ahí lo tienen, pues."
Si ustedes han venido prestando atención a lo sucedido en la última década, no les resultará sorprendente que las elites políticas del país se hallen ahora en medio de una desgoznada discusión sobre el futuro de la nación estadunidense. Pero, incluso descontando los niveles de degradación que ha llegado a alcanzar el establishment de Washington, no deja de resultar asombroso el pánico que ha cundido en torno a la deuda pública
Empecemos con los hechos. Casi todo el déficit de este año y los déficits que se proyectan para el corto y el mediano plazo son el resultado de tres cosas: las guerras en curso en Afganistán e Irak, los recortes fiscales de Bush y la recesión. La solución para nuestra situación fiscal es: terminar con las guerras, dejar que expire el plazo de los recortes fiscales y restaurar un crecimiento robusto. Nuestros déficits estructurales a largo plazo requerirán que seamos capaces de controlar la inflación en la asistencia sanitaria al modo como lo hacen los países con sistemas de salud con cobertura universal.
Ello es que ahora mismo nos enfrentamos a una crisis de desempleo que amenaza con sumergirnos en un feo y largo período de bajo crecimiento, una especie de década perdida que causará una tremenda miseria, degradará el capital humano de la nación, desbaratará a toda una cohorte de jóvenes trabajadores durante años y abrirá un agujero en el balance contable del Estado. Lo mejor para salir de este escenario es más gasto público para tutelar el regreso de la economía a una senda de salud. Puede que la economía esté viva, pero eso no significa que esté sana. Hay razones para seguir tomando antibióticos, luego de comenzar a sentirse bien.
Y sin embargo: el filisteo tamborileo de pánico de los histéricos del déficit se hace cadía día más atronador. A juzgar por su programa y su vídeo on-line, el Festival Aspen de las Ideas de este año fue una orgía al aire libre de jeremíadas antidéficit. El Festival es una buena ventana para observar las preocupaciones de la elite, y que su foro de apertura estuviera saturado por las ominosas alertas sobre la quiebra venidera pronunciadas por gentes como Niall Ferguson, Mort Zuckerman y David Gergen es un mal augurio. No lo es tampoco el hecho de que hubiera un panel rotulado "La inquietante emergencia fiscal en América: cómo equilibrar las cuentas". Tal actitud no es exclusiva de los columnistas y los tertulianos mediáticos. Los dirigentes de la comisión fiscal de Obama han calificado de "cáncer" a los déficits públicos proyectados.
La histeria ha llegado a tal extremo, que los senadores republicanos (a los que se ha añadido el demócrata por Nebraska Ben Nelson) han hecho filibusterismo parlamentario contra un proyecto de extensión de las ayudas al desempleo porque no venía acompañado de recortes del gasto. Recuérdese que el coste de esa extensión de las ayudas para gente lo suficientemente desdichada como para verse atrapada entre las fauces de la peor recesión conocida en 30 años erade 35 mil millones de dólares. La ley habría contribuido a incrementar la deuda en menos de un 0,3%.
Todo esto resulta estridentemente familiar. La actual deliberación –si así puede llamársela— sobre los déficits trae a la memoria la deliberación nacional sobre la guerra en vísperas de la invasión de Irak. De un día para otro, lo que otrora fuera considerado tolerable por el establishment –Saddam Hussein—, se hizo subitáneamente intolerable: una crisis de urgencia tan perentoria, que exigía de las "personas serias" la fabricación a toda máquina de ideas capaces de lidiar con ella. Una vez la carga de la prueba pasó de las gentes que favorecían la guerra a los que se oponían a ella, pasó también toda posibilidad de argumentación.
Ahora se nos coloca en la misma situación en relación con la deuda pública. En medio de un desempleo oficialmente reconocido del 9,5% y de una contracción global de la economía, de lo último de lo que deberíamos estar hablando es de déficits a corto plazo. Sin embargo, en el presente, el billete de entrada al club de la "gente seria" exige, no un plan para reducir el desempleo, sino un plan para dar una guerra sin cuartel a los invisibles y hasta ahora incorpóreos traficantes de títulos de deuda pública que estarían preparando un ataque contra el dólar.
Tal vez el aspecto más egregio del modo en que se nos vendió la Guerra de Irak fue la falsedad de su pretexto. Realmente, nunca hubo armas de destrucción masiva, según terminó por admitir el propio Paul Wolfowitz. Las armas de destrucción masiva sólo eran "algo en lo que todo el mundo coincidía". Y así ocurre también con los déficits públicos. A los conservadores y a sus aliados neoliberales les traen sin cuidado los déficits; lo que les importa es la austeridad: desventrar el Estado democrático y social de derecho y redistribuir la riqueza hacia arriba. Ése es el objetivo. Los déficits son sólo "algo en lo que todo el mundo coincide", las armas de destrucción masiva de esta crisis de todo punto fabricada. El senador John Kyl, de Arizona, en declaraciones a la cadena [ultraderechista] Fox News, ha llegado al punto de admitirlo abiertamente. Hay que evitar cualquier incremento del gasto, dijo, "pero nunca debería evitarse el coste de una decisión deliberada de reducir los impuestos a los americanos". Ahí lo tienen, pues.
Recuérdese que la Guerra de Irak podría haberse evitado, si más congresistas demócratas se hubieran opuesta a ella. En cambio, votaron a favor muchos que sabían sobradamente en su fuero interno que todo el empeño no era sino la gestación de un colosal desastre al que empujaban las presiones ultraderechistas y los halcones mediáticos. El error se repite ahora. A pesar de que los economistas de la Casa Blanca se percatan perfectamente de la necesidad de los estímulos públicos a la vista de un desempleo astronómicamente elevado, el New York Times nos informa de que los cerebros políticos de la Casa Blanca – David Axelrod y Rahm Emanuel— han decidido que la opinión pública ha perdido el apetito por el incremento del gsto público. "Mi trabajo consiste en informar del humor público", explicado Axelrod. Luego apareció en el programa de la cadena ABC This Week para sacar la bandera blanca y declarar que el presidente seguiría presionando a favor de extender las ayudas al desempleo; llamativamente, se omitió cualquier mención a las ayudas a los gobiernos de los estados federados, originalmente incluidos en la carta dirigida en junio pasado por el presidente al Congreso solicitando un paquete de estímulos.
Pero no hay que rendir la esperanza: la opinión pública anda muy lejos de estar obsesionada con el déficit público, muy lejos, pues, de los humores de Washington. De acuerdo con una encuesta conjunta del diario USA Today y de Gallup, el 60% de los estadounidenses apoyan "un mayor gasto público para crear empleo y estimular a la economía", con un 38% que se opone a eso. Una encuesta realizada por Hart Research Associates, publicada en junio pasado, mostraba que dos tercios de los norteamericanos estaban a favor de seguir asistiendo públicamente a los desempleados. Para lo que sí hay "poco apetito" es para una contrarreforma que recorte derechos sociales y se lleve por delante a la Seguridad Social.
La lección de la Guerra de Irak es que, a largo plazo, la buena política no puede separarse de las buenas políticas públicas. Si la Casa Blanca se siente tentada a desarrollar malas políticas a corto plazo porque eso le parece menos arriesgado políticamente, lo que debería hacer es telefonear a John Kerry y preguntarle si eso le funcionó con Irak.
AUTOR:Christopher Hayes es un reconocido analista y crítico cultural norteamericano, editor en Washington de la revista The Nation.
Traducción Leonor Març
FUENTE : SIN PERMISO
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