miércoles, 22 de septiembre de 2010

El FMI y la coordinación mundial


Antes de la crisis de 2008, el Fondo Monetario Internacional estaba en decadencia. La demanda de préstamos era escasa, por lo que tenía pocos ingresos. Asia seguía recelando del Fondo aun diez años después de las crisis monetarias de finales del decenio de 1990. Sus talentos analíticos seguían siendo grandes, pero los reajustes de plantilla los pusieron en peligro.
La crisis cambió todo eso. Quedó claro que correspondía al FMI un papel decisivo en la tarea de abordar la inestabilidad inducida por la crisis. Además, gracias a los amplios y muy arraigados conocimientos técnicos multinacionales, sus actividades son fundamentales para lograr soluciones cooperativas a escala mundial para los problemas económicos y financieros. Sin dichas soluciones, el sistema tendrá tendencia a volverse periódicamente inestable y a seguir sendas insostenibles que acaben destructivamente. Acabamos de vivir uno de esos episodios.
El FMI es necesario para la consecución de varios objetivos decisivos. Uno de ellos tiene que ver con la reacción ante las crisis. En una conmoción financiera mundial como la nuestra más reciente, las corrientes de capitales cambian de rumbo abrupta y espectacularmente, con lo que causan problemas en materia de crédito, financiación y balanza de pagos, además de unos tipos de cambio inestables. Si no se abordan, dichos problemas pueden causar daños generalizados en una gran diversidad de países, muchos de los cuales son espectadores inocentes.
El sistema necesita fusibles en forma de préstamos y corrientes de capitales que reduzcan la inestabilidad y mantengan el acceso a la financiación en todo el sistema. Un FMI bien capitalizado, mucho mejor que antes de la crisis, podría desempeñar esa función, como lo hacen (y lo hicieron en la crisis) los bancos centrales para prevenir una congelación del crédito y el inevitable y excesivo daño económico consiguiente.
La nueva línea crediticia flexible del FMI desempeña esa función para países que podríamos considerar de primer orden (con el equivalente de una calificación AAA). Se está preparando un programa que atiende las necesidades de los países más vulnerables. El imperativo consiste en encontrar la combinación adecuada de condicionalidad limitada antes de la aprobación y celeridad.
Al mismo tiempo, si bien la consecución de mecanismos idóneos de reacción ante las crisis es importante, no lo es todo. El FMI está en el epicentro de los imperativos de coordinación mundial en gran escala. Después de haber sido descartado en un principio, ha desempeñado un papel decisivo en la financiación –y, lo que es más importante, la ejecución– de programas de estabilización fiscal para los países periféricos de la Unión Europea. Dichos programas son necesarios para limitar el contagio y restablecer la estabilidad en la zona del euro, en espera de que se hagan reformas institucionales más profundas que aborden la interdependencia fiscal en el marco de la unión monetaria.
La cuestión más importante en el programa económico mundial –la reequilibración y el restablecimiento de la demanda mundial– es un imperativo par excellence en materia de coordinación. La repentina reducción del exceso de consumo en los Estados Unidos a consecuencia de la crisis hace que la consecución de ese imperativo sea aún más urgente. Sin programa reequilibrador eficaz, el crecimiento será insuficiente y resultará difícil restablecer el empleo con carácter sostenible.
Los programas gubernamentales de estímulo son limitados en cuanto a su capacidad para restablecer la demanda. La economía mundial necesita que los países con superávits sostengan el crecimiento y reduzcan el exceso de ahorro... tarea que no es fácil precisamente. También necesita que los países con déficits (y los países avanzados más en general) formulen y apliquen estrategias creíbles en pro del crecimiento y que entrañen cambios estructurales, además de estabilización fiscal.
El G-20 es ahora el órgano encargado de establecer prioridades y adoptar decisiones en relación con ese imperativo, pues la crisis ha revelado con claridad que el G-7 ya no podía desempeñar esa función. Las mayores economías en ascenso son demasiado grandes y demasiado importantes para dejarlas al margen de la búsqueda de resultados cooperativos a escala mundial. La crisis convenció también a la mayoría de nosotros de la probabilidad de que los resultados no cooperativos resulten claramente insuficientes en materia de crecimiento, estabilidad y sostenibilidad.
El G-20 puede decir lo conveniente sobre la cooperación, pero, para desempeñar esa función, necesita una secretaría con los conocimientos idóneos, creíble y eficaz. Eso es el FMI.
El proceso de evaluación mutua que los países del G-20 han acordado es un componente decisivo del programa de reequilibración, pues en él es en el que se determinarán, evaluarán y reunirán las piezas de una estrategia idónea en pro del crecimiento.
Si funciona, el resultado serán compromisos de los países del G-20 en el sentido de emprender políticas que sean mundialmente beneficiosas... con la condición de que los demás cumplan con los suyos. Los Estados Unidos pueden reducir sus déficits más rápidamente que en caso de que no hubiera cooperación, pero sólo si los países que tienen superávits procuran reducir su exceso de ahorro.
El de la reequilibración no es el único imperativo en materia de cooperación. El sistema internacional de tipos de cambio está –al menos parcialmente– averiado. El antiguo híbrido –en el que los países avanzados funcionaban con tipos de cambio flotantes y cuentas de capital de la balanza de pagos abiertas, mientras que los países en desarrollo gestionaban el tipo de cambio mediante controles de capitales y acumulación de reservas como parte de sus estrategias de crecimiento– funcionó mientras los efectos sistémicos de los mercados en ascenso fueron relativamente pequeños.
Eso ya es cosa del pasado. Las distorsiones y las cuestiones distributivas llegarán a ser más apremiantes al aumentar el tamaño y las repercusiones de las más importantes economías en ascenso –por su regreso a un crecimiento rápido– y al experimentar los países avanzados un prolongado período de resultados flojos.
Para conciliar las necesidades de las economías en ascenso con los intereses de los países avanzados, será necesario un nuevo sistema, en el que se controlen los tipos de cambio, pero conforme a criterios que equilibren el crecimiento nacional y la estabilidad mundial. El FMI estará en el centro de la concepción y la aplicación de cualquier nuevo sistema, por su mandato y sus conocimientos especializados.
El FMI está desempeñando ya un papel constructivo en Europa en cooperación con la UE y su dirección está restableciendo las relaciones con Asia. Está mucho mejor capitalizado que antes de la crisis y se están reformando sus estructuras de gestión para conceder mayor voz en la estrategia y la política a miembros de los mercados en ascenso.
Todo eso es necesario para que el Fondo pueda apoyar las funciones de coordinación a escala mundial, tarea para la que esta equipado excepcionalmente bien. Aun con un FMI competente los problemas que afrontamos son descomunales, pero, sin él, es probable que el G-20 quede reducido a un foro en el que se hable mucho y se haga poco, caracterizado por buenas intenciones, pero sin forma eficaz de hacerlas realidad.

AUTOR : Michael Spence es profesor de Economía en la Escuela Stern de Administración  de Empresas de la Universidad de Nueva York e investigador superior de la Institución Hoover de la Universidad de Stanford.
FUENTE : PROJECT SYNDICATE

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