miércoles, 22 de diciembre de 2010

Bloqueen esas metáforas



Nos guste o no –a mí no— el acuerdo entre Obama y McConnell para la reducción de impuestos, con su mezcla de cosas muy malas y cosas más o menos buenas, probablemente sea aprobado por el Congreso. ¿Y después qué?
Sin duda, el acuerdo dará a la economía un impulso a corto plazo. Hasta donde sé, la opinión imperante –y eso incluye el seno de la administración Obama— es que el impulso a corto plazo es lo único que necesitamos. El acuerdo, nos dicen, arrancará la economía; dará tiempo a que se fortalezca la frágil recuperación.
Yo digo, bloqueen esas metáforas. La economía de Estados Unidos no es un auto que no arranca ni es un inválido que pronto recuperará la salud si descansa un poco más. Nuestros problemas son a más largo plazo de lo que pueda implicar cualquier metáfora.
Y las malas metáforas siempre se traducen en malas políticas. La idea de que el motor económico va arrancar o que el paciente se levantará en cualquier momento de su lecho de enfermo alienta ahora a los decisores de políticas a contentarse con medidas desaliñadas a corto plazo, cuando lo que realmente necesita la economía es un apoyo sostenido y bien diseñado.
La causa de nuestros problemas actuales estriba en la deuda que las familias norteamericanas acumularon durante la burbuja inmobiliaria de la era de Bush. Hace veintidós años, la deuda promedio de los hogares norteamericanos era de 83 por ciento de sus ingresos; hace una década había aumentado poco a poco hasta 92 por ciento; pero para fines de 2007, las deudas eran el 130 por ciento de los ingresos.
Todo este dinero prestado tuvo lugar porque los bancos abandonaron toda idea de préstamos sólidos y porque todo el mundo supuso que los precios de las casas nunca descenderían. Y entonces estalló la burbuja.
Desde entonces nos hemos enfrentado a un doloroso proceso de “desapalancamiento”: los norteamericanos muy endeudados no solo no pueden gastar como lo hacían, sino que tienen  que pagar la deuda en que incurrieron durante los años de la burbuja. Esto estaría bien si alguien estuviera aprovechando la capacidad al máximo. Pero lo que sucede en realidad es que algunas personas están gastando mucho menos, mientras que nadie está gastando más –y esto se traduce en una economía deprimida y en alto desempleo.
Lo que el gobierno debiera estar haciendo en esta situación es gastar más mientras que el sector privado esté gastando menos, apoyando el empleo mientras se pagan esas deudas. Y ese gasto del gobierno debe ser sostenido; no estamos hablando de un breve arranque de gasto; estamos hablando de gastos que duren lo suficiente como para que los hogares vuelvan a tener su deuda bajo control. El estímulo original de Obama no era solo demasiado pequeño; también tuvo una vida muy corta, y gran parte del efecto positivo ya pasó.
Es cierto que estamos avanzando en el desapalancamiento. La deuda por hogar ha descendido al 118 por ciento del ingreso y una fuerte recuperación haría descender más esa cifra. Pero aún nos encontramos a varios años de distancia del punto en el que cada hogar esté en una situación tal en que la economía no necesite apoyo del gobierno.
Pero ¿no costará mucho que el gobierno ayude a la economía durante años? Sí, será caro –y esa es la razón por la que el estímulo debe hacerse bien, obteniendo el mayor impulso como sea posible por cada dólar.
Lo cual me lleva de nuevo al acuerdo Obama-McConnell. A menudo me preguntan cómo puedo oponerme al acuerdo dada mi constante posición a favor de más estímulos. La respuesta es que sí, creo que el estímulo puede tener importantes beneficios en nuestra situación actual –pero estos beneficios tienen que compararse con los costos. Y el acuerdo de reducción de impuestos probablemente provoque beneficios relativamente pequeños a cambio de grandes costos.
El asunto es que mientras el acuerdo tendrá un alto costo –agregando más a la deuda federal que el estímulo original de Obama—probablemente no tenga tanto resultado. Las reducciones de impuestos para los ricos casi no se gastarán; incluso las reducciones para la clase media no agregarán mucho al gasto. Y creo que las reducciones de impuestos para los negocios apenas harán algo por estimular la inversión, debido a la capacidad en exceso que los negocios ya tienen.
El verdadero estímulo en el plan proviene de otras medidas, principalmente los beneficios de desempleo y la reducción del impuesto de nómina. Y estas medidas (a) no tendrán más que una modesta mejoría en el desempleo; y (b) se desvanecerán rápidamente y las cosas buenas desaparecerán para fines de 2011.
La cuestión entonces es si un año de mejor desempeño modesto vale $850 mil millones de deuda adicional, además de una probabilidad significativamente mayor de que esas reducciones de impuestos para los ricos se conviertan en permanentes. Y yo digo que no.
Evidentemente el equipo de Obama está en desacuerdo. Según tengo entendido, la administración cree que todo lo que necesita es un poco más de tiempo y de dinero, que en cualquier momento el motor económico arrancará y estaremos en el camino de vuelta a la prosperidad. Ojalá fuera cierto, pero no lo creo.
En su lugar, lo que espero es que tendremos la misma conversación de nuevo en 2012, con la cifra de desempleados aún alta y la economía sufriendo a medida que las partes buenas del acuerdo desaparecen. Puede que la Casa Blanca piense que ha hecho un buen negocio, pero creo que va a sufrir un fuerte desengaño.

AUTOR  : Paul Krugman; Premio Nobel de Economia 2008.
FUENTE : NEW YORK TIMES

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