viernes, 31 de diciembre de 2010
Por qué el capital y las finanzas corporativas libran una ciberguerra total contra WikiLeaks
Si tu banquero suizo te echa por la borda, ya sabes que debes de tener algunos enemigos muy poderosos.
De antigua fama por ocultar dinero de cualquiera, desde nazis y señores de la droga a espías y dictadores, el brazo bancario del gobierno suizo ha decidido que WikiLeaks y Julian Assange simplemente entrañan demasiados riesgos.
Por lo tanto PostFinance, que dirige los bancos del país, declaró a principios de diciembre que había “terminado su relación de negocios con el fundador de WikiLeaks Julian Assange” después de acusar al señor Assange de –¡sorpresa!– suministrar información falsa sobre su lugar de residencia.
Esta acción vino después de otras similares de compañías de tarjetas de crédito como MasterCard y Visa, así como PayPal, que ya no procesarán pagos de WikiLeaks, y Amazon.com lo expulsó de su Nube.
Mientras escribo estas líneas, el Bank of America se ha sumado al crescendo de corporaciones que atacan a WikiLeaks y se niega a seguir procesando sus pagos debido a “nuestra creencia razonable de que WikiLeaks puede estar involucrado en actividades que, entre otras cosas, no corresponden a nuestras políticas internas para procesar pagos”.
Y poco después, ni más ni menos que Apple se unió al coro y eliminó una aplicación de WikiLeaks sólo unos días después que apareció a la venta en su sitio iTunes. Todos los sectores de la economía corporativa, parecen querer liquidar a WikiLeaks.
Concentración en el “neocorporativismo”
¿Deberían preocuparse por la lealtad y discreción de sus banqueros los agentes de la CIA, capos de la mafia y otros clientes de la banca suiza que han sido aún menos sinceros en sus informaciones personales que lo que se pretende que fue Assange?
Probablemente no. Y es porque los criminales, autócratas y diablillos del mundo forman parte integral del sistema político económico global, incluso si a veces se encuentran a lados opuestos.
Pero WikiLeaks también opera fuera del sistema, tratando al estilo de “Matrix” de utilizar la tecnología –Internet– para “destruirlo” exponiéndolo al escrutinio público, sacando a la luz las permanentes conspiraciones de los poderosos contra el resto de la sociedad.
Esta tarea, afirma Assange, es la manera más importante de ayudar a liberar a las millones de víctimas, a menudo cómplices –aunque no necesariamente anuentes– y al hacerlo “cambiar o remover… la conducta gubernamental y neocorporativista”.
Como teórico político, Assange deja algo de desear. “Neocorporativismo” describe un sistema en el cual el capital y el trabajo están enmarañados en una relación integrada, pero en última instancia dependiente, con un poderoso y autónomo aparato estatal –una actualización de la relación triangular que posibilitó un crecimiento económico sin precedente y beneficios para la clase trabajadora en Occidente en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Ideológicamente, este tipo de estrecha relación de trabajo entre gobierno, gran dinero y mano de obra organizada es la antítesis del sistema neoliberal que WikiLeaks trata de combatir.
Pero Assange tiene razón en que hay algo “neo”, si no exactamente nuevo, en la forma en que el sector corporativo se conduce actualmente y su relación con el gobierno. Reside en el abrazo –o mejor dicho re-abrazo– del capitalismo financiero, el imperio militarista y el complejo militar industrial que lo sustenta.
Son dos de los sectores más sigilosos de la economía de EE.UU. que victimizan a consumidores inconscientes de la clase media estadounidense o a presuntos insurgentes en Medio Oriente. Dependen de que el público sepa lo menos posible sobre su manera de proceder para asegurar la mayor libertad de acción posible, su poder y las ganancias.
El poder del secreto
Por lo tanto, la proscripción de Assange por el sistema bancario suizo y sus primos corporativos estadounidenses no es sorprendente. Pocas industrias han utilizado el secreto y la falta de información con más efectividad que las industrias de los bancos, servicios financieros y tarjetas de crédito.
Por cierto, sus prácticas secretas de negocios son cruciales para su constante capacidad de embolsar inmensos beneficios a costa de la gente de clase media y trabajadora mediante la monopolización de sistemas de comercio, el cobro de tasas de interés y gastos moralmente usureros, y otras prácticas que harían sonrojar al tiburón de corazón más frio.
Si el grandioso pacto entre trabajadores, capitalistas y gobiernos posibilitó que las dos primeras generaciones después de la Segunda Guerra Mundial pasaran directamente de la escuela secundaria a la clase media, este camino fue irreparablemente dañado al llegar los años ochenta, cuando la derecha neoliberal llegó al poder.
Al entrar EE.UU. a su larga y dolorosa era de desindustrialización, su política exterior se hizo más agresivamente militarista; y el alistamiento en el ejército en lugar de General Motors o Ford, se convirtió en uno de los pocos caminos para encontrar algún tipo de futuro económico estable (siempre que se siguiera en las fuerzas armadas).
No es sorprendente, por lo tanto, que los beneficios del sector financiero sobrepasaran los de la manufactura a principios de los años noventa y que no hayan bajado desde entonces. Pero esos beneficios y el crecimiento económico que generaron se basaron desproporcionadamente en el endeudamiento del gobierno y del consumidor y en la debilidad del sector manufacturero, que en conjunto ayudaron a convertir a EE.UU. en el “enfermo del globo”, como dijo un alto economista corporativo.
Por su parte General Motors, Ford y Chrysler concentraron simultáneamente la mayor parte de sus energías en la producción de coches devoradores de gasolina comparativamente lucrativos como los todoterreno mientras establecían subsidiarias de servicios financieros que se convirtieron rápidamente en parte sustancial de sus beneficios (en algunos años más de un 90% de las ganancias).
Sus prácticas de financiamiento, vale la pena señalar, incluían los tipos de préstamos “mentirosos” sobre las casas, otorgados con poca preocupación por la capacidad de los prestatarios de pagar por ellos, que precipitaron la crisis económica desde 2007 hasta ahora.
Financiarización e historia
Ninguna de esas prácticas habría resistido el examen del escrutinio público, y fue sólo la corporativización –en gran medida financiarización– de la política estadounidense lo que permitió que florecieran en los últimos treinta años. Pocas empresas amenazan ese secreto tanto como WikiLeaks y su enfoque de láser en la verdad, motivo por el cual sus acciones se ven en Washington como “golpes contra el corazón mismo de la economía global”.
La “financiarización” de la economía representa la creciente dominación de las industrias financieras sobre la economía en general, al apoderarse del “papel dominante económico, cultural y político en una economía nacional”.
Crucialmente, este proceso no es únicamente estadounidense; también sucedió en imperios anteriores, como el austro-húngaro, holandés y británico, precisamente cuando iban perdiendo su posición de dominación global. En todos los casos la financiarización y el militarismo iban de la mano, como lo señaló por primera vez el historiador británico John Hobson en su famoso libro de 1902 Estudio del imperialismo.
En ese libro Hobson argumentó que la monopolización del sector financiero creó una nueva oligarquía que vinculó a los grandes bancos y firmas industriales con “belicistas y especuladores” que alentaron al imperialismo a conquistar mercados para sus excedentes de productos fabricados por las corporaciones.
El ascenso de EE.UU. a la dominación global tuvo lugar después del final de la era imperial y por lo tanto no pudo conquistar abiertamente territorios para crear nuevos mercados. Pero tuvo lugar su ascenso y los responsables políticos llamaron al gobierno a que utilizara grandes gastos militares para lograr un robusto crecimiento económico general.
Esto coincidió con la rápida expansión del crédito fácil, creando dos “gigantescos agujeros negros” (en palabras de los economistas israelíes Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan) cuyo potencial de expansión sólo estaba limitado por la disposición de los ciudadanos a apoyar las políticas que los posibilitaba, a pesar del daño a largo plazo para el bienestar económico y político de sus sociedades.
Durante los primeros treinta años de la era de la Guerra Fría, la tendencia hacia el militarismo fue equilibrada por la fuerte economía manufacturera y la relación tripartita de los negocios, la mano de obra y el gobierno, que la aseguraba.
Esto comenzó a cambiar en los años setenta, cuando la inmensamente costosa, y lucrativa, guerra de Vietnam comenzó a llegar a su fin.
Entonces, como Nitzan y Bichler describen en su importante libro: The Global Political Economy of Israel, desde ese período “hubo una creciente convergencia de intereses entre las principales corporaciones de petróleo y armamento del mundo. La politización del petróleo, junto con la comercialización paralela de las exportaciones de armas, ayudaron a conformar una intranquila coalición del "armadólar" y del petrodólar entre esas compañías.”
Lo más crucial en el análisis de Nitzan y Bichler es que una de las maneras más importante por las cuales las industrias del armamento y del petróleo lograron obtener un nivel desproporcionado (como dicen “diferencial”) de ganancias fue mediante el estallido regular de conflictos energéticos en Medio Oriente, que aseguraron altos precios del petróleo y compras de armas.
McDonald's y McDonnell Douglas
Al desarrollarse este proceso, los autores explican que “las líneas que separaban al Estado del capital, la política exterior de la estrategia corporativa, y la conquista territorial del beneficio diferencial, ya no parecían ser muy sólidas”.
El columnista del New York Times Thomas Friedman, lo describe de modo más pintoresco: “La mano oculta del mercado nunca funcionará sin el puño oculto. McDonald's no puede florecer sin McDonnell Douglas –y el puño oculto que mantiene la seguridad del mundo para que florezcan las tecnologías de Silicon Valley se llama Ejército, Fuerza Aérea, Armada y Cuerpo de Marines de EE.UU.
Este es el “neocorporativismo” en el que se han centrado Assange y sus compañeros de WikiLeaks, aunque en la actualidad, más de una década después de que Friedman escribió esas palabras, Master Card es más relevante que McDonald's.
El problema es que WikiLeaks solo no puede cambiar las cosas en este conflicto.
Assange podría ser un “terrorista de alta tecnología” como lo llamó hace poco el vicepresidente de EE.UU. Joseph Biden, en vista del terror que sus acciones han causado en el corazón del sistema político estadounidense.
En última instancia, EE.UU. es sólo uno del grupo de naciones y corporaciones poderosas cuyos dirigentes comparten un compromiso fundamental con la obtención de tantos beneficios y poder como sea posible, por mucho que difieran sus métodos y políticas.
Por cierto, una mirada somera a los datos relevantes revela que la parte de beneficios de los sectores financieros fuera de EE.UU. siempre ha sido significativamente superior a la obtenida en EE.UU., lo que significa que el resto del mundo ha sido más “financiarizado” desde hace tiempo que la economía de ese país.
Como siempre, el capitalismo y el poder nunca se han concentrado tan convenientemente en un país o región como se imagina la gente.
Para tener un impacto real, WikiLeaks tiene que inspirar a toda una generación de ‘filtradores’ en otros países y culturas, dispuestos a arriesgar su libertad como Assange y los otros dentro de WikiLeaks. La cultura de la filtración ha comenzado a echar raíces, aunque sólo el tiempo dirá si resiste a las fuerzas que trabajan contra su desarrollo.
Si esto no sucede –si Assange y sus compañeros son convertidos exitosamente en ejemplos por sus enemigos corporativos y políticos, para que asusten a los que puedan inspirarse en su ejemplo– el capital probablemente ganará la primera “ciberguerra” del mundo, como ha ganado casi cada guerra durante su historia larga, sangrienta e inimaginablemente lucrativa.
AUTOR : Mark Levine es músico profesional y profesor de historia de Medio Oriente en la Universidad de California, Irvine. Es autor de media docena de libros, que incluyen: Heavy Metal Islam: Rock, Religion and the Struggle for the Soul of Islam (de próxima aparición en Random House/Verso, CD acompañante, que será publicado por EMI Records).
FUENTE : ALTERNET
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