El estímulo fiscal que aplicaron la mayoría de las economías avanzadas y mercados emergentes durante la recesión global de 2008-2009 –junto con la relajación de la política monetaria y el apoyo al sistema financiero—evitó que la Gran Recesión se convirtiera en otra Gran Depresión en 2010. En un momento en el que todos los componentes de la demanda privada se venían abajo, el impulso dado por el aumento en el gasto público y la reducción de los impuestos detuvo la caída libre de la economía global y creó las bases de la recuperación.
Desafortunadamente, el gasto de estímulo y el rescate conexo del sistema financiero, junto con los efectos de la recesión en los ingresos, contribuyeron a los déficits de alrededor del 10% del PIB en la mayor parte de las economías avanzadas. Según el Fondo Monetario Internacional, entre otros, el coeficiente deuda pública-PIB de estas economías superará el 110% para 2015, en comparación con el 70% previo a la crisis. En la mayoría de las economías avanzadas, el envejecimiento de la población implica más deuda pública a largo plazo debido a los planes de jubilación que no están suficientemente financiados y a los crecientes costos de la atención a la salud.
Así pues, en la mayoría de las economías avanzadas es necesario reducir los déficits para evitar un desastre más adelante. No obstante, muchas investigaciones, incluido un estudio reciente del FMI, indican que un aumento de los impuestos y una disminución del gasto público tienen un efecto negativo a corto plazo sobre la demanda agregada, lo que refuerza las tendencias de deflación y recesión – y debilita la consolidación fiscal.
En un mundo ideal en el que los encargados del diseño de políticas pudieran comprometerse de modo creíble con un ajuste fiscal a mediano y largo plazo, la ruta óptima y deseable sería establecer un calendario de reducciones del gasto y aumentos de impuestos que se aplicaría gradualmente durante la próxima década a medida que la economía se recuperara. De esa forma, si la economía necesitara otro estímulo específico en el corto plazo, los mercados no responderían con un aumento de los costos del crédito.
Desgraciadamente, la política fiscal que han adoptado actualmente varias economías avanzadas se desvía mucho de esta ruta de consolidación creíble a mediano plazo combinada con estímulos adicionales de corto plazo.
En los Estados Unidos tenemos el peor de todos los mundos posibles. Por un lado, el estímulo se ha convertido en una mala palabra –incluso en la administración Obama -mucho antes que la victoria de los republicanos en las elecciones intermedias descartara del todo otra ronda. Por otro lado, la consolidación de mediano plazo será imposible en el actual ambiente de hiperpartidismo en los Estados Unidos en el que los republicanos bloquean cualquier aumento de impuestos y los demócratas resisten cualquier reforma a las prestaciones sociales. Tampoco hay ninguna presión de los mercados de bonos para los responsables del diseño de políticas en ese país.
En la periferia de la eurozona el problema es lo contrario: los vigilantes de bonos están instando a Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia que den prioridad a la consolidación fiscal o que controlen sus costos de endeudamiento para que no se disparen porque pondría en riesgo su acceso al mercado y desencadenaría una crisis de deuda pública. A los mercados no les importa que dar prioridad a la consolidación fiscal este exacerbando la recesión, y por consiguiente haciendo imposible fijarse el objetivo de reducir la deuda y los déficits como proporción del PIB.
Con el fin de evitar una recesión destructiva y persistente, las reformas estructurales y fiscales impuestas por los vigilantes de bonos deberían ir acompañadas de otras políticas de la eurozona que restablezcan el crecimiento y prevengan una dinámica viciosa de la deuda. El Banco Central Europeo debería flexibilizar la política monetaria para bajar el valor del euro y ayudar al crecimiento de la periferia. Además, Alemania debería recortar los impuestos temporalmente – en lugar de aumentarlos, como se había planeado- con el fin de incrementar el ingreso disponible y estimular la demanda alemana de bienes y servicios en la periferia.
Por desgracia, ninguno de los dos actores más grandes de la eurozona está emprendiendo políticas coherentes con el restablecimiento del crecimiento sostenido en la periferia de la eurozona. La política monetaria del BCE es demasiado estricta; y Alemania está dando prioridad a la austeridad fiscal. Por consiguiente, la periferia está destinada a un ajuste deflacionario y recesivo destructivo que exacerbará los riesgos de crisis, de insolvencia en última instancia y, posiblemente, de abandono del euro.
En el Reino Unido, el nuevo gobierno ofreció varias razones para adelantar la consolidación fiscal. Los vigilantes de bonos habrían reaccionado antes de no haberse aplicado antes la austeridad; el déficit era muy grande y el sector público estaba hinchado; y siempre es más fácil políticamente implementar medidas severas al principio de una administración cuando el apoyo popular todavía es alto y están lejos las siguientes elecciones.
Indudablemente, el Reino Unido estaba jugando con fuego en el tema fiscal y necesitaba esforzarse más para volver a la austeridad anterior. Sin embargo, hacer más gradual la austeridad y, por consiguiente, aplazar el ajuste habría planteado menos riesgos a la anémica recuperación de la economía mientras se mantenía un compromiso creíble con la consolidación fiscal. En cambio, el gobierno podría quedarse sin un plan B si el plan A –conduce a una recaída recesiva.
En resumen, el camino óptimo hacia la austeridad fiscal implicaría, en gran parte de los países, un compromiso de consolidación de mediano plazo, gradual pero creíble junto con estímulos adicionales de corto plazo cuando se necesiten y lo permitan las condiciones del mercado, evitando así las perspectivas de una espiral recesiva y deflacionaria. Por desgracia, las principales economías avanzadas están siguiendo una vía distinta –que, en algunos casos, los conducirá en la dirección contraria en 2011. Como resultado, los riesgos de una deflación de la deuda y los consiguientes impagos de deuda soberana y del sector privado están aumentando.
AUTOR : Nouriel Roubini, presidente de Roubini Global Economics (www.roubini.com), es profesor de Economía de la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y es coautor de Crisis Economics.
FUENTE : PROJECT SYNDICATE
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