miércoles, 16 de febrero de 2011

Esperando a Keynes, que no ha venido (y ya ni se le espera)

 Por Carlos Berzosa *





Fue una ilusión pero se desvaneció enseguida. La crisis acaba con muchas cosas y daba la impresión de que, entre otras, iba a acabar con el fundamentalismo de mercado y las creencias que habían dominado en los últimos tiempos en la economía. Tras el festín neoliberal comenzaba a preconizarse el regreso de Keynes.

Skidelsky, el gran biógrafo de Keynes, escribió un buen libro con este título. Pero todo ha quedado en nada. Sí, se intervino por parte de los gobiernos para evitar la debacle del sistema financiero, y se pusieron en marcha políticas de estímulo. Las medidas se llevaron de algún modo a la práctica por los gobiernos obligados por la necesidad de políticas keynesianas. Pero tras esos primeros momentos de miedo y preocupación, se vuelve a las andadas.
Autores tan destacados como Krugman y Stiglitz han denunciado repetidas veces estas políticas, en las que se han entregado grandes cantidades de dinero a los bancos, pero sin exigir nada a cambio y permitiendo que se vuelvan a repartir bonus a los ejecutivos, tal vez como premio por habernos llevado al borde del abismo. La banca ha sido salvada con el dinero de los ciudadanos, y ahora corresponde a sus salvadores tratando de ahogarles con políticas de ajuste.
También determinada prensa, como en estos últimos días la británica, denuncia esta situación y señala que quien gobierna no son los políticos, sino los banqueros, que vuelven a actuar como si nada hubiera sucedido, y como si no hubieran tenido ninguna responsabilidad en el desencadenamiento de la Gran Recesión. Y lo que es peor, imponen con su poder las políticas que se están llevando a cabo en los países europeos.
A su vez, el Fondo Monetario Internacional (FMI) hace un informe demoledor en el que se responsabiliza a sí mismo, en la época en que fue dirigido por Rodrigo Rato, de no haber sido capaz de predecir la crisis, y no solamente eso, sino de haber puesto como ejemplo de comportamiento a seguir el de la banca de Estados Unidos e Islandia. El FMI vivió en una burbuja en la que reinaba el optimismo mientras se gestaba la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión.
Como indica el director del FMI actual, Strauss- Kahn, el informe vuelve a poner de manifiesto que esta institución no estuvo a la altura de anticipar la crisis con la suficiente antelación ni de una manera efectiva. Y por eso espera que esta evaluación se tome como una aportación para mejorar la calidad de la supervisión.
En realidad, los fallos en la predicción fueron muchos, tales como que se había olvidado algo que había sucedido en crisis anteriores: la euforia financiera y especulativa que preside los momentos anteriores a cuando se produce el crack. Si los economistas de estas instituciones, en lugar de pasarse el día con los datos a vueltas, hubieran leído más a autores como Galbraith, seguramente no se hubieran cometido tantos errores. Porque fallaron además las agencias de calificación, organizaciones nefastas que tendrían que desaparecer, así como las auditoras, y los bancos centrales. Demasiados errores que ponen de manifiesto que lo que fallaba era todo un sistema financiero y de control y un sistema capitalista que abandonó los principios keynesianos para adentrarse en el camino de teorías económicas neoliberales que habían sido ya rebatidas por la historia.
Las autocríticas deberían servir para cambiar, pero nada de ello está sucediendo. Se han publicado numerosos libros sobre las causas de la Gran Recesión, y aunque con diferencias entre sí, hay una corriente que pone de manifiesto que la responsabilidad viene sobre todo del sistema financiero y de los procesos de desregulación que condujeron a la idea de que los mercados eran eficientes. Se rescata a Minsky como el gran autor que desarrolló la hipótesis de la inestabilidad financiera. Hace poco estaba olvidado, falleció hace unos años, y ahora no hay libro que se precie que no lo cite y lo considere el gran teórico de las crisis financieras. La conclusión a la que llega Minsky era, simplificando mucho, que el capitalismo es un sistema defectuoso cuyo desarrollo si no se limita, llevará a profundas depresiones periódicas y la perpetuación de la pobreza.
Importantes economistas desentrañan los orígenes de la crisis, pero no son escuchados por los órganos de decisión, y el regreso de Keynes no se produce. La economía no está gobernada por los que saben, sino por los poderes económicos y economistas a su servicio. Así nos va, y así nos va a ir de mal en los años próximos. Un libro de reciente aparición en castellano, “Capitalismo”, de Geoffrey Ingham, se ocupa de los teóricos cuya obra más valora: Adam Smith, Marx, Weber, Schumpeter y Keynes. El autor señala que el hecho de que su lista de teóricos clásicos del capitalismo termine con Keynes, que murió en 1946, podría interpretarse como reflejo de una concepción obsoleta de las ciencias sociales y sus preocupaciones anticuadas. Al reflexionar sobre esta posible interpretación, llega a la escandalosa conclusión de que en la segunda mitad del siglo pasado ningún científico social ha añadido algo que sea fundamentalmente nuevo a nuestra comprensión del sistema económico capitalista. Estoy de acuerdo con él y por eso Keynes no regresa, porque no interesa profundizar en la esencia de un sistema y sus muchos fallos.

Catedrático de Economía Aplicada y rector de la Universidad Complutense de Madrid *

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