miércoles, 2 de febrero de 2011

La relación de Obama con los negocios norteamericanos



Siempre que ustedes oigan a un ejecutivo de negocios o a un político usar el término “competitividad norteamericana”, cuídense la billetera. Pocos términos del discurso público han pasado tan directamente de la oscuridad al sin sentido, sin poseer un período intermedio de coherencia
El Presidente Obama acaba de nombrar a Jeffry Immelt, director general de General Electric (GE), para encabezar su panel externo de asesores económicos como sustituto de Paul Volcker.  Según el vocero de la Casa Blanca Robert Gibbs, Immelt ha “aceptado trabajar para hacer a nuestro país más competitivo”.
En un artículo de opinión en The Washington Post anunciando su aceptación, Immelt escribió  que “no hay nada inevitable acerca de la declinación de la competitividad manufacturera de Estados Unidos si trabajamos juntos para revertirla”.
Pero, ¿qué es la “competitividad” norteamericana  y cómo se mide? He aquí algunas definiciones diferentes:
— Son las exportaciones norteamericanas. Está bien, pero la manera más fácil que las compañías norteamericanas tienen de incrementar las exportaciones desde Estados Unidos es que los productos hechos en estados Unidos sean más baratos internacionalmente. Y para reducir el precio de sus cosas hechas en EE.UU., tienen que reducir los costos de producción aquí. El mayor costo es la nómina. Así que la manera más sencilla que tienen de ser más “competitivas” es reducir las nóminas –ya sea sustituyendo a sus trabajadores por programas de computación y maquinaria automatizada, o logrando (u obligando) que los trabajadores norteamericanos acepten una reducción de salario y de beneficios.
— Son las exportaciones netas. Otra forma de pensar acerca de la “competitividad” norteamericana es la balanza comercial –cuánto importamos del exterior versus cuánto importa el exterior de nosotros. La manera más fácil y directa de mejorar la balanza comercial es devaluar al dólar en relación con la monedas extranjeras (la actual estrategia  de la Reserva Federal de inundar la economía con dinero podría tener este efecto). El resultado es que todo lo que hacemos resulta más barato para el resto del mundo. Pero incluso si otras naciones estuvieran dispuestas a que eso suceda (es dudoso; probablemente en su lugar tendríamos una guerra monetaria a medida que como respuesta ellos tratarían de hacer bajar sus propias monedas), pagaríamos un alto precio. Todo lo que hiciera el resto del mundo sería más caro para nosotros.
— Son las ganancias de las compañías con sede en Estados Unidos. En caso de que no lo hayan notado, las ganancias de las corporaciones norteamericanas están subiendo en flecha. Eso en gran medida es porque las ventas de sus operaciones con sede en el extranjero están en un boom (especialmente en China, Brasil y la India). También es porque ellos han disminuido sus costos de producción en EE.UU. (ver el primer ítem anterior). Las compañías con sede en EE.UU. se han hecho globales –fabricando y vendiendo en todo el mundo—así que su rentabilidad tiene poco o nada que ver con el número y calidad de los empleos aquí en EE.UU. Es más, puede que sea una relación inversa.
— Es el número y la calidad de los empleos norteamericanos. Esta es mi definición preferida, pero en este punto nos va terriblemente mal. La mayoría de los norteamericanos son prisioneros de una terrible disyuntiva: pueden obtener un empleo, pero con un salario menor que el que tenían, o pueden enfrentarse al desempleo o a un inseguro trabajo a jornal.  La única manera segura de mejorar a largo plazo la calidad de los empleos es aumentar la productividad de los trabajadores norteamericanos, lo que significa importantes inversiones en educación, infraestructura y en investigación y desarrollo básicos. Pero no está nada claro si las corporaciones norteamericanas y sus ejecutivos van a pagar los impuestos necesarios para estas inversiones.  Y la única manera segura de mejorar el número de empleos es dar a las grandes clases media y trabajadora de EE.UU. suficiente poder de compra para impulsar de nuevo la economía.  Pero otra vez, no queda nada claro si las corporaciones norteamericanas y sus ejecutivos van a estar dispuestos a apoyar un código tributario más progresista, junto con subsidios a los salarios, lo cual significaría más dinero en los bolsillos de los trabajadores.
Para el Presidente Obama, así como para cualquier presidente, es de importancia política estar disponible para los negocios norteamericanos y evitar el apodo de “anti-negocios”. Pero el Presidente no debe caer en la trampa –y no debe permitir que el público también caiga en la trampa— de creer que el bienestar de los negocios norteamericanos es sinónimo del bienestar de los norteamericanos.

AUTOR  :  Robert Reich es Profesor de Política Pública de la Universidad de California en Berkeley. Ha servicio en tres administraciones nacionales, la más reciente como secretario del Trabajo con el presidente Bill Clinton.

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