Por Carlos Berzosa
La subida de los precios del petróleo motivada por la crisis que se está viviendo en el norte de África y Oriente Próximo, ha cogido a la economía española desprovista de alternativas energéticas a la dependencia tan grande que sufre de los derivados del crudo. En esta ocasión, la política gubernamental ha dado muestras una vez más de improvisación con la aplicación de medidas de urgencia, que pueden resultar necesarias, pero que no resuelven los problemas estructurales que se padecen. Ha quedado al desnudo otro de los puntos débiles de nuestra economía: que es excesivamente vulnerable a la evolución de los precios del petróleo.
La subida de los precios del petróleo motivada por la crisis que se está viviendo en el norte de África y Oriente Próximo, ha cogido a la economía española desprovista de alternativas energéticas a la dependencia tan grande que sufre de los derivados del crudo. En esta ocasión, la política gubernamental ha dado muestras una vez más de improvisación con la aplicación de medidas de urgencia, que pueden resultar necesarias, pero que no resuelven los problemas estructurales que se padecen. Ha quedado al desnudo otro de los puntos débiles de nuestra economía: que es excesivamente vulnerable a la evolución de los precios del petróleo.
La visión excesivamente coyuntural y de corto plazo que ponen de manifiesto los políticos de nuestro país, de uno u otro signo, resulta muy preocupante, sobre todo en aspectos tan importantes como el abastecimiento energético. La subida de los precios del petróleo pone todavía en mayores dificultades a una economía que no acaba de encontrar la senda de la recuperación. La factura petrolífera viene a suponer las dos terceras partes del déficit comercial. En otros momentos su importe incluso casi coincidía con el déficit comercial. La dependencia que se sufre en este caso es muy superior a la de otros países europeos, por lo que la evolución de los precios tiene una incidencia en el desenvolvimiento de la economía mucho mayor.
Desde que se produjo la crisis de los setenta, que tuvo un desencadenante esencial en la subida brusca de los precios del petróleo, se planteó la necesidad de elaborar un plan energético que tuviera dos componentes esenciales: buscar sustitutos al petróleo y fomentar el ahorro energético. Se elaboró algún plan que otro en esta dirección y aún conservo en las estanterías de mi biblioteca el libro donde se enuncia el mencionado plan. Todas aquellas propuestas prácticamente no se llevaron a cabo y quedaron, al igual que mi libro, abandonadas en los estantes, salvo la puesta en marcha de algunas centrales nucleares. Apenas se avanzó desde entonces en planes decididos de ahorro energético y en la búsqueda de fuentes alternativas y energías renovables. Los avances en estos terrenos han sido muy tímidos.
Ahora nos vuelve a coger el toro, una vez más, como consecuencia de haber vivido en la ilusión de que el petróleo se mantendría siempre barato y que era una fuente prácticamente inagotable a medio plazo. Efectivamente tras la crisis de los setenta el precio del petróleo tendió a la baja y los augurios pesimistas que se hicieron en aquella década no se cumplieron, pues se han ido descubriendo, y por tanto explotando nuevas reservas de petróleo. La oferta era suficiente para atender una demanda creciente, que se producía como consecuencia de la mejora del nivel de vida en los países desarrollados y la incorporación de los países emergentes a la senda del crecimiento económico. Se produjeron alzas motivadas por crisis de diversa naturaleza en los países productores, y también por procesos especulativos, derivados en muchos casos de las crisis, pero en un plazo las aguas volvían a su cauce. No había, por tanto, nada que temer.
No obstante esta euforia, algunos analistas con visión a largo plazo aseguraban que la era del petróleo barato estaba acabándose, como no podía ser de otra forma en un recurso no renovable, aunque se descubrieran nuevos yacimientos, y ante el fuerte tirón de la demanda. Un libro muy interesante a este respecto es el editado por Joaquim Sempere y Enric Tello “El final de la era del petróleo barato” (Ed. Icaria, 2007), que pone sobre el tapete cuestiones muy relevantes que afectan al presente y al futuro en la necesaria transición energética que hay que realizar. Los temas que se plantean en esta obra deberían ser objeto de debate en el mundo académico y en los foros ciudadanos, y deberían también atraer la atención de sindicatos y políticos.
En la línea de plantear alternativas, hace unos años se creó en la Fundación de la Universidad Complutense el Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental (CCEIM), para analizar el cambio global que afecta a varios sectores, el transporte y el energético entre ellos. Como resultado de este trabajo de investigación se ha dado a conocer el 1 de marzo en la Escuela de Estudios Empresariales de la Universidad Complutense, el informe sobre la energía para el año 2020/2050. El salón estuvo lleno y asistió un público cualificado que debatió sobre las proposiciones que se hicieron. En este informe se presentan múltiples posibilidades tecnológicas y de cambios de comportamiento en estos sectores, que podrían reducir el consumo de energía en España un 22% de aquí a 2030. Las medidas propuestas afectan a edificación, urbanismo, transporte y sector energético. Con este centro de estudios medioambientales, la Universidad Complutense pretende contribuir mediante investigaciones rigurosas a ofrecer propuestas serias y posibles a la sociedad española y a los órganos de decisión para llevar a cabo actuaciones para el futuro. Con ello la universidad cumple su función de generar conocimiento, transmitirlo y aportar soluciones a los problemas existentes.
Desde que se produjo la crisis de los setenta, que tuvo un desencadenante esencial en la subida brusca de los precios del petróleo, se planteó la necesidad de elaborar un plan energético que tuviera dos componentes esenciales: buscar sustitutos al petróleo y fomentar el ahorro energético. Se elaboró algún plan que otro en esta dirección y aún conservo en las estanterías de mi biblioteca el libro donde se enuncia el mencionado plan. Todas aquellas propuestas prácticamente no se llevaron a cabo y quedaron, al igual que mi libro, abandonadas en los estantes, salvo la puesta en marcha de algunas centrales nucleares. Apenas se avanzó desde entonces en planes decididos de ahorro energético y en la búsqueda de fuentes alternativas y energías renovables. Los avances en estos terrenos han sido muy tímidos.
Ahora nos vuelve a coger el toro, una vez más, como consecuencia de haber vivido en la ilusión de que el petróleo se mantendría siempre barato y que era una fuente prácticamente inagotable a medio plazo. Efectivamente tras la crisis de los setenta el precio del petróleo tendió a la baja y los augurios pesimistas que se hicieron en aquella década no se cumplieron, pues se han ido descubriendo, y por tanto explotando nuevas reservas de petróleo. La oferta era suficiente para atender una demanda creciente, que se producía como consecuencia de la mejora del nivel de vida en los países desarrollados y la incorporación de los países emergentes a la senda del crecimiento económico. Se produjeron alzas motivadas por crisis de diversa naturaleza en los países productores, y también por procesos especulativos, derivados en muchos casos de las crisis, pero en un plazo las aguas volvían a su cauce. No había, por tanto, nada que temer.
No obstante esta euforia, algunos analistas con visión a largo plazo aseguraban que la era del petróleo barato estaba acabándose, como no podía ser de otra forma en un recurso no renovable, aunque se descubrieran nuevos yacimientos, y ante el fuerte tirón de la demanda. Un libro muy interesante a este respecto es el editado por Joaquim Sempere y Enric Tello “El final de la era del petróleo barato” (Ed. Icaria, 2007), que pone sobre el tapete cuestiones muy relevantes que afectan al presente y al futuro en la necesaria transición energética que hay que realizar. Los temas que se plantean en esta obra deberían ser objeto de debate en el mundo académico y en los foros ciudadanos, y deberían también atraer la atención de sindicatos y políticos.
En la línea de plantear alternativas, hace unos años se creó en la Fundación de la Universidad Complutense el Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental (CCEIM), para analizar el cambio global que afecta a varios sectores, el transporte y el energético entre ellos. Como resultado de este trabajo de investigación se ha dado a conocer el 1 de marzo en la Escuela de Estudios Empresariales de la Universidad Complutense, el informe sobre la energía para el año 2020/2050. El salón estuvo lleno y asistió un público cualificado que debatió sobre las proposiciones que se hicieron. En este informe se presentan múltiples posibilidades tecnológicas y de cambios de comportamiento en estos sectores, que podrían reducir el consumo de energía en España un 22% de aquí a 2030. Las medidas propuestas afectan a edificación, urbanismo, transporte y sector energético. Con este centro de estudios medioambientales, la Universidad Complutense pretende contribuir mediante investigaciones rigurosas a ofrecer propuestas serias y posibles a la sociedad española y a los órganos de decisión para llevar a cabo actuaciones para el futuro. Con ello la universidad cumple su función de generar conocimiento, transmitirlo y aportar soluciones a los problemas existentes.
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