miércoles, 13 de abril de 2011

El fantasma de Keynes vuelve, profético, a Bretton Woods: olvidamos las lecciones de economía que nos enseñaron nuestros ancestros


 Por Will Hutton *






Acechan los fantasmas en el Mount Washington Hotel de Bretton Woods, ubicado en la hondonada de un valle asombrosamente silvestre y hermoso bajo el Monte Washington de New Hampshire, aún cubierto de nieve incluso a primeros de abril. Están los espectros de los delegados que se hicieron con el hotel en julio de 1944 para ultimar el acuerdo que creó el FMI y el Banco Mundial en la conferencia económica internacional de mayor éxito jamás vista. Pero el fantasma que ronda a todo aquel que tenga algo de sentido de la historia es el de John Maynard Keynes, el mayor economista del siglo XX, jefe de la delegación británica.
Se dejó la salud tratando de conseguir el gran acuerdo de negociación. Un sistema comercial y financiero mundial que combinara la apertura y la equidad, evitando por encima de todo el proteccionismo que fue precursor del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de nosotros consideraría el FMI, el Banco Mundial y casi siete décadas de paz y crecimiento del comercio mundial, al menos hasta 2009, como un resultado bastante bueno, pero Keynes tenía la impresión de que no había aprovechado suficientemente bien el momento único de la conclusión de una guerra, cuando la gente estaba preparada para echar a un lado las diferencias nacionales por el futuro bien común.
Había querido destruir la teoría propagada por economistas y políticos que predicaban equilibrios presupuestarios, austeridad pública, primacía de la soberanía nacional y libertades para las finanzas en casa y en el exterior. En cambio, él quería reglas que reconocieran la interdependencia entre países y crear instituciones globales y una moneda mundial que dejara espacio a los gobiernos para maniobrar actuando con inteligencia y creatividad a fin de estimular el empleo, el comercio y el crecimiento. Consiguió algo de lo que deseaba, pero no lo bastante y no es descabellado escuchar los ecos de su discurso de despedida, en el que avisaba de sus temores de que volvieran los dragones.
El viernes por la tarde, mientras se celebraba aquí otra gran conferencia económica para debatir la actual crisis de la economía internacional, organizada por el Institute for New Economic Thinking, que tiene al liberal rey del hedge fund George Soros como su primer motor y agitador, el discurso de despedida de Keynes parecía inquietantemente profético. Han vuelto los dragones. En Washington, un Partido Republicano redivivo puso al gobierno norteamericano a dos horas de cerrar, a falta de autoridad política para librar fondos mientras combatía severísimos recortes del gasto federal. Al otro lado del Atlántico, una legión de hedge funds y bancos de inversión han forzado a un capitidisminuido gobierno portugués a recurrir al FMI y la Unión Europea para un rescate multimillonario en euros. En Gran Bretaña, George Osborne se presenta como paladín de la imponente velocidad de su plan de reducción presupuestaria, diciendo que no jugará a la ruleta rusa con la economía británica. Se encuentran por doquier los ecos del lenguaje que Keynes trató de disipar en  Bretton Woods.
Son todos éstos ejemplos de políticos que responden a nuevos retos en circunstancias que han cambiado. La cuestión es si llevan razón. Por ejemplo, hasta los demócratas norteamericanos están de acuerdo con los activistas del Tea Party en el seno del Partido Republicano en que si los EE. UU. repiten lo que hicieron en la primera década de este siglo, entonces la deuda pública se duplicará volviéndose insoportable. El argumento es si la respuesta debería consistir en dar un hachazo al gobierno federal norteamericano o si el gobierno, pese a las constricciones fiscales, forma parte de la solución mediante su papel de de estimulante de un crecimiento mayor y sostenible. En Europa, el gobierno portugués podría haber gestionado sus asuntos con más disciplina y los inversores recelan de que puedan perder dinero si se produce una suspensión de pagos o una reestructuración de la deuda. Pero nuevamente el resultado es salvajemente desmesurado: los mercados han decidido de forma unilateral volverse contra el gobierno de Portugal, de modo que no tiene otra elección que recurrir a los préstamos del FMI y la UE.
Al menos queda la cortesía del FMI respecto a lo que sucedió en el Mount Washington Hotel hace 67 años. Pero Keynes habría quedado todavía más desilusionado al final de la Conferencia de haber creído que el FMI se iba a utilizar como fondo de rescate para hacer del mundo un lugar seguro para especuladores o bancos sobrecargados, mientras los pueblos tenían que aceptar la temible austeridad. Eso era lo contrario de lo que esperaba que hiciera el FMI.
Su meta consistía en convertir al FMI en una institución que pudiera conceder a países en la situación de Portugal un espacio en el que respirar financieramente, entre otras razones porque si todo el mundo comienza a apretarse el cinturón simultáneamente, entonces menguan las perspectivas de otros países. Pero se habría visto doblemente alarmado por la forma en que se está poniendo en práctica una yijad a escala mundial contra la petición de préstamos por parte de los gobiernos tras una contracción crediticia que ha dejado a muchos países con demasiada deuda privada contraída con demasiadas empresas e individuos que no pueden cumplir con su servicio. Hay países , con Gran Bretaña y los EE. UU. a la cabeza, que hubieron de recurrir al Estado para impedir un derrumbe financiero de primer orden, y ahora el mismo sistema financiero que salvaron se vuelve contra ellos y los pone en la picota por tener las mismas deudas públicas que salvaron a los bancos.
Uno de los problemas es que la economía y los economistas han sido demasiado débiles a la hora de establecer que la crisis tenía su origen en comportamientos privados más que públicos o en demostrar de qué modo el crecimiento y la generación de empleo son resultado de una compleja interacción entre las acciones, el gasto y el marco de los gobiernos y el dinamismo del sector privado. El gobierno es parte inevitablemente de la solución, no el problema irredimible. Ha resultado demasiado fácil para el movimiento del Tea Party en todo el mundo, ya sea en el seno del Partido republicano, en el Tesoro o los hedge funds , especular en contra de estados periféricos pertenecientes al euro, lisiándolos de un modo u otro para impedir que actuaran de forma creativa e inteligente como respuesta a una continuada crisis financiera y a niveles de deuda privada por las nubes. .  
Da ya la impresión de que en los últimos seis meses no ha habido en absoluto crecimiento económico en Gran Bretaña y eso aun antes de que las imponentes medidas de austeridad se dejen sentir. Le dije a un alto funcionario británico que creía que no sólo existía la posibilidad de que el crecimiento británico quedara condenado durante años sino que el conjunto de la economía corría peligro de deslizarse hacia un estancamiento al estilo del Japón. Indicó que otros gobiernos también pensaban lo mismo.
Economistas y dirigentes empresariales no deberían dejar que el Canciller [de Exchequer, Osborne] se vaya de rositas con declaraciones a lo Tea Party acerca de los riesgos de bancarrota para Gran Bretaña y de que no queda otra opción que sufrir . Keynes dedicó su vida a poner en tela de juicio ese pensamiento y durante algunos años lo mantuvo a raya. Las malas noticias estriban en que puede que sólo mediante desastres, como los que vivió Keynes, termine por cambiar el modo de pensar de la gente. Las buenas noticias consisten en que son muchos los economistas excelentes e iconoclastas – hay muchos aquí – de muchos países que quieren librar de nuevo ese combate. Se trata de una carrera contra el pensamiento convencional...y contra el tiempo.


Veterano e influyente periodista económico del grupo de The Guardian (del que fue columnista y jefe de la sección de economía), escribe semanalmente en The Observer  (del que ha sido director). Comenzó su carrera como analista de bolsa y pasó después a trabajar para la BBC en radio y televisión. Miembro del Consejo de la London School of Economics y profesor visitante de la Universidad de Bristol *

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