Por J. Bradford DeLong *
A mediados del decenio de 2000, los Estados Unidos tuvieron un auge de la construcción. De 2003 a 2006, el gasto anual en construcción aumentó hasta un nivel muy por encima de su tendencia a largo plazo. Así, pues, a comienzos de 2007 los EE.UU. tenían un exceso de construcción: unos 300.000 millones de dólares de exceso de gasto en construcción respecto de la tendencia a largo plazo.
Cuando se construyeron esos edificios, se esperaba que resultaran muy rentables, pero ello dependía de dos cimientos inestables: una permanente bajada a largo plazo de los tipos de interés reales con riesgo y un optimismo permanente sobre el sector inmobiliario como clase de activos. Los dos cimientos se desplomaron.
Así, pues, en 2007 era lógico esperar que el gasto en construcción en los EE.UU. se redujera durante algún tiempo. Como el gasto acumulativo en la construcción ascendía a 300.000 millones de dólares por encima de la norma, habría tenido que representar 300.000 millones por debajo de la norma durante varios años para recuperar el equilibrio.
Por eso, en 2007 todo el mundo esperaba una desaceleración de la construcción y, a partir de aquel año, el gasto en construcción disminuyó, en efecto, por debajo de la norma, pero esperábamos una bajada de poca importancia: una reducción por debajo de la norma del gasto en construcción de 150.000 millones de dólares al año durante dos años o de 100.000 millones de dólares al año durante tres años o de 75.000 millones de dólares al año durante cuatro años. En cambio, el gasto se redujo en 300.000 millones de dólares por debajo de la norma ya sólo en 2007 y ha seguido en recesión durante cuatro años. Además, no hay perspectiva alguna de un regreso rápido a los niveles normales.
Así, pues, cuando haya concluido ese ciclo de la construcción, los EE.UU. habrán gastado primero 300.000 millones de dólares en exceso y después el gasto se habrá mantenido por debajo de la norma con un déficit de dos billones de dólares. El efecto neto será un déficit de la construcción en los EE.UU. de al menos 1,7 billones de dólares. Se trata de una gran cantidad de casas, edificios de pisos, oficinas y locales comerciales no construidos y representa una desconexión en verdad radical entre el tamaño del reciente auge de la construcción y el de su desplome actual.
De hecho, esa desproporción radical reduce al absurdo todos los argumentos sobre que la difícil situación actual de la economía global de los EE.UU. es en algún sentido una consecuencia necesaria, merecida o inevitable de una construcción más que exuberante en el desierto entre Los Ángeles (California) y Albuquerque (Nuevo México) a mediados del decenio de 2000. De lo contrario, la desaceleración económica encabezada por la construcción no representaría el billón de dólares actual de producción anual perdida. La desaceleración sería una décima parte del tamaño de la que padecen ahora los Estados Unidos y estaría limitada en gran medida al sector de la construcción. Y, en ese universo substitutivo, tras haber eliminado toda la carga del exceso de construcción, ahora habríamos recuperado los niveles de producción, empleo y demanda acordes con la norma.
Cuando contemplamos nuestro desastre macroeconómico, vemos un aspecto positivo: en el momento en que los ingresos, la producción y el empleo en los EE.UU. recuperen los niveles acordes con la norma, los americanos necesitarán 1,7 billones de dólares suplementarios en edificios en los que vivir y, como éstos no existirán, la demanda en el sector de la construcción volverá con fuerza. Si los Estados Unidos recuperan, en efecto, la anterior tendencia a largo plazo, es probable que en el próximo decenio se produzca un auge de la construcción que eclipse el del decenio de 2000, pero aún no ha llegado y tardará años en hacerlo.
De todo esto se desprende otra enseñanza. Los economistas Kenneth Rogoff y Carmen Rinehart sostienen que después de una crisis financiera la recuperación es casi siempre lenta, pero al menos un importante aspecto del desplome actual de la construcción en los Estados Unidos indica que no están en lo cierto. Un factor que explica la lenta recuperación posterior a una crisis financiera es el de que nadie sabe cómo se redistribuirá la división del trabajo, pero ahora mismo sabemos mucho al respecto.
Sabemos que, cuando los americanos recuperen la confianza –cuando crean que podrán encontrar nuevos empleos, si pierden los actuales, y cuando no puedan tolerar más el seguir compartiendo casa con sus suegros–, necesitarán más viviendas que las que el país tiene actualmente. Si los ingresos y la demanda fueran normales, necesitaríamos mucha más construcción nueva que ahora.
Pero, aunque vemos la magnitud del déficit de construcción y comprendemos cómo será cuando la recuperación sea completa, eso no ayuda ahora mismo. Ahora mismo, los ingresos son flojos, las viviendas han llegado a estar atestadas y hay un superávit de viviendas en el mercado: todo ello porque la demanda nominal sigue siendo inferior a la norma,
Dentro de veinte años, los historiadores entrevistarán a las autoridades monetarias, bancarias y fiscales del decenio de 2000, que ya serán ancianas. Les preguntarán por qué no adoptaron, cuando ocupaban sus cargos, medidas más enérgicas para devolver los ingresos y la demanda nominales a los niveles acordes con la norma. Ya me pregunto cuáles serán sus excusas.
Ex Secretario Adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas.*
A mediados del decenio de 2000, los Estados Unidos tuvieron un auge de la construcción. De 2003 a 2006, el gasto anual en construcción aumentó hasta un nivel muy por encima de su tendencia a largo plazo. Así, pues, a comienzos de 2007 los EE.UU. tenían un exceso de construcción: unos 300.000 millones de dólares de exceso de gasto en construcción respecto de la tendencia a largo plazo.
Cuando se construyeron esos edificios, se esperaba que resultaran muy rentables, pero ello dependía de dos cimientos inestables: una permanente bajada a largo plazo de los tipos de interés reales con riesgo y un optimismo permanente sobre el sector inmobiliario como clase de activos. Los dos cimientos se desplomaron.
Así, pues, en 2007 era lógico esperar que el gasto en construcción en los EE.UU. se redujera durante algún tiempo. Como el gasto acumulativo en la construcción ascendía a 300.000 millones de dólares por encima de la norma, habría tenido que representar 300.000 millones por debajo de la norma durante varios años para recuperar el equilibrio.
Por eso, en 2007 todo el mundo esperaba una desaceleración de la construcción y, a partir de aquel año, el gasto en construcción disminuyó, en efecto, por debajo de la norma, pero esperábamos una bajada de poca importancia: una reducción por debajo de la norma del gasto en construcción de 150.000 millones de dólares al año durante dos años o de 100.000 millones de dólares al año durante tres años o de 75.000 millones de dólares al año durante cuatro años. En cambio, el gasto se redujo en 300.000 millones de dólares por debajo de la norma ya sólo en 2007 y ha seguido en recesión durante cuatro años. Además, no hay perspectiva alguna de un regreso rápido a los niveles normales.
Así, pues, cuando haya concluido ese ciclo de la construcción, los EE.UU. habrán gastado primero 300.000 millones de dólares en exceso y después el gasto se habrá mantenido por debajo de la norma con un déficit de dos billones de dólares. El efecto neto será un déficit de la construcción en los EE.UU. de al menos 1,7 billones de dólares. Se trata de una gran cantidad de casas, edificios de pisos, oficinas y locales comerciales no construidos y representa una desconexión en verdad radical entre el tamaño del reciente auge de la construcción y el de su desplome actual.
De hecho, esa desproporción radical reduce al absurdo todos los argumentos sobre que la difícil situación actual de la economía global de los EE.UU. es en algún sentido una consecuencia necesaria, merecida o inevitable de una construcción más que exuberante en el desierto entre Los Ángeles (California) y Albuquerque (Nuevo México) a mediados del decenio de 2000. De lo contrario, la desaceleración económica encabezada por la construcción no representaría el billón de dólares actual de producción anual perdida. La desaceleración sería una décima parte del tamaño de la que padecen ahora los Estados Unidos y estaría limitada en gran medida al sector de la construcción. Y, en ese universo substitutivo, tras haber eliminado toda la carga del exceso de construcción, ahora habríamos recuperado los niveles de producción, empleo y demanda acordes con la norma.
Cuando contemplamos nuestro desastre macroeconómico, vemos un aspecto positivo: en el momento en que los ingresos, la producción y el empleo en los EE.UU. recuperen los niveles acordes con la norma, los americanos necesitarán 1,7 billones de dólares suplementarios en edificios en los que vivir y, como éstos no existirán, la demanda en el sector de la construcción volverá con fuerza. Si los Estados Unidos recuperan, en efecto, la anterior tendencia a largo plazo, es probable que en el próximo decenio se produzca un auge de la construcción que eclipse el del decenio de 2000, pero aún no ha llegado y tardará años en hacerlo.
De todo esto se desprende otra enseñanza. Los economistas Kenneth Rogoff y Carmen Rinehart sostienen que después de una crisis financiera la recuperación es casi siempre lenta, pero al menos un importante aspecto del desplome actual de la construcción en los Estados Unidos indica que no están en lo cierto. Un factor que explica la lenta recuperación posterior a una crisis financiera es el de que nadie sabe cómo se redistribuirá la división del trabajo, pero ahora mismo sabemos mucho al respecto.
Sabemos que, cuando los americanos recuperen la confianza –cuando crean que podrán encontrar nuevos empleos, si pierden los actuales, y cuando no puedan tolerar más el seguir compartiendo casa con sus suegros–, necesitarán más viviendas que las que el país tiene actualmente. Si los ingresos y la demanda fueran normales, necesitaríamos mucha más construcción nueva que ahora.
Pero, aunque vemos la magnitud del déficit de construcción y comprendemos cómo será cuando la recuperación sea completa, eso no ayuda ahora mismo. Ahora mismo, los ingresos son flojos, las viviendas han llegado a estar atestadas y hay un superávit de viviendas en el mercado: todo ello porque la demanda nominal sigue siendo inferior a la norma,
Dentro de veinte años, los historiadores entrevistarán a las autoridades monetarias, bancarias y fiscales del decenio de 2000, que ya serán ancianas. Les preguntarán por qué no adoptaron, cuando ocupaban sus cargos, medidas más enérgicas para devolver los ingresos y la demanda nominales a los niveles acordes con la norma. Ya me pregunto cuáles serán sus excusas.
Ex Secretario Adjunto del Tesoro de los Estados Unidos, es profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas.*
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