Por David Wessel *
Respuesta corta: No aún, pero somos vulnerables.
Se han dicho algunas cosas inquietantes recientemente sobre el dólar. Las palabras en sí comunican un mensaje aterrador: Una moneda "más débil" implica una nación "más débil". Los comentarios y gráficos a veces sugieren que el desplome del dólar, que se había previsto hace tiempo, finalmente ha llegado y el mundo está desestimando a Estados Unidos.
No ha llegado, todavía. Y eso es importante.
En tiempos en que las tasas de cambio se mueven libremente, el descenso en el dólar hasta ahora refleja principalmente el hecho de que las grandes economías particulares avanzan a ritmos diferentes.
El descenso no es una sorpresa: es el resultado previsto de que la Reserva Federal imprimiera tantos dólares (aumenta la oferta, disminuye el precio) en su esfuerzo por resucitar el crecimiento económico de EE.UU. Y, como el dinero fluye a los mayores rendimientos, es el resultado inevitable de la ansiedad del Banco Central Europeo por elevar las tasas de interés más rápidamente que la Fed.
En tanto, hasta ahora, los mercados de acciones y bonos se mantienen impasibles, señal tranquilizadora de que la reciente caída del dólar no significa que el resto del mundo está perdiendo la confianza en EE.UU.
Un análisis de las tasas de cambio ajustado a la inflación de los diferentes países, muestra el alza del dólar que llevó al gobierno del presidente Ronald Reagan a buscar ayuda internacional para hacerlo caer en 1985, la caída subsiguiente y el avance del dólar a principios de la década de 2000 y luego la sostenida baja durante la expansión en la década de 2000. Dicha tendencia fue interrumpida por una huida hacia la seguridad durante la crisis financiera pero desde entonces se ha reanudado. (De hecho, esto es, en parte, una señal bienvenida de que ha terminado el pánico que llevó a los inversionistas hacia la seguridad de EE.UU.)
En una perspectiva general, el dólar actualmente está en el nivel más bajo que en ningún otro momento desde que las principales monedas comenzaron la flotación en 1973. Está un 13% más bajo de lo que estaba hace 30 años y un 28% por debajo de su reciente máximo de 2002.
¿Pero por qué es importante eso? Un dólar débil empobrece a los estadounidenses: esto significa que el dinero en EE.UU. compra menos de lo que el mundo nos vende. Al aumentar los precios de las importaciones, da lugar a una mayor inflación, lo cual no es un gran problema en la actualidad, pero sí uno potencial en el futuro.
Después de todo, una de las razones de la flotación de monedas fue dar a las naciones con persistentes déficits elevados, como EE.UU., y aquellos con superávit, como China, una forma menos difícil de reequilibrar que las alternativas. En el pasado, la lealtad al patrón oro, o tasas de cambio fijas, contribuyó a la Gran Depresión. Hoy, Grecia, España e Irlanda, al no poder dejar que sus monedas caigan por haber adoptado el euro, no tienen más opción que reducir salarios y precios, y sufrir durante las recesiones para recuperar competitividad.
Pero nada de esto implica que EE.UU. no tenga nada que temer. El dólar ha caído mucho, probablemente lo suficiente para llevar el déficit comercial a niveles sostenibles. Pero una vez que los mercados comienzan a moverse, suelen excederse. Un país que depende tanto del crédito internacional, incluso en su propia moneda, es susceptible a los vaivenes en el ánimo del mercado.
Si todos creyeran que el dólar se encuentra en una tendencia bajista a largo plazo y si la impresión general sobre EE.UU. es la de un imperio en decadencia, no tardaría mucho en comenzar una avalancha. Imagínese una parálisis política en Washington, añada la retórica de China respecto a diversificarse en detrimento de los títulos del Tesoro de EE.UU., agregue rumores –que no necesariamente deben ser verdaderos– de que la OPEP fijará el precio del petróleo utilizando una cesta ponderada de divisas en vez del dólar, todo en un momento en que Europa se está recomponiendo y ¡zas!
El secretario del Tesoro, Timothy Geithner, y el presidente de la Fed, Ben Bernanke, ven este riesgo y les preocupa que los comentarios de que EE.UU. está tratando de hacer caer el dólar aumenten el riesgo de un bajón. Por eso, eligen sus palabras con mucho cuidado, siempre se muestran partidarios de un "dólar fuerte" y argumentan que la fortaleza de la moneda refleja la vitalidad de la economía estadounidense y su compromiso con una inflación baja y estable. Insisten en que EE.UU. no busca, como acusa a China de hacerlo, abaratar su dinero como una manera de impulsar sus exportaciones, pero nunca dicen que harán algo por hacer subir el dólar.
El discurso no protegerá por sí solo a la economía estadounidense si el dólar colapsa, haciendo caer las acciones y los bonos, con lo que las tasas de interés subirán y se descalabrará la angustiosamente lenta recuperación económica.
Ello explica la receta de Geithner-Bernanke, ampliamente compartida fuera del gobierno: la mejor forma de reducir el riesgo de un desplome del dólar es que los políticos estadounidenses demuestren la voluntad, capacidad y consenso por encaminar la política fiscal de EE.UU. en una dirección sostenible a largo plazo, y pronto.
Columnista Wall Street Journal *
Respuesta corta: No aún, pero somos vulnerables.
Se han dicho algunas cosas inquietantes recientemente sobre el dólar. Las palabras en sí comunican un mensaje aterrador: Una moneda "más débil" implica una nación "más débil". Los comentarios y gráficos a veces sugieren que el desplome del dólar, que se había previsto hace tiempo, finalmente ha llegado y el mundo está desestimando a Estados Unidos.
No ha llegado, todavía. Y eso es importante.
En tiempos en que las tasas de cambio se mueven libremente, el descenso en el dólar hasta ahora refleja principalmente el hecho de que las grandes economías particulares avanzan a ritmos diferentes.
El descenso no es una sorpresa: es el resultado previsto de que la Reserva Federal imprimiera tantos dólares (aumenta la oferta, disminuye el precio) en su esfuerzo por resucitar el crecimiento económico de EE.UU. Y, como el dinero fluye a los mayores rendimientos, es el resultado inevitable de la ansiedad del Banco Central Europeo por elevar las tasas de interés más rápidamente que la Fed.
En tanto, hasta ahora, los mercados de acciones y bonos se mantienen impasibles, señal tranquilizadora de que la reciente caída del dólar no significa que el resto del mundo está perdiendo la confianza en EE.UU.
Un análisis de las tasas de cambio ajustado a la inflación de los diferentes países, muestra el alza del dólar que llevó al gobierno del presidente Ronald Reagan a buscar ayuda internacional para hacerlo caer en 1985, la caída subsiguiente y el avance del dólar a principios de la década de 2000 y luego la sostenida baja durante la expansión en la década de 2000. Dicha tendencia fue interrumpida por una huida hacia la seguridad durante la crisis financiera pero desde entonces se ha reanudado. (De hecho, esto es, en parte, una señal bienvenida de que ha terminado el pánico que llevó a los inversionistas hacia la seguridad de EE.UU.)
En una perspectiva general, el dólar actualmente está en el nivel más bajo que en ningún otro momento desde que las principales monedas comenzaron la flotación en 1973. Está un 13% más bajo de lo que estaba hace 30 años y un 28% por debajo de su reciente máximo de 2002.
¿Pero por qué es importante eso? Un dólar débil empobrece a los estadounidenses: esto significa que el dinero en EE.UU. compra menos de lo que el mundo nos vende. Al aumentar los precios de las importaciones, da lugar a una mayor inflación, lo cual no es un gran problema en la actualidad, pero sí uno potencial en el futuro.
Después de todo, una de las razones de la flotación de monedas fue dar a las naciones con persistentes déficits elevados, como EE.UU., y aquellos con superávit, como China, una forma menos difícil de reequilibrar que las alternativas. En el pasado, la lealtad al patrón oro, o tasas de cambio fijas, contribuyó a la Gran Depresión. Hoy, Grecia, España e Irlanda, al no poder dejar que sus monedas caigan por haber adoptado el euro, no tienen más opción que reducir salarios y precios, y sufrir durante las recesiones para recuperar competitividad.
Pero nada de esto implica que EE.UU. no tenga nada que temer. El dólar ha caído mucho, probablemente lo suficiente para llevar el déficit comercial a niveles sostenibles. Pero una vez que los mercados comienzan a moverse, suelen excederse. Un país que depende tanto del crédito internacional, incluso en su propia moneda, es susceptible a los vaivenes en el ánimo del mercado.
Si todos creyeran que el dólar se encuentra en una tendencia bajista a largo plazo y si la impresión general sobre EE.UU. es la de un imperio en decadencia, no tardaría mucho en comenzar una avalancha. Imagínese una parálisis política en Washington, añada la retórica de China respecto a diversificarse en detrimento de los títulos del Tesoro de EE.UU., agregue rumores –que no necesariamente deben ser verdaderos– de que la OPEP fijará el precio del petróleo utilizando una cesta ponderada de divisas en vez del dólar, todo en un momento en que Europa se está recomponiendo y ¡zas!
El secretario del Tesoro, Timothy Geithner, y el presidente de la Fed, Ben Bernanke, ven este riesgo y les preocupa que los comentarios de que EE.UU. está tratando de hacer caer el dólar aumenten el riesgo de un bajón. Por eso, eligen sus palabras con mucho cuidado, siempre se muestran partidarios de un "dólar fuerte" y argumentan que la fortaleza de la moneda refleja la vitalidad de la economía estadounidense y su compromiso con una inflación baja y estable. Insisten en que EE.UU. no busca, como acusa a China de hacerlo, abaratar su dinero como una manera de impulsar sus exportaciones, pero nunca dicen que harán algo por hacer subir el dólar.
El discurso no protegerá por sí solo a la economía estadounidense si el dólar colapsa, haciendo caer las acciones y los bonos, con lo que las tasas de interés subirán y se descalabrará la angustiosamente lenta recuperación económica.
Ello explica la receta de Geithner-Bernanke, ampliamente compartida fuera del gobierno: la mejor forma de reducir el riesgo de un desplome del dólar es que los políticos estadounidenses demuestren la voluntad, capacidad y consenso por encaminar la política fiscal de EE.UU. en una dirección sostenible a largo plazo, y pronto.
Columnista Wall Street Journal *
No hay comentarios.:
Publicar un comentario