Por Paul Krugman *
A principios de esta semana, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York publicaba una entrada de blog sobre el "error de 1937", la prematura desbandada fiscal y monetaria que malogró la recuperación económica en curso y prolongó la Gran Depresión. Como señala Gauti Eggertsson, el autor de la entrada (con quien he realizado investigaciones), las condiciones económicas actuales -aumento de la producción, subida de algunos precios, pero paro todavía muy elevado- se parecen mucho a las de 1936 y 1937. Así que ¿van a cometer el mismo error los responsables políticos actuales?
Eggertsson dice que no, que ahora los economistas saben más. Pero yo discrepo. De hecho, en algunos aspectos importantes, ya hemos repetido el error de 1937. Llamémoslo el error de 2010: un "giro" que nos ha alejado del problema del paro para pasar a otros, y cuya perversa obstinación han puesto de manifiesto los últimos datos económicos.
No cabe duda de que las cosas podrían ir peor y hay muchas posibilidades de que efectivamente empeoren.
En la época en que se aprobó el estímulo económico de Obama de 2009, algunos de nosotros advertimos de que era demasiado pequeño y de vida demasiado corta. Concretamente, los efectos del estímulo empezarían a desaparecer en 2010 y, dado que las crisis financieras suelen ir seguidas de depresiones económicas prolongadas, era improbable que por entonces la economía hubiese iniciado una recuperación sólida y autosuficiente.
A principios de 2010 ya era evidente que estas inquietudes estaban justificadas. Pero, de algún modo, surgió un consenso aplastante entre los responsables políticos y los expertos respecto a que no debía hacerse nada más para crear empleo y que, por el contrario, debía producirse un giro hacia la austeridad fiscal.
Este consenso se alimentaba de historias de miedo sobre una inminente pérdida de confianza del mercado en la deuda de EE UU. Cada pequeño repunte de los tipos de interés se interpretaba como un indicio de que los "vigilantes de los bonos" estaban atacando, y esta interpretación solía difundirse como un hecho, no como una hipótesis cuestionable.
Por ejemplo, en marzo de 2010, The Wall Street Journal publicaba un artículo, titulado Debt fears send rates up (El miedo a la deuda hace subir los tipos), en el que se informaba de que los tipos de interés a largo plazo de EE UU habían subido, y se afirmaba -sin ofrecer ninguna prueba- de que esta subida, hasta aproximadamente el 3,9%, era un reflejo de las inquietudes sobre el déficit presupuestario. En realidad, lo que seguramente reflejaba eran los varios meses con unas cifras de empleo decentes, que hicieron aumentar temporalmente el optimismo respecto a la recuperación.
Pero daba igual. De una forma u otra, se generalizó la creencia de que el enemigo público número uno era el déficit, no el paro; una creencia generalizada que se veía tanto reflejada como reforzada por un cambio radical en la cobertura de la información, la cual se alejó del desempleo para centrarse en las preocupaciones respecto al déficit. En la práctica, la creación de empleo desapareció del programa.
Así que, aquí nos tienen, a mediados de 2011. ¿Cómo van las cosas?
Pues los vigilantes de los bonos siguen existiendo solo en la imaginación de los halcones del déficit. Los tipos de interés a largo plazo han oscilado dependiendo del optimismo o el pesimismo respecto a la economía; una avalancha reciente de malas noticias los ha hecho caer hasta el 3%, no muy lejos de sus mínimos históricos.
Y las noticias han sido verdaderamente malas. A medida que el estímulo se ha esfumado, también lo han hecho las esperanzas de una recuperación económica sólida. Sí, se ha creado algo de empleo, pero a un ritmo que a duras penas sigue el del crecimiento demográfico. El porcentaje de estadounidenses adultos con trabajo, que se hundió entre 2007 y 2009, apenas ha variado desde entonces. Y las últimas cifras indican que hasta este pequeño e insuficiente crecimiento del empleo está renqueando. Así que, como decía, ya hemos repetido una variante del error de 1937, al retirar el apoyo fiscal demasiado pronto y perpetuar el paro elevado.
Pero pronto podrían suceder cosas peores. En el frente fiscal, los republicanos están exigiendo recortes inmediatos del gasto como la factura que hay que pagar por elevar el límite de la deuda y evitar una suspensión de pagos de EE UU. Si este chantaje tiene éxito, añadirá otra carga más a una economía ya débil.
Mientras tanto, muchos exigen al unísono que la Reserva Federal y sus homólogos extranjeros suban los tipos de interés para esquivar una supuesta amenaza inflacionista. Como señala el artículo de la Reserva Federal de Nueva York, el aumento de la inflación de los precios al consumo durante los últimos meses -que ya empieza a dar signos de remitir- era el reflejo de factores pasajeros, y la inflación subyacente sigue siendo baja. Y los economistas inteligentes, como Eggertsson, son conscientes de esto. Pero el Banco Central Europeo ya está subiendo los tipos, y a la Reserva Federal se la está presionando para que haga lo mismo. La posibilidad de hacer más esfuerzos para contribuir a que la economía crezca parece que ni se plantea.
De modo que todavía es posible que el error de 2010 vaya seguido de un error aún mayor. Sin embargo, aun cuando eso no suceda, el hecho es que la respuesta política a la crisis era y sigue siendo tremendamente insuficiente.
Quienes se niegan a aprender de la historia están condenados a repetirla; lo hicimos, y lo estamos haciendo. Lo que estamos experimentando puede que no sea una repetición exacta de la Gran Depresión, pero eso les sirve de poco consuelo a los millones de familias estadounidenses que sufren por una crisis que no ceja.
Profesor de economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.*
A principios de esta semana, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York publicaba una entrada de blog sobre el "error de 1937", la prematura desbandada fiscal y monetaria que malogró la recuperación económica en curso y prolongó la Gran Depresión. Como señala Gauti Eggertsson, el autor de la entrada (con quien he realizado investigaciones), las condiciones económicas actuales -aumento de la producción, subida de algunos precios, pero paro todavía muy elevado- se parecen mucho a las de 1936 y 1937. Así que ¿van a cometer el mismo error los responsables políticos actuales?
Eggertsson dice que no, que ahora los economistas saben más. Pero yo discrepo. De hecho, en algunos aspectos importantes, ya hemos repetido el error de 1937. Llamémoslo el error de 2010: un "giro" que nos ha alejado del problema del paro para pasar a otros, y cuya perversa obstinación han puesto de manifiesto los últimos datos económicos.
No cabe duda de que las cosas podrían ir peor y hay muchas posibilidades de que efectivamente empeoren.
En la época en que se aprobó el estímulo económico de Obama de 2009, algunos de nosotros advertimos de que era demasiado pequeño y de vida demasiado corta. Concretamente, los efectos del estímulo empezarían a desaparecer en 2010 y, dado que las crisis financieras suelen ir seguidas de depresiones económicas prolongadas, era improbable que por entonces la economía hubiese iniciado una recuperación sólida y autosuficiente.
A principios de 2010 ya era evidente que estas inquietudes estaban justificadas. Pero, de algún modo, surgió un consenso aplastante entre los responsables políticos y los expertos respecto a que no debía hacerse nada más para crear empleo y que, por el contrario, debía producirse un giro hacia la austeridad fiscal.
Este consenso se alimentaba de historias de miedo sobre una inminente pérdida de confianza del mercado en la deuda de EE UU. Cada pequeño repunte de los tipos de interés se interpretaba como un indicio de que los "vigilantes de los bonos" estaban atacando, y esta interpretación solía difundirse como un hecho, no como una hipótesis cuestionable.
Por ejemplo, en marzo de 2010, The Wall Street Journal publicaba un artículo, titulado Debt fears send rates up (El miedo a la deuda hace subir los tipos), en el que se informaba de que los tipos de interés a largo plazo de EE UU habían subido, y se afirmaba -sin ofrecer ninguna prueba- de que esta subida, hasta aproximadamente el 3,9%, era un reflejo de las inquietudes sobre el déficit presupuestario. En realidad, lo que seguramente reflejaba eran los varios meses con unas cifras de empleo decentes, que hicieron aumentar temporalmente el optimismo respecto a la recuperación.
Pero daba igual. De una forma u otra, se generalizó la creencia de que el enemigo público número uno era el déficit, no el paro; una creencia generalizada que se veía tanto reflejada como reforzada por un cambio radical en la cobertura de la información, la cual se alejó del desempleo para centrarse en las preocupaciones respecto al déficit. En la práctica, la creación de empleo desapareció del programa.
Así que, aquí nos tienen, a mediados de 2011. ¿Cómo van las cosas?
Pues los vigilantes de los bonos siguen existiendo solo en la imaginación de los halcones del déficit. Los tipos de interés a largo plazo han oscilado dependiendo del optimismo o el pesimismo respecto a la economía; una avalancha reciente de malas noticias los ha hecho caer hasta el 3%, no muy lejos de sus mínimos históricos.
Y las noticias han sido verdaderamente malas. A medida que el estímulo se ha esfumado, también lo han hecho las esperanzas de una recuperación económica sólida. Sí, se ha creado algo de empleo, pero a un ritmo que a duras penas sigue el del crecimiento demográfico. El porcentaje de estadounidenses adultos con trabajo, que se hundió entre 2007 y 2009, apenas ha variado desde entonces. Y las últimas cifras indican que hasta este pequeño e insuficiente crecimiento del empleo está renqueando. Así que, como decía, ya hemos repetido una variante del error de 1937, al retirar el apoyo fiscal demasiado pronto y perpetuar el paro elevado.
Pero pronto podrían suceder cosas peores. En el frente fiscal, los republicanos están exigiendo recortes inmediatos del gasto como la factura que hay que pagar por elevar el límite de la deuda y evitar una suspensión de pagos de EE UU. Si este chantaje tiene éxito, añadirá otra carga más a una economía ya débil.
Mientras tanto, muchos exigen al unísono que la Reserva Federal y sus homólogos extranjeros suban los tipos de interés para esquivar una supuesta amenaza inflacionista. Como señala el artículo de la Reserva Federal de Nueva York, el aumento de la inflación de los precios al consumo durante los últimos meses -que ya empieza a dar signos de remitir- era el reflejo de factores pasajeros, y la inflación subyacente sigue siendo baja. Y los economistas inteligentes, como Eggertsson, son conscientes de esto. Pero el Banco Central Europeo ya está subiendo los tipos, y a la Reserva Federal se la está presionando para que haga lo mismo. La posibilidad de hacer más esfuerzos para contribuir a que la economía crezca parece que ni se plantea.
De modo que todavía es posible que el error de 2010 vaya seguido de un error aún mayor. Sin embargo, aun cuando eso no suceda, el hecho es que la respuesta política a la crisis era y sigue siendo tremendamente insuficiente.
Quienes se niegan a aprender de la historia están condenados a repetirla; lo hicimos, y lo estamos haciendo. Lo que estamos experimentando puede que no sea una repetición exacta de la Gran Depresión, pero eso les sirve de poco consuelo a los millones de familias estadounidenses que sufren por una crisis que no ceja.
Profesor de economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.*
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