lunes, 6 de junio de 2011

El nuevo “camino a la servidumbre” de Europa


 Trichet amenaza a Grecia con el "talón de hierro


Por Michael Hudson *

Poco después de que el Partido Socialista ganara las elecciones nacionales de Grecia en otoño de 2009, se comenzó a ver que las finanzas del gobierno estaban en ruinas. En mayo de 2010, el presidente francés Nicolas Sarkozy tomó la iniciativa de recaudar 120.000 millones de euros entre algunos gobiernos europeos para subvencionar el sistema tributario no progresivo de Grecia que había llevado a su gobierno a endeudarse, lo que los bancos de Wall Street habían ayudado a ocultar con una contabilidad al estilo de Enron.
El sistema tributario operaba como un sifón que extraía ingresos para pagar a los bancos alemanes y franceses que compraban bonos del gobierno (con primas de riesgo cada vez mayores). Los banqueros ahora actúan para formalizar ese papel, una condición oficial para extender el plazo de los bonos griegos a medida que vencen y ampliar los vencimientos de las deudas financieras a corto plazo con las que opera Grecia actualmente. Los dueños de bonos van a obtener una lluvia de dinero si este plan tiene éxito. Moody’s redujo el índice de solvencia de Grecia al rango de bonos basura el 1 de junio (a Caa1, de B1, que ya era bastante bajo), calculando una probabilidad de 50/50 de falta de pago. Ese descenso de su categoría sirve para apretar aún más las tuercas al gobierno griego.
Hagan lo que hagan los funcionarios europeos, Moody’s señala que: “La creciente probabilidad de que los apoyos de Grecia (el FMI, el BCE y la Comisión de la UE, conocidos en conjunto como la “Troika”) requieran, en algún momento en el futuro, la participación de acreedores privados en una reestructuración de la deuda como condición previa para apoyar el financiamiento”.
La condicionalidad del nuevo paquete de préstamos “reformado” es que Grecia debe iniciar una guerra de clases: aumentando los impuestos, reduciendo sus gastos sociales –e incluso las pensiones del sector privado– y vendiendo terrenos públicos, sitios turísticos, islas, puertos, instalaciones de agua y alcantarillado. Esto aumentará el coste de la vida y de hacer negocios, erosionando la ya limitada competitividad de la nación. Los banqueros lo presentan, sentando cátedra moral, como un “rescate” de las finanzas griegas.
Los que realmente fueron rescatados hace un año, en mayo de 2010, fueron los bancos franceses que tenían bonos griegos por 31.000 millones de euros, los bancos alemanes con 23.000 millones y otros inversionistas extranjeros. El problema es cómo lograr que los griegos lo acepten. Los recién elegidos socialistas del primer ministro George Papandreou parecían capaces de lograr que su electorado participara siguiendo líneas similares a las que habían seguido los partidos socialdemócratas y laboristas neoliberales en toda Europa – privatizar la infraestructura básica y comprometer futuros ingresos para pagar a los banqueros.
Nunca había sido mejor la oportunidad para tirar de la cuerda financiera a fin de apoderarse de propiedades y apretar las tuercas fiscales. Los banqueros, por su parte, estaban ansiosos de otorgar préstamos para financiar la adquisición de juegos públicos, teléfonos, puertos, medios transporte y otras oportunidades monopolísticas similares. Para las clases más acaudaladas de la propia Grecia, el paquete de préstamos de la UE posibilitaría que el país se mantenga en la Eurozona el tiempo suficiente para sacar su dinero del país antes de que Grecia llegue al punto de verse obligada a reemplazar el euro por la dracma y la devalúe. Hasta que tenga lugar un cambio semejante a una moneda a la baja, Grecia debería seguir la política báltica e irlandesa de “devaluación interna”, es decir, deflación de los salarios y recortes en los gastos del gobierno (excepto en los pagos al sector financiero), reducción del empleo y, con ello, de los niveles de los salarios.
Lo que realmente se devalúa en los programas de austeridad o en la depreciación monetaria es el precio de la mano de obra. Es el principal coste interior, ya que existe un precio mundial común para combustibles y minerales, bienes de consumo, alimentos, e incluso los créditos. Si los salarios no pueden ser reducidos mediante la “devaluación interna” (desempleo comenzando por el sector público, lo que lleva a la caída de los salarios), la depreciación monetaria terminará por hacer lo necesario. Es cómo la guerra europea de los países acreedores contra los deudores se convierte en una guerra de clases. Pero para imponer una tal reforma neoliberal, se precisa presión extranjera a fin de soslayar los parlamentos nacionales, democráticamente elegidos. No se puede esperar que los votantes de todos los países sean tan pasivos en la acción contra sus propios intereses como los de Letonia e Irlanda.
La mayor parte de la población griega reconoció lo que ha estado ocurriendo mientras se desarrollaba este escenario durante el año pasado. “El propio Papandreou ha admitido que no tuvimos ni voz ni voto en las medidas económicas que nos han impuesto”, dijo Manolis Glezos desde la izquierda. “Fueron decididas por la UE y el FMI. Ahora estamos bajo supervisión extranjera y eso provoca preguntas sobre nuestra independencia económica, militar y política.” Desde el ala derecha del espectro político, el dirigente conservador Antonis Samaras dijo el 27 de mayo mientras escalaban las negociaciones con la troika europea: “No estamos de acuerdo con una política que mata a la economía y destruye a la sociedad… Hay solo una salida para Grecia: la renegociación del acuerdo de rescate (de la UE y el FMI).”
Pero los acreedores de la UE subieron las apuestas: El rechazo del acuerdo, amenazaron, resultaría en un retiro de fondos que causaría el colapso bancario y la anarquía económica.
Los griegos se negaron a rendirse tranquilamente. Las huelgas se ampliaron de los sindicatos del sector público hasta convertirse en un movimiento de “No pagaré” a escala nacional, cuando los griegos se negaron a pagar los peajes en las carreteras y otros aranceles de acceso público. La policía y otros recaudadores no trataron de imponer los cobros. El emergente consenso populista impulsó al primer ministro de Luxemburgo, Jean-Claude Juncker, a hacer una amenaza similar a la que Gordon Brown, su homólogo británico, le había hecho a Islandia: Si Grecia no se inclina ante los ministros europeos de finanzas, bloquearán la entrega de la parte programada para junio del paquete de préstamo del FMI. Eso impediría que el gobierno pagara a los banqueros extranjeros y a los fondos buitre que han estado comprando deuda griega con descuentos cada vez mayores.
Para muchos griegos, los ministros de finanzas amenazan con perjudicarse a sí mismos. Si no hay dinero para pagar, los dueños extranjeros de bonos sufrirán – siempre que Grecia dé prioridad a su propia economía. Pero es un “si” enorme”. El primer ministro socialista, Papandreou, emuló al socialdemócrata islandés Sigurdardottir al instar a un “consenso” para obedecer a los ministros de finanzas de la UE. “Los partidos de oposición rechazan su último paquete de austeridad sobre la base de que apretarse el cinturón a cambio de un rescate de 110.000 millones de euros que asfixia a la economía”.
Lo que se discute aquí es si Grecia, Irlanda, España, Portugal y el resto de Europa darán marcha atrás en la reforma democrática y avanzarán hacia la oligarquía financiera. El objetivo financiero es pasar por alto al parlamento pidiendo un “consenso” a fin de poder dar preferencia a los acreedores extranjeros antes que la economía en general. Se está pidiendo a los parlamentos que renuncien a su poder de tomar decisiones políticas. La definición misma del “libre mercado” se ha convertido ahora en planificación centralizada – en manos de los banqueros centrales. Es el nuevo camino a la servidumbre al que llevan los “mercados libres” financializados: mercados libres para que los privatizadores cobren precios monopolísticos por servicios básicoscon precios “libres” de regulación, “libres” de regulación antimonopolista, “libres” de límites al crédito para proteger a los deudores y, sobre todo, libres de la interferencia de parlamentos elegidos. Dicen que la servidumbre que obliga a arrancar del dominio público los monopolios naturales en el transporte, las comunicaciones, las loterías y la propia tierra es una alternativa, no que es el camino a la esclavitud por la deuda y a un neofeudalismo financializado que amenaza con ser la nueva realidad del futuro. Ésa es la filosofía económica patas arriba de nuestros días.
La concentración del poder financiero en manos no democráticas es inherente a cómo se logró poner la planificación centralizada de Europa en manos financieras. El Banco Central Europeo no depende de un gobierno elegido que pueda cobrar impuestos. La constitución de la UE impide que el BCE rescate a gobiernos. Por cierto, los Artículos de Acuerdo del FMI también bloquean la posibilidad de que el BCE otorgue apoyo fiscal interior para déficits presupuestarios. “Un Estado miembro puede obtener créditos del FMI solo bajo la condición de que ‘necesite adquirir debido a su balanza de pagos o por la situación de sus reservas o tendencias en sus reservas’”. Evidentemente, a Grecia, Irlanda y Portugal no les faltan reservas en divisas extranjeras… El FMI está prestando por problemas presupuestarios, cuando eso no es lo que se supone que tiene que hacer. El Banco Central de Alemania lo dejó bien claro en su informe mensual de marzo de 2010: “Cualquier contribución financiera del FMI para resolver problemas que no impliquen una necesidad de divisas extranjeras –como el financiamiento directo de déficits presupuestarios– sería incompatible con su mandato monetario.” “El jefe del FMI, Dominique Strauss-Kahn, y su economista jefe, Olivier Blanchard, llevan al FMI a territorio prohibido, y no hay ningún tribunal que pueda detenerlos.” (Roland Vaubel, “Europe’s Bailout Politics,” The International Economy, Primavera de 2011, p. 40.)
La moraleja es que cuando tiene que ver con el rescate de banqueros se ignoran las reglas – a fin de servir la “justicia superior” de evitar que los bancos y sus contrapartes en las altas finanzas sufran pérdidas. Mientras tanto, vemos el enorme contraste cuando si lo comparamos con la política del FMI hacia los trabajadores y los “contribuyentes”. La guerra de clases vuelve a funcionar –con más virulencia aun– y esta vez los banqueros son los vencedores.
La Comunidad Económica Europea (CEE) que precedió a la Unión Europea fue creada por una generación de dirigentes cuyo objetivo primordial era terminar con las guerras mutuamente destructivas que desgarraron a Europa durante mil años. El objetivo para muchos era terminar con el fenómeno de las naciones-Estado en sí, con la premisa de que son las naciones las que van a la guerra. La esperanza general era que la democracia económica se opondría al modo de pensar realista y aristocrático que buscaba la gloria mediante la conquista. En el fondo, la reforma económica debía acabar con el legado de pasadas conquistas feudales de territorios (de las áreas públicas en general) de las economías europeas. El objetivo era beneficiar a la población en general. Era el programa de reforma de la política económica clásica.
La integración europea comenzó con el comercio como el camino de la menor resistencia – la Comunidad del Carbón y del Acero propugnada por Robert Schuman en 1952, seguida por la Comunidad Económica Europea (CEE, el Mercado Común) en 1957. La integración de la unión aduanera y la Política Agrícola Común (PAC) culminaron en la integración financiera. Pero sin un verdadero Parlamento continental para escribir leyes, fijar impuestos, proteger las condiciones de trabajo de la fuerza laboral y a los consumidores, y controlar centros bancarios offshore, la planificación centralizada pasó por defecto a manos de los banqueros y las instituciones financieras. Es el resultado del reemplazo de las naciones-Estado por la planificación de los banqueros. Es cómo la política democrática es reemplazada por la oligarquía financiera.
Las finanzas son una forma de guerra. Como la conquista militar, su objetivo es lograr el control de la tierra y de la infraestructura pública, e imponer tributos. Esto conlleva que dicten leyes a sus súbditos y concentren la planificación social y económica en manos centralizadas. Es lo que ahora se hace utilizando medios financieras, sin el coste para el agresor de tener que formar un ejército. Pero las economías bajo ataque pueden ser devastadas con la misma intensidad por la austeridad económica como por el ataque militar cuando se llega a la contracción demográfica, a vidas más cortas, a la emigración y a la huída de capitales.
Este ataque está planeado por las naciones- Estado como tales, sino por una clase financiera cosmopolita. Las finanzas siempre han sido más cosmopolitas que nacionalistas – y siempre han tratado de imponer sus intereses y su poder legislativo sobre los de las democracias parlamentarias.
Como todo monopolio o interés creado, la estrategia financiera es la de bloquear el poder que tiene el gobierno para regularla o gravarla. Desde el punto de vista financiero, la función del gobierno es realzar y proteger el capital de las finanzas y “el milagro del interés compuesto”, que asegura la multiplicación exponencial de las fortunas, más rápido de lo que puede crecer la economía, hasta que merman la sustancia económica y hacen a la economía lo que los acreedores y rentistas depredadores le hicieron al Imperio Romano.
Esta dinámica financiera es lo que ahora amenaza con despedazar Europa. Pero la clase financiera ha conseguido suficiente poder como para volver las tornas ideológicas e insistir en que lo que amenaza la unidad europea son las poblaciones nacionales que actúan para resistir las exigencias cosmopolitas del capital financiero de imponer austeridad a los trabajadores. Deudas que ya son impagables deben ser puestas en el estado de cuentas público – sin una lucha militar, sobra decir. Por lo menos un derramamiento de sangre semejante es ahora cosa del pasado. Desde el punto de vista de las poblaciones irlandesa y griega (a las que tal vez se sumen pronto las de Portugal y España), se pretende que los gobiernos parlamentarios nacionales sean movilizados para imponer las condiciones de rendición nacional ante los planificadores financieros. Casi se puede decir que el ideal sea reducir a los parlamentos a regímenes de marionetas locales que sirvan a la clase financiera cosmopolita utilizando el apalancamiento de la deuda para repartir lo que queda del dominio público que solía ser llamado “el área común”. Propiamente dicho, entramos ahora a un mundo post medieval de cercos, un Movimiento de Cercamiento que, impulsado por la ley financiera que pasa sobre el derecho público y común, está bien dirigido contra el bien común.
Dentro de Europa, el poder financiero se concentra en Alemania, Francia y Holanda. Sus bancos son los que poseen la mayor parte de los bonos del gobierno griego, al que ahora se llama a que imponga austeridad, y de los bancos irlandeses, que ya han sido rescatados por los contribuyentes irlandeses.
El jueves 2 de junio de 2011, el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, aclaró el anteproyecto para establecer la oligarquía financiera por toda Europa. Apropiadamente, anunció su plan después de recibir el premio Carlomagno en Aachen, Alemania – expresando simbólicamente cómo Europa debe estar unida ,no sobre la base de la paz económica soñada por los arquitectos del Mercado Común en los años cincuenta, sino sobre la base de unos motivos oligárquicos diametralmente opuestos.
Al inicio de su discurso “Construyendo Europa, construyendo instituciones”, Trichet dio el merecido crédito al Consejo Europeo, dirigido por el señor Van Rompuy, por dar dirección e impulso desde el máximo nivel, y al Eurogrupo de ministros de finanzas dirigido por el señor Juncker. Juntos, formaron lo que la prensa popular llama la “troika” acreedora de Europa. El discurso del señor Trichet se refiere al “triálogo” entre el Parlamento, la Comisión y el Consejo”.

La tarea de Europa, explicó, es seguir a Erasmo al llevar a Europa más allá de su tradicional “concepto estricto de categoría de Estado independiente”. “El problema de la deuda exige nuevas “medidas de política monetaria – las llamamos decisiones ‘no estándar’, estrictamente separadas de las decisiones ‘estándar’, y que apuntan a restaurar una mejor transmisión de nuestra política monetaria en estas condiciones anormales de mercado.” El problema en cuestión es convertir esas condiciones en una nueva normalidad – la de pagar deudas, y redefinir la solvencia para que refleje la capacidad de una nación para pagar vendiendo su dominio público.
“Los países que no se han ajustado a la letra o al espíritu de las reglas han sufrido dificultades”, señaló Trichet. “A través del contagio, esas dificultades han afectado a otros países en la Unión Monetaria Europea. El fortalecimiento de las reglas para impedir políticas defectuosas es, por lo tanto, una prioridad urgente.” Su uso del término “contagio” caracterizó a los gobiernos democráticos y a la protección de deudores como una enfermedad. Reminiscencias del discurso de los coroneles griegos que abrió la famosa película Z de 1969: Combatir al izquierdismo como si fuera una peste agrícola que debe ser exterminada con el pesticida ideológico apropiado. El señor Trichet adoptó la retórica de los coroneles. La tarea de los socialistas griegos es evidentemente hacer lo que los coroneles y sus sucesores conservadores no pudieron lograr: someter a los trabajadores o reformas económicas irreversibles.
“Actualmente hay soluciones que involucran ayuda financiera bajo condiciones estrictas, perfectamente en línea con la política del FMI. Soy consciente de que algunos observadores están preocupados por dónde lleva esto. La línea entre la solidaridad regional y la responsabilidad individual podría desdibujarse si no se cumple rigorosamente con la condicionalidad. A mi juicio, sería apropiado prever a medo plazo dos etapas en un país en dificultades. Esto necesitaría, naturalmente, un cambio del Tratado.
“Como una primera etapa, se justifica suministrar ayuda financiera en el contexto de un fuerte programa de ajuste. Es apropiado dar a los países una oportunidad de corregir la situación ellos mismos y restaurar la estabilidad.
“Al mismo tiempo, una ayuda semejante es de interés para el área euro en su conjunto, ya que impide que las crisis se extiendan de una manera que pueda causar daño a otros países.
“Es de primordial importancia que haya un ajuste; que países –gobiernos y oposición– se unan en el esfuerzo; y que los países que contribuyen supervisen con mucho cuidado la implementación del programa.
“Pero si un país todavía no cumple, pienso que todos estarán de acuerdo en que la segunda etapa tiene que ser diferente. ¿Sería ir demasiado lejos si concibiéramos, en esta segunda etapa, otorgar a las autoridades del área del euro una influencia mucho más profunda y autoritativa en la formación de las políticas económicas del país si éstas se extravían de un modo dañino? ¿Una influencia directa, que exceda de lejos la vigilancia reforzada que se prevé actualmente? … (el énfasis es mío)
El presidente del BCE presentó a continuación la premisa política clave de su programa de reforma (si no es una travestía utilizar el término “reforma” para la actual contra-Ilustración):
“Podemos ver ante nuestros ojos que ser miembro de la UE, y aún más de la UME, introduce un nuevo entendimiento del modo cómo se ejerce la soberanía. La interdependencia significa que los países no tienen de facto una autoridad interior total. Pueden sufrir crisis causadas enteramente por las políticas económicas defectuosas de otros.
“Con un nuevo concepto de una segunda etapa, cambiaríamos drásticamente la presente gobernabilidad basada en la dialéctica de la vigilancia, las recomendaciones y las sanciones. En el concepto actual, todas las decisiones permanecen en manos del país respectivo, incluso si las recomendaciones no son aplicadas, e incluso si esta actitud provoca grandes dificultades para otros países miembro. En el nuevo concepto, sería no solo posible, sino en algunos casos obligatorio, en una segunda etapa, que las autoridades europeas –es decir el Consejo sobre la base de una proposición de la Comisión, en relación con el BCE– tomen ellas mismas decisiones aplicables a la economía respectiva.
“Esto podría ser imaginado de una manera en la cual las autoridades europeas tengan el derecho a veto en algunas decisiones de política económica nacional. La jurisdicción podría incluir en particular algunos importantes aspectos de los gastos fiscales y los elementos esenciales para la competitividad del país…”
Cuando habla de “políticas económicas defectuosas”, el señor Trichet quiere decir "no pagar deudas" –rebajándolas a la capacidad de pagarlas sin perder el derecho a tierras y monopolios en el dominio público y negándose a reemplazar la democracia política y económica por el control de los banqueros. Poniendo el dedo en la llaga de la larga historia del idealismo europeo, representó falazmente su proposición de golpe de Estado financiero como si fuera en el espíritu de Jean Monnet, Robert Schuman y otros liberales que promovieron la integración europea en la esperanza de crear un mundo más pacífico – que fuera más próspero y productivo, no basado en la liquidación de activos financieros.
“Jean Monnet escribió en sus memorias hace 35 años: “Nadie puede decir hoy cuál será el marco institucional de la Europa de mañana porque los cambios del futuro, que serán fomentados por los cambios de la actualidad, son impredecibles.
“En esta Unión de mañana, o de pasado mañana, ¿sería demasiado atrevido, en el campo económico, con un solo mercado, una sola moneda y un solo banco central, imaginar un ministerio de finanzas de la Unión? No necesariamente un ministerio de finanzas que administre un gran presupuesto federal. Pero un ministerio de finanzas que ejerza responsabilidades directas en por lo menos tres terrenos: primero, la supervisión de políticas fiscales y de políticas de competitividad, así como las responsabilidades directas mencionadas anteriormente respecto a países en una ‘segunda etapa’ dentro del área del euro; segundo, todas las responsabilidades típicas de los poderes ejecutivos respecto al sector financiero integrado de la unión, a fin de acompañar la integración total de los servicios financieros; y tercero, la representación de la confederación de la unión en las instituciones financieras internacionales.
“Husserl concluyó su conferencia de modo visionario: “La crisis existencial de Europa solo puede terminar de una de dos maneras: en su desaparición (…) cayendo en un odio del espíritu y en la barbarie; o en su renacimiento del espíritu de la filosofía, mediante un heroísmo de la razón (…).”
Como señaló mi amigo Marshall Auerback en respuesta a ese discurso, su mensaje es suficientemente familiar como descripción de lo que está sucediendo en EE.UU.: “Es la respuesta republicana en Michigan. Apropiarse de las ciudades en crisis dirigidas por minorías desfavorecidas, sacar del poder a sus gobiernos democráticamente elegidos, y utilizar facultades extraordinarias para imponer la austeridad.” En otras palabras, no habrá sitio para una entidad como la propugnada por Elizabeth Warren en la UE. No es el tipo de integración idealista a la que apuntan Trichet y el BCE. Lleva a lo que dicen en los créditos finales que aparecen en la pantalla en la película Z: Las cosas prohibidas por la junta incluyen: “movimientos por la paz, huelgas, sindicatos, hombres con cabellos largos, los Beatles, otra música moderna y popular, Sófocles, León Tolstói, Esquilo, escribir que Sócrates era homosexual, Eugène Ionesco, Jean-Paul Sartre, Anton Chekhov, Harold Pinter, Edward Albee, Mark Twain, Samuel Beckett, el colegio de abogados, la sociología, las enciclopedias internacionales, la prensa libre, y las nuevas matemáticas. También se prohíbe la letra Z, que fue utilizada como recuerdo simbólico de que Grigoris Lambrakis y, por extensión, el espíritu de resistencia, siguen con vida. (zi= ‘él (Lambrakis) vive’).”
Como resumió acertadamente el Wall Street Journal, el impulso político del discurso del señor Trichet fue que: “si un país rescatado no cumple con su programa de ajuste financiero, se requeriría una ‘segunda etapa’, que posiblemente podría involucrar ‘otorgar a las autoridades del área euro una participación más profunda y autoritativa en la formación de las políticas económicas del país…’” Las autoridades de la Eurozona –específicamente, sus instituciones financieras, no instituciones democráticas que apuntan a proteger a la fuerza laboral y a los consumidores, a aumentar los niveles de vida, etc.– “podrían tener ‘derecho a veto en algunas de las decisiones nacionales de política económica’ bajo un régimen semejante. En particular, el veto se podría aplicar a “ítems importantes de gastos fiscales y elementos esenciales para la competitividad del país.’”
Parafraseando la lúgubre pregunta del señor Trichet: “En esta unión de mañana… ¿Sería demasiado en el campo económico… imaginar un ministerio de finanzas de la unión?” el artículo señaló que “Un ministerio semejante no tendría necesariamente un gran presupuesto federal pero estaría involucrado en la supervisión y en la emisión de vetos, y representaría al bloque monetario en las instituciones financieras internacionales.”
Mi propio recuerdo es que el idealismo socialista después de la Segunda Guerra Mundial estaba cansado del mundo al ver a las naciones-Estado como instrumentos para la guerra militar. Esa ideología pacifista llegó a eclipsar la ideología socialista original de fines del Siglo XIX, que buscaba la reforma de los gobiernos para sacar el poder legislativo, el poder tributario y la propiedad en sí de las manos de las clases que los habían poseído desde siempre, desde que las invasiones de Europa por los vikingos habían establecido el privilegio feudal, la propiedad absentista de la tierra y el control financiero de los monopolios comerciales, y cada vez más, el privilegio de creación de dinero por los bancos.
Pero de alguna manera, como comentó recientemente mi colega de UMKC, el profesor Bill Black, en el bloc de economía del UMKC: “Una de las grandes paradojas es que los gobiernos generalmente izquierdistas de la periferia hayan adoptado con tanto entusiasmo las panaceas económicas ultraderechistas del BCE – la austeridad como reacción apropiada a la gran recesión… El motivo por el cual partidos izquierdistas adoptaron el consejo de economistas ultraderechistas cuyos dogmas anti regulatorios causaron la crisis es uno de los grandes misterios de la vida. Sus políticas son autodestructivas para la economía y suicidas en lo político.”
Grecia e Irlanda se han convertido en la prueba determinante de economías que serán sacrificadas en un intento de pagar deudas que no pueden ser pagadas. Amenaza un interregno en el cual la falta de pago y a la austeridad permanente hará que se privaticen más y más terrenos y empresas del dominio público y se desvíen más y más ingresos de los consumidores para pagar la deuda y los impuestos a unos gobiernos que quieren pagar a los dueños de bonos, con más ingresos empresariales para pagar a los banqueros.
Si esto no es guerra, ¿qué lo será?

Ex economista de Wall Street, un distinguido profesor investigador de la Universidad de Missouri, en Kansas City, y autor de numerosos libros. *

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