Por Mohamed A. El-Erian *
Se ha aumentado más de setenta veces en los cincuenta últimos años, en la mayoría de los casos sin conmoción alguna. Se deberá aumentar este verano para que el Gobierno de los Estados Unidos pueda seguir pagando sus facturas a tiempo, pero ahora el límite máximo de la deuda de los Estados Unidos ha pasado a ser la causa de una intensa adopción de poses políticas y negociaciones a puerta cerrada y de resultados inciertos y, evidentemente, el desenlace tendrá consecuencias que superarán con mucho los límites de los EE.UU.
El Congreso, como parte que es del sistema americano de controles entre los diferentes poderes del Estado, no se limita a aprobar el presupuesto federal anual, sino que, además, pone un límite a la cantidad de deuda que se permite emitir al Tesoro. Más allá de dicho límite máximo, el Gobierno puede gastar sólo con cargo a los ingresos actuales.
El Secretario del Tesoro de los EE.UU., Timothy Geithner, informó recientemente a los miembros del Congreso de que el Gobierno se encontraría en esa situación el 2 de agosto, más o menos. Tras haber alcanzado oficialmente el límite máximo, el Tesoro está moviendo dinero de un lado para otro y recurriendo a diversas reservas de fondos no utilizados para pagar sus deudas. Dentro de unas semanas, esa “flexibilidad” se habrá agotado. Como ahora el Gobierno de los EE.UU. está tomando prestado el 40 por ciento de cada uno de los dólares que gasta, un límite máximo de deuda verdaderamente vinculante obligaría inmediatamente a reducir el gasto radicalmente y de forma desordenada.
Los políticos de todo el espectro político saben que semejante situación trastocaría una economía de los EE.UU. ya frágil, debilitaría gravemente el dólar e infundiría graves preocupaciones sobre la capacidad del país para cumplir con sus obligaciones en materia de servicio de la deuda, incluida la que tiene con muchos acreedores extranjeros a los que los EE.UU. necesitarán en el futuro. Sin embargo, en el polarizado ambiente actual de Washington, republicanos y demócratas no están dispuestos a llegar a una avenencia... o al menos no a hacerlo “demasiado pronto”.
Al mantenerse en sus trece, los republicanos desean obligar al gobierno del Presidente Barack Obama a hacer recortes de gasto en gran escala. Los demócratas responden que semejante actitud unilateral sería económicamente perjudicial y socialmente injusta. Entretanto, los dos bandos corren el riesgo de trastocar los pagos de transferencias (incluidas las de los jubilados) y la prestación de los servicios públicos, además de minar aún más la posición crediticia de los Estados Unidos en el mundo.
La esperanza abrumadora y sensata es la de que los dos partidos lleguen a una avenencia y aumenten el límite máximo de deuda antes de infligir graves trastornos económicos y financieros. El precedente más reciente fue el acuerdo bipartidario alcanzado en un momento anterior de este año sobre otra cuestión fiscal que amenazaba con alterar el funcionamiento normal del Gobierno: la falta de un presupuesto oficialmente aprobado para este año.
Una avenencia permitiría a los dos partidos declarar una victoria parcial, pues probablemente entrañaría compromisos de reducción del gasto y algunas medidas para volver socialmente más justa la fiscalidad, pero, como muchos acuerdos de última hora, tendría pocos alcances duraderos. En efecto, el sistema político volvería a dejarlo para más adelante, pues no se esperan avances reales en las necesarias reformas fiscales hasta después de las eleccciones presidenciales de noviembre de 2012.
Dos hipótesis son posibles sobre el momento en que habrá una avenencia provisional, según se trate de un proceso de una fase o de dos. La mayoría de los observadores esperan un proceso de una fase para el acuerdo bipartidario antes del 2 de agosto, pero los políticos pueden necesitar dos fases: una falta de acuerdo inicial y después un acuerdo rápido como reacción ante las consiguientes convulsiones de los mercados financieros. Entretanto, el Tesoro reasignaría temporalmente las prioridades en materia de desembolsos y aminoraría su ritmo.
Ese proceso en dos fases sería similar a lo ocurrido en 2008, cuando el Congreso tuvo que afrontar otra paralización al borde del abismo: la petición del gobierno de Bush de 700.000 millones de dólares para prevenir un hundimiento de los mercados financieros y una depresión económica. En un primer momento, el Congreso rechazó la medida, pero una espectacular bajada de 770 puntos en el mercado de valores centró a los políticos y los hizo volver a la mesa... y concertar al acuerdo.
Pero la hipótesis de dos fases entraña riesgos añadidos para la economía de los EE.UU. y para su posición en el sistema mundial y cuanto más tarden los políticos americanos en resolver la cuestión del límite máximo de deuda, mayor será el riesgo de un accidente fortuito.
Así pasamos a una tercera posibilidad, aún más desestabilizadora: una negociación más larga y más prolongada que ocasione mayores alteraciones en los pagos de las prestaciones gubernamentales, de otras obligaciones contractuales y de los servicios públicos. En ese caso, los acreedores se harían muchas más preguntas antes de incrementar sus ya considerables títulos de deuda oficial de los EE.UU., lo que provocaría contratiempos aún mayores a una economía que ya afronta una crisis de desempleo y un crecimiento desigual.
Las próximas semanas van a ofrecer mucho dramatismo político. La esperanza fundamental, aunque sujeta a riesgos, es la de que demócratas y republicanos encuentren una forma de evitar unas alteraciones que dañarían la frágil economía de los EE.UU., pero la avenencia no abordará sólidamente la necesidad de unas delicadas reformas fiscales a medio plazo.
Semejante parálisis política en relación con cuestiones económicas decisivas es cada vez más desestabilizadora para el sector privado americano y para los demás países que dependen de unos EE.UU. fuertes en el núcleo de la economía mundial. Eso explica por qué tantas empresas siguen atesorando fondos, en lugar de invertir en el interior, y por qué un número cada vez mayor de países quieren diversificar y abandonar gradualmente la dependencia del dólar como divisa de reserva y de los mercados financieros del los EE.UU. para la intermediación de sus ahorros obtenidos con mucho esfuerzo.
La economía mundial se basa permanentemente en el supuesto de unos Estados Unidos fuertes y los americanos se benefician de ello, pero cuanto más discutan sus políticos sobre el límite máximo de deuda, mayor será el riesgo de que acabe irreparablemente desacreditado.
Jefe ejecutivo y cojefe de inversiones de PIMCO, es autor de When Markets Collide (“Cuando los mercados chocan”). *
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