Por Mario Rapoport y Ricardo Lazzari *
Ayer fue el aniversario del nacimiento de dos de los pensadores más influyentes en la historia de la ciencia económica, Adam Smith y John Maynard Keynes. Muchos han hablado y escrito sobre ellos, pero pocos han realizado una comparación de sus vidas y de sus obras, y ésta es la ocasión para hacerlo en momentos en que el capitalismo, el sistema que uno propulsó y el otro intentó salvar, se debate en una profunda crisis. Nuestro objetivo es exponer a grandes rasgos algunas de sus coincidencias y diferencias, lo que nos permitirá comprender, también, los límites del sistema económico en el que vivimos.
1 Toda teoría económica debe ser enmarcada en su época y las ideas de ambos tuvieron que ver con la problemática que le correspondió vivir a cada uno. Las razones del éxito que los acompañó están vinculadas con sus aciertos en descifrar y entender las tendencias y fenómenos históricos predominantes. En el caso de Adam Smith, la emergencia de un modelo capitalista de desarrollo en la Europa del siglo XVIII, marcado por la Revolución Industrial en lo económico y por cambios políticos que destruyeron o restringieron los privilegios de las monarquías absolutas. En el de Keynes, la época de declinación y primera gran crisis del capitalismo, que no comenzó, como lo señala él mismo en sus Ensayos de Persuasión (1931), con la caída de la Bolsa de Wall Street en 1929, sino antes, en la primera posguerra, a través de síntomas que advirtió tempranamente, como el fin del patrón oro y los desequilibrios crecientes del sistema económico internacional. Una evolución histórica que coincide con su etapa de formación y desarrollo como economista.2 Ni el uno ni el otro fueron meramente economistas. Entendieron la ciencia económica como formando parte de saberes más amplios que permitían una comprensión de las sociedades de su tiempo y de la naturaleza de los individuos que las constituían. Adam Smith inició su carrera universitaria como titular de la cátedra de Lógica y Filosofía Moral en la Universidad de Glasgow, donde elaboró, progresivamente, sus teorías sobre el derecho, la moral y el Estado que se plasmaron en su obra Teoría de los sentimientos morales (1759) y en sus Lecturas sobre jurisprudencia. Su teoría económica se deriva de sus concepciones éticas donde el egoísmo domina la esfera económica mientras que el altruismo funda las bases de la vida social. En este sentido, no puede comprenderse su obra principal La riqueza de las naciones (1776) sino en relación con un corpus ideológico y filosófico en el cual se enmarcan sus aportes a la economía política. Keynes tenía también una formación filosófica y una visión amplia de la realidad de su época. No era adicto a los modelos econométricos que sólo podían aprehender aspectos limitados de la realidad y, aunque profesor en Cambridge y funcionario en distintos momentos de su vida, se caracterizaba a sí mismo, irónica o modestamente, como un “publicista”, un autor que escribe para el público en forma periódica con el objeto de difundir sus ideas. En todo caso, para Keynes, todo economista debía poseer una rara combinación de cualidades: ser a la vez matemático, historiador, hombre político y filósofo. Estudiar el presente a la luz del pasado y con perspectiva de futuro, sin dejar de lado ninguna de las instituciones creadas por el hombre.
3 Ambos concebían al capitalismo como un sistema. No obstante, para Smith era el estadio más elevado en la evolución económica. Keynes, en cambio, consideraba ese sistema como una fase en el desarrollo histórico de la humanidad, aunque por el momento la más conveniente. Adam Smith vio a la economía como un todo orgánico, natural, que a través del mercado tiende a un equilibrio. El hombre, al perseguir su propio interés individual buscando el máximo beneficio, trabaja necesariamente para hacer que el ingreso anual de una sociedad sea el máximo posible. Es llevado a ello por “una mano invisible” que “lo conduce a promover un fin que no estaba en sus intenciones”. En cambio Keynes dice, criticando al laissez faire, que “no es verdad que los individuos poseen, a título prescriptivo, una libertad natural en ejercicio de sus actividades económicas”. No existe –según él– ningún pacto que pueda conferir derechos perpetuos a los poseedores de bienes. A su vez, no es correcto deducir de los principios de la economía política que el mundo estaba gobernado por la Providencia, y que el interés personal obra siempre en favor del interés general.
4 Sus teorías intentaban modificar determinadas condiciones económicas y políticas. En La riqueza de las naciones se destaca la preocupación de Smith acerca de las políticas mercantilistas que afianzaban los monopolios coloniales. El libre cambio era una condición necesaria para el florecimiento de la competencia, los bajos precios y la expansión de los mercados. En consecuencia, la división del trabajo, principal motor del incremento de las fuerzas productivas, no encontraría trabas para su completa generalización y derivaría en una mayor riqueza de las naciones. Algunos de sus seguidores dedujeron de ello que las crisis serían imposibles dentro del sistema en la medida en que el poder de compra del mercado dependiera de la ampliación de la producción y de los ingresos que ésta generara. Por el contrario, Keynes demostró en su Teoría General (1936), y los años ’20 y ’30 le darían la razón, que al aumentar los ingresos puede no producirse un crecimiento similar del consumo, y aquella parte que se ahorra no necesariamente volcarse hacia la actividad productiva, directamente o a través del financiamiento. Esa insuficiencia en los niveles de consumo e inversión, que no cubren la oferta existente, trae graves consecuencias sobre el producto y el empleo y origina las crisis. De ese modo, como dice Joan Robinson, el economista inglés retoma el problema moral que la teoría del libre mercado había aparentemente abolido: su incapacidad para generar ocupación plena y la necesidad de que existan formas de regulación del sistema económico. Ante tal diagnóstico le competía al Estado lograr el pleno empleo: incrementando el gasto, reformando el sistema fiscal, mejorando la distribución del ingreso y regulando el comercio exterior.
5 Adam Smith no representa, sin embargo, completamente, la teoría ortodoxa actual que se impuso en los años del neoliberalismo. En su época, el libre cambio suponía la competencia de muchos capitalistas en respuesta al control monopólico del comercio por parte de ciertas corporaciones privadas y estatales. Hoy, en un mundo signado por compañías multinacionales de carácter oligopólico, el mismo principio implica el dominio de los mercados por parte de unas pocas empresas que determinan la producción y los precios, captando para sí la mayor parte del excedente generado por la acumulación de capital, tanto en la esfera propiamente económica como en la financiera. Por su parte, las políticas keynesianas tampoco significan que la intervención del Estado consista en el salvataje de aquellos mismos sectores, empresas y bancos que provocaron la actual crisis y el posterior ajuste de los ingresos de la mayor parte de la población. Está muy lejos del pensamiento de Keynes subvencionar al mercado financiero y rebajar salarios y jubilaciones.
6 Ni Smith ni Keynes merecen ser valorados por lo que no son, estemos o no de acuerdo con sus postulados. En cambio, valorarlos por lo que son va a ayudarnos a crear un pensamiento propio que responda a nuestras propias necesidades y circunstancias históricas.
Columnistas del diario Pagina/12 *
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