Por Paul Krugman *
Observar la evolución del debate económico en Washington durante estos dos últimos años ha sido una experiencia desalentadora. Mes tras mes, el discurso se ha vuelto más primitivo; con una velocidad pasmosa, se han olvidado las lecciones de la crisis económica de 2008, y las mismas ideas que nos condujeron a la crisis -la regulación siempre es mala, lo que es bueno para los banqueros es bueno para Estados Unidos, las reducciones de impuestos son el elixir universal- han recuperado su influencia.
Y ahora, la economía de la filtración -concretamente, la idea de que cualquier cosa que haga aumentar los beneficios empresariales es buena para la economía- vuelve a ponerse de moda.
Aparentemente parece algo extraño. Durante los dos últimos años, los beneficios se han disparado, mientras que el paro ha seguido siendo desastrosamente elevado. ¿Por qué iba a creerse nadie que entregar aún más dinero a las empresas, sin límites ni requisitos, conduciría a una creación de empleo más rápida?
Sin embargo, la teoría de la filtración está claramente en alza; y hasta algunos demócratas se la están creyendo. ¿A qué me refiero? Fíjense primero en los argumentos que blanden los republicanos para defender unas lagunas fiscales escandalosas. ¿Cómo puede alguien exigir unos recortes drásticos en Medicare y Medicaid y, al mismo tiempo, defender unos beneficios fiscales especiales que favorezcan a los gestores de fondos de cobertura y a los propietarios de aviones de empresa?
Pues esto es lo que un portavoz de Eric Cantor, el líder de la mayoría de la Cámara, le decía a Greg Sargent, de The Washington Post: "No se puede ayudar al asalariado gravando a quien paga el sueldo y da trabajo". Proseguía dando a entender, de forma poco sincera, que los beneficios fiscales en cuestión ayudan principalmente a las pequeñas empresas (en realidad, están destinados sobre todo a las grandes). Pero el argumento básico era que todo aquello que deje más dinero en manos de las empresas se traducirá en más empleo. Es decir, es pura filtración.
Y luego está el problema de la repatriación.
Se supone que las grandes empresas estadounidenses deben pagar impuestos sobre los beneficios de sus filiales extranjeras, pero solo cuando esos beneficios se vuelven a transferir a la empresa matriz. Ahora hay un plan -impulsado, por supuesto, por una gran campaña de presión- para ofrecer una amnistía en virtud de la cual las empresas podrían recuperar los fondos sin apenas pagar impuestos. Y hasta algunos demócratas están apoyando esta idea, afirmando que crearía empleo.
Como señalan quienes se oponen a este plan, ya conocemos esta historia: en 2004 se ofrecieron unas vacaciones fiscales similares, vendiéndolas con un argumento similar, y fue un completo fracaso. Efectivamente, las empresas aprovecharon la amnistía para volver a traerse un montón de dinero a Estados Unidos. Pero usaron ese dinero para pagar dividendos, reducir sus deudas, acaparar otras empresas y volver a comprar sus propias acciones; prácticamente de todo, salvo aumentar la inversión y crear empleo. De hecho, no hay pruebas de que las vacaciones fiscales de 2004 hiciesen nada por estimular la economía.
Sin embargo, lo que sí que hicieron las vacaciones fiscales fue brindar a las grandes empresas la oportunidad de evitar pagar impuestos, porque al final habrían repatriado gran parte del dinero que trajeron durante la amnistía y habrían pagado impuestos por él. Y también les dieron a estas empresas un incentivo para trasladar aún más puestos de trabajo al extranjero, puesto que ya sabían que tendrían bastantes posibilidades de traerse a casa los beneficios obtenidos fuera prácticamente sin pagar impuestos gracias a futuras amnistías.
No obstante, como ya he dicho, hay una campaña a favor de que se repita este desastroso comportamiento. Y esta vez, las circunstancias son todavía peores. Piensen en ello: ¿Cómo puede alguien imaginar que la falta de capital empresarial es lo que está frenando la recuperación en Estados Unidos ahora mismo? Después de todo, es un hecho de sobra conocido que las empresas ya han acumulado grandes cantidades de dinero que no están invirtiendo en sus propios negocios.
De hecho, ese capital ocioso se ha convertido en un argumento conservador de primer orden, ya que la derecha afirma que las empresas no son capaces de invertir debido a la incertidumbre política. Eso es falso casi con total seguridad: las pruebas apuntan claramente a que la verdadera razón por la que las empresas acumulan capital inactivo es la falta de demanda de los consumidores. En cualquier caso, si las empresas ya tienen gran cantidad de dinero que no están utilizando, ¿por qué el hecho de ofrecerles un beneficio fiscal que poder añadir a esta montaña de dinero iba a servir para acelerar la recuperación?
Está claro que no serviría de nada; las afirmaciones sobre que unas vacaciones fiscales empresariales crearían empleo, o que poner fin a los beneficios fiscales para los aviones de empresa destruiría empleo, no tienen sentido.
Esto es lo que deberían responderle a cualquiera que defienda los grandes favores a las corporaciones: la falta de capital empresarial no es el problema al que hace frente Estados Unidos. Las grandes empresas ya tienen el dinero que necesitan para expandirse; lo que falta es un motivo para expandirse, al estar los consumidores contra las cuerdas y el Gobierno recortando drásticamente el gasto.
Lo que necesita nuestra economía es que el Gobierno genere empleo directamente y que se aligere el peso de las deudas hipotecarias de los consumidores sometidos a presión. Lo que no necesita en absoluto es que se transfieran miles de millones de dólares a unas grandes empresas que no tienen intención de contratar a nadie salvo a más integrantes de los grupos de presión.
Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. *
Observar la evolución del debate económico en Washington durante estos dos últimos años ha sido una experiencia desalentadora. Mes tras mes, el discurso se ha vuelto más primitivo; con una velocidad pasmosa, se han olvidado las lecciones de la crisis económica de 2008, y las mismas ideas que nos condujeron a la crisis -la regulación siempre es mala, lo que es bueno para los banqueros es bueno para Estados Unidos, las reducciones de impuestos son el elixir universal- han recuperado su influencia.
Y ahora, la economía de la filtración -concretamente, la idea de que cualquier cosa que haga aumentar los beneficios empresariales es buena para la economía- vuelve a ponerse de moda.
Aparentemente parece algo extraño. Durante los dos últimos años, los beneficios se han disparado, mientras que el paro ha seguido siendo desastrosamente elevado. ¿Por qué iba a creerse nadie que entregar aún más dinero a las empresas, sin límites ni requisitos, conduciría a una creación de empleo más rápida?
Sin embargo, la teoría de la filtración está claramente en alza; y hasta algunos demócratas se la están creyendo. ¿A qué me refiero? Fíjense primero en los argumentos que blanden los republicanos para defender unas lagunas fiscales escandalosas. ¿Cómo puede alguien exigir unos recortes drásticos en Medicare y Medicaid y, al mismo tiempo, defender unos beneficios fiscales especiales que favorezcan a los gestores de fondos de cobertura y a los propietarios de aviones de empresa?
Pues esto es lo que un portavoz de Eric Cantor, el líder de la mayoría de la Cámara, le decía a Greg Sargent, de The Washington Post: "No se puede ayudar al asalariado gravando a quien paga el sueldo y da trabajo". Proseguía dando a entender, de forma poco sincera, que los beneficios fiscales en cuestión ayudan principalmente a las pequeñas empresas (en realidad, están destinados sobre todo a las grandes). Pero el argumento básico era que todo aquello que deje más dinero en manos de las empresas se traducirá en más empleo. Es decir, es pura filtración.
Y luego está el problema de la repatriación.
Se supone que las grandes empresas estadounidenses deben pagar impuestos sobre los beneficios de sus filiales extranjeras, pero solo cuando esos beneficios se vuelven a transferir a la empresa matriz. Ahora hay un plan -impulsado, por supuesto, por una gran campaña de presión- para ofrecer una amnistía en virtud de la cual las empresas podrían recuperar los fondos sin apenas pagar impuestos. Y hasta algunos demócratas están apoyando esta idea, afirmando que crearía empleo.
Como señalan quienes se oponen a este plan, ya conocemos esta historia: en 2004 se ofrecieron unas vacaciones fiscales similares, vendiéndolas con un argumento similar, y fue un completo fracaso. Efectivamente, las empresas aprovecharon la amnistía para volver a traerse un montón de dinero a Estados Unidos. Pero usaron ese dinero para pagar dividendos, reducir sus deudas, acaparar otras empresas y volver a comprar sus propias acciones; prácticamente de todo, salvo aumentar la inversión y crear empleo. De hecho, no hay pruebas de que las vacaciones fiscales de 2004 hiciesen nada por estimular la economía.
Sin embargo, lo que sí que hicieron las vacaciones fiscales fue brindar a las grandes empresas la oportunidad de evitar pagar impuestos, porque al final habrían repatriado gran parte del dinero que trajeron durante la amnistía y habrían pagado impuestos por él. Y también les dieron a estas empresas un incentivo para trasladar aún más puestos de trabajo al extranjero, puesto que ya sabían que tendrían bastantes posibilidades de traerse a casa los beneficios obtenidos fuera prácticamente sin pagar impuestos gracias a futuras amnistías.
No obstante, como ya he dicho, hay una campaña a favor de que se repita este desastroso comportamiento. Y esta vez, las circunstancias son todavía peores. Piensen en ello: ¿Cómo puede alguien imaginar que la falta de capital empresarial es lo que está frenando la recuperación en Estados Unidos ahora mismo? Después de todo, es un hecho de sobra conocido que las empresas ya han acumulado grandes cantidades de dinero que no están invirtiendo en sus propios negocios.
De hecho, ese capital ocioso se ha convertido en un argumento conservador de primer orden, ya que la derecha afirma que las empresas no son capaces de invertir debido a la incertidumbre política. Eso es falso casi con total seguridad: las pruebas apuntan claramente a que la verdadera razón por la que las empresas acumulan capital inactivo es la falta de demanda de los consumidores. En cualquier caso, si las empresas ya tienen gran cantidad de dinero que no están utilizando, ¿por qué el hecho de ofrecerles un beneficio fiscal que poder añadir a esta montaña de dinero iba a servir para acelerar la recuperación?
Está claro que no serviría de nada; las afirmaciones sobre que unas vacaciones fiscales empresariales crearían empleo, o que poner fin a los beneficios fiscales para los aviones de empresa destruiría empleo, no tienen sentido.
Esto es lo que deberían responderle a cualquiera que defienda los grandes favores a las corporaciones: la falta de capital empresarial no es el problema al que hace frente Estados Unidos. Las grandes empresas ya tienen el dinero que necesitan para expandirse; lo que falta es un motivo para expandirse, al estar los consumidores contra las cuerdas y el Gobierno recortando drásticamente el gasto.
Lo que necesita nuestra economía es que el Gobierno genere empleo directamente y que se aligere el peso de las deudas hipotecarias de los consumidores sometidos a presión. Lo que no necesita en absoluto es que se transfieran miles de millones de dólares a unas grandes empresas que no tienen intención de contratar a nadie salvo a más integrantes de los grupos de presión.
Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía de 2008. *
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