viernes, 8 de julio de 2011
No poner la carreta antes que los bueyes
Por Carlos Berzosa
Mientras que la crisis sigue causando destrozos en España leemos y oímos, a empresarios, Gobernador del Banco de España y al grupo de los cien, la cantinela de siempre, hay que proseguir con las reformas emprendidas y sobre todo con la reforma laboral. La reforma laboral que se hizo no ha dado resultados como era de esperar y ahora lo que se dice es que ha sido insuficiente.
¿Hasta dónde quieren llegar? Tal vez al siglo XIX y así se acabarán todos los problemas de que no se crea empleo porque resulta muy costoso contratar. La teoría neoclásica tendrá toda la vigencia porque el mercado laboral será lo suficientemente flexible para que la oferta de mano de obra realizada por parte de los trabajadores y la demanda efectuada por los empresarios se igualen y se establezcan las condiciones de pleno empleo. Cualquier desajuste que se produzca será corregido por el mercado y por un sistema de precios que posibilita que la oferta y la demanda coincidan.
Hace mucho tiempo, sin embargo, que sabemos que las cosas no funcionan así. En la crisis de los años treinta del siglo pasado estos presupuestos tan simples se vinieron abajo. Los neoclásicos seguían insistiendo en que no era la teoría la que fallaba, sino que se habían ido estableciendo condiciones laborales, principalmente por la actuación de los sindicatos, que hacían que el mercado laboral en lugar de ser flexible estaba sometido a rigideces, lo que impedía que hubiera suficiente flexibilidad para conseguir las condiciones de pleno empleo. En concreto, lo que fallaba es que los salarios monetarios fueran rígidos a la baja.
Keynes con un mayor grado de realismo trató de hacer unos planteamientos teóricos partiendo de un hecho que resultaba evidente y es que los salarios monetarios son rígidos a la baja, aunque no así los salarios reales. Trató de esta forma de adecuar la teoría al funcionamiento de la realidad y no al contrario que es lo que pretendían los autores neoclásicos. De este modo, Keynes, que tuvo que luchar contra las enseñanzas recibidas de los neoclásicos, fue capaz de ir derribando principios en los que se había educado y que se creían muy establecidos. Tuvo la suficiente valentía intelectual para derribar los supuestos básicos de un paradigma y poner los fundamentos que permitieron, a muchas generaciones de economistas, una nueva forma de entender la economía.
Otro tanto hizo Kalecki, que estableció una teoría de los precios y salarios muy interesante, y que se ajustaba a la forma en que funcionaba el sistema económico en los primeros decenios del siglo XX. Esto es, un capitalismo en el que no regían las condiciones de competencia perfecta, sino cada vez en mayor medida de monopolio. De manera, que la formación de los precios y salarios no dependía solamente ni principalmente de las condiciones de oferta y demanda, sino de los costes de producción y los márgenes de beneficio.
Para Keynes como para Kalecki, por citar a los dos autores que con mayor consistencia elaboraron una teoría diferente a la neoclásica, la crisis económica que se estaba viviendo y las grandes cifras de desempleo que se estaban padeciendo eran el resultado de una deficiente demanda efectiva. Tanto Keynes como Kalecki comprendieron que el mercado no generaba por sí mismo las condiciones de pleno empleo. Es más, consideraban que era muy difícil que lo lograra, lo que hacía necesario la intervención el estado en la economía para impulsar la demanda efectiva, que es lo que podría permitir que la economía alcanzara el pleno empleo.
Las condiciones económicas actuales son muy diferentes a las que había en los años treinta del siglo XX. Las rigideces de los mercados laborales de los diferentes países de los que pertenecen al mundo desarrollado son muy superiores a las que se daban entonces. No obstante, desde los años ochenta del siglo XX se está dando una creciente flexibilización del mercado laboral y se ha desregulado bastante sobre lo que fue el periodo que va de 1945 a 1973. Así que, salvando las distancias de tiempo y las diferencias en el funcionamiento del sistema económico actual frente al de aquellos años, muchos debates recuerdan a los que se produjeron entonces.
Insistir en que no se crea empleo porque se padece en la economía española un deficiente funcionamiento del mercado laboral, y resulta muy costoso para los empresarios contratar mano de obra nueva, es desde luego no entender nada de lo que está pasando. ¿Es que alguien en su sano juicio puede llegar a pensar que los empresarios van a contratar mano de obra por muy barata que esta sea si no tienen expectativas de vender más en el mercado? Desde luego que no. Mientras que la demanda se encuentre deprimida, los empresarios no invertirán y no crearán empleo.
Por otro lado, hay que señalar que habida cuenta de la existencia de un gran dualismo en el mercado laboral no resulta costoso para los empresarios contratar mano de obra nueva, que es muy barata debido a las sucesivas reformas que se han hecho en este mercado. A su vez también habría que preguntarse por qué en los momentos anteriores a la crisis se creó tanto empleo con un mercado laboral que según dicen es tan defectuoso al ser tan rígido. La evolución del paro en la economía española está muy vinculada a la evolución del ciclo económico.
Por tanto, lo que hay que resolver es cómo se estimula la demanda efectiva para salir de la crisis y volver a crear empleo. El camino no es facilitar a las empresas el despido, aunque obtengan beneficios, ni bajar los salarios sistemáticamente, ni reducir drásticamente el déficit público. Todo ello conduce a una disminución de la demanda de las economías familiares y de las empresas con lo que se agudiza el círculo vicioso de la crisis. La incertidumbre que existe provoca a su vez que aumente el ahorro sobre el consumo con lo que la situación para las empresas empeora en sus expectativas de ventas.
En definitiva, la situación no es sencilla porque en periodos de crisis hay que tomar medidas de austeridad, pero esto tiene que venir acompañado de mayores impuestos para los ricos, lucha decidida contra el fraude fiscal, y reducir determinados gastos, como por ejemplo lo que supone la presencia de las tropas en Afganistán. Más y mejores impuestos, y menos fraude y corrupción, deberán convertirse en algunas de las propuestas progresistas, así como un mejor uso del gasto público que tiene que tener como prioridad el destino para fines sociales, educativos y de investigación
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