Por Sam Pizzagetti *
Transcurrida ya una década del siglo XXI en unos Estados Unidos sorprendentemente poco igualitarios, los historiadores han redescubierto a un héroe de la Guerra Revolucionaria largo tiempo olvidado, que sacudió las almas de los hombres con una notable visión igualitaria y de largo alcance.
Una crítica de Alfred Young, Ray Raphael, y Gary Nash, editores, Fundadores Revolucionarios: Rebeldes, Radicales y Reformistas en la Formación de una Nación. Knopf, 452 pp.
George Washington. John Adams. Thomas Jefferson. Robert Coram. ¿Quién? Seguro que nunca han oído hablar de Robert Coram, aunque Hollywood podría hacer una buena película épico-patriótica sobre su vida real de héroe de la Guerra de la Revolución. Sus aventuras sencillamente piden a gritos un multicine.
Imaginemos a Leonardo de Caprio como protagonista: en 1778, con solamente 17 años y rebosando de ardor revolucionario, el joven Robert Coram emprende una misión patriótica para ir a Francia a comprar buques de guerra. Una vez en París, Coram localiza a Benjamin Franklin y falsifica una carta de recomendación para el gran comandante naval de la Guerra de la Revolución, John Paul Jones.
El adolescente Coram está enseguida navegando con Jones y batallando valientemente a su lado, como oficial, en uno de los encuentros navales más sangrientos de la Revolución.
Luego hubo más aventuras, a finales del 1782, en que los británicos cogieron a Coram en aguas de New Jersey y le arrojaron a un barco-prisión inmundo del que pocos de sus compatriotas escaparon vivos. Pero Coram sobrevive y finalmente obtiene su libertad en el armisticio de 1783 que reconoce la independencia de su nación.
Este es Robert Coram, el héroe de la Guerra de la Revolución que habría dejado boquiabierto a Hollywood. Pero los demás, sugiere el historiador Seth Cotlar en el mejor libro de este año sobre la Revolución americana, preferimos adoptar una visión más amplia.
En realidad, Robert Coram, continua explicando Cotlar, hizo su mayor contribución patriótica después de la Revolución. En cierto sentido, Coram nunca cesó de luchar – puesto que para él la igualdad era absolutamente esencial para la democracia.
Además, los norteamericanos necesitaban continuar luchando, argumentan Seth Cotler y sus colegas historiadores en su nuevo Fundadores Revolucionarios: Rebeldes, Radicales y Reformistas en la Formación de una Nación, porque, “con pocas excepciones”, los hombres poseedores de propiedades que dirigieron su nueva nación no creían que “todos los hombres” fueran realmente iguales.
Robert Coram, como muchos de sus compañeros veteranos de guerra, creía en la igualdad en todas sus dimensiones, política, social y económica. Coram, explica el historiador Cotlar, “quería vivir en una sociedad próspera, pero consideraba inútil la propiedad, incluso inmoral si no se compartía ampliamente”.
Un mundo donde “unos pocos alcanzaban una espléndida riqueza y confort mientras la mayoría vivía perpetuamente al borde de la ruina económica” le parecía a Robert Coram una clara “repudiación de la Revolución”.
Coram sabía mejor que nadie cuan desigualmente podía ser compartida la abundancia del mundo. Había visto los palacios así como las casas de los pobres del Viejo Mundo. Había visto esclavos en el Nuevo Mundo “golpeados y colgados de las manos” mientras los patronos “derramaban sus mal adquiridas fortunas en nuevos y suntuosos teatros”.
Un mundo donde “unos pocos alcanzaban una espléndida riqueza y confort mientras la mayoría vivía perpetuamente al borde de la ruina económica” le parecía a Coram, señala Fundadores Revolucionarios, una clara “repudiación de la Revolución”.
En 1791, Coram se alzó contra esta desigualdad con su arma más potente: su pluma. Cuando era todavía un joven de 30 años y trabajaba como maestro de escuela en Delaware, Coram publicó un sorprendente panfleto de 107 páginas “abogando por la causa de la humanidad”, una humanidad a la que veía en todas partes muriéndose de hambre “en medio de una abundancia universal”.
En la nueva América, relataba Coram, “los ricos y dignos mortales se pasean por las calles con todos los ornatos y artificios de la realeza, mientras que las clases bajas no están ni la mitad de bien alimentadas que los caballos de los primeros”.
Los que viven confortablemente, señalaba Coram, consideran esta desigualdad perfectamente “natural”. Pero ¿cómo podría la desigualdad ser “natural”, se preguntaba el héroe de guerra convertido en maestro, cuando algunas sociedades de los Estados Unidos –sociedades americanas nativas- habían funcionado bien desde hacia mucho tiempo sobre bases mucho más igualitarias?
El panfleto de Coram citaba como evidencia los reportajes de los más juiciosos observadores contemporáneos de la vida nativa americana. Los indios, señalaba uno de ellos, viven “ajenos a cualquier noción de propiedad”. Su “igualdad de condición, costumbres y privilegios” alienta un “espíritu patriótico” que estimula el “bien común”.
Estos indios atribuían las “malas conductas” que veían en los colonos europeos, la traición y el saqueo, a la riqueza y su mala distribución: “Consideran irracional que un hombre posea una cantidad mayor que otro y están asombrados de que los honores se vinculen a su posesión”.
“En la comparación entre el hombre civilizado y el salvaje”, según Coram, “el contraste más chocante es la división de la propiedad. Para uno es la fuente de toda su felicidad; para el otro, la fuente de toda su miseria.”
La desigual “división de la propiedad” de EEUU, argumentaba Coram, no tiene nada de “natural” y se basó en la naturaleza para resaltar este punto ante los suyos.
“Puede haber diferencia entre el hijo de un noble y el de un plebeyo”, apuntaba Coram, “pero ¿no habrá también desigualdad entre el producto de semillas recogidas de la misma planta y sembradas en distintos suelos?”
Coram considera la educación libre, pública y universal –financiada a través de un impuesto sobre la riqueza patrimonial– el primer paso hacia la provisión de un “suelo” para todos los americanos y luchó a favor de la escuela pública en tanto que delegado electo en la convención constitucional de Delaware y más tarde como editor cuya obra sería reeditada a lo largo de toda la costa Este.
Coram llevó a cabo también otra noble batalla. Fue uno de los primeros abolicionistas de los EEUU en la lucha contra el esclavismo. Pero su lucha para la justicia se acabaría trágicamente pronto. Se puso enfermo y murió en 1796, tan solo a la mitad de la treintena.
El texto completo de la obra maestra de Coram, sus Investigaciones políticas, de 1791, aparece ahora online. Sus palabras tienen todavía la capacidad de inspirar, e incluso deleitar, en parte debido a que los apologistas de la desigualdad a los que combatió con tanta energía no han cambiado demasiado su música en los dos siglos transcurridos.
¿No es frustrante, por ejemplo, oír a alguien argumentar que los ricos son los mejores líderes electos porque a los ricos no se les puede comprar? Robert Coram tenía, en 1791, la respuesta perfecta, igualitaria y en pro de la riqueza compartida: “Se dice que los propietarios son las personas más apropiadas para representar a su país porque no tienen ninguna razón para traicionar a su país”, observó Coram. “Si la observación es justa, todos los hombres deberían ser propietarios, ninguno debería estar expuesto a traicionar a su país”.
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