Por Paul Krugman *
Los hechos de la crisis del techo de la deuda no son complicados. En la práctica, los republicanos han tomado a Estados Unidos como rehén, amenazando con minar la economía y perturbar la labor esencial del Gobierno a menos que obtengan concesiones políticas que nunca habrían sido capaces de aprobar mediante la legislación. Y de hecho, los demócratas -aunque habría estado justificado que rechazasen por completo esta extorsión- han hecho lo imposible por satisfacer estas exigencias republicanas. Como he dicho, no es complicado. Pero hay muchos en los medios de comunicación que, aparentemente, no son capaces de llegar a admitir esta simple realidad. Las noticias presentan a los dos partidos como igual de intransigentes; los expertos fantasean con algún tipo de levantamiento centrista, como si el problema fuese un exceso de partidismo por ambas partes.
Algunos de nosotros llevamos mucho tiempo quejándonos del culto al "equilibrio", la insistencia en retratar a ambos partidos como igual de equivocados e igual de culpables respecto a cualquier tema, independientemente de los hechos. Hace mucho, yo bromeaba con que si un partido declarase que la Tierra era plana, los titulares dirían: "Divergencia de opiniones sobre la forma del planeta". ¿Pero podría ese culto seguir imperando en una situación tan patente como la que ahora tenemos delante, en la que un partido está claramente haciendo chantaje mientras el otro regatea sobre el precio del rescate?
Resulta que la respuesta es que sí. Y esto no tiene gracia: el culto al equilibrio ha desempeñado una función importante a la hora de llevarnos al borde del desastre. Porque, si la información sobre discusiones políticas siempre parte de la base de que ambas partes son culpables, no se castiga el extremismo. Los votantes no le castigarán a uno por su atroz comportamiento si todo lo que escuchan es que ambas partes son culpables.
Permítanme ofrecerles un ejemplo de lo que estoy diciendo. Como es posible que sepan, el presidente Obama trató inicialmente de alcanzar un "gran pacto" con los republicanos sobre los impuestos y el gasto. Para ello, no solo decidió no darle demasiada importancia a la extorsión del Partido Republicano, sino que ofreció unas concesiones extraordinarias para lo que son las prioridades demócratas: un aumento de la edad necesaria para poder acogerse a Medicare, unos drásticos recortes del gasto y tan solo pequeñas subidas de los ingresos. Como señalaba Nate Silver, de The Times, Obama defendía en la práctica una posición que no solo estaba muy a la derecha de las preferencias del votante medio, sino que estaba incluso un poco a la derecha de las preferencias del votante republicano medio.
Pero los republicanos rechazaron el trato. ¿Y cuál fue el titular de un análisis de Associated Press sobre esa ruptura de las negociaciones? "Obama y los republicanos, atrapados por una retórica inflexible". A un presidente demócrata que se esfuerza tanto por adaptarse a la otra parte -o, si lo prefieren, que se inclina tanto hacia la derecha que corre el peligro de caerse- se le trata como si fuese exactamente igual que sus absolutamente intransigentes oponentes. ¡Equilibrio!
Lo cual me lleva a esas fantasías "centristas". Muchos expertos consideran que el hecho de situarse en medio del espectro político es una virtud en sí mismo. Yo no. La sabiduría no se encuentra necesariamente en el punto medio y yo quiero que los dirigentes hagan lo correcto, no lo que sea centrista.
Pero para aquellos que insisten en que el centro siempre es el lugar en el que hay que estar, tengo una información importante: ya tenemos un presidente centrista. De hecho, Bruce Bartlett, que trabajó como analista político en el Gobierno de Reagan, sostiene que Obama es, en la práctica, un conservador moderado.
Bartlett tiene razón. El presidente, como hemos visto, estaba dispuesto a por alcanzar un pacto presupuestario que favorecía claramente las prioridades conservadoras, e incluso ansioso por conseguirlo. Su reforma sanitaria era muy similar a la reforma que Mitt Romney llevó a cabo en Massachusetts. Romneycare, a su vez, seguía fielmente las directrices de un plan propuesto originalmente por la derechista Fundación Heritage. Y devolver los tipos impositivos de los estadounidenses con ingresos elevados al nivel que tenían durante los locos años noventa difícilmente puede considerarse una propuesta socialista.
Es cierto que los republicanos insisten en que Obama es un izquierdista que pretende que el Gobierno se haga con el control de la economía, pero ellos lo harían, ¿o no? Los hechos, si alguien decidiese informar sobre ellos, dirían otra cosa.
¿Y qué hay del rumor sobre un levantamiento centrista? Tal como yo lo veo, proviene de personas que admiten la naturaleza disfuncional de la política estadounidense moderna, pero que se niegan, por la razón que sea, a reconocer el papel unilateral que interpretan los extremistas republicanos a la hora de hacer disfuncional nuestro sistema. Y no es difícil adivinar cuál es su motivación. Después de todo, señalar la verdad evidente hace que a uno lo etiqueten de partidista estridente, no solo desde la derecha, sino desde las filas de los autoproclamados centristas.
Pero hacer llamamientos vagos al centrismo, como escribir crónicas que siempre culpan por igual a ambos partidos, es escurrir el bulto descaradamente; una forma de escurrir el bulto que solo fomenta más malos comportamientos. El problema que tiene ahora mismo la política estadounidense es el extremismo republicano y, si uno no está dispuesto a decirlo, está contribuyendo a empeorar el problema.
Profesor en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.*
Los hechos de la crisis del techo de la deuda no son complicados. En la práctica, los republicanos han tomado a Estados Unidos como rehén, amenazando con minar la economía y perturbar la labor esencial del Gobierno a menos que obtengan concesiones políticas que nunca habrían sido capaces de aprobar mediante la legislación. Y de hecho, los demócratas -aunque habría estado justificado que rechazasen por completo esta extorsión- han hecho lo imposible por satisfacer estas exigencias republicanas. Como he dicho, no es complicado. Pero hay muchos en los medios de comunicación que, aparentemente, no son capaces de llegar a admitir esta simple realidad. Las noticias presentan a los dos partidos como igual de intransigentes; los expertos fantasean con algún tipo de levantamiento centrista, como si el problema fuese un exceso de partidismo por ambas partes.
Algunos de nosotros llevamos mucho tiempo quejándonos del culto al "equilibrio", la insistencia en retratar a ambos partidos como igual de equivocados e igual de culpables respecto a cualquier tema, independientemente de los hechos. Hace mucho, yo bromeaba con que si un partido declarase que la Tierra era plana, los titulares dirían: "Divergencia de opiniones sobre la forma del planeta". ¿Pero podría ese culto seguir imperando en una situación tan patente como la que ahora tenemos delante, en la que un partido está claramente haciendo chantaje mientras el otro regatea sobre el precio del rescate?
Resulta que la respuesta es que sí. Y esto no tiene gracia: el culto al equilibrio ha desempeñado una función importante a la hora de llevarnos al borde del desastre. Porque, si la información sobre discusiones políticas siempre parte de la base de que ambas partes son culpables, no se castiga el extremismo. Los votantes no le castigarán a uno por su atroz comportamiento si todo lo que escuchan es que ambas partes son culpables.
Permítanme ofrecerles un ejemplo de lo que estoy diciendo. Como es posible que sepan, el presidente Obama trató inicialmente de alcanzar un "gran pacto" con los republicanos sobre los impuestos y el gasto. Para ello, no solo decidió no darle demasiada importancia a la extorsión del Partido Republicano, sino que ofreció unas concesiones extraordinarias para lo que son las prioridades demócratas: un aumento de la edad necesaria para poder acogerse a Medicare, unos drásticos recortes del gasto y tan solo pequeñas subidas de los ingresos. Como señalaba Nate Silver, de The Times, Obama defendía en la práctica una posición que no solo estaba muy a la derecha de las preferencias del votante medio, sino que estaba incluso un poco a la derecha de las preferencias del votante republicano medio.
Pero los republicanos rechazaron el trato. ¿Y cuál fue el titular de un análisis de Associated Press sobre esa ruptura de las negociaciones? "Obama y los republicanos, atrapados por una retórica inflexible". A un presidente demócrata que se esfuerza tanto por adaptarse a la otra parte -o, si lo prefieren, que se inclina tanto hacia la derecha que corre el peligro de caerse- se le trata como si fuese exactamente igual que sus absolutamente intransigentes oponentes. ¡Equilibrio!
Lo cual me lleva a esas fantasías "centristas". Muchos expertos consideran que el hecho de situarse en medio del espectro político es una virtud en sí mismo. Yo no. La sabiduría no se encuentra necesariamente en el punto medio y yo quiero que los dirigentes hagan lo correcto, no lo que sea centrista.
Pero para aquellos que insisten en que el centro siempre es el lugar en el que hay que estar, tengo una información importante: ya tenemos un presidente centrista. De hecho, Bruce Bartlett, que trabajó como analista político en el Gobierno de Reagan, sostiene que Obama es, en la práctica, un conservador moderado.
Bartlett tiene razón. El presidente, como hemos visto, estaba dispuesto a por alcanzar un pacto presupuestario que favorecía claramente las prioridades conservadoras, e incluso ansioso por conseguirlo. Su reforma sanitaria era muy similar a la reforma que Mitt Romney llevó a cabo en Massachusetts. Romneycare, a su vez, seguía fielmente las directrices de un plan propuesto originalmente por la derechista Fundación Heritage. Y devolver los tipos impositivos de los estadounidenses con ingresos elevados al nivel que tenían durante los locos años noventa difícilmente puede considerarse una propuesta socialista.
Es cierto que los republicanos insisten en que Obama es un izquierdista que pretende que el Gobierno se haga con el control de la economía, pero ellos lo harían, ¿o no? Los hechos, si alguien decidiese informar sobre ellos, dirían otra cosa.
¿Y qué hay del rumor sobre un levantamiento centrista? Tal como yo lo veo, proviene de personas que admiten la naturaleza disfuncional de la política estadounidense moderna, pero que se niegan, por la razón que sea, a reconocer el papel unilateral que interpretan los extremistas republicanos a la hora de hacer disfuncional nuestro sistema. Y no es difícil adivinar cuál es su motivación. Después de todo, señalar la verdad evidente hace que a uno lo etiqueten de partidista estridente, no solo desde la derecha, sino desde las filas de los autoproclamados centristas.
Pero hacer llamamientos vagos al centrismo, como escribir crónicas que siempre culpan por igual a ambos partidos, es escurrir el bulto descaradamente; una forma de escurrir el bulto que solo fomenta más malos comportamientos. El problema que tiene ahora mismo la política estadounidense es el extremismo republicano y, si uno no está dispuesto a decirlo, está contribuyendo a empeorar el problema.
Profesor en Princeton y premio Nobel de Economía de 2008.*
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