Por Michael Spence *
A medida que la economía estadounidense continúa chisporroteando tres años después de que erupcionó la crisis financiera global, algo va quedando en claro: los Estados Unidos no puede generar mayores tasas de crecimiento del PIB y del empleo sin que exista un cambio en la mezcla de los componentes de la economía domésticos y aquellos orientados a la exportación. Por encima de todo, esto requerirá de un cambio estructural y de mayor competitividad en un sector transable ampliado.
Durante más de una década antes de la crisis que comenzó en 2008, la economía de EE.UU. se alimentó (y alimentó a gran parte de la economía global) con consumo excesivo. El ahorro en el sector hogares disminuyó y se estabilizó en alrededor de cero, mientras que las tasas de interés bajas llevaron a un exceso de apalancamiento, a una burbuja de activos, y a un ilusorio aumento en la riqueza.
El gobierno, también, desahorró al funcionar con déficits. En general, la economía de EE.UU. gastó más de lo que generó en ingresos, teniendo un déficit en la balanza comercial (más precisamente un déficit en cuenta corriente), y se prestó la diferencia del extranjero. Tanto los patrones de gasto de los hogares como los del gobierno en cuanto a los ingresos eran insostenibles.
Con una demanda interna más que amplia, impulsada considerablemente por la expansión rápida del gobierno y de la atención médica para la salud, la economía de EE.UU. sostuvo crecimiento y empleo enfrentando grandes aumentos en la fuerza laboral (27 millones de nuevos trabajadores desde 1990), a pesar de que importantes vientos en contra fueron creados por nueva tecnología de la información que ahorra empleos. Dejando de lado la sostenibilidad financiera, el aspecto más preocupante del patrón fue el aspecto distributivo: un crecimiento muy bajo de salarios en el rango de ingresos medios.
Además, con el exceso de confianza en la demanda interna, la estructura de la economía de EE.UU. se desarrolló con un sesgo hacia el sector no transable (que es el sector donde se crearon todos los nuevos empleos) y con confianza insuficiente en la demanda externa y por lo tanto en las exportaciones. Esto llevó a movimientos de ingresos y precios que provocaron que el ámbito del sector transable se contraiga, a medida que los eslabones de las cadenas de suministros globales que tienen un menor valor añadido se trasladaron a economías emergentes.
La crisis financiera que comenzó en 2008 provocó un alto repentino a las modalidades insostenibles en el lado de la demanda. Los precios de los activos cayeron, las familias comenzaron un largo proceso de desapalancamiento, el ahorro aumentó, y el gobierno, ante la caída de los ingresos y el aumento de los gastos del seguro de desempleo, no conseguía cubrir la diferencia.
Pero este modelo, también, es claramente insostenible. El efecto neto es que la demanda interna se ha reducido dramáticamente, y la demanda total (interna y externa) es también demasiado baja. Como resultado, la economía de EE.UU. casi ha dejado de crecer, especialmente ahora que el gobierno federal (junto con los gobiernos estatales y locales) está frenando sus propios déficits presupuestarios.
Un gran déficit de la demanda interna obstaculiza el crecimiento y el empleo en el sector no transable, que es el sector donde la demanda es lo único que es relevante. Por el contrario, la parte del sector transable que responde a la demanda externa puede crecer junto con el crecimiento de las economías emergentes. Eso es útil, pero el sector transable, de la forma en la que actualmente está configurado, no es un motor para el empleo.
De hecho, la evolución estructural de la economía de EE.UU. durante las últimas dos décadas ha hecho que la demanda externa sea más inaccesible sino se amplia el alcance del sector transable. El exceso de demanda interna que sustentó esta evolución ya desapareció, de manera permanente. Cuando se complete el desapalancamiento en el sector hogares, el gasto interno puede recuperarse, pero la tasa de ahorro no volverá y no debería volver a cero.
El estímulo fiscal, en forma de esfuerzos de reducción de déficits mediante diferimientos, podría ayudar a ordenar la economía mientras que se lleven a cabo los ajustes estructurales y la expansión de la competitividad en el sector transable. Pero, por si solo, el estímulo fiscal no es la respuesta. Caso contrario, el déficit de la demanda doméstica se reafirmaría cuando el estímulo termine. El argumento a favor de un programa medido de reducción de déficit tiene el objetivo de ganar tiempo para llevar a cabo los cambios estructurales que expandirán la demanda externa accesible y llenarán el vacío en la demanda agregada.
¿Qué ajustes estructurales son necesarios y cómo se producirán? El ritmo y la eficacia de la adaptación estructural serán determinados no sólo por los incentivos para el sector privado y las fuerzas del mercado, sino también por la reforma del gobierno y la inversión.
Con altas tasas de desempleo en muchas partes del mercado de trabajo, la presión a la baja sobre los salarios agravará aún más la ya desigual distribución del ingreso. Los mercados de trabajo con el transcurso del tiempo se despejarán, pero esto sucederá de forma lenta y dolorosa, debido al vacío en capacidades y otros desajustes de corto plazo.
El gobierno no puede resolver el problema por sí solo, ni mucho menos hacer que el problema desaparezca de la noche a la mañana. Pero el gobierno puede tomar medidas que mejoren la productividad, los rendimientos de las inversiones, y las condiciones para la innovación, a través de lo cual se incremente el ritmo y se mejoren los resultados a largo plazo del ajuste estructural.
Para ser viables, las medidas de política deben incluir una reforma tributaria integral, un programa de reducción de déficit equilibrado; inversión en educación, mejora de capacidades, infraestructura, y tecnología; y una política energética plenamente desarrollada que prevea el aumento relativo de los precios de energía a medida que el crecimiento de los mercados emergentes haga crecer la economía global a tres veces su tamaño actual durante el próximo cuarto de siglo.
Para lograr el máximo impacto, la selección de algunas de estas inversiones deberá llevarse a cabo en colaboración con el sector privado (empresas y trabajadores). Al fin de cuentas, en ellos es donde más a menudo se encuentra conocimientos relevantes sobre las mejores oportunidades.
Por último, para intentar este nuevo equilibrio en la actual situación fiscal sin aumentar los impuestos (tal vez con medidas temporales diseñadas para superar el déficit de inversión acumulado) sería muy imprudente. Hacer esto causaría tanto que se impida el ritmo de la recuperación como que se disminuya la calidad del resultado final.
Premio Nobel de Economía, es profesor de Economía en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, miembro visitante distinguido del Consejo de Relaciones Exteriores, e investigador superior en el Instituto Hoover de la Universidad de Stanford. *
No hay comentarios.:
Publicar un comentario