miércoles, 28 de septiembre de 2011

La sangría


 Por Paul Krugman *


Antes, los médicos creían que drenando la sangre de un paciente podían purgar los humores malignos que se pensaba que causaban la enfermedad. En realidad, claro está, sus sangrías solo servían para debilitar más al paciente y hacerlo más propenso a sucumbir.
Afortunadamente, los facultativos ya no creen que sangrar a los enfermos vaya a sanarlos. Desgraciadamente, muchos de los responsables de la política económica siguen creyéndolo. Y la sangría económica no solo está infligiendo un enorme dolor; está empezando a debilitar nuestras perspectivas de crecimiento a largo plazo.
Algunos antecedentes: durante el último año y medio, el discurso político tanto en Europa como en EE UU ha estado dominado por los llamamientos a la austeridad fiscal. Recortando drásticamente el gasto y reduciendo los déficits, nos decían, los países podrían restaurar la confianza e impulsar la recuperación económica.
Y la austeridad ha sido real. En Europa, países con problemas como Grecia e Irlanda han impuesto unos recortes salvajes, al mismo tiempo que países más fuertes han impuesto sus propios programas de austeridad más suaves. En Estados Unidos, el pequeño estímulo federal de 2009 se ha evaporado, mientras que los Gobiernos estatales y locales han reducido drásticamente sus presupuestos, de modo que, sobre todo, hemos tenido en la práctica un movimiento hacia la austeridad no muy diferente del de Europa.
Sin embargo, por extraño que resulte decirlo, la confianza no ha aumentado. Por alguna razón, las empresas y los consumidores parecen mucho más preocupados por la falta de clientes y puestos de trabajo, respectivamente, que tranquilizados por la rectitud fiscal de sus Gobiernos. Y el crecimiento parece estar estancándose, mientras que el paro sigue desastrosamente alto a ambos lados del Atlántico.
Pero, como dicen los apologistas sobre los malos resultados hasta ahora, ¿no deberíamos centrarnos en el largo plazo más que en el sufrimiento a corto plazo? En realidad, no: la economía necesita ayuda real ahora, no compensaciones hipotéticas dentro de una década. En cualquier caso, empiezan a surgir pruebas de que los problemas a corto plazo de la economía -que ya van por el cuarto año y están empeorando por centrarnos en la austeridad- se están cobrando un precio en las perspectivas a largo plazo también.
Fíjense, en concreto, en lo que le está pasando a la base industrial de Estados Unidos. En épocas normales, la capacidad industrial crece un 2% o 3% cada año. Pero enfrentada a una economía persistentemente débil, la industria ha empezado a reducir, no a aumentar, su capacidad productiva. En este momento, según los cálculos de la Reserva Federal, la capacidad industrial es casi un 5% más baja que en diciembre de 2007.
Lo que esto significa es que, en el caso de que finalmente se inicie una recuperación real, la economía se topará con limitaciones en su capacidad y cuellos de botella en la producción mucho antes de lo que debería. Es decir, la debilidad económica, que es en parte consecuencia del recorte presupuestario, está causando daños futuros así como presentes.
Además, la disminución de la capacidad industrial probablemente no sea más que el comienzo de las malas noticias. Probablemente se produzcan unas reducciones de la capacidad similares en el sector de los servicios (de hecho, puede que ya estén produciéndose). Y con un paro de larga duración que ha alcanzado su tasa más alta desde la Gran Depresión, existe un riesgo real de que muchos de los desempleados lleguen a ser considerados imposibles de emplear.
Ah, y las peores consecuencias de esos recortes del gasto público están recayendo en la educación. Por alguna razón, despedir a cientos de miles de profesores no parece una buena manera de conquistar el futuro.
De hecho, cuando se combina la evidencia cada vez mayor de que la austeridad fiscal está minando nuestras perspectivas futuras con los tipos de interés bajísimos de la deuda pública de EE UU, resulta difícil no llegar a una conclusión sorprendente: es muy probable que la austeridad presupuestaria sea contraproducente incluso desde un punto de vista puramente fiscal, porque un crecimiento futuro menor equivale a una recaudación fiscal más baja.
¿Qué debería estar sucediendo? La respuesta es que necesitamos un importante impulso para poner la economía en movimiento, no en alguna fecha futura, sino ya. De momento, necesitamos más gasto gubernamental, no menos, respaldado por unas políticas agresivamente expansivas por parte de la Reserva Federal y sus homólogos extranjeros. Y no son solo los economistas intelectualoides los que dicen esto; los líderes empresariales como Eric Schmidt, de Google, están diciendo lo mismo, y el mercado de los bonos, al comprar deuda estadounidense a unos intereses tan bajos, está de hecho suplicando una política más expansiva.
Y para ser justos, algunos actores políticos parecen captarlo. El nuevo plan de empleo del presidente Obama es un paso en la dirección correcta, en tanto que algunos miembros directivos de la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra -aunque no, es triste decirlo, del Banco Central Europeo- han estado pidiendo políticas mucho más orientadas al crecimiento.
Lo que realmente necesitamos, sin embargo, es convencer a un número considerable de personas con poder o influencia políticos de que se han pasado el último año y medio yendo justamente en la dirección equivocada, y de que tienen que dar media vuelta.
No va a ser fácil. Pero hasta que demos esa media vuelta, la sangría -que está debilitando ahora nuestra economía y minando su futuro al mismo tiempo- continuará. -


Profesor de la Universidad de Princeton y premio Nobel 2008. *

No hay comentarios.:

Publicar un comentario