Por Larry Elliot *
Todo resulta pavorosamente familiar. Los ministros de
finanzas y los gobernadores de los bancos centrales se reúnen en Washington
para el encuentro anual del Fondo Monetario Internacional (FMI) con el
trasfondo de un crecimiento que se debilita y unos mercados financieros que se
tambalean. Tres años después del derrumbe de Lehman Brothers, el aire está
cargado de recuerdos del momento en que el mundo estuvo a 48 horas de que los
cajeros automáticos se quedaran sin dinero.
Tanto el FMI como el Banco Mundial avisan a mansalva de
la necesidad de enfrentarse a la crisis que ven avizorarse, y con razón. Este
podría ser de nuevo el otoño de 2008, sólo que esta vez sería peor.
Christine Lagarde, directora gerente del FMI, identificó
dos razones por las que eso podría suceder. En primer lugar, los responsables
políticos ya han recurrido prácticamente a toda su munición. Las tasas de
interés están en niveles históricamente bajos y los países que antaño disponían
del colchón de sólidas finanzas públicas hoy administran grandes déficits
presupuestarios.
En segundo lugar, hubo unanimidad acerca de lo que había
que hacer en 2008 y voluntad política para estimular la demanda y recapitular
los bancos tambaleantes. Lagarde miraba ayer con nostalgia a la cumbre del G20
de abril de 2009 en Londres como el momento en que todos los lideres se
unieron, advirtiendo: “Espero que vuelva a suceder”.
No hay ninguna probabilidad. El hecho de que sólo pudiera
persuadirse a seis de los veinte miembros del G20 para que firmasen la carta de
David Cameron, enviada a todo el mundo y urgiendo a Europa a resolver su crisis
de la deuda soberana, dice mucho simplemente de lo divididos que están los
líderes sobre lo que hay que hacer. Las palabras de Churchill referidas a otra
época se muestran adecuadas para los políticos de hoy:”resueltos a ser
irresolutos, firmes en su deriva, sólidos en su fluidez y todopoderosos
en su impotencia
La lista de problemas es larga y sigue aumentando. En
Europa las cuestiones que causan terror a los mercados son la amenaza de una
suspensión de pagos en Grecia y la solvencia de los bancos, sobre todo de los
de Francia. Los inversores están perdiendo la paciencia con las huecas
declaraciones sobre la determinación de salvaguardar la integridad de la moneda
única. Observan fatiga de austeridad en Grecia y fatiga de rescate en Alemania.
Al otro lado del Atlántico, el obstáculo para la recuperación es el estado de
destrucción del mercado de la vivienda. La burbuja inmobiliaria dejó profundas
cicatrices: deudas, reducción del valor patrimonial, elevado desempleo. La
caída en picado de Wall Street esta semana refleja la preocupación de los
inversores de que el crecimiento se está ralentizando y los responsables
políticos se ven cada vez más impotentes.
Los estímulos fiscales – recortando impuestos o elevando
el gasto – se vuelven más difíciles porque todo nuevo estímulo propuesto por la
Casa Blanca se encontrará con una fuerte oposición por parte de los
republicanos, que creen que el gobierno ya está gastando demasiado e imponiendo
demasiados impuestos. Por lo que toca a la Reserva Federal, sus intentos de
presionar a la baja las tasas de interés a largo plazo por medio de la
Operación Twist fueron recibidos con una gigantesca pedorreta por unos mercados
que creen que hará poco por relanzar la actividad.
El resto del mundo también tiene sus problemas China ha
ido enfriando su economía debido a su recalentamiento, y el mundo emergente es
en general vulnerable a una ralentización en Occidente. Lagarde hizo notar que
el trabajo de reparación de la economía global tras la Gran Recesión se suponía
que debía entrañar dos actos de reequilibrio: un desplazamiento de la demanda
del sector público al privado y una demanda interna más fuerte de parte de los
países con superávit como Alemania y China para permitir a países deficitarios
como los EE. UU. que puedan exportar más. No está sucediendo ninguna de esas
dos cosas.
Así pues, ¿qué va a pasar ahora? Tal como Gerard Lyons,
economista jefe del banco Standard Chartered, ha hecho notar, en Occidente los
fundamentos económicos son escasos y la confianza está hecha pedazos.
Probablemente es demasiado tarde para evitar una recaída en la recesión aunque
los responsables políticos llegaran a ponerse de acuerdo este fin de semana
para apuntalar los bancos europeos, para adoptar las medidas necesarias para
evitar la implosión del euro y para elaborar, gracias a algún milagro, un plan
creíble para el empleo y el crecimiento.
La verdadera preocupación estriba en que tres años
después de Lehman los problemas de la economía global hayan demostrado ser tan
intratables. No sólo han de preocuparse los políticos por el duro invierno que
nos espera. Está el riesgo de una década perdida a medida que el mundo sigue la
senda del Japón.
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