Por Michael Kritker *
Danzando el baile de San
Vito, de cumbre en cumbre, desde hace semanas. Con el discurso descuidado de
Merkel, las ociosas declaraciones de Sarkozy y contribuciones parecidas, la
caravana viaja en círculo. Ninguna sorpresa que para los participantes se haya
cargado la atmósfera. El primer ministro de Luxemburgo Jean-Claude Juncker
reprueba el 'muddling through' (salir del paso) porque sabe que al público
no le gusta el espectáculo.
Con los nuevos planes de la
Cumbre de Bruselas –desde la condonación de parte de la deuda a Grecia hasta la
recapitalización de los bancos y el “apalancamiento” del fondo de rescate– las
manos podrían irse al cuello de los que hasta ahora pertenecían a los ganadores
de la crisis. Entre ellos se encuentran los airados contribuyentes alemanes,
los holandeses, los franceses y los británicos tanto como sus respectivas élites.
Que son los beneficiarios
de la crisis, es cosa que no gusta oír a los alemanes. Y por buenas razones:
beneficiarios, sólo unos pocos, que ahora salen más reforzados aún, si cabe, de
la crisis. En primer lugar, el estado y los bancos. Es algo que puede verse en
el caso de Holanda. El pequeño país europeo, que navega viento en popa a la
sombra de su vecino alemán, se ha aprovechado de la crisis europea desde su
comienzo. Y no en poca medida. Entre enero de 2009 y octubre de 2011 el
Ministerio de Economía en La Haya se ha ahorrado 7'6 mil millones de euros en
intereses, y ello a pesar del aumento de la deuda del estado. Para los préstamos
a diez años, el estado holandés paga un 1% menos de intereses que antes del
estallido de la crisis europea en marzo de 2010. Y hasta la fecha la
participación de Holanda en las sucesivas medidas de rescate no le ha costado
ni un céntimo. Todo lo contrario: el país gana con los intereses a pagar por
griegos, irlandeses y portugueses. Las ganancias multimillonarias para el fisco
crecen con cada mes que el euro se aproxima al borde del precipicio.
Los
intereses bajan a mínimos históricos
Lo mismo vale para
Alemania. El ministro de Finanzas [Wolfgang] Schäuble puede endeudarse más
barato que nunca, gracias a la enorme demanda de bonos alemanes debido a la
fuga de capitales en el marco de Europa, donde los inversores evitan a toda
costa a Grecia, el país más endeudado. Así como la economía exportadora alemana
se ha aprovechado del euro, así se ha aprovechado el estado alemán de la crisis
europea. Empresas y bancos, pero también constructoras, han sacado igualmente
su tajada, y lo seguirán haciendo mientras el Banco Central Europeo (BCE)
mantenga los intereses mínimos históricos. Sólo quienes tienen un salario
decente o precario salen perdiendo.
Sin embargo, de lo que
ahora se trata –a la vista de una amenazadora fusión del núcleo de la Eurozona–
de algo más que repartir las ganancias de la crisis. Con las decisiones tomadas
en Bruselas debería de alcanzarse sobre todo una cosa: ganar tiempo para poder
proseguir desde el comienzo con una política anticrisis en pequeñas dosis hasta
el próximo sobresalto de los mercados.
Las consecuencias de esta
mala gestión, de la que son especialmente responsables Alemania y Francia, han
traspasado entre tanto las fronteras de la Eurozona y los daños colaterales se
hacen notar especialmente en las islas británicas, donde residen los opositores
más virulentos al euro y el Primer ministro David Cameron debe aplacar la
insurrección de los euroescépticos en la Cámara baja. Los que no quieren saber
nada del euro en el Reino Unido son ya mayoría.
Demasiado
tarde y demasiado poco
No es que uno no se pudiera
hacer desde hace tiempo una composición de las debilidades y los fallos en la
construcción de esta unión de estados y moneda única. Ya con el Tratado de
Maastricht (1992), y aún más con el Tratado de Lisboa (2007), todos los estados
europeos se alinearon con el mercado y la competencia como únicos criterios políticos
racionales. No sólo el euro ha salido dañado. El modelo de un capitalismo
dominado por las altas finanzas internacionales ha sido desacreditado, un
modelo que no era mejor ni peor, sólo un poco más aerodinámico y posmoderno que
otros modelos de capitalismo a los que sustituyó. Equipado con un marco
institucional en el que no encajaba, la Unión Europea se debate aquí y allá
entre ser una potencia mundial o volver al regionalismo. Cuando se trata
solamente del capitalismo transnacional la cosa funciona. Pero sin unión económica
y fiscal toda unión monetaria está destinada al fracaso. Y quien dice una unión
fiscal quiere decir algo más que lo que hasta ahora tenemos: una pizca de
autoridad impositiva aquí, algo de redistribución allá y un poco de burocracia
transnacional acullá.
En toda federación justa
que se precie de ese nombre existe un equilibrio financiero. Y eso no significa
otra cosa que una unión de transferencias. Una unión que existe –oculta y
avergonzada– desde hace años en la UE en la política agraria y la promoción
regional, sólo que ahora se hace indispensable en las finanzas públicas.
Comparados con los estados
anglosajones, los países del euro –incluso Grecia y acaso Portugal– son aún
solventes. Si estados en quiebra como los Estados Unidos o el Reino Unido
siguen existiendo es porque pueden permitirse un banco central que en caso de
necesidad concede créditos al gobierno sin atenerse a las pérdidas y que inunda
el mercado con liquidez (léase: créditos baratos). En medio de la crisis, donde
todo padece bajo la sobrecapacidad, algo así apenas tiene consecuencias
inflacionarias. Esto es justamente lo que necesita Europa y eso es lo que ahora
recibe Europa, podría pensarse tras el apalancamiento del Fondo de rescate
europeo. El tiempo en el que el BCE se comportaría como un Banco central quedaría
a voluntad de los caprichos de los alemanes. En cualquier caso, debería de llevar
a cabo una política económica conjunta como la de la Reserva Federal (Fed) o el
Bank of England. El recién jubilado Presidente del BCE Jean-Claude Trichet ha
comenzado esta tarea. De comprar el BCE títulos de deuda europeos, la emisión
de Bonos se reduciría a un detalle técnico, pero con un potencial parecido al
de los bonos del tesoro estadounidenses, con los cuales unos destartalados
Estados Unidos pueden aún impresionar y domar al mundo de las finanzas.
Pero debido a que ninguno
de los protagonistas de las ya prácticamente diarias cumbres europeas quiere
ponerse en contra a los ciudadanos o a la propia clientela conservadora en su
país, al final nos dan un popurrí de medidas de efectividad reducida en sus
tres cuartas partes, demasiado tarde y demasiado pequeñas, demasiado como para
salir de la crisis, pero que nos permiten sobrevivir. Alegría para quienes, en
los mercados financieros, están ganando. A los ciudadanos de Europa, mientras
tanto, ya no les queda nada en el bolsillo que puedan rascar.
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