Por Jorge Moruno
Vivimos tiempos donde la incertidumbre se ha convertido en la mayor de nuestra certidumbre. Pero podría decirse también, que en el siglo XXI se nos presenta la historia como un calcetín dado vuelta. El recorrido del capitalismo ha terminado por darse de sí y ahora comienza otro camino; el de vuelta, pero por otra vía distinta que a la ida. Digital no a vapor.
Es conocido que el capitalismo fabril del siglo XIX consiguió asentarse y progresar, haciendo uso de los valores que entendía que había que erradicar, entre otros, la esclavitud. Es cierto que mucha población negra proveniente del sur de EEUU encontró en las fábricas del norte un tímido mecanismo de movilidad social y en el anonimato de la burocracia, un espacio de cierta neutralidad frente a la total arbitrariedad del esclavista sureño. Pero el objetivo de su liberación de la esclavitud nunca fue proporcionar libertad, sino la de asegurar un tipo determinado de trabajador, adecuado al funcionamiento de la emergente industria. Las fábricas no podían tirar para adelante con una mano de obra esclavizada -que conlleva un gran coste en manutención-, y de ahora en adelante, una fuerza de trabajo libre que vendría a a ser con el tiempo, también generadores de consumo.
Pero aquí es donde se da la paradoja: La misma esclavitud que hubo que abolir para continuar el proceso de industrialización fue en su origen, el pivote de la acumulación industrial. Como decía Marx, “sin esclavitud no hay algodón; sin algodón no hay industria moderna. En la esclavitud radica el valor de las colonias”. El comercio de las colonias descansaba en las espaldas de los esclavos; condición necesaria para el surgimiento de la industria burguesa.
En el siglo XXI la nueva forma que toma la esclavitud, no será más representada por la frase popular “la esclavitud no se ha abolido, sólo se ha puesto en nómina”.La opción de estar en nómina es vista como un lujo y la esclavitud pasa a un segundo plano, como de menor importancia. Algo parecido viene a decir el Presidente de Mercadona Juan Roig cuando destaca que, “tenemos que pensar más en nuestras obligaciones y menos en nuestros derechos”. No sabemos exactamente a las obligaciones de quien se refiere, pero aclara que hay que adoptar la “cultura del esfuerzo y el trabajo de los bazares chinos”. En un país donde los salarios no paran de bajar, la precariedad de aumentar, culpan a los servicios públicos y a la fuerza de trabajo. Si el impacto de los salarios sobre el total del PIB en los años 80 era del 53% y el año pasado descendía al 46%, quiere decir que lo público pierde solvencia frente a los intereses privados. Es decir, los mismos que se benefician de la bajada de salarios y la reforma laboral, son los mismos que asaltan la sanidad, las pensiones y la educación pública.
Los mismos empresarios que siendo muchos menos que los trabajadores, obtienen más renta que todos los asalariados juntos, tienen la desfachatez de decir: hay que desincentivar más el paro, o que se concibe como una renta cada dos años. Ojalá fuera cierta esta última sentencia, la población podríamos tener la garantía de un tiempo con dinero asegurado y así potenciar el talento que se desperdicia haciéndoles ganar beneficios. Pero no sucede así, al contrario, son ellos los que viven de las rentas de otros, de todos y todas.
El señor Roig se jacta de que aunque ya se pagan muchos impuestos, le parece bien la última reforma fiscal del PP. Lo de pagar muchos impuestos lo dice quizás, porque el 71% de los 80.000 millones que se defraudan pertenece a las grandes empresas. Dice estar de acuerdo con la última reforma fiscal y es normal que así sea. Los que declaran ganar menos de 33.000 euros anuales aportarán el 27,3% de la recaudación, mientras que declaran ganar más de 175.000 euros anuales, lo harán solo con el 16,3%. Por supuesto que el dinero no está ahí realmente, las rentas del trabajo no representan nada al lado de las del capital que se gravan en un 21%nominalmente frente a la tasa impositiva más alta del trabajo, el 52%.
En Hungría la extrema derecha que gobierna, ya está acondicionando campos de trabajo para llenarlos de parados. En Inglaterra sin ir tan lejos, pero en la misma acera, ya salen a la luz múltiples casos en donde se utilizan parados y paradas para limpiar casas y oficinas de empresas de forma gratuita, o en supermercados. En España se está tramitando la forma para que los parados realicen actividades sociales, como si fueran culpables de algo, como si debieran algo.
En Grecia ya se habla de la generación de los 400 euros, pero según los empresarios seguro que esta situación se debe a que no se esfuerzan demasiado. Los trabajadores españoles se encuentran colapsados de información en el trabajo y también fuera de él. Un 64% de los españoles asegura que recibe llamadas telefónicas o correos electrónicos fuera de su horario de trabajo, lo que supone la cifra más alta de Europa, solo superada por Grecia (66%).
El reino del cinismo nos gobierna: todos sabemos que la especulación de los ricos es la causa y origen de la degeneración de la vida, pero asumimos como piojos resucitados, que te tienes que joder más, cuanto más débil eres. Si levantas la voz, reaccionan y el miedo es su mejor escudero. El calcetín del capitalismo se ha estirado tanto que ha terminado por abarcar cualquier espacio físico en el globo terráqueo. Ahora se da la vuelta y pone especial atención en el plano mental, encomernos el cerebro.
El Neoesclavismo que nos anuncian los empresarios, las expectativas y la cada vez más cruda realidad, vuelve a sus orígenes pero junto con los restos de todo el recorrido histórico. Nos dijeron que con el trabajo tendríamos garantías de vida, aunque el trabajo que nos daban era lo contrario a la vida. Los hombres de más de 40 años ya no podían seguir en su puesto, decía Henry Ford. Ahora el trabajo no está garantizado y tampoco garantiza nada si se tiene. Así de a poco, nos vamos perdiendo en un bucle siempre más miserable cuanto más tiempo pasa. Así, hasta acabar normalizando que eres libre de gozar de la precariedad absoluta, al tiempo que no se recibe siquiera la manutención del esclavo.
Yo me pregunto si no sería mejor tomar nota de Cornelius Castoriadis, y pensar que “si la Democracia es tan buena, ¿por qué no la aplicamos a la empresa y la economía?”
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